PROFECÍA-sobre el campesino[21]

Tú no eres tú, mi hermano y campesino:
tú eres nadie y tu ira, facultada
de manejables arcos acerados.
A tu manera faltas sosegada,
a tu amor y destino,
veterana asistencia de los prados.

Cornalón por la hoz, áspero sobre
la juventud del vino,
apacientas designios desiguales;
dices a Dios que obre
la creación, del campo solo y mondo,
¡tú!, que has sacado a Dios de los Trigales
candeal y redondo.

Pides la expropiación de la sonrisa
y la emancipación de la corriente
—¡lo imposible!— del río.
Dejas manca en los árboles la brisa,
al ave sin reposo ni morada,
con el hacha y el brío.

Escaso en todo y abundante en nada,
el florido lugar de regadío
se torna de secano.
A ras de amarillo nacimiento
se queda la simiente,
sin el cuidado atento
de tu nocturna y descuidada mano.
El sexo macho y fuerte de la reja,
al surco femenino, en desaseo,
para abrir cauces a la muerte, deja.

Espera algún meneo
el suelo ya del fruto exceptuado.

Al prado no pastura ya la oveja:
pasto puro es la oveja ahora del prado.
¡Desolación!… ¡desolación!… La hoguera
¡qué riquezas! altera,
¡qué lucientes estragos!,
¡qué admirables catástrofes! atiza,
ardiente iniquidad de ciervos vagos.

Se cosecha ceniza,
parvas de llamaradas,
en la Sagrada Forma de la era.

Están las viñas ruines
y las espigas desorganizadas.

¡Caín! ¡Caín! ¡Caín de los caínes!

Inficcionado de ambición, malgastas
fraternales carmines,
buscas el bienestar con malestares.
Bate las tiernas hermosuras vastas
de los verdes lugares,
a bocados, tu azada temerosa.

Tu puño los viñedos ya no ordeña,
y el visco de su leche se derrama.

¡Amargo! te es el vientre de tu esposa
como el abril en flor de la retama.

Tu voz, de valle en valle y peña en peña,
de tu cólera espejo contrahecho,
incita a tus iguales a verdugos,
para sacar de todo —¿qué provecho?—
más trabajos, más bueyes y más yugos.

¡Reciennacer! ¡Reciennacer! precisas.
¡Reciennacer! en estas malas brisas
que corren por el viento,
dando lo puro y lo mejor por nulos.
¡Volver! ¡Volver! al apisonamiento,
al apasionamiento de los rulos.
Sentir, a las espaldas el pellejo,
el latir de las vides, el reflejo
de la vida del vino,
y la palpitación de los tractores.

¡Ay!, ¡ama!, campesino,
¡adámate! de amor por tus labores.

El encanto del campo está seguro
para ti, en ti, por ti, de ti lo espero.
En nombre de la espiga, te conjuro:
¡siembra el pan! con esmero.

Día vendrá un cercano venidero
en que revalorices la esperanza,
buscando la alianza
del cielo y no la guerra.

¡Tierra! de promisión y de bonanza
volverá a ser la tierra.