Capítulo 7

La banca de inversión, arma de destrucción masiva

Culpables de cargo y autores intelectuales

Mientras la humanidad se distraía con Bob Dylan y los Beatles, el «Gran Sanedrín Financiero» construía un entramado con la premisa de que no existiera alternativa y asegurándose de que su eventual ausencia provocara el inmediato colapso de las finanzas mundiales. Las películas de extraterrestres lo expresan muy bien, con esos parásitos que se adhieren a los cuerpos y que se constituyen en imprescindibles, debido a que su extirpación implica la muerte del sujeto.

Era cuestión de tiempo que la pirámide se desplomara. Pretender que se autocontrolen quienes actúan como custodios banqueros y especuladores a la vez equivale a encargar a las zorras el cuidado de las gallinas. Dejar en manos de quienes persiguen obsesivamente su propio enriquecimiento los canales de financiación del mundo —con la supervisión de unas sociedades de rating que indirectamente también controlan— lleva aparejado el riesgo de condenar a la esclavitud a quienes se endeudaron por encima de sus posibilidades y a la indigencia, a quienes depositaron sus ahorros en inversiones que se manifestaron fraudulentas, mientras sus promotores quedaban impunes.

Si la crisis de las hipotecas subprime en Estados Unidos hubiera quedado circunscrita al hecho de que un sector de población insolvente y financieramente analfabeta no podía hacer frente al pago de su cuotas, muchas entidades hipotecarias hubieran sufrido las consecuencias y se hubiesen visto obligadas a declararse en quiebra, pero el problema para el resto de los contribuyentes hubiera quedado reducido a la demanda de un mayor esfuerzo fiscal para paliar un puntual déficit. A principios de los ochenta, se produjo en Estados Unidos una crisis de similares características con especial incidencia en las cajas de ahorros (Savings & Loans Associations) y no por ello se hundió el mundo. Hasta entonces, estuvieron sometidas al control de organismos comunales con reglas muy estrictas. Con la llegada de un boom inmobiliario en USA, la reglamentación de las S & L fue flexibilizándose, apareciendo los excesos y la alegría en la concesión de los préstamos. La posterior y brusca caída de los precios, junto con la alta morosidad, provocaron que la mayoría de aquellas instituciones tuvieran que declararse en quiebra, ya que en aquella ocasión el gobierno federal no fue tan rumboso con las entidades de crédito, al considerar que no existía riesgo de que se desencadenara un efecto dominó. El daño causado por la crisis de las cajas de ahorro americanas se cifró en 150.000 millones de dólares de 1984. Es preciso modificar pues la generalizada creencia de que los humanos son los únicos animales que tropiezan dos veces en la misma piedra; en realidad, en la siguiente ocasión, suelen tropezar con otra de mayores dimensiones. ¿Cuál es la diferencia entre la crisis de los ochenta en EE.UU. y la primera del siglo XXI? La respuesta no puede ser más sencilla; en aquella ocasión, no interfirieron los bancos de inversión con sus prácticas dolosas.

A mediados de los noventa, bancos e instituciones hipotecarias estadounidenses, enzarzados en una absurda competencia e ignorando de nuevo los más elementales criterios de prudencia financiera, empezaron a conceder préstamos hipotecarios a titulares insolventes, incluso con dificultades para subsistir. Cuando fueron conscientes de las consecuencias, optaron por la huida hacia delante y empezaron a emitir cédulas hipotecarias con el soporte de las hipotecas basura. Otros bancos de negocios —víctimas en buena parte de las sociedades de rating— adquirieron estos títulos y decidieron combinarlos con activos tóxicos de su propia cartera, complementando el paquete, con futuros, swaps y contratos a plazo. Pensaron que con ello mejoraban la calidad del producto final, cuando en realidad era todo lo contrario. Fiaron a que, en condiciones normales de mercado, la conjunción de unas cédulas hipotecarias (hasta entonces consideradas valor de refugio), junto a los futuros incorporados, compensaría el impacto negativo de sus propios activos dudosos y, por lo tanto, lograrían equilibrar el resultado final de un engendro con el que inundaron el mercado norteamericano y el de medio mundo. Irrumpieron en escena las sociedades de rating con Moody’s y Standard & Poor’s a la cabeza, adjudicando a estos productos, altas e injustificadas calificaciones, apoyándose más en la fama del emisor que en la solvencia del producto. Buena parte de estos activos registraron pronto una devaluación superior al 60% y el resto se manifestaron incobrables, obligando a Lehman Brothers y a distintas entidades emisoras a declararse en quiebra. De la misma forma que un resfriado puede desencadenar una patología latente en un cuerpo debilitado, aquel fue el detonante que provocó la reacción en cadena, que recorrió todos los países y que acabó provocando un alud económico de imprevisibles consecuencias. Posteriormente, intervinieron otras variables de mayor complejidad que no son de fácil exposición, pero voy a esforzarme en hacerlas comprensibles para el lector no especializado: imaginen que depositan sus ahorros en un banco o en un broker-dealer y un buen día se presentan en sus oficinas y les dicen que usted no consta para nada y que su dinero ha desaparecido. No piensen ni por un momento que estoy elucubrando; eso es lo que les sucedió exactamente a los clientes de MF Global en septiembre de 2011. MF Global era un «Primary Dealer» de la Reserva Federal de Estados Unidos con 40.000 millones de activos. ¿Qué había ocurrido? Pues nada menos que se puso al descubierto buena parte de la letra pequeña que se escondía tras el crack de 2007 y que habían obviado quienes tienen facultad para hacerlo. No se trataba de la puntual mala praxis de una determinada sociedad; tenía una dimensión global y afectaba profundamente a todo el sistema. Si acudimos a un intermediario financiero para invertir en el mercado de futuros y queremos apalancar nuestra inversión, deberemos ofrecer lo que se llama un colateral como garantía para cubrir nuestras posiciones. Si queremos tomar una posición de 3.000 euros, deberemos normalmente depositar 300. Supongamos que el activo adquirido gana un 10% en el periodo establecido; en este caso, habremos doblado nuestra inversión, pero si lo pierde nos quedaremos sin nada. En un mercado volátil, es habitual que el intermediario nos solicite un margin call, o sea, que depositemos un mayor colateral que cubra un superior riesgo de pérdida. Esta práctica se conoce como hypothecation. ¿Qué sucede cuando el intermediario coge el activo pignorado y lo utiliza como nuevo colateral para apalancar otras operaciones por su cuenta? Pues lo primero que sucede es que, en la práctica, nada ni nadie se lo impide y lo segundo es que el colateral que depositó el cliente no se utiliza para una sola rehypothecation (que es como le llaman), ya que el depósito que dejó en prenda se hipoteca, se rehipoteca y se vuelve a rehipotecar, respondiendo por una sucesión de apalancamientos. Mientras los mercados se orientan al alza, pues todos tan contentos. ¿Pero qué sucede cuando de improviso nos sorprende un crash bursátil? Pues que nos encontramos de repente ante un «esquema Ponzi» legalizado; algo parecido y con el mismo resultado a lo que montó Madoff, que arriesgó al salirse del sistema, montando el negocio por su cuenta. De no haber actuado de forma independiente, es posible que no hubiera sido arrojado a la hoguera para purgar sus pecados y el responsable hubiera sido el «sistema», o sea, nadie. En Estados Unidos, está fijado un límite en las rehypothecation, que se corresponde con el 140% de la deuda que el cliente tenga con el intermediario, pero, a pesar de que ello ya concede un margen considerable a la pura especulación, no tienen más que transferir la inversión a Reino Unido, que allí no hay límites establecidos y ni tan siquiera se exige el consentimiento del cliente. Estas prácticas actuaron como segunda plataforma acelerando la crisis, tras el detonante de las subprime, provocando el colapso de liquidez del sistema (shadow banking system) y obligando a todos los bancos centrales del mundo a inyectar masivamente liquidez para compensar la financiación mayorista. No es mi pretensión asustarles pero, según cálculos del FMI, el 50% del shadow banking system procede de las rehipothecation y de ellos tan solo un 25% tendría contrapartida real. Considerando que el shadow banking system asciende en Estados Unidos a 15,5 billones de dólares y que, sobre la mitad de esta cantidad, no llega a 2 billones los que tendrían contrapartida real, representa un agujero de aproximadamente 5,5 billones de dólares, tan solo por lo que respecta a EE.UU. He intentado hacer averiguaciones, pero, por lo que parece, en Europa nadie se ha molestado siquiera en calcular el montante de la avería.

Lucro cesante

La calificación de Lehman Brothers era, según Moody’s, superior a la que ostentaba el mejor posicionado de los bancos españoles. A la inmensa mayoría de los clientes del nuevo BANIF, les fueron colocados los estructurados de Lehman Brothers como una operación totalmente garantizada y con riesgo cero; paradójicamente, estaba contemplado como el porcentaje de inversión segura que se incluye en toda cartera para su correcta diversificación, compensando el riesgo de otras inversiones más agresivas. La cadena de irresponsabilidades no se interrumpió en ningún momento desde el diseño del producto hasta el último intermediario. El mismo Lehman Brothers emitió un informe en abril de 2008, reconociendo que había colocado activos contaminados y alertando del riesgo a sus suscriptores. BANIF no solo no informó de ello a sus clientes como es preceptivo, sino que ni tan siquiera se molestó en ordenar que se liquidaran posiciones, a diferencia de lo que hicieron otras entidades tenedoras de Suiza y Bélgica. Me solidaricé, y al tiempo me indigné, con el doloroso testimonio de algunos de mis antiguos clientes, que, desoyendo mis consejos, siguieron vinculados a BANIF. Ignoraba el momento en el que se produciría el descalabro, pero, como testigo de una deriva, sabía que aquel castillo de naipes no podría mantenerse por tiempo indefinido.

No debe extrañar que, cuando una entidad persigue el lucro a cualquier precio, coincidan en su cartera todos los activos contaminados que circulan por el mercado. Desorbitadas comisiones de colocación corresponden, en la mayoría de casos, a activos de dudosa solvencia. BANIF se convirtió en el mayor contenedor de basura financiera del mercado. Se estrenó con Lehman Brothers y continuó la racha con las operaciones de Madoff, con implicación del hijo y el yerno de Emilio Botín y la sociedad Optimal —con clientes damnificados por un importe de 2.330 millones de euros—, así como el fondo Fairfuld Impala, que terminó pasando el rastrillo. Qué más da si algunas familias acabaron completamente arruinadas; eso les pasó por tener dinero o por haberlo ahorrado; aunque les podría hablar también de alguna fundación humanitaria que fue profusamente esquilmada.

Pecaría por omisión si obviara que Emilio Botín sabe calibrar los riesgos como nadie. Por primera vez en su trayectoria, decidió paliar selectivamente los fiascos de Lehman Brothers y Madoff. Pesó sin duda en su ánimo el hecho de que vástago y yerno no podían salir de su casa, al haber intermediado en cuantiosas operaciones con personas allegadas y pendía sobre ellos la amenaza de ser proscritos socialmente. Otra cosa eran los clientes de menor rango de Morenés y Botín junior —que se enteran de las noticias por la prensa— y que no formaban parte del círculo social de los muchachos. Que nadie crea ni por un momento que Botín da puntada sin hilo y que su banco vaya a perder ni un solo euro con las teóricas compensaciones. Hay que constatar, en primer lugar, que los inversionistas institucionales se quedaron sin cobrar. Los agraciados con la magnanimidad de don Emilio no percibirán las compensaciones en metálico, sino a través de un instrumento híbrido que se amortizará pasados 10 años (conozco a varios clientes que no llegarán al vencimiento). Se emitieron un total de 1.380 millones de euros, que es la cantidad que teóricamente se decidió compensar. El banco se dedujo 500 millones por coste contable con cargo a beneficios de 2008 —sobre un importe que, como hemos dicho, no se pagará hasta dentro de diez años—. La diferencia entre lo compensado y lo deducido es bastante inferior al importe percibido por el grupo, en concepto de comisiones de colocación de estos bonos basura. Por otra parte, BANIF ha venido ingresando 42 millones de euros anuales por comisiones de gestión. Los folletos especificaban los conceptos de tales comisiones: «En contraprestación a la tutela que la entidad debe ejercer sobre los fondos gestionados. El broker-dealer solo es responsable de la ejecución de las operaciones, no de las decisiones de inversión que son nuestras. Sometemos a una exhaustiva due dilligence y a una supervisión constante a los profesionales a los que encomendamos la gestión de nuestros fondos». No deja de ser curioso que el nombre de Madoff no apareciera por ninguna parte, recurriendo a la genérica denominación de broker-leader. Tras saltar por los aires todo el montaje, se pueden fácilmente deducir los motivos de este silencio.

Por lo anteriormente reseñado, BANIF y el Grupo Santander, junto a la auditora Price Waterhouse Coopers (la misma que calificó de excelentes las cuentas del Banesto de Mario Conde un mes antes de ser intervenido), están imputados en Estados Unidos por los siguientes cargos:

  1. Conocimiento de que los activos de Madoff eran una estafa, ocultándolo a sus clientes.
  2. Quiebra de sus obligaciones fiduciarias por no ser capaces de detectar el fraude a través de la perceptiva due dilligence y no proteger los intereses de los inversores, pese a cobrar elevadas comisiones por hacerlo.
  3. Enriquecimiento ilícito, negligencia y mala praxis profesional.

Si como rezaban sus folletos tenían acceso directo al gestor de los títulos, debieron de enterarse de que el broker Harry Markopolos remitió a la SEC (Secundes and Exchange Commission) numerosas alertas (red flags) por los claros indicios de que las operaciones de Madoff constituían un fraude. Ignoraron asimismo las recomendaciones de Aksia Societé Generale, ACOM y de Atlantic Trust de no invertir en estos hedge founds por las sospechas que despertaban.

Javier Marín Romano, consejero-delegado de BANIF desde 2001, responsable directo de los expolios y compañero de golf de Emilio Botín —viendo la que se le venía encima— consiguió en diciembre de 2007 —entre hoyo y hoyo— convencer al gran capo para que nombrara en su lugar a otro consejero-delegado y lo encumbrara a él al puesto de máximo responsable de la división de Banca Privada Global del Grupo Santander. El nuevo consejero-delegado, José Manuel Maceda —sin haber participado en los múltiples desaguisados y por haberse mostrado crítico con la gestión de Marín y de su presidente Sáenz—, fue utilizado como chivo expiatorio y fulminado de su cargo en marzo de 2011. De esta forma, Javier Marín conserva intactas sus aspiraciones a sustituir algún día al indultado Alfredo Sáenz, como consejero-delegado del Santander. Es así cómo funcionan las cosas en esta «familia».

Los disgustos de la «familia»

Luis de Usera Cano no aguantó demasiado tiempo como consejero-delegado de BANIF. A pesar de la influencia de su padre (ex presidente del Banco Hispano Americano), tuvo que abandonar la entidad por «propasarse» con mi compañera Isabel Oliart, hija del que fuera ministro de Interior. Normalmente, estos «asuntos de familia» suelen resolverse con una huida hacia adelante y, como desagravio, Luisito (como le llamaban sus íntimos) saltó de BANIF a director general del Banco Hispano Americano, siguiendo el camino emprendido unos años antes por Jaime Soto López-Doriga. Luisito de Usera era Agente de Cambio y Bolsa y junto a su colega Antonio Morenés se asociaron en la Agencia de Valores Usera & Morenés, falsificando centenares de firmas y utilizando sin su conocimiento los documentos de identidad de jornaleros gaditanos para hacerse con un paquete de acciones de Repsol sometidas a prorrateo, que procedieron a revender en bloque a inversores internacionales obteniendo un jugoso beneficio. Dos fedatarios públicos, como quien no quiere la cosa, montaron una estafa y sustrajeron la posibilidad de rentabilizar sus ahorros a medio millar de pequeños accionistas de la petrolera. La Comisión Nacional del Mercado de Valores, para apaciguar los ánimos, tras saltar la noticia a la prensa, propuso una sanción de 33 millones de pesetas para los dos estafadores de cuello blanco pero, con el paso del tiempo y cuando la alarma social se había diluido, un juicio de vergüenza y una condena de compromiso dieron carpetazo al asunto. Como quien no quiere la cosa, Luis de Usera está hoy ejerciendo de ilustre notario en Madrid, por convalidación de su anterior rango de Agente de Cambio y Bolsa. De fedatario público a fedatario público y tiro porque me toca y, en medio de todo ello, un colegio de notarios y unas instituciones que, lejos de sancionar a los tramposos, siguen favoreciendo con supina hipocresía a los cachorrillos corruptos y allegados del franquismo, que al amparo del «Gran Sanedrín» van incrementando sus fortunas sin prisas y sin pausa.

Quince días antes del arresto de Madoff, Javier Botín Sanz y su cuñado Guillermo Morenés, con sus troqueladas tarjetas y alardeando de su alta estirpe bancaria, rindieron visita a distintas entidades financieras, entre las que se encontraban varias cajas de ahorro, para intentar deshacerse de los fondos que constituían el mayor fraude piramidal de la historia. En ningún momento, las potenciales víctimas fueron informadas de las fuertes pérdidas que había acumulado el producto en el último año. Plantearon la operación como un paliativo a las deterioradas cuentas de estas entidades en el ejercicio de 2008, al tiempo que les ofrecían una elevadísima comisión por las cantidades que colocaran a su clientela, proponiendo la concesión de un préstamo con la garantía de los propios activos de Madoff. Una canallada en toda regla ya que eligieron a sus víctimas entre distintas cajas rurales, que no tenían acceso a ninguna información sobre estos fondos y que fiaban en el prestigio de la familia Botín. Era un anzuelo muy apetitoso, orientado al balance final de ejercicio. En teoría, la entidad incrementaba el saldo de clientes, al tiempo que se beneficiaba de una jugosa comisión, a la que había que añadir el margen obtenido en la concesión del crédito. Un mes antes, se había producido la visita de Rodrigo Echenique a Madoff, en un vano intento por deshacer las posiciones del grupo. El papel de M&B no se limitaba al de representantes de Madoff en España; sus fondos Alternative Advantage Landmark, Optimal Strategic US Equity y el Fairfield Sentry, los gestionaba directamente el financiero norteamericano y ex presidente del Nasdaq. Esta pléyade de respetables pirómanos financieros han conseguido, con su brillante gestión, que España se hiciera con la medalla de bronce entre los países perjudicados por la mayor estafa del siglo, lo cual —en comparación con los flujos inversores de países con mercados que nos cuadruplican en volumen— nos da una idea sobre la participación de nuestras entidades financieras en este fiasco y de la cantidad de damnificados que ha generado.

He ahí algunas alertas emitidas (red flags), que solo podían pasar desapercibidas al más inútil de los brokers:

  1. Madoff no cobraba ninguna comisión de gestión; algo insólito cuando los honorarios percibidos por cualquier operador eran de un 2% sobre el patrimonio y un 20% sobre los beneficios obtenidos. Otra sospechosa alerta, que se añadía a la de los inusuales réditos que aseguraba a los inversores y las elevadísimas comisiones de colocación que ofrecía a sus colaboradores foráneos.
  2. Todas las comercializadoras de los productos de Madoff (Fairfield, Acces Internacional Advisors, Tremont y BANIF) ocultaron a los inversores que el fondo lo gestionaba Madoff. Insólita actuación, habida cuenta de que cualquier gestor del mundo se afana en sacar pecho, anunciando por todos los medios el volumen administrado con tendencia más bien a hincharlo. También se ocultó este extremo a la SEC norteamericana y al FSA inglés.
  3. La custodia de los títulos la realizaba el mismo Madoff, eludiendo sospechosamente al custodio global o prime broker (una cuestión a la que me referí cuando cité la premisas que constituyen el ABC de cualquier inversión mobiliaria, en la que gestor y depositario —por elemental seguridad— no deben nunca coincidir). Madoff combinaba las funciones de broker-dealer con las de custodio, lo cual complica sobremanera verificar la real existencia de los activos que respaldan la operación y poder contrastarlos con los extractos de cuenta.

¡Os tengo bien agarrados por las pelotas!

Madoff actuaba a la vez de fedatario público que intervenía las supuestas operaciones, de gestor, de administrador y de depositario de los activos que nunca existieron; entre tanto, BANIF y el Santander cobraban cuantiosas comisiones a sus clientes por ejercer el control sobre la fantasmagórica operativa. Conozco a clientes que están en tratamiento con antidepresivos, pero Botín y su prole están encantados de haberse conocido, mientras juegan al golf y lucen su chaquetilla roja, abrazándose con el esponsorizado Fernando Alonso.

En septiembre de 2002, el Santander envió a Wall Street un equipo para verificar las operaciones de Madoff, supervisado por la abogada suiza Karine Courvoisier. El informe concluía alertando sobre la posibilidad de que los activos gestionados por Madoff no existiesen. Como consecuencia, altos representantes del Santander volvieron a visitar a Madoff para «sugerirle» que, cuando menos, mostrara su buena voluntad situando los títulos en un depositario externo, propuesta que este rechazó de plano. Santander y Optimal pasaron por el tubo y no tomaron ninguna medida para retirar el dinero y proteger a sus inversores. El rescate conllevaba la devolución de las altas comisiones de colocación y elegir entre dejar de ganar unos dineros o amparar de un riesgo cierto a sus clientes no provoca ni el menor parpadeo en el ánimo inquebrantable de la más noble saga de banqueros hispanos. Optaron por un acuerdo con el administrador judicial (trustee), por el que su entidad aceptó pagar 235 millones de dólares para eludir la demanda de estafa, aunque las últimas evidencias —probando la reiterada mala fe en las actuaciones— podrían llevar a la autoridad judicial a considerar nulo aquel pacto de conveniencia.

Se sorprenderían de la cantidad de afectados por las operaciones de Madoff en el Santander, que mantienen en secreto su grave avería financiera, para no ser ridiculizados en sus restringidos círculos. Llegado el momento de hacer balance, tras el derrumbe del castillo de naipes y una vez desenmascarado el supuesto filántropo financiero, el administrador judicial Irving Picard, encargado de la investigación, emitió un informe en el que concluye que las distintas instituciones bancarias que operaban en el mundo por cuenta de Madoff recibían un importante incentivo adicional por desviar la operativa de sus clientes hacia los fondos del macroestafador. No existía en todo el mercado otra operación que reportara mayores beneficios al colocador que los activos de Madoff. Picard no solo ha cuantificado el montante del expolio, sino que ha identificado a los expoliadores, cuyo botín sobrepasa los 1.000 millones de dólares. Entre otros, acusa a Morenés & Botín de haberse embolsado 110 millones de dólares extras en comisiones y de 45 millones al BBVA, demandados ambos junto a otros seis bancos internacionales (Citibank, Natixis, Fortis, ABN Amor, Merrill Lynch y Nomura). Estas son las nuevas evidencias, en las que se ha basado el estamento judicial norteamericano, para considerar seriamente la revocación del acuerdo extrajudicial al que llegó Botín, para eludir la acusación de estafa.

Javier Botín y Guillermo Morenés siguen impertérritos tras sus fiascos de Lehman Brothers y Madoff. Debido a su incalificable gestión, sufrieron una espantada por parte de una escarmentada clientela, pero los Botín y allegados jamás desfallecen. En 2011 y saltándose cualquier concepción ética, se hicieron con más de la mitad de clientes de la Sociedad Venture Finanzas, con el viejo truco de sobornar al mayor ejecutivo de cuentas David Joel. Con tal artimaña, el volumen de negocio de Botín & Morenés en la Bolsa española se disparó del 0,21 al 1,05%, pasando del puesto 47 al 27 en el ranking de brokers. Doy gracias al cielo por estar jubilado; este tipo de prácticas alevosas y barriobajeras me pusieron siempre de los nervios.

¿Sería una catástrofe si desapareciera la banca llamada de inversión y la actividad financiera regresara a los cauces mucho más controlables de la banca tradicional? En el seguimiento de los bancos de inversión, participa displicente la Comisión Nacional del Mercado de Valores; una institución totalmente inoperante que queda en evidencia cada vez que se le pone a prueba. La CNMV da por buenos los dictámenes de las sociedades de rating en un claro ejercicio de complejo de inferioridad ante el asumido prestigio de lo yankee. ¿Cuál es pues su función? ¿Qué clase de control ejerce cuando un banco como el Santander le cuela a sus clientes gazapos del tamaño de Lehman Brothers y Madoff?

¿Cuántos millones nos ha dejado la última remesa de primo Bernie?

El historial delictivo del noble clan de los Morenés se remonta a unos cuantos años atrás. Miguel Morenés, conde del Asalto (sería difícil hallar título más apropiado para él), fue figura destacada en la trama compartida por su suegro Bertrand de Caralt, consejero y principal accionista de Asland. Utilizó el dinero obtenido por la venta de la cementera para instrumentar un fraude de colosales dimensiones. En aquella ocasión, Bertrand de Caralt y Miguel Morenés solo tuvieron que ser comprensivos con el asumible chantaje al que les sometió el cartel encabezado por su señoría Pascual Estevill y el insigne catedrático Piqué Vidal. El pellizco para este par de mafiosos suponía algo menos del 1% sobre la cantidad defraudada; un negocio redondo y provechoso para ambas partes. Démosles gracias, además, a los padres de la patria, que tardaron más de veinticinco años en legislar sobre unos delitos que el franquismo contemplaba con benignidad, debido a que nadie que no fuera adicto al Régimen ocupaba un cargo de relevancia y, por tanto, cualquier delito cometido por un afecto difícilmente trascendía y, de trascender, la fiel judicatura no lo sancionaba. No era necesario darse prisa en impulsar modificaciones legales de este tipo, ya que los directos beneficiarios y sus herederos seguían siendo los más incondicionales servidores del nuevo orden. Ignoro si tendrá vela en este entierro el nuevo y patriótico ministro de Defensa, Pedro Morenés, al que por el bien de España y de su enésima revolución nacional-sindicalista, le deseo de corazón que protagonice la excepción que confirme la regla, dentro de la saga de los Morenés. No estaría de más, tal como están las cosas, que les diera un toque a los garbancillos negros de su familia, Antonio, Guillermo, Javier y Miguel, para que moderen sus impulsos y libren a España de nuevos expolios.

Pioneros de una inmoralidad

Hace ya unos años, se destaparon las emblemáticas «hazañas» de Mario Conde y Javier de la Rosa, que evidentemente cabe matizar. El primero fue un hombre inesperadamente enriquecido y seducido por el poder, que asegura ahora haber escarmentado. El segundo, un pionero y vocacional estafador que se coló en una fiesta de alto standing.

Si Mario Conde se hubiese moderado cuando ya disponía de una fortuna como para que vivieran de lujo diez generaciones de «condesitos», ahora sería una persona envidiada y respetada, como lo fue cuando se convirtió en modelo de la juventud pija española. En su vorágine, fue incapaz de frenar; cuando tuvo tres fincas quiso seis, cuando tuvo dos yates quiso tres, el jet privado se le hacía pequeño; al amarrar su yate junto al del rey, es probable que rezara para que este se hundiera y así poder ocupar su plaza. Así hasta que se creyó inmune; perdió la conciencia del miedo, sintió estar por encima del bien y del mal y, en este escenario, la sensación de plácida impunidad no conoce freno. ¿De qué le sirvió su supuesta inteligencia y ser el número uno de su promoción? Lo peor de esta gente es que no sólo se perjudican a sí mismos, sino que dejan tras de sí un reguero de damnificados. Todo ello no excluye que se aprovecharan sus debilidades para deshacerse de un huésped incómodo que hizo escuela creyendo ser el más guapo, el más rico, el más listo de los banqueros y el más prometedor de los políticos. Independiente de las razones de carácter jurídico que incidieron en la caída de Mario Conde, influyó más el líder de la oposición José Mª Aznar —que lo veía como un rival político— que el entonces presidente del gobierno Felipe González, que consideraba que la pugna entre ambos podía incluso beneficiarle. Lo verdaderamente determinante fue que Botín no podía permitir dos gallos en el mismo corral, sabiendo además que las vacas sagradas de la banca consideraban a Conde un advenedizo y así se lo hicieron saber a Juan Abelló, quien astutamente hizo mutis por el foro. Don Emilio se deshizo de un molesto rival en la banca y Aznar ya no tenía que preocuparse del inminente salto a la política del banquero gallego. No estoy en disposición de criticar los argumentos técnico-jurídicos esgrimidos en contra de Conde, pero sí puedo afirmar con rotundidad que sus actuaciones al frente de Banesto no fueron más deshonestas que las de la mayoría de sus colegas.

Cualquier proceso degenerativo transmitido por osmosis suele contar con una célula madre. Todos los indicios apuntan a la persona de Javier de la Rosa que lanzó al estrellato el modelo heredado de su progenitor. El destino me deparó que en 1979 viviera con relativa cercanía las hazañas de Antonio de la Rosa Vázquez en el Consorcio de la Zona Franca, donde estafó más de mil millones de pesetas (un récord en España antes de que se lo arrebatara su retoño Javi). No llegué a conocer personalmente al patriarca, pero sí a José Luis Bruna de Quixano, cliente de BANIF que fue inculpado por haber firmado los cheques que cobró el viejo De la Rosa. Bruna de Quixano era el consejero-delegado del Consorcio y Antonio de la Rosa le pasó premeditadamente a la firma, los cheques supuestamente destinados a la compra de unos terrenos. José Luis Bruna, fiándose del que era su presidente, los firmó y cargó con el muerto, mientras el viejo verde emigraba a Brasil con los millones y acompañado de una vivaracha jovenzuela. En España, lo peor que le puede pasar a uno es enfrentarse a un tribunal siendo inocente. Tras varias experiencias, he llegado a la conclusión de que con los jueces sucede lo mismo que con los árbitros deportivos; son rehenes de la ley de la compensación. Parece que se ensañen con los inocentes, para compensar las sentencias de quienes siendo culpables salen absueltos.

El delfín Javier de la Rosa no apareció en escena al ventilarse el caso del Consorcio de la Zona Franca, aunque abrigo fundadas sospechas de que en los trapicheos de su progenitor actuaba entre bambalinas. A nadie pareció importarle que los cheques de la estafa hubieran sido hecho efectivos en la Banca Garriga Nogués, que por aquel entonces ya mangoneaba el joven De la Rosa.

Javier de la Rosa. Recolector de óbolos dominicales en la parroquia de Santa Gema y fiel cumplidor de los mandamientos de la ley de Dios; especialmente del cuarto: «Honrarás a tu padre».

Javier de la Rosa fue el gran precursor en España de una banca de inversión exenta de toda ética. En 1984, perfiló su primera gran estafa «Quash-Tierras de Almería», siendo consejero-delegado y vicepresidente de Banca Garriga Nogués (el banco de negocios del grupo Banesto). La sociedad almeriense estaba participada por el banco matriz y por un grupo de notables saudíes y kuwaitíes. La presidencia del Banco Español de Crédito la ostentaba entonces Pablo Garnica, flanqueado por un consejo de notables octogenarios. Javier de la Rosa obsequiaba habitualmente a los seniles consejeros con una bandeja de frutos exóticos procedentes de Almería y, poco a poco, se fue granjeando la confianza de aquellos ancianos; este chico promete, se decían entre ellos. Fue convenciendo poco a poco a los miembros del consejo para que suscribieran acciones de Tierras de Almería a título personal, implicándolos de esta forma en un premeditado plan. Cuando el falaz proyecto se desplomó —tal como era de prever—, el terror se apoderó de los honorables consejeros que temieron ver manchada su impoluta y secular trayectoria bancaria. El resultado fue que Banesto no se opuso al laudo que lo condenó a cubrir el agujero que superaba los 10.000 millones de pesetas de 1985. Javier de la Rosa se apuntó un tanto ante los saudíes y kuwaitíes, que recuperaron su inversión. La gratitud árabe propició que, unos años más tarde, celebrara su rentrée en las altas finanzas, cabalgando cual nuevo Atila a lomos del corcel de KIO. La historia ya la conocen ustedes; por donde pisó, no volvió a crecer la hierba.

Javier de la Rosa me fue presentado por Ramón Trias Fargas, cuando era un joven analista en el Servicio de Estudios de Gesfondo-Banco Urquijo. No podía imaginar que aquel individuo que me tendía su cimbreante mano iba a convertirse en uno de los mayores pillos de la historia. Años más tarde, nuestras oficinas en la avenida Diagonal de Barcelona estarían separadas únicamente por la desaparecida cafetería Balmoral. Su mano derecha, Jorge Ventosa, era hombre reservado que adoraba a su hermano Ignacio —con quien yo compartía funciones ejecutivas en BANIF—, a quien me unía una gran amistad (lamentablemente un infarto truncó su vida). A través de este nexo, tuve ocasión de seguir muy de cerca la insólita carrera de De la Rosa. El hombre de KIO cumplía el precepto dominical en la parroquia de Santa Gema. Era enternecedor verle comulgar con cara circunspecta y, como buen cristiano temeroso de Dios, pasar la bandeja por una hilera de bancos, mientras Josep Lluis Nuñez —entonces presidente del Barça—, con reprimida emoción, se encargaba de hacerlo por la otra. La surrealista escena superaba a la de la mejor película de Buñuel, cuando ambos confluían en el altar mayor para realizar con pía compostura la ofrenda de los óbolos. Apenas tuve tiempo de agitar el cuello para saludarle, cuando en un par de ocasiones me crucé con él a la salida del templo, mientras dos «gorilas» lo llevaban en volandas hasta el coche blindado, que le aguardaba aparcado en doble fila, junto al tenderete en el que se vendían con total desfachatez y dispensa eclesial, souvenirs de Tejero, José Antonio y Franco.

Incompetencia institucionalizada

Los valores con los que se había identificado la pionera banca de inversiones en España discurrieron de más a menos, al tiempo que iba alimentando la superficie de las cristaleras de sus oficinas y mermando la longitud de las faldas de sus recepcionistas. El organizado aquelarre financiero dispone de los adecuados cebos al que pocos ciudadanos con capacidad de ahorro pueden sustraerse. La incontrolada especulación ha convertido a la inversión mobiliaria en un mercado de compra, que se parece cada vez más al de diamantes o al de arte. Las señales de venta en una Bolsa a la baja suponen enfrentarse de inmediato a un cuello de botella, siempre penalizado y ocultado a sus usuarios por parte de las entidades de inversión. No es cuestión que afecte únicamente a las grandes fortunas; los damnificados son todos aquellos que participen en algún fondo de inversión, que hayan suscrito un fondo de pensiones, que pertenezcan a cualquier mutualidad o que sean titulares de una modesta cartera de valores.

Si atendemos a los Fondos de Renta Fija, no deja de ser curioso que el autogestionado Fondo de Reserva de la Seguridad Social fuera de los pocos que se salvaran de la quema, dejando en evidencia el sofisticado montaje de una prescindible banca de inversión. Este fondo público acumulaba a principios de 2009 —y desde su creación— una rentabilidad anualizada del 4,71%, frente al 1,38% que consiguieron de media los Fondos de Pensiones de Renta Fija, gestionados por las instituciones financieras —ninguno superó el 3,8% y algunos acumularon pérdidas superiores al 10%—. La estrategia del Fondo de la Seguridad Social, conocido como «hucha de las pensiones», es muy simple: consiste en no realizar ningún tipo de gestión. Se limita a adquirir bonos del Estado de España, Alemania, Francia y Holanda y los mantiene en cartera hasta su vencimiento, percibiendo los correspondientes intereses. Una clara constatación de que, en ocasiones, se puede obtener mayor rendimiento de una cartera inmovilizada que confiando la gestión a pretendidos especialistas, que en muchos casos no hacen otra cosa que enredar con el trading, generando para sí suculentas comisiones de compra-venta, sin ninguna garantía de obtener mejores resultados.

Respecto a la renta variable, cualquier banco o sociedad gestora tiene acceso a la información necesaria y bebe de las mismas fuentes, para acertar con la inversión supuestamente más adecuada. Por el contrario, si se encienden las luces de alarma que aconsejan una venta inmediata y todas las instituciones —en cumplimiento de su obligación— pusieran masivamente sus títulos en el mercado, provocarían el consiguiente hundimiento de las bolsas ante la ausencia de demanda para absorber todo el papel a la venta. Es por ello que las instituciones gestoras están inhabilitadas para corresponder con lealtad a lo que cualquier inversor debe esperar de su administrador mobiliario: proceder a la inmediata venta de los títulos, cuando todos los indicadores prevén un desplome mantenido de las cotizaciones. Cuanto mayor sea el monopolio bancario en la gestión mobiliaria, menores serán las posibilidades de responder adecuadamente a una situación bajista de la Bolsa en beneficio de los inversores, Ante una restricción de la demanda con previsiones bajistas, la banca dará siempre prioridad a la liquidación de sus propias posiciones, en detrimento de las de sus clientes. Son las ventajas de actuar al mismo tiempo de juez y parte. El fenómeno se multiplica en los mercados estrechos, agravado en el caso español, porque a mediados de los ochenta la banca decidió monopolizar la gestión mobiliaria institucional, no contenta con el control que ejercía y sigue ejerciendo sobre el 80% de la capitalización bursátil.

A las limitaciones estratégicas tenemos que añadirle las barreras burocráticas. En el caso de pretender variar su política de riesgo, los Fondos de Inversión Mobiliaria se ven condicionados por un pétreo proceso burocrático, que les impide reestructurar sus carteras de forma inmediata, condenándolos a mantener posiciones indeseadas frente a un mercado bajista, con el correspondiente perjuicio para sus partícipes. Sucede algo parecido con las carteras de valores de particulares, debido a que las autoridades europeas —en un intento por atajar determinados abusos— optaron por endurecer los trámites, en los casos en que el titular decidiera variar sus objetivos de inversión, dilatando con ello la ejecución operativa y propiciando el deterioro de las posiciones. La ley de Murphy es en estos casos implacable; poco después de estrenarse en 2007 la nueva normativa europea de restricciones burocráticas, conocida como MIFID, las bolsas sufrieron el severo correctivo derivado del estallido de la crisis, dejando a millones de inversores algo más blindados frente a los manejos de sus gestores financieros, pero sin capacidad de reacción ante una debacle bursátil.

Seguridad, rentabilidad, plusvalía… son expresiones que suenan muy bien y que se plantean habitualmente como coadyuvantes de una buena gestión, pero que en la mayoría de los casos no son más que músicas celestiales interpretadas al ritmo de la ingenuidad de millones de clientes en todo el mundo. Por lo que respecta a la renta variable, estos conceptos son casi siempre incompatibles y en muchos casos contradictorios. No es necesario darle demasiadas vueltas: o se asume un elevado riesgo para obtener un posible beneficio o uno se enroca en una inversión de renta fija que apenas consigue superar la inflación y cuya rentabilidad se verá mermada por las comisiones de gestión aplicadas por la entidad gestora. Si la opinión pública cayera en la cuenta de que la gestión institucional, tan sólo reporta beneficios a las entidades gestoras y muy escasos o nulos a sus usuarios, sería el principio del fin para ellas. He conocido el cabalístico corporativismo de médicos y jueces, pero el colectivo de banqueros y asimilados los supera con creces. No tiene por otra parte nada de extraño si atendemos al hecho de que la perpetuación de este gran negocio depende de la inviolabilidad de su blindaje.

La aplicación de la ortodoxia a la inversión bursátil no suele hacer rica a la gente; tan solo hay que fijarse en el poco interés que pone en la teoría analítica el ala dura de los especuladores. Descubrieron hace tiempo que, sumergiéndose en cualquier tipo de análisis fundamental, gráfico o de volúmenes, consiguen los mismos resultados que echando una moneda al aire. ¿Cómo se explica que gente que está en disposición de beneficiarse oficial u oficiosamente de la mejor información se arriesguen por los caminos de la delincuencia? ¿No es esta la más palpable demostración? Infinidad de ejemplos avalan esta evidencia: Manuel de la Concha era a principios de los noventa el Síndico-Presidente de la Bolsa de Valores de Madrid; en un sector financiero lleno de lagunas legales —que apenas contemplaba los delitos financieros— no existía en aquel momento en España otra persona «privilegiadamente» mejor informada. Poseía en sus manos toda la información del mercado de valores y sin embargo, para enriquecerse, tuvo que traspasar el umbral del Código Penal y, junto a mi ex-patrón Jaime Soto López-Dóriga, organizar en Ibercorp un burdo montaje que haría enrojecer de vergüenza al más zoquete de los estafadores. En 2008, el broker Jéróme Kertviel de Société Générale —que tenía a su alcance la mejor información sobre la evolución de los mercados— sintió la llamada de la avaricia y no encontró mejor camino para satisfacerla que manipulando la información, introduciéndose en el sistema de datos con identidad falsa y provocando entre sus clientes un agujero de 4.900 millones de euros. ¿Qué creen ustedes que pensarían estos?; pues que si este individuo tuvo que recurrir al expolio para hacerse rico, ¿qué demonios estaba haciendo, gestionando nuestro patrimonio y dándonos lecciones de cómo invertirlo? Pocas personas en el mundo estaban mejor posicionadas y tenían a su alcance la más exclusiva información sobre mercados financieros, que el que fuera presidente del Nasdaq, Bernard Lawrence Madoff, «Bernie» para los amigos. Genios de las finanzas como Botín y asociados no sólo actuaron como comisionistas del mayor estafador financiero de todos los tiempos, sino que decidieron investirlo como gestor, administrador y depositario de su hedge fund Optimal. Quizás les llame la atención que «superBernie», con todo el arsenal informativo a su disposición, no encontrara mejor salida para enriquecerse que la de ponerse a la altura de un delincuente común y montar un escandaloso timo piramidal, con el que consiguió implicar a Botín en la versión más hortera del tocomocho. A los tribunales USA les corresponde aclarar ahora si fue en calidad de gancho o de ambiciosa víctima.

Si tras reflexionar sobre lo leído, el lector sigue pensando que todo el engranaje institucional de asesoramiento y gestión bursátil es mucho más que un gigantesco bluff es que algo o alguien le han distraído mientras leía y se ha saltado algún párrafo. Es normal que muchas personas, deslumbradas por la potencia de los focos y la sofisticación del montaje, alberguen dudas al respecto, pero en mi caso, y después de haberlo percibido de forma tan cercana, hace tiempo que expulsé cualquier incertidumbre de mis albergues.