Capítulo 6

Up & Down

Las amistades peligrosas

Su majestad Juan Carlos I y el teniente general Milans del Bosch fueron dos de los clientes gestionados por BANIF de cuyo comité asesor tuve el privilegio de formar parte. No se sorprendan; por BANIF pasó la creme de la creme del establishment patrio y de no mediar algún episodio tenebroso, en este club se llevan todos a partir un piñón. A Jaime de Marichalar se le hizo un contrato de trabajo temporal —previo a su boda con la infanta Elena—, para enriquecer su currículo, en un vano intento por revestirlo de un barniz financiero. También hizo su pertinente training el heredero de Carlos X y aspirante al trono de Francia, Luis Alfonso de Borbón; este es un chico más formalito, aunque dejó bien patente que en su vida había dado un palo al agua.

Gonzalo Milans del Bosch, sobrino del teniente general, fue a lo largo de doce años mi consejero-delegado. Nuestro ideario político no es coincidente, pero es persona culta y de trato amable, que rebosa por los poros su formación británica. Durante los años que colaboré con él, fui testigo de cómo, desde la autoimpuesta equidistancia, supo hallar la solución pertinente a cada reto. Experimentó una especial sugestión por Cataluña e hizo enormes esfuerzos por entender el que consideraba «especial carácter catalán»; actitud que siempre le agradecí. Estoy convencido de que, si nos sentáramos a dialogar, llegaríamos incluso a un acuerdo respecto al secular contencioso Cataluña-España.

Entiendo que hay que conceder un plus de confianza a quien —pese a su peculiar ideología— es capaz de hacer abstracción de la misma e instalarse en el pragmatismo de lo cotidiano. Asistí complacido a su boda con una buena amiga, celebrada un 23 de febrero como guiño personal a su tío, que no pudo asistir por hallarse en prisión. No pasó por mi cabeza censurar el homenaje familiar a un hombre de honor, que sobre todo era hijo de sus circunstancias y de cuya actuación en el golpe de Estado quedan pendientes por escribir varios capítulos.

José era el director de Administración de BANIF y mi fraternal «enemigo». La eterna lucha logística de cualquier dirección regional frente al sempiterno Madrid forma parte del paisaje de cualquier actividad y hay quien lo ha padecido con una sonrisa. Lo bueno de estas escaramuzas es que, cuando dos bichejos partidarios del «jogo bonito» se enfrentan, con el paso del tiempo acaban haciéndose amigos. José se encargaba personalmente de la administración del teniente general Milans del Bosch y supongo que, para restañar alguna reciente herida, me invitó a acompañarle en una de sus periódicas visitas a la prisión de Fuencarral.

Los dos primeros puestos en el ranking de militares monárquicos los ocupaban Jaime Milans del Bosch y Alfonso Armada. Precisamente este último, junto con Torcuato Fernández Miranda, fueron los preceptores del rey en los años en los que la educación influye en la personalidad y marca indeleblemente a cualquier persona. También fueron sus máximos valedores como candidato al trono.

Joaquín Milans del Bosch i Garrió fue capitán general de Cataluña y Jefe del Cuarto militar de Alfonso XIII. En esta familia se puede ser golpista o monaguillo, pero la lealtad monárquica y el sentido del honor se llevan en el ADN. Su nieto Jaime Milans del Bosch —fiel a su estirpe— nunca eludió sus responsabilidades en el golpe, ni pidió jamás clemencia. Era de estos militares que causan respeto aun yendo en pijama. Cuando uno le miraba a los ojos, descubría en ellos el honor y el sentido del deber en estado puro. Al teniente general trataron de envenenarle mientras permanecía en prisión (o al menos eso aseguraba) y entre la familia existía obviamente el temor de que se concretara tal posibilidad. No se puede decir que consiguieran minar sus principios pero, sin duda, algunos de ellos experimentaron en su interior una sensible evolución.

Joaquín Milans del Bosch i Garrió; abuelo del teniente general golpista y patriarca del linaje de militares de mayor lealtad monárquica. Defensor a ultranza de la restauración borbónica, recibió la Cruz roja al Mérito Militar de manos de Alfonso XIII.

Al teniente general le producía arcadas cualquier referencia a la tan cacareada resistencia del monarca y de su secretario Sabino, asediados por conspiradores y defendiendo la democracia hasta el último aliento. Se refería a menudo a la participación de los servicios secretos norteamericanos, que, agazapados en la trastienda, no habían dejado de tener protagonismo desde el atentado a Carrero Blanco. José me hizo partícipe de la experiencia sufrida en anterior visita, acompañando a un familiar del teniente general, que le preguntó sobre la opinión que le merecía el rey. Sin mediar palabra, Milans del Bosch le agarró por el cuello y apretando con fuerza masculló: «Si fueras el Borbón, por el cielo te juro que no te iba a soltar».

En 1981 continuaba en vigor la llamada operación Diana, que preveía las actuaciones necesarias en el caso de que se produjera en España un vacío de poder. El teniente general Milans del Bosch, animado por Armada, actuó formalmente de acuerdo con esta operación de emergencia, de la que misteriosamente fueron destruidos todos sus vestigios. Pese a las coartadas oficiosas y oficiales, es una obviedad que la gran tardanza del monarca en comparecer ante los medios de comunicación abre muchos interrogantes ante cualquier observador objetivo. Sorprende, que el militar de mayor prestigio dentro del ejército, curtido en mil batallas —y tras liarla parda en Valencia—, no dude en obedecer las órdenes del rey, cuando este le ordena retirar los tanques.

Teniente General Jaime Milans del Bosch. Un militar con gran sentido del honor, de ideas reaccionarias y fiel a sus compromisos. Se le paró su reloj de bolsillo y pagó ingenuamente las consecuencias.

Por otra parte, unos mandos del ejército que debieron de estudiar táctica militar en la academia de Gila, pues sin contar teóricamente con el amparo real ocupan todo lo ocupable, excepto el palacio de la Zarzuela. No soy ningún estratega militar, pero si algún día se me ocurriera dar un golpe de Estado —y no contara con la explícita bendición real— no me pasaría por alto el mandar un destacamento a rendir una visita al monarca, aunque solo fuera por si acaso. Armada y Milans del Bosch sirvieron juntos en la División Azul y, por lo que parece, ya en aquella campaña se produjeron determinados comportamientos que aconsejaron a Milans del Bosch rebajar su confianza en Armada. Sorprende por tanto, que el teniente general se embarcara el 23-F en una aventura de tal envergadura, fiando exclusivamente en las consignas de Armada, cuando se tuteaba con el monarca y tenía la posibilidad de contrastar con él cualquier información.

Loar las virtudes de un militar de honor como Milans del Bosch no es incompatible con reconocer su condición de franquista irreductible, partidario del puñetazo sobre la mesa y de pasarse por el arco de triunfo todas las «zarandajas democráticas». A quien en realidad le corresponde el mérito de haber hecho fracasar el golpe militar en el ámbito doméstico es al teniente general Gutiérrez Mellado, por su mostrada habilidad para anticiparse a la jugada. Sin restar mérito a su valeroso comportamiento en el Congreso, lo que puso verdaderamente en valor su actuación fue haber ascendido en 1977 a Milans del Bosch al cargo de teniente general, propiciando así su nombramiento como Capitán General de la III Región Militar con sede en Valencia. Obviamente, su principal objetivo era apartarlo del mando de la Acorazada Brunete. De haber estado el teniente general al frente de esta división el 23 de febrero de 1981, es muy posible que la historia se hubiera escrito de otra manera. En último término, lo verdaderamente relevante de todo aquello fue que Giscard D’Estaing y Willy Brandt no estaban dispuestos a permitir de ninguna forma en Europa la reedición de viejos autos sacramentales y contrarreformas con sabor tridentino. Los dos mandatarios europeos fueron quienes, en último término, le hicieron ver al sucesor de Franco que aquella aventura no tenía ningún futuro. En la actualidad, cada vez se hace más complicado enmascarar hechos históricos y de repente se hace la luz al desclasificarse un informe del ministerio germano de Exteriores, sobre las conversaciones mantenidas por el monarca con el entonces embajador alemán Lothar Lahn: «Los cabecillas solo pretendían lo que todos deseábamos, que no era otra cosa que la restauración de la disciplina, el orden, la seguridad y la tranquilidad. La responsabilidad del golpe no debe recaer sobre los cabecillas, sino sobre Adolfo Suárez que despreció a los militares. Habrá que influir en el Gobierno y en los tribunales, para evitar un castigo demasiado severo a los golpistas, que sólo pretendían lo mejor». ¡Fantástico! Y como España es un Estado de Derecho, tito Jaime fue condenado a treinta años de los cuales cumplió ocho y yo me fumo un puro, mientras interpreto el Cara al sol en versión rap.

Al servicio del rey y de la banca

María Eugenia y Silvia Alonso Fernández-Miranda se quedaron sin padre siendo muy jóvenes. Durante años colaboraron conmigo en la dirección regional de BANIF y cultivamos una sincera amistad. Su tío materno, Torcuato Fernández Miranda, ejerció de padre de ambas y tuve ocasión de contrastar la inteligencia y categoría humana de aquel insigne personaje. Fue un animal político que no tenía espíritu de divo y, dentro de los límites que le fueron permitidos, mantuvo siempre una independencia intelectual; afortunadamente para él, no formó parte de ninguna de las familias del Régimen. De haber pertenecido a alguna de ellas, acumulaba sin duda mayores méritos de liderazgo que Carlos Arias para sustituir a Carrero Blanco.

Me consta que murió satisfecho al no haber tenido que pasar a la historia como el pregonero de la muerte del dictador. Torcuata Fernández Miranda fue un hombre sabio y el más hábil tramoyista que tuvo la transición. Lo definiría como alguien que abogaba por el bien común, pero que no se hubiese dejado matar por defender la democracia. Hacía las cosas, simplemente, porque correspondía hacerlas, considerando que era lo mejor para los españoles.

Torcuato Fernández Miranda. No pudo hacer más de lo que hizo.

Resulta sencillo para un broker medianamente cualificado actuar en periodos de bonanza bursátil; la auténtica dificultad estriba cuando hay que afrontar un periodo de crisis. En dos ocasiones tuvimos que enfrentarnos al más difícil todavía, al vernos forzados a obtener beneficios de una cartera con una Bolsa a la baja. La primera de ellas fue con la cartera del monarca y ya anticipo que ni él, ni el jefe de su Casa lo exigieron. El inefable presidente de BANIF, Manuel de Arburúa, excelente cazador de perdices, debía de estar a la altura, en su cita anual al ir a rendir cuentas ante el jefe de la Casa de Su Majestad. Hubo que recurrir a la imaginación. No voy a abrumarles con los detalles y tan solo voy a darles unas pistas: como ya he comentado con anterioridad, antes de la informatización de la Bolsa, los Agentes de Cambio y Bolsa disponían de una semana para liquidar sus operaciones y en consecuencia para adjudicar a uno u otro titular cada una de las partidas compradas o vendidas. En un colectivo tan «respetable», los monárquicos por tradición, vasallaje o conveniencia, ganaban por goleada y no hizo falta incentivarles en su fidelidad a la corona. La sociedad Privanza del grupo BBV administraba la otra mitad de la regia cartera y rivalizábamos para presentar mejores resultados. Siempre quise ser rey para no tener que molestarme en pedir a nadie que deseara lo mejor para mí.

El difícil equilibrio de la monarquía.

Mucho más que todo eso, me preocupa el caso del chico ese Iñaki. Muchos se rompieron durante años los cuernos en el Barça, para insuflarle los valores inherentes al club; se nos va a la Casa Real, se lía con unos políticos corruptos (valga la redundancia) y adiós principios. Si nos quedamos con la esencia del suceso, el caso del duque de Palma no difiere en absoluto del comportamiento de la inmensa mayoría de quienes acceden a parcelas de influencia y de repente ven sus mentes nubladas y presas de irrefrenables impulsos, que les conducen a cometer toda clase de tropelías. En condiciones normales, el escándalo no se hubiera aireado, pero sucede que de cuando en cuando se ventila alguna trama que de sus flecos pende algún «excelentísimo señor». De haber detectado con anterioridad la Fiscalía la implicación de un notable de tal calibre, nadie hubiera oído hablar ahora del caso Palma Arena y el cañonero «Urdanga» seguiría tan campante con su camiseta colgada en lo más alto del Palau Blaugrana y su estatua de cera, ubicada junto a la de la familia real. Llegado el caso y en aras del bien común, al gobierno de turno no le temblará el pulso para utilizar la potestad que democráticamente le concedieron los ciudadanos, para conceder indultos a quienes más méritos acumulen por su contribución a la sociedad, tal como hizo Alfredo Sáenz con su sociedad bancaria o el duque de Palma con su sociedad Nóos. No se puede decir que el comportamiento de nuestro monarca haya sido impecable mandando a su yerno a Estados Unidos para ver si colaba, contando para ello, con la inestimable colaboración de otro insigne beneficiado por la justicia —el «privilegiadamente informado» Cesáreo Alierta— que le procuró al innoble duque la representación de Telefónica en el «Nuevo Mundo», con la desinteresada colaboración de los sufridos accionistas de las «matildes»[1], que corrieron con los gastos.

Víctimas propiciatorias y «esquilmadores» impunes

La de BANIF es una vasta historia, que en su etapa pre-Botín —y tal como anticipé— pudo presumir de garbanzo negro en la persona de Jaime Soto López-Dóriga, quien tras utilizar a la entidad de plataforma para saltar como consejero-delegado al Banco Hispano Americano y situarlo al borde de la suspensión de pagos, se alió con el incalificable Manolo de la Concha, Síndico-Presidente de la Bolsa de Madrid, para fundar Ibercorp y montar un nuevo expolio que estalló en 1992. Abusando de la confianza que el gobernador del Banco de España, Mariano Rubio, depositara en la persona de De la Concha, fue elegido como coartada y a la vez como cabeza de turco para diseñar una auténtica chapuza financiera.

Jaime Soto sufrió sin duda el síndrome de la ambición sin freno, que es el castigo bíblico que un año más tarde haría estragos en la persona de su buen amigo Mario Conde. Uno de los directos damnificados de Ibercorp fue Juan Antonio Ruiz de Alda, que vivió con inmensa tristeza los últimos meses de su vida —cercenada por un fatal accidente— a causa de la traición de Soto, que lo había acompañado desde la fundación de BANIF.

Es de justicia romper una lanza en favor de Mariano Rubio. El participar en una sociedad familiar domiciliada en el extranjero no es a priori ningún delito. Determinados medios de comunicación al servicio de intereses políticos consiguieron hacer creer a una pintoresca opinión pública que mantener participaciones fuera de España —integrado en un grupo familiar— es en sí mismo sinónimo de corrupción. Tras el revuelo mediático y múltiples presiones políticas, una mediatizada justicia solo pudo condenar a Rubio por tráfico de influencias. Este era un novedoso delito incluido en el Código Penal, apenas cuatro años antes, y que de haberse aplicado con retroactividad hubiera acabado con todos los políticos, grandes empresarios y altos funcionarios en la mazmorra.

Mariano Rubio había depositado toda su confianza en su viejo amigo Manolo de la Concha, ex síndico de la Bolsa de Madrid, que desde Ibercorp gestionaba su cartera de valores. De la Concha tenía conferido poder por parte del titular y podía, por tanto, hacer y deshacer a su antojo. El auténtico delito de Mariano Rubio fue confiar en quien decía ser su amigo, que haciendo un uso inicuo de la confianza otorgada, utilizó la cartera de valores del Gobernador y la de otros clientes como plataforma para montar una burda estafa. Si en BANIF se hubiera producido un suceso similar al de Ibercorp —habida cuenta de que allí se administraban las carteras de las más altas personalidades del reino—, podría haberse provocado una crisis institucional de dimensiones y consecuencias imprevisibles. Manolo de la Concha no era un broker cualquiera; era un fedatario público, que había dejado la presidencia de la Bolsa de Madrid para fundar Ibercorp y conseguir una ficha bancaria —aprovechándose de un inmerecido prestigio institucional— para perpetrar a partir de estas credenciales una premeditada estafa.

Manolo de la Concha.

¡Dios santo la que lió!

A Jaime Soto, a Manolo de la Concha y a su socio Benito Tamayo, les correspondía cumplir una condena entre 15 y 17 años, pero… ¡oh, casualidad!, durante los siete que duró el proceso, desapareció el cargo de falsedad y fueron condenados a un año de prisión. Del caso Ibercorp derivó otro delito fiscal imputable a Rubio y ya he dicho que tal circunstancia era cuasi inevitable para la inmensa mayoría de políticos y altos cargos, cuya vida había transcurrido a caballo entre la dictadura y la transición. Al no haberse producido la ruptura con el franquismo, el continuismo tras un régimen autocrático siempre conlleva inconvenientes. Durante cuarenta años, poca gente hacía declaración de renta y la mayoría de quienes la hacían falseaban sus datos. El relajo era todavía mayor entre los afectos al Régimen, que, en su tiempo, tenían en todo momento las espaldas bien cubiertas. Si surgía algún problema, no tenían más que llamar al subsecretario correspondiente, antiguo camarada y asunto liquidado.

Tanto a Mariano Rubio como a la mayoría de altos cargos se les presentó un gran dilema con la reforma fiscal de Fernández Ordoñez y la consiguiente amnistía. Si se acogían a la misma, aflorando el patrimonio no declarado, la oposición y la prensa los hubieran masacrado; era fácil adivinar los titulares: «El Gobernador del Banco de España ha ocultado durante años al fisco parte de su patrimonio». La alternativa era no acogerse a la amnistía, continuar sin declarar y encomendarse a santa Rita. Mariano Rubio pecó de ingenuo y sobrevaloró su impunidad; otros políticos optaron también por la política del avestruz, aunque asegurando la jugada y optando por enviar sus dineros a algún paraíso fiscal o bien situándolo en un soporte de dinero negro de los que abundaban en la época y de cuyos residuos nos podrían hablar largo y tendido el fundador de Gescartera y el ex diputado e ilustre notario Luis Ramallo.

Mariano Rubio. Un caso digno de estudio entre los chivos expiatorios. Un ingenuo querubín, comparado con algunos de sus verdugos.

Manolo de la Concha no solo no dedicó ni un segundo a buscar una solución fiscal al patrimonio de su cliente y amigo —lo que era totalmente factible—, sino que lo dejó intencionadamente al descubierto cuando Ibercorp y Banco Ibercorp fueron intervenidos. Tenía el convencimiento de que la presencia de Mariano Rubio entre los damnificados le salvaría el cuello. La villanía de De la Concha le costó a Rubio el tener que pasar por la cárcel. No debió servirle de mucho argumentar ante el magistrado que la responsable indirecta de sus desajustes fiscales había sido la peculiar política fiscal de Franco. El pacto entre franquistas y demócratas exentos de legítima representatividad se sustanció en la llamada Transición, sin excesivas complicaciones y con connotaciones de punto final, pero cualquier funcionario o responsable público, imbricado en el anterior régimen, estaba potencialmente condenado a enfrentarse —en el momento menos pensado— a un triple salto fiscal y además sin red.

Mientras escribo este párrafo, me entero del fallecimiento de Manolo de la Concha a sus 77 años; no lo había vuelto a ver desde que saltó el escándalo de Ibercorp y por un momento me he parado a reflexionar. Me pregunto una vez más si vale la pena complicarse la vida de tal forma y permitirse un error de cálculo de tamaña magnitud, cuando uno tiene de sobras solucionada su vida y la de diez generaciones más. Solo podría entenderse si el procesado contara con previas garantías de impunidad judicial, que le permitieran conservar íntegramente los caudales expoliados —tal como sucedió en su caso y con la mayoría de delincuentes de cuello blanco—. No se me olvida lo que me dijo un día un magistrado al respecto: «No puedo asegurar que llueva, pero si me asomo por la ventana y veo que todos los transeúntes llevan el paraguas abierto, una de dos; o llueve o el mundo se ha vuelto loco».

La estafa de Ibercorp hubiera sido una más, entre las que se ven implicados determinados políticos y que siempre quedan impunes, pero en aquel caso llevó aparejado un grave error de cálculo por parte de Mariano Rubio, al no visualizar que los socialistas no cuentan en absoluto para quienes de verdad diseñaron la transición. Debió de esperar para trepar a que llegaran los suyos. Aquel par de estrafalarios muchachos con chaqueta de pana y gracejo andaluz eran un elemento decorativo más, en un proyecto de largo recorrido y a los que podrían utilizar a su conveniencia. El amparo de un cándido PSOE nunca será una buena decisión si te pillan en un renuncio de estas características. Con toda seguridad, Rubio no hubiera sido condenado de haber ejercido bajo el influjo de la derecha postfranquista; obviamente no por ser derecha, sino por el calificativo que la adorna. Mientras se mantenga el actual «régimen» político, no es fácil que vean pasar por la cárcel a ningún alto cargo del PP y mucho menos a ninguno de sus ministros. He sido testigo a lo largo de más de un cuarto de siglo del «conchabeo» azulón de las Españas: «Oye, Borja-Mari, de tu tema no debes preocuparte; mi padre apadrinó a don Anselmo, el del Supremo; y no vamos a dejar a uno de los nuestros en la estacada». Esto, que puede sonar a chiste, es una circunstancia más real que la vida misma y que en un centenar de ocasiones he visto producirse a mi alrededor. La historia continúa hoy más viva que nunca, transmitida por herencia familiar a hijos y nietos. A lo largo de dos décadas constaté esta realidad compartiendo cuartel con algunos apellidos ilustres: Martín Artajo, Merry del Val, Arburúa, Suances, Ruiz de Alda, Delclaux, Milans del Bosch, Camero del Castillo, Ybarra, Usera, Escámez, López-Dóriga, Domecq, Caballero, Terry, etc. Añadan a ellos a los March, Del Pino, Entrecanales, Villar Mir, Fierro, Prado y Colon de Carvajal, el condado de Fenosa, los Albertos y comprobarán que la lista coincide exactamente con la prole de quienes colaboraron desinteresadamente a financiar «la guerra de papá». Presencié, con asombro, cómo a finales de los ochenta el ex ministro de Franco, Sánchez Bella, traficaba con oro, diamantes y piedras preciosas, con una impunidad alarmante y con una cartera de ilustres clientes que hacían cola en la antesala de su despacho. A ningún comisario de policía se le hubiera ocurrido meter allí la nariz.

Será porque al final uno a todo se acostumbra, pero con el tiempo tampoco me pareció tan extraordinaria toda esta movida. No deja de ser un modelo estándar y un calco de lo que acontece, por ejemplo, en un país de mayor tronío que el nuestro y con gente mejor preparada, como es la extinta URSS.

Un ex alto cargo del KGB es hoy su «democrático» y oficioso presidente y los hijos de antiguos miembros del Soviet Supremo son ahora —tras el tránsito de la dictadura a la «democracia»— los multimillonarios capitalistas que pacen tranquilamente dentro y fuera de la nueva Rusia. No hay razón que nos legitime a mirar de arriba abajo a los rusos.

Durante un tiempo, me relacioné con Enrique de la Concha, hermano de Manolo y Agente de Cambio y Bolsa, destinado en Barcelona. Era un buen chico aunque algo peculiar. En la Barcelona preolímpica, existía en la parte alta de la avenida Diagonal un pintoresco carril-caballo, que procedía según parece de un antiguo derecho de servidumbre. Era una franja de tierra que había utilizado esporádicamente algún marqués —socio del Club de Polo— para darse un garbeo a lomos de su corcel frente al palacio Real. Pese a haber vivido toda mi vida en Barcelona, les puedo asegurar que no me había enterado de aquel folclorismo. No me pregunten cómo se enteró Enrique, pero a los dos meses de llegar a Barcelona, enfundaba su testa en un casco de jockey con glamour y Diagonal arriba, Diagonal abajo, paseaba a lomos de su yegua saludando al personal como si de la Feria de Abril se tratara. Se empeñó en que le acompañara en su cabalgada —supongo que para estrechar relaciones y que le pasara más órdenes de Bolsa—, pero me resistí como gato panza arriba. A él le podría parecer muy normal, pero traté de explicarle que si algún cliente o amigo me descubría por la Diagonal a lomos de una jaca, corría el riesgo de ser lapidado sin compasión. Y es que esos madrileños son muy suyos y acostumbran a ir a su bola.

Peculiaridades de los países PIGS

Habría que darle la vuelta a la mentalidad de los países PIGS (Portugal, Italy, Greece, Spain), que han crecido al amparo de la moral católica, de la ortodoxa y de su redentora absolución. En el mundo de las finanzas, las cosas no son blancas o negras, pero he podido constatar a lo largo de mi carrera, que la sociedad anglosajona y la moral calvinista parten con clara ventaja en el apartado de las honestidades y en especial, en la consideración de la inmensa mayoría de actores financieros respecto a quienes depositan en ellos su confianza. Los pillos son allí excepción, mientras que en los países meridionales conforman la regla.

Los países PIGS. Unidos por la religión y la absolución de los pecados.

No es cuestión baladí, que diferentes organizaciones religiosas cuyo inconfesado lema es «por el poder hacia Dios», estén fuertemente enraizadas en los más altos estamentos de la cúpula financiera, velando por los principios morales de unos seglares, de cuya actuación tenemos cumplidas referencias. No podemos pretender que sea de distinta forma, si los ungidos y penitentes asesores, pertenecen a una organización eclesial cuyas credenciales morales son los millones de casos de violaciones y abusos sexuales perpetrados a menores, a lo largo y ancho del orbe terráqueo. Aparte del Opus Dei, que dentro de la más pura tradición franquista se mantiene desde hace años infiltrado entre las élites financieras hispanas —al igual de lo que sucede en la mayoría de países periféricos—, son los Legionarios de Cristo, los que más activos se han mostrado en las últimas décadas como mecenas espirituales de los magos de las finanzas en nuestras latitudes. Solo hay que constatar la trayectoria vital de su «santo» fundador, para deducir los dictados de ejemplaridad moral que son capaces de impartir entre sus huestes mundanas. No voy a ser yo pobre mortal, quien diagnostique sobre la extracción divina y la legitimidad celestial de una determinada iglesia, pero al igual que cualquier persona que esté dispuesta a informarse, poseo suficientes evidencias para opinar sobre la condición moral de buena parte de sus contaminados catecúmenos. Algunos autores incluyen a Irlanda entre los miembros PIGS, pasando a denominar a este grupo de países como PIIGS. Un argumento más, que respalda la teoría de que en la deriva en este caso, de un país anglosajón, influye mucho más la permisiva ética de una religión con excesiva carga de predestinación y terrenal redención, que las connotaciones raciales o el ámbito geográfico. El caso inverso lo encontramos en Francia, donde sus especialísimas circunstancias, derivadas de haber albergado en su seno la Revolución Francesa, nos permite sacar conclusiones respecto a los comportamientos y a la gran capacidad de adaptación al medio de la Iglesia institución. La Revolución propició entre 1789 y 1799, la muerte de 2.400 clérigos (1.300 ejecutados públicamente); veinte mil de ellos abandonaron el sacerdocio y entre treinta y cinco y cuarenta mil emigraron. Los que se quedaron, asumieron los preceptos de la Revolución. El aviso no cayó en saco roto y sin duda determinó la posterior historia y las actitudes de la religión católica en el país galo. La Iglesia ya no podía reclamar sus derechos prerrevolucionarios de obediencia y aceptación entre el pueblo, ni lo que es más importante, recuperar su antiguo monopolio sobre la moralidad y la ética. Todo lo contrario de lo que sucedió en España, Portugal e Italia, así como en la ortodoxa Grecia.

Siempre me llamó la atención, la defensa a ultranza de muchos fieles ante los desmanes de unos eclesiásticos, que no dudan en ponerse el sexto y noveno mandamiento por montera, atentando además contra el código penal en sus artículos 74, 178 y 179. Intentan estos buenos cristianos justificar a sus pastores, colocando en el otro plato de la balanza, la labor que hace la Iglesia ayudando a los más necesitados. Hace poco, mantuve una larga conversación con un eminente nacional-católico, que desconociendo mis itinerarios, me venía reiterando tales argumentos. Por cuestiones de índole familiar, he tenido que desplazarme en una docena de ocasiones al Líbano y al corazón de Palestina; se sorprendería le dije, de la abnegada labor social desarrollada allí por Hezbolá y Hamás a través de sus madrasas; pero ello no exime a estas organizaciones de responsabilidad, cuando hacen saltar por los aires un autobús repleto de niños hebreos. Tan solo le quedó al buen hombre, el triste y tópico recurso de implicar en tan vergonzante actuación, al colectivo de bomberos y peritos agrónomos, argumentando que entre sus miembros también se dan casos de pedofilia y nadie se mete con ellos. Lo dejé por imposible, pues me molesta sobremanera, que la gente intente arremeter contra la limitada inteligencia que en su infinita bondad, Dios dispuso concederme. Normalmente, las cosas no acontecen por casualidad; el grupo de países PIGS, se corresponde con los que conservan claras reminiscencias de precedentes dictaduras militares de corte fascista, que han derivado en sistemas de perfil mafioso con interferencias clericales. En su momento, nada fue más fácil que poner de acuerdo a dos organizaciones de carácter jerárquico y alérgicas a las libertades, especialmente si una toca el palo de la política y la otra el de la religión, cerrando el círculo que atenaza la vertiente física y espiritual de las gentes y conformando el paladín ideal de sus sueños más eróticos: mitad monje, mitad soldado.

A raíz del segundo fiasco empresarial de la familia Ruiz Mateos y de su Nueva Rumasa, el informe de la Fiscalía Anticorrupción, desvela donde fueron a parar una parte de los ahorros de los incautos tenedores de pagarés que confiaron en esta familia de bendecidos delincuentes. A pesar de que se escenificó que las relaciones de la familia con el Opus Dei se habían deteriorado a finales de los ochenta —por los ataques de su patriarca a Rafael Termes y Luis Valls Taberner— las aportaciones del clan a la Obra, no se han interrumpido en los últimos años: Donación de la mansión «Sextante» (casa de retiro para miembros supernumerarios), aportación de 60.000 euros mensuales a lo largo de 10 años, más otros 25.000 euros mensuales de contribución al «santuario» de Torreciudad. Fueron asimismo recurrentes a partir de 2006, 30.000 euros mensuales destinados a la escuela de negocios de la Universidad de Navarra (IESE). Un prestigioso profesor de esta institución, fue precisamente el encargado de tasar el valor de las reservas de Jerez de las bodegas de Nueva Rumasa, cuyas conclusiones fueron el principal argumento para publicitar la campaña de pagarés, que han acabado por esquilmar a un puñado de místicos ahorradores sin distinción de creencias.

Coincidiendo con el acceso al poder de José María Aznar, la nueva aristocracia financiero-religiosa que sentó sus reales en España, fue la de los Legionarios de Cristo, que disputó con éxito su supremacía frente al Opus Dei. Los Ruiz-Mateos, se volcaron también con esta organización sectaria y sus aportaciones dinerarias se incrementaron, tras conocerse la delictiva vida de su padre fundador Marcial Maciel. Sus donativos de 150.000 euros mensuales a partir de 1996, representan la partida más generosa de este peculiar Robin Hood andaluz y de su tribu, que robaban los ahorros a quienes ingenuamente perseguían la máxima rentabilidad sin atender al riesgo, para entregárselos a los hijos espirituales de un auténtico degenerado.

Siempre resulta ingrato referirse a cuestiones de carácter político y religioso especialmente cuando no constituyen el tema fundamental del debate ya que suelen manifestarse polémicas y odiosas para quienes se sienten aludidos, pero a medida que fui entrando en materia, me di cuenta que por lo que respecta al caso español, resulta imposible orillar estas dos variables al abordar la actuación de nuestra oligarquía económica y financiera, si es que pretendemos obtener una adecuada respuesta. Un régimen de partidos de perfil endogámico consensuado con los miembros más irreductibles del franquismo, tenía que dejar a la fuerza huella. Diputados sujetos a una férrea disciplina de partido, que conforman las listas electorales en función exclusiva de su servidumbre al aparato. Una organización jerárquica que si la despojamos del barniz democrático, no desmerece en absoluto de un Soviet Supremo. Congresistas y senadores no son en este País, individualmente responsables de sus actos políticos. España es una especie de Fuenteovejuna política en la que cualquier responsabilidad queda siempre diluida en la dispersa oscuridad de la tribu. Este sistema organizativo es el que permite al jerarca de turno, ser el sólido interlocutor de los lobbys financieros dominantes, que siempre tendrán preparado un trueque que beneficiará a ambos. No es baladí el hecho, de que hayan sido precisamente los países PIGS, los más recientes protagonistas de regímenes dictatoriales de corte fascista. Los coroneles en Grecia, el franquismo en España, las rosas que se trocaron espinas en Portugal y la Italia de los neofascistas y misinos que sigue venerando a la nieta de Mussolini y cuya discrepancia con el que fuera líder del MSI Gianfranco Fini, y hoy hombre fuerte de Italia, se reducía al hecho de que este último se mostraba crítico con el antisemitismo. Cultura política, religión y responsabilidad ciudadana, son las tres variables que combinadas aleatoriamente, arrojan siempre los mismos resultados. Afectada por las consecuencias del fascismo nazi, nos encontraríamos también con el caso de Alemania, pero una cultura de país, una religión comprometida con la ética y una conciencia social, inmunizaron al pueblo germánico de los efectos secundarios de una ideología perversa. Algo parecido aconteció en la etapa colonial, sobre cuya herida no hace falta hurgar demasiado. Solo cabe comparar la América colonizada por católicos meridionales y la colonizada por protestantes anglosajones. En otras latitudes nos tropezamos con los ejemplos de Australia y Filipinas. No creo que resulte baldío, pararse un momento a reflexionar sobre estas evidencias desgraciadamente inmutables. Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que situaciones como esta, puedan ser revertidas. Incluso cambiando el curso de la historia con carácter retroactivo, no lograríamos intercambiar ni voluntades, ni actitudes. Correspondería a los antropólogos dar respuesta a tan ingrata realidad.

Debo prevenir al lector de que cabe la posibilidad de que un servidor esté diametralmente equivocado en sus conclusiones y que pudiera darse el caso de que represente un mérito sin precedentes el haber evangelizado el Nuevo Mundo con la única y verdadera fe. Que tras empalar a los más rebeldes, hayamos dotado a aquellos pobres desgraciados de una lengua que ni en sueños hubieran imaginado y que es hoy una referencia en el último rincón del Planeta; con el mérito añadido de que jamás se le ocurrió semejante iniciativa a anteriores ni posteriores colonizadores. Que pusimos en práctica un mestizaje que no es producto de primarios instintos, sino que fue inteligentemente diseñado, para elaborar una raza que se ha significado como punta de lanza de la civilización occidental. De ella han surgido los mayores genios de la humanidad, dejando bien patente que los suecos nos tienen una envidia malsana, ya que desde que se instauró el Nobel de las ciencias, no han hecho otra cosa que beneficiar descaradamente a los representantes de todas las Pérfidas Albiones. Dimos muestras una vez más, de pueblo poseedor de una sabiduría sin límites, al enfrentamos en 1936 a una guerra fratricida que jugó benéficamente en favor de los buenos españoles. Reiteramos nuestra ancestral habilidad, al consentir durante cuarenta años, una dictadura regeneradora de nuestros vicios e insanas costumbres. Llevamos a cabo una Transición ejemplar hacia la democracia, sin perturbar la paz de quienes se habían constituido en verdugos de media España, dirigida con suma habilidad por el sucesor que Franco paternalmente nos designó. Nos dotamos de una Constitución que es envidia de propios y extraños, que nos ha conducido a logros tan indiscutibles como los de que «España va bien» y que «estamos sólidamente posicionados en la Champions League de los países europeos». Ni en sueños podíamos haber imaginado algo mejor.