Banca frente a política
Experimento la sensación de haber ido atravesando distintas encrucijadas a lo largo de mi etapa académica y profesional en un marco cronológico de transformación socioeconómica, en el que, en mi caso, adquiere mayor protagonismo el mundo de las finanzas; un mundo que en España es un pañuelo y que lo era mucho más cuando desembarqué en él hace cuarenta años.
Tras mi viaje de bodas y previo paso por el correspondiente headhunter, la casualidad me llevó a ocupar el puesto de director de gestión patrimonial de DACSA, la sociedad de inversión y gestión de patrimonios del Grupo Banca Catalana. Tuve la oportunidad de trabajar a la sombra del único banquero atípico que se ha cruzado en mi camino: Jordi Pujol i Soley. A diferencia de sus colegas, anteponía la construcción de Cataluña y el respaldo a su tejido industrial al beneficio a corto plazo. Reconozco que su figura me impactó, no solo porque sometido al cerco del franquismo lograra salir airoso de tan desigual lucha, sino porque consiguió que los resultados de una entidad acosada y bajo sospecha fueran en aquellos años más que satisfactorios. Por un momento pensé que era posible conjugar banca con ideales, pero no tardé en comprobar que se trataba tan solo de la excepción que confirmaba la regla. Banca Catalana no era un banco al uso, era la locomotora económica del catalanismo y uno de los escasos atajos financieros en Cataluña, exentos de servidumbres al Régimen. Hoy han sido puestas en valor las capacidades negociadoras y el posibilismo de Pujol durante sus más de dos décadas al frente de la Generalitat de Catalunya, pero pudo beneficiarse de un entrenamiento intensivo y exigente en un medio totalmente hostil. Acumula el mérito de haber lidiado con un régimen político, que mostraba por el nacionalismo catalán la misma consideración que por rojos, judíos y masones.
A finales de 1974, abandoné el grupo de Banca Catalana, aunque seguí manteniendo un estrecho contacto con mis antiguos compañeros de profesión, con los que coincidía habitualmente como miembro del Instituto de Analistas de Inversiones. Jordi Pujol, por su parte, dejó la presidencia en 1977 para dedicarse en cuerpo y alma a la política.
Jordi Pujol i Soley. Junto a Ernest Lluch y Miguel Herrero y Rodríguez de Miñón, mis ídolos de cabecera. Los únicos que lograron hacerme creer que los principios morales pueden convivir con actividades de máximo riesgo. Por encima de cualquier ideología, acumulan lo que para mí son las tres virtudes capitales en peligro de extinción y que en el mejor de los casos sobreviven dispersas: inteligencia, sabiduría y honestidad intelectual.
Desde mi nuevo puesto de trabajo, seguí con sumo interés la evolución financiera del grupo de Banca Catalana. La profunda crisis industrial se empezaba a reflejar en las participaciones industriales de la matriz y en los resultados de su filial Banco Industrial de Cataluña, pero esta situación no se diferenciaba en absoluto de la de Urquijo, Bankunión y resto de bancos industriales, que acabarían siendo igualmente borrados del mapa, sin que nadie manifestara un especial interés en procesar a sus presidentes. El mayor pecado de Banca Catalana —aparte de haber apostado con excesiva nostalgia por un tejido industrial catalán en crisis— fue un crecimiento excesivamente rápido, que colisionó frontalmente con una severa y siempre inesperada crisis financiera.
Banca Catalana fue intervenida en 1982, mientras que en el BBV se frotaba las manos el hoy indultado Alfredo Sáenz, a la espera del regalo que Felipe González iba a poner en sus manos, al precio de una peseta por acción y que poco más tarde sería correspondido con el apoyo de la entidad vasca a la reconversión industrial española. Si en la actualidad obligaran a bancos y cajas a valorar su patrimonio inmobiliario e industrial a precios de mercado, el 75% de los mismos deberían ser intervenidos de inmediato y habría que revitalizar con carácter de urgencia el Fondo de Garantía de Depósitos. ¿Va Rajoy a atreverse —tal como ha anunciado— a coger el toro por los cuernos? ¿O se limitará a la tradicional y socorrida operación de maquillaje? Por si acaso el anuncio va en serio, los grandes bancos ya están creando sociedades paralelas en las que aparcar sus inmuebles (Altimira. Aliseda, Anida etc.), logrando con ello que ponderen al 100% en los activos de riesgo.
Dos años después de la intervención de Banca Catalana, la Fiscalía —representada por los comunistas Carlos Jiménez Villarejo y José María Mena— promovía una querella contra Jordi Pujol, pocos días antes de que fuera reelegido presidente de la Generalitat de Cataluña. El gobierno socialista de Felipe González, todavía identificado con el marxismo y disputando a Pujol la supremacía política en Cataluña, aprovechó la crisis industrial y bancaria para forzar la caída de una institución molesta para el lerrouxista PSOE de los ochenta. Intentó deshacerse del rival político promoviendo su procesamiento, pero, por fortuna para éste, las enrocadas y altas instancias jurídicas españolas estaban ansiosas por homologarse con Europa y por aparentar sacudirse el lastre que las ligaba osmóticamente a un régimen fascista. Declinaron utilizar la parte oscura de una Constitución pactada con la dictadura, que de habérselo propuesto les brindaba argumentos de sobra, tanto para descabalgar a Pujol, como para estrangular cualquier palpito surgido desde Cataluña. Sería impensable, por ejemplo, que el actual y contaminado Tribunal Constitucional —tras recuperar nostálgicas querencias— revocara hoy una ley como la LOAPA.
Mientras que el socialismo español miraba con indisimulado recelo la emergente y recuperada identidad catalana, ABC nombraba a Pujol «Español del año». En distintas ocasiones, se hizo patente la secreta admiración y matizada envidia que la figura de Jordi Pujol despertaba en Felipe González. Mientras el PSOE seguía aferrado al marxismo, Pujol identificaba a su recién creado partido con la social-democracia escandinava. Cuando las circunstancias socio-políticas le obligaron a reconducir a su partido hacia el centro-derecha, el PSOE se apresuró a declararse social-demócrata. Podría decirse que Pujol se convirtió, desde entonces, en el oscuro objeto del deseo por parte del socialismo y, aunque resulte paradójico, en su tantálico referente, obsesionado por arrebatarle la fórmula secreta de su identificación con la mayoría social catalana.
Volví a reencontrarme con Jordi Pujol en 1988, cuando una representación de BANIF fue recibida en el Palau de la Generalitat, con motivo de los veinticinco años de su fundación. Viví un momento de jocoso y reprimido morbo, cuando llegó el momento de presentarle al consejero-delegado de la entidad, Gonzalo Milans del Bosch —a tan solo siete años del 23-F—. Durante una fracción de segundo, percibí que el President fruncía levemente el ceño en un inconsciente gesto de sorpresa —tal vez preguntándose si era un 28 de diciembre—, pero, dada la solemnidad del acto, de inmediato recuperó el control y siguió a lo suyo. Al día siguiente recibí una llamada del Palau, para descartar que aquel Milans del Bosch fuera el famoso sobrino de la gabardina, que se dijo había participado en el fallido golpe.
Si en España no se produce un auténtico cataclismo, será siempre la derecha sociológica la que tenga la última palabra; la izquierda es un instrumento más en sus manos y a la que solo conceden cancha en periodos puntuales y por razones estratégicas. En realidad, viene siendo así desde las Cortes de Cádiz y no parece que tras la Transición hubiera cambiado nada en absoluto. En el bando de unos preconstitucionales y sumisos «demócratas» —con escasa y muy discutible legitimidad para ser consagrados «Padres de la Patria»—, había especial cuidado en no enervar a unos postfranquistas, cuyo control institucional perduró hasta que vieron garantizado su futuro en las metamórficas y risueñas faces de sus retoños. El gobierno socialista, en lugar de presentar batalla en este terreno, quemó sus naves en variopintos menesteres, sin caer en la cuenta de que estaban cediendo de forma irreversible todos los resortes del poder. Desde entonces, todo sigue atado y bien atado, en el contexto de una democracia que, en esencia, sigue siendo tan orgánica como lo fue en tiempos del Caudillo.
Un colectivo misógino
Tras la «redención democrática» y a pesar de la profusión de maquillajes, el neo-franquismo se mantuvo firmemente enraizado en todas y cada una de las instituciones patrias. Sirva de botón de muestra el colectivo de Agentes de Cambio y Bolsa; una hermandad que hasta el big bang de 1989 —y en comunión con sus servidumbres políticas— no cambió ni uno solo de los hábitos adquiridos a lo largo de cuarenta años. En 1973 el Agente de Cambio y Bolsa José Pamies —representante del colectivo en el tercio sindical— casi se desmorona en el parqué al enterarse por «el Reuter» del atentado a Carrero Blanco. El color de sus mejillas pasó de su habitual bermellón al rosáceo y de este al blanco polar en pocos segundos; por momentos, perdió la noción del tiempo y, desorientado, no sabía si tenía que comprar o vender. Pocos años después, se vería implicado en la primera crisis de Rumasa, al haber liderado la colocación de las famosas «Rumasinas». Clientes, amigos y conocidos perdieron todo lo invertido tras confiar en su desaforada recomendación. No resistió la presión y pocos días después decidió autoinmolarse. Algunos afectados sin entrañas definieron el suceso como daño colateral; sin embargo, la Santa Madre Iglesia, desautorizando a su San Agustín, permitió que fuera enterrado en tierra santa.
Mª Angeles Vallvé Ribera. Mi Agente de Cambio y Bolsa preferida y la primera mujer en conseguirlo (no en ser mi preferida, sino en ser la primera fedataria pública de las Españas).
Las oposiciones a Agente de Cambio y Bolsa no cabe más que calificarlas de draconianas para el ciudadano de a pie por muy capaz que fuera. Superadas las pruebas de aptitud, el nepotismo era el siguiente reto. Ser miembro del Opus Dei puntuaba lo suyo, a pesar de que no fuera condición suficiente. Había que superar la definitiva y pintoresca prueba de idoneidad ante los miembros de la Junta Rectora, comandada por su Síndico-Presidente. Utilizaban un juego de bolas blancas y negras, que uno a uno iba introduciendo en un recipiente. Si aparecía una sola bola negra, el aspirante era rechazado de inmediato y a ninguno de sus miembros se le exigía la menor explicación. Utilizando este corporativista tamiz, habían impedido a lo largo de los años el acceso a los sospechosos de desafección ideológica y también a cualquier hembra por el mero hecho de serlo.
María Angeles Vallvé logró romper en 1971 el veto y consiguió, al fin, ser la primera dama aceptada a regañadientes por el Colegio de Agentes de Cambio y Bolsa. No habían transcurrido todavía doscientos años desde que la Iglesia católica decidiera que las mujeres tenían alma, cuando unos fedatarios públicos acordaban en España —por estrecho margen— que las féminas podían ser ungidas para medrar tanto como los hombres y mediar públicamente en el mundo de las finanzas.
El día de su estreno, me encontraba en el parqué de la Bolsa de Barcelona distribuyendo mis órdenes de compra-venta. De repente, llegó a mis oídos un creciente murmullo, que en un primer momento relacioné con el runrún con el que los agentes y apoderados obsequiaban habitualmente a todo visitante que osara encaramarse a la tarima de contratación. No solían parar hasta que el intruso caía en la cuenta y a trompicones bajaba avergonzado los dos escalones que le separaban del mundo de los mortales. El corporativo abucheo no iba dirigido en aquella ocasión a ningún intruso; era el espontáneo recibimiento a la primera mujer que había tenido el valor de optar y por fin acceder al cargo de Agente de Cambio y Bolsa. Fue uno de los espectáculos más bochornosos que viví en el viejo parqué de la Bolsa de Barcelona. Transcurridos unos minutos —que me parecieron una eternidad—, el decano Borrell, como si de Julio César se tratara, levantó con parsimonia las manos para apaciguar a la turba. El acontecimiento me produjo auténtica vergüenza ajena, habida cuenta de que los protagonistas eran individuos con los que departía habitualmente. Desde aquel día —en mi imaginario— tocaron fondo como colectivo. Tal vez alguno guardara silencio, pero no recuerdo que nadie saliera públicamente en defensa de la recién incorporada. Mi natural tendencia a alinearme con los menos favorecidos hizo que, a partir de aquel momento, apoyara dentro de mis posibilidades a María Ángeles, pasándole todas las operaciones que pude. Por si acaso algún día se me olvidaba, Montse Arqué, directora del Servicio de Estudios de DACSA y feminista de pro, se encargaba de recordármelo. Poco a poco, Mª Ángeles logró superar el boicot inicial y jamás pude apreciar el mínimo rencor en su semblante. No me cabe duda de que aquel incidente lo lleva indeleblemente grabado en su memoria.
A partir de aquel momento el Opus Dei, que no tiene nada de feminista, pero aprovecha cualquier resquicio para velar por sus propios intereses, puso a sus huestes femeninas a preparar las oposiciones. Sucesivamente consiguieron colocar a Iluminada García e Isabel Estapé (desposada con el supernumerario y famoso reciclador de homosexuales Enrique Rojas), que aprovecharon el trampolín catalán para saltar posteriormente a la Bolsa de Madrid y presumir, ambas, de ser la primera dama Agente de Cambio y Bolsa en sede capitalina, ocultando su periplo catalán. Paradójicamente, fue al padre de esta última, Fabià Estapé, a quien en toda mi vida oí echar más pestes sobre el Opus Dei. Por mucho ruido que armen y por muchos altavoces mediáticos de los que dispongan, jamás podrán arrebatarle a Mª Angeles Vallvé el honor de ser la primera Agente de Cambio y Bolsa de las Españas.
Decisiones que marcan una trayectoria
Durante mi etapa profesional en el grupo de Banca Catalana, nuestros máximos competidores —y, sin embargo, amigos— fueron la gente de Gesfondo-Banco Urquijo, con Ramón Trias Fargas al frente. Ramón trató de convencerme en varias ocasiones para que me afiliara a su partido de cuadros Esquerra Democrática de Catalunya. Yo no estaba demasiado ni por la política ni por el interés de enrolarme en ella, aunque la cercanía a Pujol hacía que simpatizara con su movimiento político. Cuando ya en tono de broma, Trias Fargas seguía insistiendo, yo contraatacaba recomendándole que se pasara a Convergencia, ya que le depararía mejor futuro. Parece que al fin se rindió a mi capacidad de persuasión, pues acabó siendo investido, nada menos, que presidente de CIU. Al coincidir en alguna ocasión, recordábamos la anécdota y se reía con su característica y estentórea voz. No olvidaré a aquel hombre de tintes calidoscópicos y juicios contundentes. No me sorprendió la anécdota en la que un diputado comunista se dirigió a él llamándole compañero; la respuesta de Ramón fue automática: «¡Ah!, ¿pero usted también estudió en Oxford?». No hay mejor forma de definir la personalidad de un hombre que no estaba dispuesto a renunciar a su condición intelectualmente elitista, compensada con un aire calculadamente socarrón.
En 1974 me había incorporado en comisión de servicios al comité bursátil de la papelera Torras Hostench —cuando en la empresa ni siquiera habían oído hablar de KIO y muy poco de Javier de la Rosa—. Fue allí donde me tropecé por primera vez con Juan Antonio Ruiz de Alda. En un primer momento, aquel nombre me sonó a gesta patriótica. Era un tipo curioso; consejero-delegado de BANIF que disfrutaba con su Hewlett-Packard diseñando operaciones; de ahí su presencia en una comisión propia de analistas de menor rango. Debí de caerle bien, ya que a los pocos meses me ofreció la posibilidad de incorporarme a su empresa como subdirector regional en la nueva sede que la entidad iba a inaugurar en Barcelona. Era la decana en España y la primera entre las sociedades de gestión institucional y banca de inversión; una oferta difícil de rechazar para un joven economista. José María González de León, Agente de Cambio y Bolsa —eventualmente destinado en Barcelona—, ejerció de hombre bueno y me ayudó a diluir cualquier duda. Sentí abandonar el grupo de Banca Catalana, pero aquella decisión evitó que, pocos años después, tuviera que padecer su acoso y derribo.
Ruiz de Alda se desligó de BANIF al vender sus acciones al Banco Hispano Americano, poco después de que este adquiriera la empresa. Tras recalar durante una temporada en el Banco de Bilbao, accedió al cargo de Subgobernador del Banco de España, gestionando con habilidad la peor crisis bancaria que el país había sufrido hasta entonces. Al poco tiempo de cesar en el cargo, pereció en accidente de circulación junto a su hijo Miguel. Pueden llamarme paranoico, pero nunca vi claro aquel accidente de un camión chocando frontalmente con su vehículo, en un momento de oscuras convulsiones financieras y en pleno procesamiento del gobernador Mariano Rubio. Juan Antonio era hombre de principios y honesta tozudez, que se había granjeado la enemistad de personajes que acostumbran a medrar por encima del bien y del mal. Siempre abrigaré dudas respecto a aquel accidente, al igual que sobre el asesinato de los marqueses de Urquijo. Por supuesto que no poseo ninguna evidencia, pero puedo dar fe de cómo el marqués se oponía como gato panza arriba a que el Hispano Americano se quedara con su banco. Durante años consiguió impedir la operación y, una vez eliminado, esta se realizó sin mayores contratiempos. Una vez «suicidado» el único testigo de cargo, Rafi Escobedo, se diluyó cualquier posibilidad de que aquel luctuoso acontecimiento pudiera ser algún día aclarado.
Alberto Oliart. Uno de los escasos banqueros al que se puede salvar de la quema. Probablemente debido a que su paso por el sector financiero fue fugaz y no tuvo tiempo de contaminarse.
A raíz de la compra de BANIF por parte del Banco Hispano Americano, tuve ocasión de encontrarme con Alberto Oliart, a la sazón consejero director general de la entidad, a quien acompañaba en sus visitas a Barcelona el hoy divulgador científico Eduard Punset, en su calidad de director del Servicio de Estudios del Banco. No podía imaginarme en aquel tiempo que me encontrara frente a dos ministros in péctore. El paso de Oliart y Punset por la banca fue relativamente fugaz, al ser muy pronto requeridos para la política por Adolfo Suárez. Si tuviera que definir a Alberto Oliart en aquella etapa de su vida, diría que era un hombre desgraciadamente afortunado; la suerte le sonrió en dos ocasiones a través de la lotería, pero le fue cruel y esquiva en el ámbito familiar. Sus hijos Alberto y Antonio fallecieron en sendos accidentes. Su hija Isabel fue compañera en BANIF y disfruté de su cómplice amistad al compartir paisanaje. Era la responsable del departamento de arte de BANIF y, tal vez porque el arte no tiene fronteras, acabó compartiendo el pan y la sal con Joaquín Sabina. Cuando abandonó la entidad, perdimos el contacto, pero sentí alivio al enterarme de que supo rectificar diecinueve días y quinientas noches más tarde.
Eduard Punset. Su mayor mérito radica en no haber destacado ni como político ni como banquero,
(caricatorres)
Punset es un sabio tan multidisciplinar como despistado. En una ocasión —tras ser nombrado ministro de Relaciones con las Comunidades Europeas—, debía acompañar al rey en uno de sus viajes y llegó corriendo al aeropuerto con la corbata colgando del cuello. Juan Carlos, en un acto espontáneo, le ayudó a hacerse el nudo. No creo que mucha gente pueda presumir de que un rey le haya anudado la corbata, aunque tampoco creo que Eduard le concediera a aquella anécdota mayor importancia.
En 1982 se produjo la absorción de Bankunión por parte del Hispano Americano. Acompañado del director de Recursos Humanos, me desplacé a la sede del absorbido banco, con el encargo de hacer bajar a la tierra a alguno de los directivos que se agarraban heroicamente a la moqueta, pese a que su Consejo de Administración ya había decidido su suerte. Allí estaba, en su canonjía y con aires de grandeza, Carles Tusquets Trias de Bes, que poco antes había sido centro de atención por parte de la prensa al haber mediado como tesorero del Barça en el fichaje de Maradona. Recuerdo que trató de intimidarnos, girando displicentemente hacia nosotros el dorso de su muñeca, con la aviesa intención de deslumbrarnos, aprovechando el impacto de un rayo de sol en su rolex de oro. Con todo el dolor de mi corazón, tuve que anunciarle que a partir de aquel momento pasaba a convertirse en consultor comercial. Creo recordar que no duró más de una semana en la entidad. Amparándose en su influyente familia, lanzó su anzuelo en el Ilustre Colegio de Médicos y, a partir de entonces, inició una meteórica carrera con base en Fibanc llena de claroscuros, que más tarde generaría un buen número de damnificados entre clientes y algunos colaboradores que huyeron despavoridos.
Carles Tusquets Trías de Bes. El hombre del rolex de oro.
(adn.es)
No voy a malgastar fuerzas para lanzar piedras sobre el tejado de tan ilustre miembro del colectivo burgués catalán, que a pesar de contar con un puñado de garbanzos negros constituye el último reducto de la resistencia civil catalana. No creo que Tusquets llegue a reconocérmelo, pero, de no haber mediado aquella amarga entrevista, es posible que hubiera continuado toda su vida como uno más de los bancarios fagocitados por otro entidad. Recientemente, le vi formando parte de la Comisión de notables que iba a solventar los problemas de Cataluña y el corazón me dio un vuelco; menos mal, pensé, que la presidencia está ocupada por mi compañero de pupitre Salvador Alemany.
Bankunión y Banco Urquijo fueron fusionados por decreto, pasando a denominarse Urquijo-Unión y a renglón seguido absorbidos por el Banco Hispano Americano. Paralelamente, su división de capitales y su Gestora de Fondos pasaron a depender de BANIF. Por aquel entonces, Ramón Trias ya había abandonado la entidad y estaba dedicado en cuerpo y alma a la política. Hubiera sido violento que, junto a su mítico Departamento de Estudios, el maestro Trias hubiera pasado a depender de mi regional, en la que no me hubieran permitido darle cancha, debido al severo enroque corporativo que conlleva toda absorción bancaria, en la que el pez grande se come siempre al chico por muy eminente que este sea.
En plena crisis de los ochenta y tras una drástica reducción de su capital, las entidades financieras afectadas pasaban a depender del Fondo de Garantía de Depósitos, quien, tras su saneamiento, procedía a vender sus acciones a un banco o a un grupo de bancos —la mayor parte de ocasiones, al simbólico precio de una peseta por acción—. En los casos de Bankunión y de Banco Urquijo, estaba previsto que fueran adquiridos por un pool formado por los grandes del sector pero, inesperadamente, el Banco de España forzó al Hispano Americano a adquirir ambas entidades con tan solo una reducción del 50% sobre su valor nominal en el primer caso y de un 25% en el segundo. Tan peregrina e irresponsable imposición contribuyó a lastrar todavía más las cuentas de una entidad que ya empezaba a mostrar los efectos de la nefasta gestión de sus rectores Alejandro Albert y Jaime Soto López-Dóriga, que habían logrado maquillar momentáneamente la situación con trapicheos y alianzas foráneas, forzando un inestable equilibrio que se derrumbó en 1985 cuando el accionista Commerzbank dijo basta y se vieron forzados a dimitir, dejando paso a mi paisano, el bombero Claudio Boada.
Pocos conocen que, con el dinero amasado por la venta de antibióticos —y antes de su definitivo asalto a Banesto—, Mario Conde intentó la compra de Banco Urquijo-Unión, tras ser saneado por Claudio Boada. El viejo «sanador», al dictado de su instinto de perro viejo, decidió rechazar la oferta de Conde y vendérselo a los March, a pesar de que el engominado nuevo rico fuera el mejor postor. El mismo Claudio concedió a los mallorquines el correspondiente crédito blando, facilitándoles así la compra de un banco que había sido el orgullo de un infausto y malogrado marqués. ¿Pretendía Boada —por algún oculto motivo— favorecer a los March o simplemente no se fiaba de Conde?
Claudio Boada Villalonga. Listo como una ardilla y permanentemente obligado a elegir entre el pragmatismo y las servidumbres éticas. Se vio obligado en más de una ocasión a pegar un puñetazo sobre la mesa y, por ello, algunos le llamaron «el Claudillo». Es, sin embargo, un mérito añadido para cualquier catalán el hacerse respetar en la corte madrileña.
Sea como fuere, ahí terminó definitivamente la mítica División de Capitales y el Servicio de Estudios de Banco Urquijo. Su capital humano forjado durante años se dispersó por distintas entidades que se aprovecharon de las sinergias de aquella gran escuela. Ahí están algunos de sus eminentes y heterodoxos alumnos, ocupando entre otras las presidencias de Telefónica y La Caixa.