Anexo

INFORME: Dr. H. QUORZ

EXPEDIENTE: Alexander Mog

Sjörenstrom, 17 de abril de 2435

[…]Y finalmente, a la vista de los resultados anteriormente descritos, nos vemos obligados a concluir que la parálisis vital se ha producido por la introducción de una corriente parásita exterior en los circuitos eléctricos de alimentación, y que, por consiguiente, no ha sido detectada con la suficiente rapidez en la unidad de control. Circunstancia que hace aconsejable en lo sucesivo diseñar los centros de investigación como el de Sjörenstrom, de modo que[…]

Y en lo concerniente al objetivo final de nuestras investigaciones, hemos de concluir que el testimonio de Alexander Mog no puede ser el vehículo adecuado para esclarecer aquellos acontecimientos del pasado, toda vez que no se ha producido la más ligera mejoría en el cuadro esquizofrénico que venía padeciendo durante las últimas décadas. Basamos esta conclusión en los siguientes hechos:

1. A pesar de haber demostrado un profundo conocimiento científico acerca de la reproducción celular por radioisótopos, seguía obstinado en creer que su supervivencia era debida a ciertos acontecimientos bíblicos acaecidos en el momento de su congelación, y cuya influencia se extendería hasta su muerte.

Se ha empeñado en disminuir la importancia de todo este avanzado sistema de alta tecnología, servido por un completísimo equipo de científicos, que se ha montado a su alrededor, y sin el cual, como todos sabemos, hubiera perecido instantes después de su descongelación.

En realidad nos parece comprensible esta deformación ilusoria de creerse tocado con el dedo divino, considerando lo precario de sus condiciones físicas, en esta su segunda existencia.

Al llegar a este punto, el lobo comenzó a sonreír.

2. Todo su estado anímico no ha dejado de girar en torno a ese fantástico, y difícilmente creíble, relato de la expedición, atribuyéndole con obsesiva insistencia cualidades pocas veces superadas por cuantos relatos de ficción se han podido escribir. Antes bien (y en este punto disentimos radicalmente con el informe Raaginen), creemos que todos aquellos sucesos debieron tener motivaciones y desarrollo de la más cotidiana trivialidad, y estamos convencidos de que toda esa aureola de misticismo esconde hechos de dudosa comprobación. Aseveramos esto último por lo siguiente:

a). No parece plausible que los códices de que habla (encontrados efectivamente en Nag Hammadi en 1963) tengan la suficiente naturaleza teológica para albergar especulaciones acerca de su origen divino. Más bien se trata de una de tantas herejías de que está poblada la historia de la teología.

b). En cuanto a la ruta seguida (lo más difícilmente creíble), queda fuera de toda duda la imposibilidad de realizar a pie la monstruosa desviación de 1500 kilómetros que tuvo que realizarse entre el punto donde asegura haber terminado su viaje, y el lugar en que lo encontraron, máxime teniendo en cuenta que la marcha se realizaba con la lentitud suficiente para permitir excavaciones, análisis y prospecciones.

c). No existe ningún destacamento militar en la meseta de Gilf Kebir, ni Herodoto visitó jamás aquellas regiones, etc. Y, aunque profanos en la materia, nos permitimos poner en duda las citas y nombres alquímicos.

El lobo arqueó ostensiblemente las cejas, y volvió a sonreír.

3. Finalmente hemos de interpretar la obstinación de Mog por mantener deformadas las imágenes de su pasado como un claro rechazo a las mismas y a las circunstancias en que se vieron envueltas, lo cual, a su vez, puede tener significados distintos, e igualmente negativos, pero en todo caso inaceptables para nuestras investigaciones […]

RECOMENDACIÓN:

Fervientemente recomendamos proseguir las investigaciones tratando de encontrar otros testimonios, por dos hechos fundamentales: en primer lugar, la evidencia de un proceso catastrófico cuyas pruebas son demasiado evidentes para ser ignoradas; y en segundo lugar, hemos detectado que cualquier acontecimiento acaecido en el pasado de Alexander Mog, pero relativo a su vida anterior a la expedición, circunstancias, nombres, situaciones y pormenores científicos, ofrecen estricta verosimilitud con los datos que tenemos. Es decir, que la deformación psicopatológica comienza y se reduce a todo lo relativo a esa descabellada aventura, los personajes, los objetivos a alcanzar y su evolución. Mientras que todos los pasajes de su vida anterior están llenos de minuciosos detalles perfectamente válidos. Por todo ello, creemos que ese acontecimiento, sea el que fuere, debió revestir proporciones escasamente asimilables para la mente de Mog. Se trataría de algo extraordinario que ocurrió en su vida y que, además de convertirlo en un fenómeno científico de caracteres únicos, produjo una tremenda impresión en su subconsciente; hecho que no tendría para nosotros ningún interés de no haberse producido, creemos, simultáneamente con ese extraño proceso catastrófico que andamos buscando.

El lobo terminó de leer y levantó la vista hacia el amasijo de instalaciones del hospital Sjörenstrom. Sonrió como solía hacerlo cuando la elaboración de un teorema se veía coronada por una aplastante evidencia. Pero aquella vez se adivinaba un tinte de tristeza y resignación: la verdad, en aquellos momentos, les estaba resultando sumamente amarga.

¿Qué había ocurrido? ¿Por qué, a pesar de todos los esfuerzos por ambas partes, Mog no había sido mínimamente comprendido? ¿Por qué no se había establecido una mínima comunicación entre el testigo y los supervivientes?

Ahí radicaba su discrepancia con el doctor Watt. Para el lobo, lo importante no era descubrir las causas divinas de la catástrofe, el mecanismo cósmico que desplazó irreversiblemente el equilibrio terrestre; la verdadera tragedia residía en el hecho de que quienes hubieran podido extraer las necesarias enseñanzas de aquel culminante momento en que terminó la civilización occidental, no llegarían a saber lo imprescindible.

Tendrían que limitarse a creer, para su tranquilidad —en cierto modo relativa—, que Occidente, en aquella ocasión y pese a haber resurgido de las cenizas tras numerosas conflagraciones, se enfrentó con un fenómeno de naturaleza completamente nueva y extraña a la suya propia, y en el que no valió la tregua del arrepentimiento. El «demasiado tarde» no pudo ser pronunciado por nadie: un elemento muy superior a la guerra termonuclear que todos habían temido.

Se contentarían con lanzar las más extraviadas conjeturas de la abundante documentación rescatada, pero, en el fondo de sus pensamientos, era el tránsito lo que verdaderamente les preocupaba: ese instante, más o menos largo, por el cual una civilización se convierte en un desierto de cenizas sin más superviviente que un fenómeno insólito como Alexander Mog.

Habían estudiado meticulosamente la transformación social de los últimos decenios del siglo XX. En su aspecto negativo, el asalto al poder de posturas puramente demagógicas permitieron, por mera especulación de votos, los más increíbles desmanes contra la estructura económica del país, llevada a cabo por grupos falsamente anarquistas. El medio ambiente no se pudo proteger; creció la población y sus exigencias, al tiempo que caía vertiginosamente su productividad y su sentido realista; se debilitaron las defensas nacionales en manos de falsos idealismos, tan antinaturales como el proceso que acabó con ellos. Tenían entre las manos un juguete demasiado peligroso para no actuar con el más tajante realismo: la radiactividad.

Asimismo, y por el otro lado de la moneda, llegaron los nuevos moradores del planeta a conocer muy a fondo las especiales características intelectuales y humanas que alcanzó Occidente, y los pasos que lo hubieran podido transformar en una sociedad libre, irreductible, capaz de asaltar el cosmos como un conjunto colectivo de características gigantescas, en vez de limitar ese gran desafío, como en los siglos anteriores, a proyecciones individuales: los místicos, los yoguis, etc. El metal estaba templado para propiciar, por primera vez en la historia de la humanidad, la formación de una conciencia colectiva capaz de alcanzar los más altos niveles de iluminación y perfección.

Pero al final, interrumpiendo la evolución vital de esta colectividad, venía a interponerse una conclusión de gigantescas proporciones, dotada además de elementos completamente extraños cuya explicación debía irse a buscar al reto mismo, mucho más allá de lo cotidianamente tangible, y que quedaría sepultado para siempre en el silencio. La historia de los mayas, el colapso en el vacío de toda una cultura, volvía a repetirse inexorablemente.

El lobo extravió la mirada, con profunda pesadumbre, por la inmensidad apacible del paisaje noruego…