—¿Qué significa el lobo? —insiste obstinadamente, ahora hacia otro tema—. ¿Qué quiere decir ese diálogo en la libreta del doctor Watt? Sólo me ha leído unos trozos. Siga…
—Lo siento, Raaginen. Me es muy difícil… Ya me costó mucho volver a hilvanar todos esos recuerdos para construir un relato con la indispensable coherencia, pero las palabras del lobo, incluso su mismo significado, escapan totalmente a mi comprensión… Como puede ver, se trata de pasajes muchas veces de corte clásico, pero estoy seguro que encierran un significado muchísimo más avanzado que, repito, no puedo interpretar…
—Lea… Recuerde todo su contenido; sólo me ha mencionado un pequeño trozo, un par de frases a lo sumo. Debe haber más. Mucho más. Recuerde…
—Leí toda la libretita. Efectivamente, era un largo diálogo, pero no consigo… Es muy difícil, la memoria va y viene a oleadas, a lo mejor es culpa de la computadora… Le he contado todo lo que recuerdo. No me estoy guardando nada, no tendría sentido.
—Está bien… —dice al cabo de unos segundos, lanzando un largo suspiro—. Perdóneme, doctor Mog, pero debo hacerlo; es absolutamente indispensable que siga insistiendo hasta el fin… Usted… ¿Qué pasó luego? ¿Se quedó en el destacamento? ¿Encontró la civilización?
—No, Raaginen. La civilización me encontró a mí… En el cauce congelado del antiguo Harfud, que ustedes se empeñan en confundir con el afluente subterráneo del Histrión, pretendiendo, no sé por qué razón, situar el hallazgo al sur de Creta, donde no es posible encontrar una sima como la que ustedes describen en sus crónicas…
—¡Es cierto, Mog! No le encontraron en la meseta de Gilf Kebir, sino mil quinientos kilómetros al norte, cerca de Creta. Es absolutamente cierto… Necesito saber cómo llegó hasta tan lejos y por qué. He estado escuchándole durante más de veinte horas con la esperanza de que sus palabras diesen un poco de luz a esta gran incógnita, en la que está forzosamente sumergida nuestra civilización. No puede abandonarme ahora. No puedo hacerlo… Debo saber quién era el lobo, qué fue de sus compañeros… ¿Qué pasó después?
Su voz se ha ido apagando, después de volverse ronca por el esfuerzo, cada pregunta ha ido agotando las escasas fuerzas con que ha podido llegar al final de este largo relato. Sus últimas preguntas apenas son audibles. Siento una profunda lástima por él y al mismo tiempo le aprecio. Se ha doblado sobre sí mismo, sin ánimos para sostener la cabeza. Todos estos signos que siguen inexplicables, las largas horas sosteniendo el micrófono a la distancia correcta, conteniendo las inflexiones de voz, negándose a interrumpir la visita para comer. No puedo terminar así, desde luego. Debo echarle una mano, aunque sea a costa de desfigurar la naturaleza mística de mi relato, la propia esencia del viaje. He estado eludiendo detalles técnicos y pormenores de organización con el ánimo de que comprendiera el verdadero significado, pero ha sido inútil. Me doy cuenta de que el objetivo está demasiado fuera del alcance de su visión tecnócrata y racional, y por ello se obstina desesperadamente en negarlo. Necesita un final objetivo, lógico y tangible.
He de socorrer esa torturada mente aun a riesgo de desfigurar todo este inmenso contenido, a lo mejor habrá alguien que escuche estas cintas magnetofónicas y prescinda de lo que es superfluo. También estoy seguro de que se dará cuenta de por qué lo voy a hacer, una consecuencia más de la tremenda dificultad que supone nuestra precaria comunicación. Voy a adentrarme en el caos galáctico que siguió, tratando de configurar una explicación lógica, un acercamiento del magma universal, que sea comprensible para su mente, completamente agotada por el extremo cansancio. He de agradecerle, también, el haberme permitido reflexionar una vez más sobre las antiguas vivencias, dotándolas, si cabe, de nuevas formas de interpretación; perderme intensamente en aquel sublime estallido, que sólo puede entenderse como la proyección del yo a niveles muy superiores, con la ayuda de fuerzas trascendentes a todo esquema racional. Por todo ello he de continuar, dotar de final a mi historia, en atención a este gran hombre decidido a entregar su vida por la civilización.
—Un momento, Raaginen, a lo mejor… El viaje terminó, como he dicho, en la expresión de la trilogía, una de las posibles formas de la trilogía metafísica…
—Mog, escúcheme…
La voz es casi inaudible, apenas un susurro a través de las sondas de audición. Él es ahora el protagonista, no ha tardado mucho, y está al borde del colapso. Siento cómo, de forma recíproca, esta historia me está abandonando, está dejando de ser mi historia para convertirse en la proyección del sufrimiento de este hombre. He de darme prisa.
—Al cabo de unos instantes me levanté. La imagen iba deformándose lentamente, y el triple perfil volvía a confundirse en la unidad, a permanecer en ella, pero ya no podía asegurar quién estaba arrodillado frente a la pared de estuco: simplemente, una figura vestida con una túnica blanca que inclinaba la cabeza hacia adelante, como intentando desaparecer en un sueño de pesadilla. Poco a poco comenzó a parecerme que la hilera de ruinas blanquecinas se iba convirtiendo en una procesión estática de figuras sin rostro. Avancé unos pasos para descifrar mejor aquellas piedras, cuyos salientes y grietas dibujaban tan bien rostros humanos. El hombre de la túnica blanca se había vuelto también, haciendo ademán de levantarse…
—Mog, por favor… —se oye la débil y ronca voz—. Necesito saber por qué le encontraron a más de mil quinientos kilómetros de Gilf Kebir… La civilización noruega necesita saberlo…
—Debe ser un error, amigo mío. Nosotros nunca abandonamos el desierto de Libia. La ruta de Herodoto está al este de la meseta.
—¿Cómo puede estar tan seguro de que nunca se encaminaron hacia el norte, más allá de la meseta de Libia?
—Pero… Eso es imposible, Raaginen. Nunca abandonamos Egipto. Después de Egipto viene el mar… Debería descansar un poco. Podemos pedir un aplazamiento de la sesión. No ha reposado nada…
—No, Mog, no podría descansar ahora. Continúe… Continúe por donde quiera.
—Todo lo que quiero es ayudarle, pero no creo que esté en condiciones…
—Por favor, continúe…
El hombre se levantó y dirigió sus pasos hacia aquel camino que descendía. Simultáneamente, la larga hilera de estatuas blancas cobró vida, convirtiéndose en una solemne procesión de monjes blancos. Le seguí, y a los pocos pasos comencé a reconocer sus rostros. Allí estaba Pierre du Crosse, monje albigense quemado en Beziers en 1224, en presencia del propio Monfort. Detrás venía maese J. Fuerbach, el célebre autor de los Medios de Paracelso. Recostado en su hombro, como adormecido, estaba su más querido discípulo, Rodón Olve, a quien Warwick había mandado degollar en Angulema sin escuchar su auto de fe.
En fin, una interminable sucesión de rostros familiares que habían iluminado nuestros difíciles pasos en aquella alucinada carrera hacia la verdad. Tuve el presentimiento de que mis compañeros, a los que había oído acercarse detrás de mí hacía rato, dibujarían el mismo rostro de callada desesperación de quienes sólo son meros espectadores del gran enigma y deben limitarse a ver partir al maestro hacia el gigantesco reto de la propia persona divinizada. Allí estaban también los discípulos de Fulcanelli, fundadores de la secta prohibida, que había gestado y alimentado la gran aventura, a pesar de que muchos tendrían que quedarse atrás. De pronto me volví… Fue un impulso… Nadie. Nadie había tras de mí. Había creído oír a mis compañeros… Estaba solo… Atrás únicamente estaba la mole fantasmal de los pabellones y la hendidura del desfiladero… Me volví otra vez.
Allá abajo, caminando hacia los barrancos, mezclado entre la solemne procesión, junto a los discípulos del gran maestro desaparecido en circunstancias tan misteriosas, estaba Jacobus Bosch mirándome con aire severo. Tras él había otro monje que se volvió hacia mí: era mi amigo y colega Howard Leiter; sonrió cariñosamente y me saludó con la mano. Detrás caminaban Joyce, Poe y Carlyle. Algo más rezagados, el doctor Adler, y Alexander Mog, y Raskolnikov, y mucho más allá, el resto. Todos habían acudido —los vivos y los muertos— en apretada procesión; los maestros y los discípulos, confundiendo sus nombres en un solo nombre universal… Sus hábitos eran blancos, arrastraban los pies sobre guijarros de lo que antes había sido una concurrida estación comercial, ahora silenciosa y… espectral.
No puedo recordar el tiempo que permanecí contemplando aquella procesión, pero cuando me di cuenta habían desaparecido pendiente abajo. Sólo permanecían los cánticos, al principio graves y distantes, sacudiendo progresivamente la tierra por el réquiem atronador. Entonces me asaltaron violentamente los recuerdos: la sofocante presión de un dios severo y mecánico sobre el niño Alexander Mog; estrangular una débil alondra llamada libertad con el kirie disparado sobre las paredes góticas, el hedor de los óleos y el mareo del incienso, la bota de clavos de los obispos paganos sobre la nuca; hincar las rodillas doloridas en el reclinatorio y rezar las palabras del miedo y la ignorancia secular… Clavar las rodillas cansadas en la tierra húmeda, tiznada de carbonilla; tierra de cenizas. Negar otra vez esa blasfemia que venía del pasado; imposición de adorar a un dios mecánico y bueno sólo a los atormentados feligreses de una de las Iglesias-Estado. Apretar otra vez los oídos para que el cerebro no se derrame; aullidos, gemidos, lamentos del joven Mog escupiendo al gran engaño que más tarde se le llamó libertad; el maduro Mog, los ojos cerrados, apenas sin respiración, letargo invernal; adormecerse a pesar del escozor, de las heridas, un sueño tan falso y buscado durante tantos siglos. Pobres infelices, los cánticos se disparan hacia el infinito, la tierra tiembla; y el viejo Alexander Mog intenta encontrar por fin a Dios donde únicamente puede estar: dentro…
—Mog… Mog… ¿Qué ocurre?
—Oh, Raaginen, esto ha sido demasiado… Si vuelvo a dejarme llevar por esos recuerdos tan intensos podemos correr el riesgo de provocar una interrupción por alta frecuencia, o alta concentración de adrenalina… Es tan difícil resucitar, amigo mío, traspasar un tiempo más allá del futuro… Pasado, futuro… Me cuesta encontrar la diferencia. Entonces el futuro consistía en lo que iba a venir como consecuencia de la evolución pasada, pero ahora, ¿qué significa futuro? Espere, Raaginen, tengo que ir despacio. No quisiera que nos interrumpieran ahora. Me sorprende enormemente que en el centro de control hayan permitido todos estos accesos emocionales…
Silencio. Minutos… Silencio.
—Dice usted —empieza de nuevo Raaginen— que oyó un estruendo, silbidos.
—Efectivamente. Los cánticos religiosos habían crecido en proporciones gigantescas. El momento tenía una fuerza trascendental y nada era capaz de menguar la transformación que estaba teniendo lugar, la tierra temblaba…
—Repita, repita eso.
—No le dé importancia. Todo eso ocurría en mi torturado interior. Probablemente usted hubiera experimentado otro tipo de sensaciones…
—¡Silbidos! El año pasado dijo que oyó silbidos…
—El kirie y el magnificat… Eché a correr colina abajo, hacia donde habían desaparecido mis compañeros. Mis pies parecían ingrávidos, movidos por aquel grito interior que los separaba de la tierra y los hacia volar, levantarse hacia el fluido…
—¿Qué vio? ¿Qué vio en ese momento? Es muy importante… ¿Fuego?
—No lo sé… ¿Por qué me lo pregunta? No recuerdo haber visto fuego ni nada parecido. Seguí corriendo hasta llegar a los barrancos, por los que no dudé un instante en dejarme precipitar ingrávidamente hacia donde estarían mis compañeros… Caída al vacío muy lenta, seráfica; envuelto en torbellinos de un carrusel vertiginoso de sensaciones, de formas y figuras del pasado, volutas del abrazo universal de todos los acontecimientos de la historia… Es maravilloso volver a estos recuerdos… Pocas veces consigo vivirlos con tanta intensidad… Cada vez encuentro nuevas formas de comprensión… Aunque temo que no sea más que dar vueltas…
—Mog, por lo que más quiera, la tierra se hundió bajo sus pies, oyó silbidos y un estruendo ensordecedor, pero, ¿qué vio? ¿Qué ocurría exactamente a su alrededor?
—¿A mi alrededor? Ya se lo he dicho. Todo es irreal, sólo prevalecen las imágenes fantasmagóricas de mi interior, la sublimación del espíritu. Poca importancia puede tener la realidad. Ya se lo advertí, la secuencia lógica del viaje terminó donde le dije. El resto sólo son deformaciones oníricas producidas por esas últimas consecuencias, de las que tan maravillosamente me estoy acordando ahora. Para mí, aquel torbellino fantástico en que me iba sumergiendo profundamente, y en el que se reflejaba mi rostro a través de las sucesivas épocas vividas y por vivir, no es más…
—No insista sobre ello. Le he comprendido. —Su voz se oye muy lejana, sin fuerzas—. Pero trate de recordar el paisaje real, lo que había detrás de ese mar de visiones de su mente. Trate de ver el aspecto de esos barrancos por los que cayó, las rocas con las que tropezaría, los rasguños, las heridas…
—No me hice ningún rasguño, no sentí ningún dolor. Todo transcurrió en un fluir suave y lento, etéreo… Arrastrado por una corriente tibia y muy densa; no recuerdo sensación de frío o de humedad, ningún contacto con agua o con cantos erizados, ni piedras, ni arena…
—Radiactividad… ¿Era muy elevada la radiactividad?
—Me hace usted retroceder… No sé, supongo que sí. ¿Qué tiene eso que ver? Ya le he dicho que llevábamos un completo instrumental, y en algunos puntos de la exploración llegamos a encontrar materiales con elevada radiactividad… Pero, ¿por qué insiste por ese camino? ¿Qué es lo que desea saber? No acierto… No le oigo bien, Raaginen. Acérquese más al micrófono. Casi no…
—Mog…
El periodista hace un supremo esfuerzo por incorporarse, pero a lo sumo consigue estirar desmesuradamente la cabeza. La tensión parece haber estallado por fin, desequilibrando su sistema nervioso. Su cuerpo no es más que un fardo agarrado desesperadamente a los brazos del sillón, ya que sus dedos, instintivamente, han quedado pegados a él como los de un cadáver: rígidos, crispados bajo la gruesa capa de fibra de plomo, petrificados como último rescoldo de resistencia; sabedores de que el resto ha participado con demasiada intensidad de todos los momentos de mi alucinante relato, sin poder concederse la más mínima distensión fisiológica con la que liberarse de lo monstruoso de toda esta situación. Ha conseguido que en ningún momento sonara la alarma por alta concentración de adrenalina, o por distorsión de frecuencias en el electroencefalógrafo. Pero ahora se está sumergiendo en peligrosos límites inferiores, más peligrosos para él que para mí, cosa que no constituye alarma, sino indicación en el centro de control y, por lo tanto, a menos que sobrevenga un fallo cardíaco, o una simple petición de auxilio, no se provocará intervención del exterior. Estoy deseando que su metabolismo, al borde del colapso, haga sonar emergencia y termine con esta gigantesca tortura que la voluntad le está infligiendo al cuerpo… Voy a intervenir, voy a terminar con este suplicio, ya que mis emociones no son, por lo visto, suficientemente intensas para provocar la necesaria alarma en mi propio sistema. Voy a optar por la forma más sencilla: gritar…
Antes de que pueda hacerlo vuelve a oírse heroicamente un murmullo al otro lado del sistema auditivo. Conseguirá provocar esa fuerte emoción que dé por terminado este…
—¿Por qué? ¿Por qué? No he comprendido bien… ¿Por qué arriesgaron su vida en una zona afectada de fuerte radiactividad? ¿Qué esperaban encontrar en esos manuscritos?
—Raaginen… No teníamos otro remedio. Debíamos encontrar una explicación, y la única pista que teníamos eran los manuscritos, se encontrasen donde se encontrasen.
—Pero todos ustedes estaban condenados. Todos… Nunca debieron entrar en la zona afectada. Todo aquello debió de ser horrible, y ustedes iban a buscar unos manuscritos. No lo entiendo… Usted no me ha hablado de ello. Las gentes huían de esos países.
—Cálmese, Raaginen, cálmese.
Está delirando ya. ¿Qué nos podía importar la guerra? Habíamos renunciado al mundo y a sus insensateces, y cuando decidiéramos volver estaríamos preparados para reconstruir las ruinas y recomenzar. Después de la guerra viene la paz. ¿Por qué se sorprende de que continuásemos a pesar de la guerra? Estas interminables horas de tensión sin tomar aliento, y sobre todo esa increíble obstinación en buscar algún extraño fenómeno que no acabo de comprender, han acabado con él.
—Debió de ser horrible… —continúa el murmullo—. Nadie escapó… Destrucción total…
—¿Nadie? ¿Destrucción total?
No entiendo en absoluto lo que quiere decir, y me temo que transmita a la Academia de Uppsala una visión deformada de lo que le estoy contando, en caso de que salga con vida de aquí. ¿Qué demonios quiere decir?
—¡Sus compañeros! —grita de pronto, con fuerzas que ya no pueden ser suyas—. ¿Qué fue de sus compañeros? ¿Dónde están? ¿Dónde podemos encontrarlos? ¿Quién podría acordarse de aquellos momentos?
—Ya…, ya se lo he dicho. No lo sé. No volví a verles. ¿Por qué tiene tanto interés en lo que pasó después? Ya se lo he dicho: salió el sol…
—¡Qué sol! ¿Qué forma tenía? Usted… Usted ha dicho que no vio el sol…
Ya no se distingue su cabeza dentro de la escafandra, su voz no es más que un estertor, pero sus manos parecen dispuestas a pegarse al sillón y al micrófono eternamente… El sol… Los recuerdos son tan confusos. Apenas parece que… Un resplandor. Un intenso resplandor y nada más. ¿Qué forma tenia? No lo recuerdo. A lo mejor una enorme y difusa bola de fuego, no lo sé…
—Vamos a ver, Raaginen. Si le interesan acontecimientos meteorológicos o cósmicos que se hubieran podido producir entonces, ¿por qué no consulta las crónicas oficiales? Han de contener muchísima más información de la que yo pueda darle. Los centros de documentación, los bancos de datos…
—Nada… No hay información.
—Pero debe de existir algún archivo, o crónica, artículos periodísticos, tratándose de un fenómeno tan vital como dice. Que yo recuerde…
—Los submarinos… Los periódicos sólo hablan de los submarinos. Después todo es confuso… Los periódicos enmudecieron, las gentes enmudecieron… El mundo… Los submarinos no pudieron hacer eso por sí solos…
—¿Los submarinos? No comprendo nada en absoluto. ¿Qué quiere usted decir?
—El año pasado… fue la primera vez que recordó haberse disipado la niebla, y en su lugar brilló un gran resplandor… Eso es lo que está registrado en una de las sesiones de Quorz…
Siguen unos minutos de absoluto silencio, parece que…
—Esa cinta es muy interesante… Su memoria se ha recobrado totalmente desde el último decenio. Eso hemos creído, y por eso estoy aquí. Trate de recordar, es muy importante. Muy importante…
Es el momento más embarazoso de mi vida. Adivino, al final de esta maratoniana sesión, que debe de haber algo realmente vital en mi relato, o en lo que debo estar omitiendo de aquellos hechos, que intranquiliza extraordinariamente a estos hombres de la civilización noruega. Probablemente han montado todo este complejo de aparatos e instalaciones alrededor de ello, para lo cual no escatiman el más pequeño derroche de dinero y recursos humanos en mantenerme vivo a toda costa… ¿Qué puede ser ese gran misterio? ¿Por qué no me lo han dicho nunca? No tengo otra idea que la de ayudarles. A fin de cuentas, el contenido filosófico sólo me satisface a mí… lamentablemente. Tampoco parece tener mucho que ver con lo que andan buscando. ¿Por qué no lo mencionaron abiertamente? Debe de tratarse de algo sobrenatural que aconteció durante aquellos días y de lo que, al parecer, yo soy el único testigo… No recuerdo más que… Pero no tiene sentido, debe tratarse sólo del lógico desequilibrio nervioso de este muchacho que ya está delirando e imaginando sin mesura después de tantas horas de tensión agarrando este manojo de instrumentos que tanto le deben intimidar. ¡Qué penoso es todo esto! Jamás lo hubiera imaginado después de tantas entrevistas que he sostenido con seres de esta civilización. Mi existencia, si es que puede llamársele de este modo, está ausente de peligro, mientras algo sobrenatural y terrible parece cernirse sobre estos pacíficos nórdicos… No. Eso es absurdo. Sin duda Raaginen está delirando…
—Trate… Trate de recordar, por favor —vuelve a escucharse un débil murmullo por los altavoces: incansable, heroico, más allá de toda resistencia humana—. Es todo el objeto de mi visita. Nuestra única esperanza… No puedo… No puedo participar de su aventura divina… No podemos… Pero necesito que recuerde. ¿Qué pasó entonces? ¿Qué pasó a la tierra? El año pasado dijo que vio un cometa. Algo en el cielo… Recuerde… Re…
¡Debe de ser verdad! Al borde del colapso, este hombrecillo está abandonando todo formalismo —por otra parte innecesario— y aborda directamente el tema, consciente de que le quedan pocos minutos, de que el tiempo se le está terminando. ¡Santo Dios! ¡Podía haber empezado por ahí! Sólo deseo ayudarle. No necesitaba esperar hasta el final. Podía haberme concentrado en lo que le interesaba… Pero a lo mejor mi aspecto, todo esto que significo —este fenómeno tan gigantesco— debe de ser excesivo para que un simple mortal abandone la prudencia o el miedo. Me está estremeciendo la piedad y la admiración: un escozor frío sube hasta la base del bulbo, por la espalda… o lo que sea… ¡Dominarse! Es absolutamente preciso dominarse, o de lo contrario se producirán vibraciones en las sondas nutricias y se habrá terminado la entrevista. He de intentar a toda costa que no se produzca la alarma.
—Vamos a ver, Raaginen. Todo lo que deseo en este momento es ayudarle. Pero tiene que darme una pista, pues no consigo acordarme. ¿A qué submarinos se refiere?
—Hubo una explosión. —Esto ya es casi inaudible—. Cinco submarinos nucleares bajo el mar… Cerca de Creta… Usted dijo que la niebla desapareció. Sería después de la explosión… tuvo que haber una segunda… Recuerde… Lo encontraron cerca de Creta… Vio un cometa… Dijo que vio un cometa… Algo que venía del cielo… Algo que volvía al cielo después que el mar…
Estoy haciendo un tremendo esfuerzo por acordarme. Yo me encontraba en Gilf Kebir, a seiscientos kilómetros del oeste de Wadi-Halfa, si es que no equivocamos la ruta… Cerca de Creta… Todo fue muy confuso. Debieron ser unos momentos muy confusos para todos… ¡Un momento! Tal vez… Sí, es posible… Un resplandor. Al principio fue sólo un resplandor. ¡Estoy recordando! ¡Es extraordinario! Al principio fue una enorme bola de fuego al otro lado de aquella larga cadena rocosa. Sí, eso es. Luego la bola se fue alargando y alargando…
—¡Raaginen! ¡Raaginen! ¿Me oye? ¿Me oye?
Contengo unos minutos la respiración, pero no puedo percibir la más leve perturbación a través del sistema auditivo interno. Santo Dios, este muchacho… ¡Contenerse! ¡Estas vibraciones en la base del cráneo! He de continuar, la cinta del magnetófono todavía no se ha detenido. He de continuar.
—¡Raaginen! ¡Raaginen! Estoy recordando… No es necesario que me conteste. Lo importante es grabar esa cinta, ¿no es cierto?… Vi algo luminoso que desaparecía en el cielo. El sol fue una enorme bola luminosa que desgajó bruscamente la niebla, la interminable niebla. ¡Raaginen!
Espero que me esté oyendo, no puedo pensar que al final usted…
—¡Santo Cielo! Se ha producido la alarma, las vibraciones… Se ha encendido la luz de emergencia. He de darme prisa. Raaginen, voy a seguir hasta donde pueda, ya se ha dado la alarma en control. No pude ver el objeto, pero parecía elevarse hacia el cielo. No sé si fue en Creta, como usted dice, es posible. Un enorme objeto alargado que salía del otro lado de las montañas… Sí, es posible, como usted preguntaba antes, que la tierra temblara… Temblor, grietas… El cielo se abrió una vez para dejarlo pasar. Ahora me acuerdo. Se abrió una profunda grieta en la tierra y un enorme torrente comenzó a fluir hacia su interior… Fluir despacio… Caliente… Dulcemente. Ya le he dicho que, de pronto, parecimos entrar en un país desconocido, transformado, un país al que no podíamos pertenecer. Ni siquiera nosotros nos pertenecíamos. Pero… No puede ser, eso sería terrible… Eso sería demasiado… ¿Por qué no me lo han dicho? ¿Por qué me lo han ocultado? ¿Qué derecho tenían? ¡Quorz! ¡Quorz! Era mi país… Yo he procurado ayudarles todo lo que he podido. ¿Qué derecho tenían? Era mi país, mis hermanos…
La pantalla de plomo-vanadio ha ido haciéndose opaca lentamente. Después de la gran bola de fuego, instantes después de que la eterna e insólita niebla se hubo disipado del todo, un gigantesco cohete, como jamás los habíamos visto en la tierra, fue elevándose lentamente hacia el cielo. A lo mejor era un cometa. A lo mejor se llevaba a los supervivientes hacia…