31

Resistencia

Sawyer abrazaba a Gemma por la cintura, mientras tiraba de ella entre la multitud en dirección al puerto. Sus piernas no dejaban de bambolearse, y se le salió una sandalia. Él le tapaba la boca con tanta fuerza que ella apenas podía respirar y le clavó las uñas en el brazo con toda ferocidad.

Pese a que Gemma era fuerte, se sentía impotente contra él. Su abrazo era como de granito, y la arrastraba con la determinación excepcional del hombre que cumple una misión. Las sirenas le habían dicho que les llevara a Gemma, y no pararía hasta haber cumplido sus órdenes.

Eso explicaba su fuerza inhumana. Cuando estaba bajo el hechizo de una sirena, Sawyer era capaz de aprovechar hasta el último ápice de fuerza para llevar a cabo su orden. Si la situación lo requería, podría incluso alcanzar una velocidad supersónica, como si fuera un superhéroe.

Arrastraba a Gemma terraplén abajo, en dirección al puerto, donde trabajaba su padre. El puerto estaría desierto en ese momento, y tanto Sawyer como las sirenas podrían hacer allí todo lo que les diera la gana con Gemma. O con Álex, si lo encontraban.

A medida que un nuevo motivo de terror se apoderaba de ella, Gemma sintió que poco a poco la iba inundando un cambio. Se acordó de la transformación que ya conocía, en la que sus piernas se convertían en una cola de pez, pero ahora era diferente.

El primer síntoma fue que comenzó a ver borroso, y después la noche le pareció más clara que nunca hasta entonces.

Entonces empezó a temblar y notó un hormigueo en la boca, como si los dientes le empezaran a picar. Sintió que se le estiraban las manos, y como las uñas con las que había estado arañando los brazos de Sawyer se convertían en auténticas garras.

Se estaba convirtiendo en un monstruo con forma de pájaro, y no lo podía permitir. La última vez que le pasó fue incapaz de controlarlo. Ni siquiera se acordaba de lo que había hecho, pero la cosa había terminado con un muerto. Y ahora no podía arriesgarse.

Aunque en realidad Sawyer la estaba secuestrando, ella no quería hacerle daño. Al menos, no demasiado. Él era incapaz de controlar sus actos, y en los pocos momentos de lucidez en que había estado con ella se había comportado como un chico agradable. No se merecía que le hicieran daño, y ella no quería destriparlo.

Gemma cerró los ojos y puso todo su empeño en detener el cambio. Nunca hasta entonces había intentado evitar convertirse en sirena, ni a la inversa, así que no estaba muy segura de cómo se hacía.

Pero de una cosa estaba segura: tenía que zafarse de Sawyer. Él la había llevado a un muelle solitario, y su miedo a que la capturaran estaba provocando aquella transformación. La parte de sirena que había en ella trataba de protegerla de manera instintiva, y por eso se estaba convirtiendo en un monstruo.

Hizo uso de sus garras para clavárselas en el brazo con más fuerza, hasta que pudo soltarse y apartarse de Sawyer. Se hallaban en el puerto, y ella corrió hasta alejarse unos pasos de él. Estaba en plena transformación, y no tenía ni idea de cuál era su aspecto, pero era consciente de que no tenía que dejarse ver en público.

Se agachó, se puso las manos sobre la cabeza y se concentró todo lo que pudo. Había empezado a picarle la espalda, y tenía miedo de que le salieran alas. Pero en ese momento se le fue la picazón, y poco a poco disminuyó el hormigueo, a medida que su cuerpo volvía a la normalidad.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó Sawyer. Cuando Gemma alzó la vista, lo vio de pie a su lado. La estaba mirando. Tenía los brazos llenos de rasguños, producto de su lucha por huir de él, pero ninguna de sus heridas parecía particularmente grave.

—Estoy tratando de no matarte —admitió Gemma, y se incorporó—. Así que te sugiero que me dejes ir.

—No puedo dejar que te vayas —dijo Sawyer como si esa idea no se le hubiera pasado por la cabeza—. Tenemos que esperar en el puerto hasta que vengan las sirenas.

—Escúchame, Sawyer —dijo Gemma—. Si tratas de detenerme, te haré daño. No quiero hacerlo, pero lo voy a hacer. Tan sólo déjame que me marche, y todo irá bien.

—No, Gemma, no puedes irte. —Tenía los ojos vidriosos, pero la voz firme. Sujetó a Gemma de la muñeca con la misma mano de hierro que antes—. Tienes que esperar aquí hasta que Penn me diga lo contrario. No puedo permitir que te vayas.

—Por favor, Sawyer —le suplicó Gemma—. En este momento, estás bajo un encantamiento, pero lo que tienes que hacer es despejar tu cabeza y recordar que no tienes por qué hacer todo lo que te digan las sirenas. Ni siquiera te gustan tanto.

Empezó a tirarle de la muñeca, tratando de liberarse de él, pero Sawyer no quería soltarla. Las malditas sirenas lo tenían demasiado bien entrenado, y tal vez su única esperanza de escapar pasara por convertirse en un monstruo.

—¡Gemma! —gritó Álex detrás de ella y, cuando se volvió, lo vio corriendo por el terraplén hacia el puerto. Lo más seguro era que la hubiera visto forcejeando con Sawyer, de modo que se acercaba hacia ellos como una exhalación.

Por encima de ellos, el cielo estalló de pronto en brillantes luces rojas y azules: los fuegos artificiales acababan de comenzar. El estruendo pareció sobresaltar a Sawyer por un segundo, pero la mano que la sujetaba no vaciló en ningún momento.

—¡Por favor, Sawyer, tienes que soltarme! —le gritó Gemma, pero él seguía sin hacerle caso.

—¡Suéltala! —vociferó Álex cuando apareció a su lado.

—No puedo —insistió Sawyer, cuyas palabras apenas se oían por encima del chisporroteo de los fuegos artificiales.

Eso fue todo cuanto Álex necesitaba oír. Se armó de valor y le propinó un puñetazo tan fuerte en la cara que Sawyer soltó a Gemma y se cayó de espaldas al muelle.

—Gracias —dijo Gemma, que no estaba segura de cómo responder cuando vio a Sawyer llevándose la mano al labio ensangrentado.

—¿Qué? —Álex se volvió hacia ella. Entre los tapones para los oídos y los fuegos artificiales, lo más seguro era que no oyera nada.

Le dio un fugaz beso en la boca, pues sabía que sí lo entendería. No podía demorarse más, aunque, a decir verdad, el modo en que Álex llegó y le pegó a Sawyer le había parecido muy emocionante.

Pero le sabía realmente mal por Sawyer. Quería huir con Álex y encontrar a Harper, pero se detuvo y se volvió hacia Sawyer.

—Vete —dijo Sawyer. Se incorporó y se limpió la sangre del labio con el brazo—. Sal de aquí antes de que las sirenas te encuentren.

—¿Qué? —Gemma retrocedió un paso, sorprendida de oírlo pensar por sí mismo.

—Las sirenas no tardarán en llegar —dijo Sawyer—. Sabían que te tenía en mi poder.

—Espera. ¿Tú eres tú? —preguntó Gemma—. ¿Puedes pensar por ti mismo?

—Eso creo. —Se puso de pie despacio y se frotó la cabeza.

—¿Qué está pasando? —preguntó Álex, pero Gemma levantó la mano para hacerlo callar. No podía explicárselo, pues no la habría oído.

Además, a Gemma no se le ocurría ninguna explicación. El hecho de que Álex le pegara a Sawyer le había devuelto la lucidez, pero Gemma no estaba segura de si se trataba de un efecto pasajero. Ya no tenía los ojos vidriosos, sino de un color azul brillante y claro.

—Guardo vagos recuerdos de los últimos días, pero sé… —Sawyer frunció el ceño—. Ya no quiero seguir escuchando a las sirenas.

—Pues entonces ven con nosotros. —Gemma intentó atraerlo—. No tienes por qué quedarte con ellas. Puedes escapar conmigo.

—No, si me voy… —Sawyer hizo que no con la cabeza, y su expresión denotaba tristeza—. Penn me matará. Nunca podré escapar de sus garras.

—Pero te matará si te quedas —le advirtió Gemma—. Tienes que venir con nosotros ahora mismo. Vamos a buscar a mi hermana, y después encontraremos la manera de liberarnos de las sirenas. Tienes que venir con nosotros.

Gemma le tendió la mano para arrastrarlo hacia ella. La verdad era que ya no podía estar más tiempo discutiendo con él, pero quería ayudarlo. Aquello sacaría de sus casillas a Penn, pero él la conocía mejor que Gemma. Tal vez él conociera alguna de sus debilidades, y pudiera ayudarlos a luchar contra ella.

Sawyer le había tendido la mano pero, cuando estaba a punto de estrechársela, Lexi salió de entre las aguas, cerca de allí. El cabello dorado le brillaba bajo las luces centelleantes de los fuegos artificiales, y ella se impulsó fuera del agua con un solo movimiento lleno de gracia.

—Esto no puede traer nada bueno —dijo Álex.

Tenía la blusa pegada al cuerpo cuando se le acercó a Sawyer por detrás y dejó caer de nuevo el brazo que le había tendido a ella.

—No estarías pensando en dejarnos, ¿verdad, Sawyer? —le preguntó Lexi con voz seductora y juguetona.

—No, claro que no —dijo Sawyer. Ella seguía detrás de él, frotándose contra su espalda, y él se volvió hacia Gemma y le dijo «Vete» con mímica.

—Lexi, ¿dónde está Penn? —preguntó Gemma, tratando de distraerla. Gemma albergaba aún la esperanza de liberar a Sawyer de las sirenas, pero tenía que hacerlo antes de que Lexi lo hechizara de nuevo.

—Por ahí andará —respondió Lexi, distraída. Apoyó el mentón en el hombro de Sawyer y le susurró al oído—: Tú no serías capaz de dejarnos, ¿verdad?

—No, sería incapaz —dijo Sawyer, pero tartamudeó un poco. Aún pensaba por sí mismo. A pesar de sus susurros, Lexi no lo estaba hechizando.

—Eso ya lo sé. —Lexi sonrió—. ¿Y sabes por qué?

Sawyer negó con la cabeza.

—No, no lo sé.

—Porque tu corazón nos pertenece.

Eso le arrancó a Lexi una sonrisa de oreja a oreja.

En ese momento, la mano de Lexi le reventó el pecho a Sawyer.

Estaba parada detrás de él y su mano humana se había transformado en la espantosa mano de un monstruo, de dedos largos y fuertes con garras retorcidas en la punta. Le había desgarrado el pecho a Sawyer con toda facilidad, salpicando un poco de sangre al hacerlo, y ahora acunaba su corazón en la mano.