30
Lírica
—Ya están aquí —dijo Harper, disimulando como pudo el pánico que sintió cuando su mirada se encontró con la de Penn.
—¿Qué? —Daniel se inclinó para oírla mejor.
—¡Están aquí! —repitió Harper, esta vez, gritando.
Daniel levantó la vista y también vio a Penn.
—No, mierda.
Una persona cruzó por delante de Penn, y esta desapareció entre la multitud.
—¿Qué quieres hacer? —preguntó Daniel—. Podemos tratar de seguir a Penn y detenerla antes de que dé con Gemma o bien podemos intentar proteger a Gemma.
—Vamos a buscar a Gemma —dijo Harper—. Penn sabe dónde vivimos, así que tarde o temprano irá hacia allá, suponiendo que ella o las otras sirenas no estén ya de camino.
—Muy bien. Pues vamos.
Daniel la tomó de la mano, pero toda la emoción anterior se había esfumado. Lo único que sentía Harper era pánico.
El gentío no facilitaba las cosas. Todos iban hacia la playa, ya que los fuegos artificiales estaban a punto de comenzar, y Harper y Daniel empujaban en sentido contrario. Se sentían como si fueran salmones nadando contra la corriente, que les impedía darse prisa.
—¡Ve hacia el bosque! —aconsejó Harper.
—¿Qué? ¿Por qué? —preguntó Daniel, empujando a un tipo que quería dejarlo pasar.
—Allí no habrá nadie porque los árboles no dejan ver los fuegos artificiales —dijo Harper—. ¡Así podremos llegar antes a mi casa!
Daniel la obedeció, mientras se abría camino a empujones entre la multitud. Harper no era consciente de que le acababa de decir a Daniel que fuera al bosque donde había encontrado el cuerpo de Luke. Era el lugar donde las sirenas se deshacían de los cadáveres, así que lo conocían bien.
Pero era el camino más rápido para llegar a casa. Y eso era lo único lo que le importaba a Harper: llegar a casa y asegurarse de que Gemma estuviera a salvo.
Penn apareció frente a ellos en cuanto comenzaron a andar por el sendero que cruzaba el bosque. No se había materializado de la nada exactamente, pero salió de detrás de un árbol y les bloqueó el paso. Los ojos le brillaban, amarillos, bajo la tenue luz del anochecer.
—¿Adónde vais tan de prisa? —preguntó Penn, cuya voz era un suave ronroneo que casi le hizo olvidar a Harper lo mucho que la odiaba y el miedo que le tenía—. Los fuegos artificiales están en la otra dirección. Y no os querréis perder el espectáculo, ¿verdad?
—No, no quiero… —Harper frunció el ceño, porque durante un segundo no consiguió acordarse de qué quería hacer—. Nos marchamos, y tú no podrás detenernos.
Todavía de la mano de Daniel, Harper caminó hacia delante, pero Penn le cerró el paso.
—Déjame pasar —dijo Harper con toda la firmeza que pudo.
—¿O qué? —sonrió Penn—. ¿Qué vas a hacerme si no?
—Volvamos por donde hemos venido y listo, Harper —sugirió Daniel.
Los ojos de Penn lanzaron un destello cuando oyó hablar a Daniel, e inclinó la cabeza hacia él. Harper le soltó la mano y se interpuso entre Penn y él.
—No sé lo que voy a hacer —admitió Harper—. Pero no vamos a dejarte que vayas en busca de mi hermana.
Le echó un vistazo a Daniel, para asegurarse de que era adecuado contar con él. Daniel le había dicho repetidas veces que quería ayudarla, y eso había hecho en el pasado. Por todo eso, Harper decidió hacerlo partícipe, en vez de prescindir de él, como habría hecho en otras circunstancias. Si iba a ser su novio, entonces deberían estar en pie de igualdad, luchando juntos contra el enemigo.
—No, claro que no —coincidió Daniel, y dio un paso adelante, de modo que quedó al lado de Harper; ambos miraban a Penn—. No te lo permitiremos.
—Pero miraos —se rio Penn—. ¿De verdad creéis que vuestra opinión sirve de algo teniendo en cuenta lo que va a pasar? —Se acercó más a ellos, con una sonrisa más amplia—. Vais a dejarme hacer y deshacer a mi antojo.
Penn empezó a cantar, en voz baja y con suavidad, para no hechizar a toda la gente que abarrotaba la bahía. Pero la canción era tan tentadora como la última vez que Harper oyera cantar a las sirenas.
El pánico se esfumó, y todo su cuerpo se relajó. Una bruma le invadió la mente y se olvidó de los motivos de sus tribulaciones. Ella sabía que había estado preocupada, pero Penn era tan hermosa y la canción era tan maravillosa… Harper no quería hacer otra cosa que quedarse allí y escuchar cómo Penn cantaba por toda la eternidad.
—Harper, vas a hacer todo lo que yo te diga —le susurró Penn en su tono lírico.
Harper, aturdida, dijo:
—De acuerdo.
—¿Harper? —la llamó Daniel, pero ella no respondió: sólo tenía ojos para Penn, a quien contemplaba como en un sueño.
—En cuanto a ti… —Penn volcó la atención en Daniel.
—Ella podrá hacer todo lo que le digas —admitió Daniel—. Pero puedes estar segura de que yo no.
A Penn se le abrieron los ojos como platos cuando Daniel le replicó de ese modo, como si fuera un animal que cae, sorprendido, en una trampa. Abrió la boca para ordenarle a Daniel que hiciera algo, pero en ese momento él le propinó un puñetazo.