29
Instintos
Gemma había pensado en quedarse abajo con su padre. Le gustaba bastante Indiana Jones y estaba tratando de pasar todo el tiempo posible con Brian. A diferencia de Harper y Álex, Gemma no estaba convencida de que su situación tuviera salida.
No se podía decir que no estuviese abierta a intentarlo, pero no tenía muchas esperanzas.
De todos modos, quería pasar algún tiempo a solas. Entre que había estado viviendo con las sirenas y que después no habían dejado de vigilarla desde su regreso a casa, Gemma sentía que prácticamente no tenía tiempo para estar sola y pensar.
Tampoco había estado durmiendo demasiado bien, y no sólo por las pesadillas sobre Jason, ni por la canción del mar que la acuciaba por estar tan lejos de las otras sirenas.
El día anterior, Álex le había dicho que estaba enamorado de ella y, aunque eso la emocionaba infinitamente, también le generaba nuevos interrogantes. ¿Cómo era posible? Las sirenas le habían dicho una y otra vez que eso era imposible, que nadie había estado enamorado de verdad de ninguna sirena, pero Álex sí lo estaba.
A Gemma no le cabía ni el menor asomo de duda de que Álex era sincero. Él no sabía mentir de forma tan convincente y, cuando estaban juntos, actuaba con normalidad. Ella había pasado el suficiente tiempo cerca de Sawyer como para entender cómo se comporta un chico que está bajo el hechizo de las sirenas.
Y Álex no actuaba. Estaba lúcido y, cuando le decía a Gemma que estaba enamorado de ella, lo decía en serio.
En realidad, ella se había despertado esa mañana con la esperanza de que se hubiera roto el hechizo. Pero por supuesto que no era tan simple. Todavía era una sirena, con independencia de lo que Álex sintiera por ella.
Y eso sólo podía significar una cosa: o bien las sirenas le habían mentido, o bien estaban equivocadas con respecto a la capacidad de los humanos de enamorarse de las sirenas.
Podían estar mintiéndole. Eso era algo que cabía esperar de alguien como Penn. Pero Thea también parecía convencida de que los humanos no podían enamorarse de verdad de las sirenas, y Gemma confiaba en Thea. No creía que ella pudiera mentirle así como así.
Por lo tanto, Gemma se inclinaba a creer que ellas estaban equivocadas. Y si estaban equivocadas con respecto a eso, que era algo que ellas consideraban una parte primordial de la maldición, ¿con respecto a qué otras cosas estarían equivocadas?
A Gemma le habría gustado discutirlo con Harper, pero no le había dado tiempo. Cuando Gemma llegó de visitar a Nathalie, Brian se pasó el resto del día con ella, así que no había podido hablar con Harper.
Y aquel día Harper había estado tan ocupada preparándose para su cita que Gemma no quería echarlo a perder. Podría hablar con ella al día siguiente. Además, a Gemma le iría bien relajarse y no preocuparse por maldiciones ni por sirenas.
Le robó el lector de libro electrónico a Harper y decidió tirarse en la cama. Los gustos lectores de Harper y de Gemma eran muy diferentes, así que Gemma se pasó la mayor parte del tiempo explorando el lector y rechazando las opciones.
Lo que Harper sí tenía era una suscripción a la revista de música Spin, y Gemma se puso a leerla. Se tumbó boca arriba, con una pierna cruzada sobre la rodilla, tarareando para sus adentros y leyendo sobre Florence + The Machine.
Y entonces, de pronto, lo vio todo claro. Fue como si alguien le hubiera dado un puñetazo en el vientre y le hubiera sacado todo el aire de los pulmones.
Se sentó en la cama y, con absoluta certeza, pensó: «Están aquí».
Saltó de la cama. La mente le iba a mil por hora, tratando de decidir qué hacer. Las sirenas no estaban allí, en el sentido de que no estaban en su casa, pero ella supo que habían regresado a Capri. Y no fue por su vínculo con las sirenas, aunque eso aumentó su convicción y su conciencia de que estaban allí.
Fue porque Harper lo sabía. No había ninguna otra forma de explicarlo. Cuando Harper se metía en un lío, ella lo sentía, y ya estaba. Y Harper también sabía cuándo se metía Gemma en un buen lío. Tal vez fuera así como Harper se había dado cuenta de que Gemma estaba en la casa de Sawyer, en la playa.
Había cierto tipo de vínculo entre las dos, que existía desde que Gemma tenía memoria. Si se trataba de una poderosa intuición o de algún tipo de conexión psíquica, era algo que Gemma no sabía, ni le importaba. Pero lo sentía con más fuerza que nunca hasta entonces, tal vez porque ahora era una sirena y eso amplificaba cualquier tipo de conexión sobrenatural preexistente. Sencillamente sabía que confiaba en esos sentimientos, y estos le decían que Harper había descubierto a las sirenas. Si no estaba en peligro en ese momento, iba a estarlo muy pronto.
Cuando Gemma se fugó de casa dejó allí su teléfono móvil, y Brian amenazó con dárselo de baja cuando regresara. Por suerte, todavía no lo había hecho. Gemma llamó a Harper, pero le saltó directamente el buzón de voz.
Eso no tenía por qué significar nada. Estaba anocheciendo, y los fuegos artificiales estaban a punto de comenzar. Era probable que allá abajo, en la playa, hubiera tanto ruido que Harper fuera incapaz de oír el teléfono.
Sin embargo, Gemma tenía que hacer algo. Debía escabullirse de la casa sin que Brian la detuviera.
Le resultó más fácil de lo que pensaba. Él se había tomado un par de cervezas y se había dormido frente al televisor en la sala de estar. Probablemente se despertara cuando empezaran los fuegos artificiales, y entonces se daría cuenta de que Gemma se había marchado.
Aunque a decir verdad, lo que le preocupaba en aquel momento no era eso, sino que tenía que salir de allí.
Bajó la escalera sin hacer ruido, cruzó la cocina a toda prisa y salió por la puerta de atrás. En cuanto estuvo en la calle vio a Álex salir corriendo por la puerta trasera de su casa. Gemma maldijo para sus adentros.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó Álex—. ¿Adónde vas?
—Las sirenas están aquí —le dijo Gemma.
—¿Dónde? —Él se volvió, como si esperara que lo estuvieran acechando por detrás.
—No lo sé. Creo que están en la bahía —dijo Gemma—. Harper está allí con Daniel viendo los fuegos artificiales, y tengo que ir a buscarla.
—Espera. ¿Qué? —preguntó Álex—. ¿No deberíamos estar huyendo de las sirenas, en lugar de acercarnos más a ellas? Es peligroso que tú estés cerca de ellas.
—No, tengo que plantarles cara —le rebatió Gemma—. Pero antes tengo que encontrar a Harper.
—¿Y qué ocurrirá cuando te encuentres con las sirenas? —preguntó Álex.
—Tengo que detenerlas —dijo Gemma—. No puedo dejar que le hagan daño a nadie más. Voy a buscar a Harper, y después encontraré la manera de ahuyentarlas.
Gemma no estaba del todo segura de poder llevar a cabo su plan, pero haría todo lo que pudiera. Iba a luchar contra las sirenas y conseguir que se fueran y dejaran a su familia en paz, o moriría en el intento.
—De acuerdo —dijo Álex—. Pero voy contigo.
—Álex —protestó Gemma—. Tú no puedes…
—Mira, no voy a dejar que te vayas y te pase algo —insistió él—. Tengo mis tapones para los oídos, y voy a ir contigo. Ahora bien, ¿nos quedamos discutiéndolo, o quieres ir a buscar a tu hermana?
Gemma no quería perder más tiempo, así que empezó a trotar en dirección a la bahía. Era mucho más rápida que Álex, quien tuvo que hacer grandes esfuerzos para seguirle el paso. Ella bajó un poco el ritmo porque no quería perderlo de vista, pero quería llegar a la playa lo antes posible.
Por desgracia, se había quedado cortísima al calcular la cantidad de gente que habría en la bahía.
Gemma supuso que las sirenas estarían más cerca del agua, o al menos en alguna zona más recóndita. Dudaba que fueran a hacer nada en público, al menos no con tantos testigos, ya que les atraían los lugares menos concurridos.
Ella corrió hasta el final de la playa, en la parte más cercana al puerto, donde la gente estaba más dispersa. Miró a su alrededor pero no vio a Harper, ni a Daniel, ni a ninguna de las sirenas.
En ese momento, Gemma se dio cuenta de que tampoco veía a Álex. Unos segundos antes estaba detrás de ella, pero debió de haberlo perdido cuando ella se precipitó entre la multitud.
—Maldita sea. —Gemma se frotó la frente y se arrepintió de haberlo llevado consigo. El que mataran a Álex en un intento de proteger a su hermana no era lo que se decía una situación óptima.
Se volvió de nuevo en dirección al puerto, tratando de decidir hacia dónde debía mirar, y vio a Sawyer justo detrás de ella. Estaba tan cerca que casi chocó con él.
—¡Sawyer! —Gemma emitió un grito ahogado—. Vaya susto me has dado.
—Qué bien. —Él sonrió y, antes de que ella pudiera reaccionar, la sujetó y le tapó la boca con la mano para que no pudiera gritar pidiendo ayuda, ni cantar.