26

La limitación

Harper había faltado tanto al trabajo que tuvo que ir un sábado a la biblioteca para compensar. Eso significaba que no podría llevar a Gemma a su visita habitual a Briar Ridge para ver a su madre. Harper le había contado a Gemma cómo habían ido las cosas la semana anterior, así que Gemma sabía que esa semana no podía faltar, para evitar que a Nathalie le diera una crisis de ansiedad. Además, ella quería ver a su madre.

Después de mucho discutirlo, Brian acabó cediendo, y aceptó que Álex llevara a Gemma. El coche de ella seguía sin funcionar, y a Brian le pareció que era menos probable que Gemma se fugara de nuevo si iba acompañada.

En otras circunstancias, a Gemma le habría puesto furiosa que Brian siguiera evitando a Nathalie. Habían pasado años desde la última vez que la viera, y eso sacaba a Gemma de sus casillas. Pero aquel día estaba feliz de poder pasar un rato a solas con Álex.

Casi no había podido verlo desde su regreso a Capri, salvo cuando Harper se lo había permitido. Brian la tenía bajo llave y, si bien ella entendía sus razones, el no poder ver a Álex la estaba volviendo loca.

Álex y Gemma apenas hablaron durante el viaje en coche hasta la residencia de Nathalie, pero a ella le hacía feliz el mero hecho de cogerlo de la mano y estar con él. A veces, él se limitaba a mirarla y sonreírle, y con eso le bastaba.

Álex todavía no había terminado de aparcar a la entrada cuando Nathalie salió corriendo de la residencia, haciendo aspavientos como una loca.

—¡¿Gemma?! —chilló Nathalie, y Gemma salió del coche tan de prisa como pudo.

—¿Mamá? —dijo Gemma—. ¿Va todo bien?

Nathalie se quedó helada en cuanto vio a Gemma. Se llevó las manos a la cara y dejó escapar un fuerte sollozo. Después corrió hasta su hija y estuvo a punto de tirarla al suelo cuando le puso los brazos encima para abrazarla.

—¡Cuánto te he echado de menos! —dijo Nathalie, estrujando a Gemma contra su cuerpo—. ¡Estaba muy preocupada por ti!

—Estoy bien, mamá —dijo Gemma, que sólo podía emitir pequeños gruñidos porque Nathalie la estaba abrazando con mucha fuerza—. Yo también te he echado de menos.

—¿Nathalie? —Becky había salido de la residencia y le estaba haciendo señas para que entrara—. ¿Por qué no entráis tú y tus invitados?

Al final, Nathalie liberó a Gemma.

—¿Quieres entrar? ¿Entramos?

—Claro que sí —dijo Gemma—. Por supuesto, mamá. ¿Te acuerdas de Álex?

—¿Álex? —El rostro de Nathalie se contrajo en una mueca de confusión—. ¿Es tu padre?

—No, mamá, no es mi padre. Es Álex. —Gemma señaló hacia donde estaba el chico, junto al coche. Se había bajado después de aparcar, pero Nathalie tenía toda la atención puesta en Gemma y ni siquiera se había fijado en él.

—No, no lo conozco. —Nathalie meneó la cabeza, y luego miró a su hija con tristeza—. ¿Debería?

—Tal vez no —dijo Gemma—. Hace muchísimo tiempo que lo conociste.

Álex se había mudado a la casa contigua a la suya un año antes del accidente de Nathalie. Había estado de visita en su casa algunas veces antes de que ella resultara herida, y hasta había ido alguna que otra vez, durante el breve intento de Nathalie de vivir en casa después del accidente.

Pero si se tenía en cuenta que Nathalie ya no se acordaba ni de su propio esposo, no resultaba sorprendente que se hubiera olvidado del vecino de al lado.

—Hola, señora Fisher. —Álex caminó hasta ella y le estrechó la mano—. Es un placer verla de nuevo.

—Llámame Nathalie. —Ella le sonrió, y rodeó con el brazo los hombros de su hija. Mientras caminaban hacia la casa, ella susurró—: ¡Qué guapo es, Gemma!

—Claro que sí —coincidió Gemma, y Álex se rio nervioso mientras las seguía adentro.

La visita fue realmente bien, hasta donde podían ir bien las visitas a Nathalie. Estaba muy pasada de revoluciones, pero de buen humor. Pareció especialmente emocionada de ver a Gemma, a quien no dejó de abrazar. Una o dos veces se tomó muchas libertades con Álex, agarrándose a él o cogiéndolo de la mano. Él salió bien del trance y, cuando Gemma le recordó a Nathalie que era su novio, ella dejó de hacerlo.

Nathalie hasta intentó hacerle trenzas a Gemma. Por desgracia, su motricidad fina había quedado dañada, así que sólo consiguió hacerle un enredo lleno de nudos. Fue increíblemente doloroso soportar los tirones de pelo de Nathalie, pero Gemma no dejó de sonreír en todo el tiempo.

Cuando Gemma y Álex se fueron, ella todavía tenía el cabello recogido en una «trenza» desastrosa.

—¿Está muy mal? —preguntó Gemma en el coche cuando volvían a casa.

—La verdad es que…, la verdad es que ha sido todo un éxito —sonrió Álex mientras la examinaba.

—Gracias. —Gemma se rio y bajó el retrovisor para admirarse en el espejo—. Creo que ha sido muy dulce por su parte el que lo intentara. No intentaba peinarme desde que tenía unos siete años.

—Y a ti te queda bien. No muchas chicas podrían llevar un nido de pájaros en la cabeza, pero a ti te sienta genial.

—Lástima que me duela a rabiar. —Gemma volvió a levantar el retrovisor, y empezó a tirar de las marañas y los nudos, tratando de desenredarlos—. Tengo que quitarme esto antes de que me dé una migraña.

—Entonces, cuando lleguemos a Capri, ¿quieres ir directa a casa? —preguntó Álex.

—Mi padre dijo que tenía que ir directa a casa —dijo Gemma—. Pero no dijo a qué hora tenía que estar en casa. Así que… tal vez… ¿podríamos ir al acantilado?

Álex sonrió.

—Por mí, perfecto.

En otra época, el acantilado podría haberse llamado «el rincón de los besos» o alguna tontería por el estilo. Tenía vistas maravillosas de la bahía de Antemusa y era un lugar bastante solitario, rodeado por cipreses y pinos amarillos.

Álex se acercó al camino de grava que serpenteaba entre los árboles y aparcó lo más cerca que pudo del borde del acantilado. Gemma había conseguido desenredarse el pelo y, cuando salió del coche, dejó que el viento le levantara el cabello.

—Qué buen día hace —dijo Álex, bajándose del coche detrás de ella.

—Claro que sí. —Gemma caminó hasta el borde del acantilado y se sentó de modo que las piernas le quedaron colgando—. Vamos. —Dio una palmadita en la tierra, junto a ella—. Siéntate a mi lado.

Cuando él se sentó, se movió con más cuidado que Gemma, y miró con desconfianza las olas que rompían contra el acantilado. Se quitó los zapatos antes de dejar colgar las piernas del borde. Una vez que se hubo instalado, tomó a Gemma de la mano y se la sostuvo suavemente en la suya.

Desde ese punto estratégico podían ver la bahía entera. Lo que estaba más cerca era el puerto donde trabajaba el padre de Gemma, con grandes barcazas que subían hasta el muelle. Más lejos había filas y más filas de embarcaciones recreativas, algunas de ellas yates enormes, y otras más pequeñas incluso que la de Daniel.

La playa estaba repleta de gente, ya que hacía un día espléndido y era puente. Había adornos rojos, blancos y azules colgados por toda la playa.

Las multitudes desaparecían en cuanto la suave arena de la costa empezaba a cederles el paso a las rocas filosas. Estas llevaban a un bosque de cipreses, el mismo bosque donde Álex y Harper habían encontrado varios cadáveres unas semanas antes. Un tupido cordón de árboles bordeaba todo el camino hasta la caleta, que se hallaba casi justo enfrente del acantilado donde estaban Gemma y Álex.

Después, a unos pocos kilómetros de la caleta, y sola en el océano, se hallaba la isla de Bernie.

—Mi padre le va a alquilar la isla a Daniel —dijo Gemma.

—¿En serio? —dijo Álex—. Eso es genial, ¿no?

Gemma asintió con la cabeza.

—Sí, eso creo. —Hizo una pausa—. Supongo que ahora Daniel es el novio de Harper.

—Guau —dijo Álex.

—Sí, ¿verdad? —Ella sonrió—. Creo que hacen muy buena pareja, pero nunca creí que Harper llegara a salir con nadie. ¿Sabes a lo que me refiero?

—Sí, lo sé —convino Álex.

—Pero me alegro de que así sea —dijo Gemma—. Me hace sentir mejor cuando pienso en todo esto. Ahora sé que, con independencia de lo que pase, ella no va a estar sola.

—Gemma. —Álex le apretó la mano—. No hables así. Ya encontraremos la manera de mantenerte a salvo.

—Pero ¿qué pasará si no podemos? —Gemma lo miró de frente y flexionó una rodilla contra el pecho—. ¿O si no debemos?

—¿Qué quieres decir? —preguntó Álex. Sus ojos oscuros estaban confundidos y llenos de preocupación, y Gemma no sabía cómo responderle.

Cuando vio los árboles donde Álex y Harper habían encontrado a Luke y a los otros chicos recordó la trágica expresión que se le había quedado a Álex. Y Gemma no necesitaba que le recordasen cómo había matado a Jason. Todas las noches tenía pesadillas con eso.

Había hecho un gran esfuerzo para disimular que todo iba bien, para olvidar todas las cosas horribles que había hecho, la criatura en que se había convertido y, sencillamente, disfrutar del momento. Era muy probable que Gemma no estuviera viva para ver la luna llena que habría en un par de semanas.

Mientras Gemma estaba allí, sentada con Álex, le resultaba difícil ocultar sus pensamientos. Tenían que encontrar una forma definitiva de matar a las sirenas, pero sólo si ellas iban a por ella. Cosa que tal vez no hicieran nunca. En vez de eso era probable que se limitaran a reemplazarla, y la dejaran morirse sola, lejos de ellas.

También cabía la posibilidad de que las sirenas acudieran a su encuentro, en cuyo caso era probable que todas murieran en el combate. Y no cabía descartar que ella misma muriera antes de que ellas llegaran. Con opciones como esas, Gemma había empezado a aceptar el hecho de su propia muerte, que le parecía cada vez más inevitable. Estaba intentando hacerse a la idea y quería disfrutar del tiempo que le quedaba con la gente a quien amaba.

—¿Gemma? —Álex le puso la mano en la rodilla y se inclinó hacia ella—. ¿Qué te pasa? ¿En qué estás pensando?

Ella era totalmente incapaz de mirarlo a los ojos. No podía decirle lo que le preocupaba en realidad: que era una asesina y que, en el mejor de los casos, pronto estaría muerta.

Gemma bajó la vista.

—Debería decirte una cosa.

—Puedes decirme lo que sea —dijo Álex.

—Lo sé, y yo… —Tragó saliva y, sin querer, levantó la vista y lo miró. Eso fue lo que la llevó a hacerlo. Apenas lo miró a los ojos, perdió todo el coraje y desembuchó—. Besé a otra persona.

—¿Qué?

A Álex se le crispó el rostro por la confusión, y sus ojos lanzaron un destello sombrío, por lo que Gemma procedió a explicarle lo que había sucedido. No sabía por qué, pero pensó que confesar que había besado a Sawyer sería un avance. Estaba claro que se había dejado llevar por el pánico.

—Fue un accidente. No… Quiero decir… —Cerró los ojos y meneó la cabeza—. No fue un accidente. Pero no me gustó. Yo no quería besarlo. Fue… un acto compulsivo de sirena. Pero en cuanto lo besé, me detuve. No quería hacerte daño. Y no lo volveré a hacer.

—¿Fue un acto de sirena? —preguntó Álex.

—Sí —respondió Gemma tímidamente—. Sé que suena a evasiva. Pero durante unos cinco segundos fui incapaz de controlar mi cuerpo. Un extraño… impulso se apoderó de mí, y besé a un chico. Pero después recuperé el control de mis actos, y eso fue todo. No significó nada. Nunca lo habría hecho si no fuese una sirena. Pero me pareció que tenía que decírtelo. Y lo entenderé si me odias.

—¿Odiarte? —Álex se rio—. Yo a ti jamás podría odiarte, Gemma.

—Ay, estoy segura de que sí. —Le lanzó una sonrisa forzada y se sorprendió de encontrarse con los ojos llenos de lágrimas—. Puedo hacer ciertas cosas por las que cualquiera me odiaría.

—No, Gemma, escúchame. —Él se volvió hasta que estuvo frente a ella, de rodillas y tomando sus manos entre las suyas—. Ninguno de tus actos podría hacer que dejes de ser importante para mí.

—Álex, no sabes… —Se le fue apagando la voz porque si seguía hablando se pondría a llorar, cosa que no quería hacer.

—Te conozco desde hace años —dijo Álex—. Siempre has sido buena, considerada, lista, decidida y testaruda. Tienes buen corazón y jamás dejarías que nadie te cambiara. Y por eso, en parte, me enamoré de ti.

—Sin embargo, ¿qué pasará si no consigo detener mis impulsos? —preguntó Gemma, enjugándose las lágrimas—. ¿Qué pasará si las sirenas me están convirtiendo en una persona malvada y soy incapaz de controlarlo?

—Tú puedes —insistió Álex—. Eres demasiado fuerte y obstinada. Puedes luchar contra esto. Las venceremos. Juntos. Te lo prometo, Gemma.

—¿De veras lo crees?

Él asintió con la cabeza.

—Sí, por supuesto que sí.

—¿Y en serio te enamoraste de mí? —preguntó Gemma, y le arrancó una sonrisa a Álex.

—¿Crees que me habría pasado una semana buscándote si no fuera así? —le preguntó.

—No, supongo que no.

—Estoy enamorado de ti, Gemma —le dijo en voz baja.

—Y yo también.

Ella se inclinó hacia delante y lo besó de lleno en la boca, y se preguntó durante cuánto tiempo más podría hacer eso.