24
Hoy
Harper estaba sentada en su cama, mirando a Gemma con atención mientras hablaba. Esta estaba sentada, hecha un ovillo, en el otro extremo de la cama, con el osito de peluche viejo y gastado de Harper en los brazos. Si no hubieran estado hablando de monstruos y asesinatos, Gemma se habría acordado de las charlas de chicas que ella y Harper tenían a las tantas de la noche.
Harper volvió un poco triste de lo que fuera que había ido a hacer unas pocas horas antes. Gemma había tratado de hablar con ella al respecto, pero Harper no había querido. Mandó a Álex a su casa e insistió para que ellas dos hablaran a solas de lo que estaba ocurriendo. No sólo porque Harper quería comprender aquello por lo que Gemma había pasado, sino también porque esperaba que eso las ayudara a descubrir alguna manera de romper la maldición de las sirenas.
A Gemma le alegró poder hablar con Harper, aunque no le diera más información. Era un gran alivio poder contarle a alguien toda esa locura que había tenido lugar. Era como si le hubieran quitado una losa enorme que le aplastara el pecho y por fin pudiera respirar otra vez.
Gemma empezó por el principio y le contó a Harper todo lo que sabía. De cómo las sirenas la habían engañado para que se bebiera el contenido del frasco, y de lo asombroso que fue convertirse en sirena. Cuando le contó a Harper lo que había en el frasco exactamente, esta se puso pálida, pero Gemma siguió adelante.
Le explicó la maldición de la mejor manera que pudo. Le contó los motivos por los que Deméter había castigado a las chicas, de modo que ahora tenían que estar siempre juntas, cambiando de sirenas a monstruos con forma de pájaro y viceversa. Le contó a Harper por qué se había ido, y lo que había pasado en la isla de Bernie, y cómo, en ese momento, ella no sabía que Bernie estaba muerto pero sabía que tenía que hacer todo lo necesario para proteger a Álex y a Harper.
Le contó a su hermana cómo se había sentido en la casa de Sawyer, tan mal al principio, hasta el punto de que se le había empezado a caer el cabello. Hasta le habló del hambre extraña y lujuriosa que había sentido, y de cómo había perdido el control por un momento y había besado a Sawyer.
Tan sólo le omitió dos cosas. A Gemma le faltó valor para contarle a Harper cómo se alimentaban, y que había matado a alguien. Tampoco pudo contarle que las sirenas necesitaban comer corazones de muchachos para sobrevivir. Y, por suerte, Harper no preguntó.
Gemma estaba segura de que Harper sospechaba algo. Había visto los cuerpos, así que Harper tenía que saber que las sirenas mataban a chicos y les abrían el pecho a jirones por alguna razón. Pero seguro que era una de esas cosas que, en realidad, Harper no quería saber, del mismo modo en que, a veces, los padres sospechan que sus hijos tienen relaciones sexuales pero no preguntan nunca. A veces es mejor no saber nada al respecto.
La otra cosa que Gemma no pudo contarle fue que podía morir. Harper tenía la esperanza de que las sirenas esperaran el mayor tiempo posible antes de empezar a buscar a Gemma, pero no sabía que no podían esperar mucho. Si tardaban más de dos semanas en encontrarla, Gemma moriría.
Si Gemma no le contó eso a Harper no fue tanto porque no quisiera preocuparla como porque no quería que Harper lo evitara. Gemma no quería morir, pero hasta ese momento era la única manera que conocía de romper la maldición. Tal vez sería mejor que no la encontraran: si ella moría, también lo harían las sirenas.
—Lo siento mucho —dijo Harper por fin. Tenía las rodillas flexionadas contra el pecho y el mentón apoyado en ellas.
—¿Por qué lo sientes? —preguntó Gemma, inclinando la cabeza para mirar a su hermana.
—Siento que hayas tenido que pasar por todo esto —dijo Harper—. Y que hayas tenido que pasarlo sola. Muchas de estas cosas ocurrieron cuando estabas en casa y no sentiste que pudieras contarnos nada ni a mí ni a papá.
—Harper. —Gemma se impulsó hacia arriba para sentarse más erguida—. No habéis hecho nada mal. Yo no podía contaros nada de esto porque es una locura.
—Pero si eso ya lo sé, no quiero que me consueles —dijo Harper—. Entiendo por qué hiciste lo que hiciste, y no te culpo. Sólo desearía… desearía que no hubieras tenido que pasar por todo esto, y desearía poder ayudarte.
—Tienes casi dos años más que yo y eres mi hermana —dijo Gemma—. No tienes por qué tener todas las respuestas, ni estás obligada a salvarme de nada.
Harper frunció los labios y miró hacia el edredón sin decir nada. Gemma no había querido ponerla triste, y ahora casi deseaba no haberle dicho nada. Le había ido bien exteriorizar todo aquello, y por primera vez Gemma sintió que no estaba totalmente sola en ese asunto. Pero no sabía si merecía la pena implicar a Harper de ese modo.
—¿Te acuerdas de cuando éramos niñas, después de que mamá sufriera el accidente? —preguntó Harper al cabo de un rato.
—Sí, por supuesto que me acuerdo —dijo Gemma.
—Mamá estuvo en coma… unos seis meses, y yo estaba segura de que se iba a morir —dijo Harper—. Pero tú nunca perdiste las esperanzas. Todos los días íbamos a visitarla, y tú decías: «Hoy se va a despertar». Y llegábamos allí, y ella seguía en coma, y tú te limitabas a decir: «Mañana, entonces. Mañana se despertará».
—Al principio, papá y tú tratabais de decirme que estaba equivocada —dijo Gemma—. Papá me decía: «Los del hospital dijeron que nos llamarían cuando mamá se despertase, y no lo han hecho, así que aún no estará despierta». Y yo insistía en que sí lo estaría.
—Sí, así que al final nos dimos por vencidos y te dijimos que no te pusieras triste si no lo estaba —dijo Harper—. No era que hubieras llegado a estar triste. Lo que quiero decir es que a veces sí, te daba pena y llorabas porque echabas de menos a mamá, pero nunca montaste ningún escándalo. Sólo decías: «Mañana».
—Supongo que era una niña bastante optimista. —Gemma sonrió con tristeza al acordarse de sí misma.
—Eras optimista —coincidió Harper—. Pero lo que no sabes es que todos los días, cuando llegábamos al hospital, aunque yo estaba segura de que mamá no se había despertado, una pequeña parte de mí creía que sí. Porque tú estabas tan convencida… Yo pensaba que un día acabarías teniendo razón.
—Y la tuve —dijo Gemma con orgullo—. Un día, mamá se despertó. No exactamente de la manera que yo me había imaginado o esperado, pero se despertó.
—Pero tú sabías que todo iría bien —dijo Harper, mirando a Gemma con lágrimas en los ojos—. Y yo, no.
—No llores. —Gemma no entendía por qué estaba Harper tan triste, así que se acercó más a ella—. Todo salió como tenía que salir.
—Ya lo sé. —Harper gimoteó y la miró como si la observara—. Pero esta vez siento que no estás segura de que todo vaya a ir bien.
—Las cosas son mucho más complicadas que entonces —dijo Gemma—. Y entiendo lo que está pasando. Por aquel entonces yo tenía siete años, y ni siquiera sabía lo que era un coma. Pero ahora comprendo perfectamente a qué nos enfrentamos.
—No sé cómo irá todo esto —admitió Harper—. Para serte sincera, no tengo ni la menor idea de cómo conseguiremos detener a las sirenas y romperemos la maldición. Pero sí sé que todo irá bien.
Gemma bajó la vista y meneó la cabeza.
—No hace falta que digas esas cosas con el único objeto de tranquilizarme. Te agradezco que lo intentes, pero yo sé que todo esto es imposible.
—No. Escúchame, Gemma. —Harper apoyó la mano sobre la de Gemma y la miró a los ojos—. Hoy no sé cómo detener esto ni cómo salvarte. Pero lo haremos mañana, entonces. Mañana sabremos cómo.
Gemma le sonrió a su hermana con lágrimas en los ojos.
—¿Y qué pasará si no lo averiguamos mañana?
—Siempre hay un mañana —dijo Harper—. Y seguiremos buscando hasta que ese mañana llegue por fin. Yo no dejé de creerte cuando eras pequeña, y no voy a dejar de luchar por ti ahora.
Gemma quería creer en las palabras de su hermana, pero ella sabía algo que Harper no sabía: que no siempre habría un mañana. Sólo le quedaban unos cuantos, si las sirenas no iban a por ella.
Además, sabía que ellas no se detendrían ante nada para encontrarla. A Penn le importaba demasiado su propia vida como para dejar escapar a Gemma así como así y condenarlas a todas a la muerte.
Harper la rodeó con un brazo, le dio un apretón en los hombros y la acercó más a ella con su abrazo.
—La vida sería mucho más fácil si tuviéramos otra vez conversaciones normales de hermanas. ¿Te acuerdas de cuando nos quedábamos toda la noche levantadas charlando porque estabas triste por algún chico que no te había llamado después de una fiesta?
—Sí —rio Gemma—. Y ahora Álex me llama a todas horas. Podría ser peor. Podría estar el asunto de las sirenas y que Álex no me llamara nunca.
—Sí —rio Harper—. Eso sería peor.