23
Confesiones
Gemma seguía durmiendo cuando Harper se fue. Después de hablar con su padre la noche anterior, Gemma se había quedado en su habitación. Tanto Harper como Brian se acercaron muchas veces a controlarla, pero cada vez que miraron, Gemma dormía profundamente. Resultaba evidente que, fuese lo que fuese lo que hubiera hecho mientras estuvo con las sirenas, la había dejado agotada.
Harper también había dormido mucho. Estaba cansada por el viaje de más de veinte horas en coche. Sin embargo, no dejaba de despertarse una y otra vez, pues estaba segura de que Gemma se había vuelto a ir, y recorría el pasillo para ir a espiarla a su habitación.
Incluso ir a trabajar le había resultado difícil. Harper había llamado a la biblioteca porque no estaba preparada para dejar a Gemma sola tanto tiempo. No era que no confiara en que Gemma no se escaparía, sino que tenía miedo de que las sirenas fueran a buscarla.
Había llamado a Daniel un par de veces, pero él no le había cogido el teléfono. Por alguna razón, eso la ponía nerviosa. Con las sirenas sueltas y probablemente en busca de venganza, no le gustaba nada la idea de que una persona implicada en el rescate de Gemma no respondiera el teléfono.
Harper no podía dejar a Gemma sola en casa. Había llamado a Álex, y él se acercó para cuidarla. Como Gemma seguía durmiendo, Álex se acomodó en el sofá de la sala de estar.
Se había llevado su ordenador portátil y retomó de inmediato sus búsquedas en internet sobre cómo romper la maldición de las sirenas. Ambos esperaban que Gemma los ayudara en cuanto estuviera despierta, ya que sabía más de mitología que ninguno de ellos. Pero pensaron que, de momento, sería mejor que Gemma descansara, y Harper le dio a Álex carta blanca para hacer lo que quisiera hasta que su hermana se despertara.
Harper pensó en advertirle de que su trabajo era proteger a Gemma, y no besuquearla, pero para ser sinceros no estaba de acuerdo con el intento de Brian de imponerle un castigo a Gemma, y él estaba trabajando, así que no podía hacérselo cumplir. Harper solía apoyarlo, pero entendía que en esta ocasión Gemma no necesitaba que la castigaran por lo que había hecho.
Además, no creía justo que Álex debiera salir perjudicado con el castigo. Había trabajado mucho para encontrar a Gemma, así que, como mínimo, se merecía ser la excepción a la regla. Y él podría ayudar a proteger y vigilar a Gemma cuando Harper no estuviera cerca.
De todos modos, Harper no pensaba demorarse mucho en su viaje al muelle. Sólo tenía intención de ir a ver a Daniel, cerciorarse de que estuviera bien, darle las gracias otra vez por su ayuda, e irse. Si lo podía hacer todo sin subirse a su embarcación, mejor todavía.
Después de oír de refilón la conversación que Álex y Daniel habían mantenido la noche anterior, Harper estaba convencida de que no podía seguir con él. No podía implicarse con él, no en ese momento en el que le estaban pasando tantas cosas a Gemma, y no era justo darle falsas esperanzas de ese modo.
Pero más que eso, las cosas se estaban poniendo cada vez más peligrosas para todos los que rodeaban a Gemma. Harper había visto de lo que eran capaces las sirenas, y tenía el presentimiento de que si lograban encontrarla, y Harper y los demás no podían detenerlas, las sirenas se vengarían de todas las personas que habían tratado de ayudar a Gemma. Y eso incluía a Daniel.
O lo incluiría, si continuaba siendo parte de la vida de Harper. Él estaría mucho más seguro si ella dejaba de hablarle.
Así pues, sólo iría para asegurarse de que estuviera bien y, tal vez, a despedirse. No de una manera definitiva, claro; pero todavía no sabía cómo decírselo sin que sonara extraño.
Mientras Harper caminaba por el muelle hasta donde estaba amarrado el yate de Daniel, trataba de repasar la conversación que iba a mantener con él. Había banderas rojas, blancas y azules clavadas en los postes del muelle, que ondeaban violentamente al viento como parte de los preparativos para la celebración del Cuatro de Julio, que sería ese fin de semana.
Cuando llegó al yate de Daniel, le sorprendió ver un cartel pegado con cinta al costado, justo al lado del nombre del barco, La gaviota sucia.
Estaba doblado y desteñido por el sol y el agua que lo salpicaba, a pesar de que sólo llevaba allí unos días, pero todavía se podían leer las palabras: «¿Me has visto?» y, debajo, una foto de Gemma. Álex había impreso un montón de carteles y los había colgado por todo el pueblo.
Harper se inclinó y se aferró al yate con una mano. Tenía que arrancar el cartel. En primer lugar, no quería recordar la ausencia de Gemma, pero sobre todo no quería que las sirenas advirtieran ninguna relación entre ese barco y su hermana.
Cogió el extremo de una de las impresiones, y nada más empezar a tirar le pasó por delante un barco a todo trapo, formando una ola que inclinó La gaviota sucia hacia un costado.
—¡Ay, no! —se quejó Harper.
Se aferró con fuerza al yate para mantener el equilibrio, pero lo único que consiguió fue perder el poco apoyo que tenía sobre el muelle. Trató de abrazarse a la barandilla para colgarse, pero no pudo alcanzarla.
Justo cuando estaba a punto de resbalar y caer al agua, apareció el brazo de Daniel por encima de la barandilla y la sostuvo.
—Estoy empezando a preguntarme muy en serio cómo habías podido sobrevivir sin mí hasta la fecha —dijo el chico, sonriéndole.
—Mucho mejor, en realidad —dijo Harper, mientras las fuertes manos de él le sostenían los dos brazos—. No me pasaba el día tratando de trepar a los barcos, así que la posibilidad de que me cayese al océano era remota.
Una vez que él la hubo levantado y dejado a salvo en el muelle, ella se quedó un momento en sus brazos hasta que recordó el motivo por el que había ido. Le iba a costar mucho si él la miraba así, con esos ojos color de avellana llenos de algo que le producía calor en el vientre.
Y estaba sin camisa —otra vez—, y eso no hacía más que empeorar las cosas. Harper no había contado con lo difícil que sería darle calabazas a alguien cuyo aspecto fuera como el de Daniel cuando no llevaba puesta la camisa.
—¿Qué puedo hacer por ti? —le preguntó Daniel, con el brazo todavía alrededor de su cintura. Harper sentía el pecho y el abdomen del chico tan firmes contra las curvas suaves de su propio cuerpo que no parecían hechos de carne sino de hormigón.
—Yo…, hum… —Harper no conseguía acordarse de qué podía hacer por ella, así que meneó la cabeza y se apartó de él. Le era imposible pensar, apenas podía respirar siquiera, cuando él la sostenía así, tan cerca de él.
—¿Estás bien? —Daniel frunció el ceño, confundido, cuando Harper se apartó de él.
—¡Un cartel! —anunció Harper con entusiasmo cuando se acordó—. Estaba despegando este cartel de tu yate.
Había logrado arrancar la mitad del mismo, pero en su intento de aferrarse al barco lo había dejado caer al agua, donde el pedacito de papel debía de estar flotando hacia el mar.
—¿Te refieres al cartel para encontrar a Gemma? —La expresión de Daniel se tornó más confusa todavía—. ¿Has venido para despegar eso de mi yate? ¿Y cómo sabías que estaba aquí?
—No lo sabía. —Harper apoyó la espalda contra la barandilla, en un intento de poner distancia entre ella y Daniel—. Lo he visto de casualidad cuando venía hacia aquí, así que estaba intentando quitarlo, y entonces me he resbalado y aquí estamos.
—Sí, aquí estamos —coincidió Daniel, mientras se le desplegaba una sonrisa perpleja en el rostro—. La pregunta es por qué estamos aquí.
—Traté de llamarte hace un rato y no contestabas —dijo Harper—. Pensé que tal vez…, no sé. Podría haber pasado algo.
—¿Estabas preocupada por mí? —Él se acercó más a ella, y su sonrisa se ensanchó.
—Sí. ¿Y? —Harper se encogió de hombros y trató de parecer espontánea—. Me preocupo por la gente. Están pasando un montón de cosas raras últimamente. Tiene sentido que me preocupe. Me preocupo un montón. Eso no es nada del otro mundo. Es sólo mi forma de ser.
Llegó otra ola y, como Harper estaba apoyada contra la barandilla, casi se cae. Se sostuvo en el último segundo, y Daniel la tomó del brazo, sólo por prevención.
—¿Por qué no bajamos y hablamos de lo natural que es que te preocupes dentro del barco? —preguntó Daniel—. Así reducimos las posibilidades de que te caigas por la borda.
—Sí, claro. —Harper se apartó del borde y siguió a Daniel hacia el interior del yate.
En realidad, eso iba en contra de su plan original, en el que, para empezar, evitaba entrar en el yate, y en caso de hacerlo, no bajaba al lugar donde vivía Daniel. Pero era mejor que estar de pie en la cubierta, zarandeándose de modo que él tuviera que sostenerla.
Cuando Harper bajó, notó que su pequeño habitáculo parecía un poco más limpio que la última vez que lo vio. Había una pila de ropa doblada cuidadosamente al pie de la cama, y la cama estaba recogida. Había una botella vacía en el diminuto fregadero, pero ese era casi todo el desorden allí reinante.
—¿Y bien? —Daniel se apoyó contra la pequeña mesa que había entre dos banquetas acolchadas—. ¿Decías que estabas preocupada por mí?
—No. Decía que, con todo lo que está pasando, es lógico que esté preocupada en general. —Harper se sentó en la cama, ya que era lo más lejos de él que se podía sentar—. ¿Por qué no me contestabas?
—Estaba durmiendo —le dijo Daniel—. Ayer hice un viaje súper largo y estuve despierto unas veinticuatro horas en un coche. Por algún motivo, eso me cansó mucho, así que, cuando volví, me fui derecho a la cama.
—Lo siento. —Harper alisó una arruga de las mantas—. Quiero decir, gracias por acompañarnos. Y por todo lo que has hecho para ayudarnos a Gemma y a mí. De verdad que nos has ayudado mucho de un tiempo a esta parte, y eso significa mucho para nosotras.
—Es increíble cómo consigues hacer eso —dijo Daniel y ella levantó la vista para observarlo. Estaba mirando por la ventana, con los labios fruncidos.
—¿El qué?
Él meneó la cabeza y sonrió con la boca torcida.
—Sólo tú eres capaz de decir algo que se supone que es bonito, como un cumplido, y hacer que suene tan mal…
Harper se irritó.
—¿Qué es lo que ha sonado mal? ¡Sólo intentaba darte las gracias!
—¡Exacto! —Él se movió hacia ella, con la sonrisa torcida y triste—. Todavía me estás dando las gracias y ya me veo venir que hay algún pero. —Puso una voz de falsete que se suponía que sonaba como la de Harper—. Muchísimas gracias por ayudarme, Daniel, pero el tema es que eres un cretino.
—¡Yo no he dicho eso! —le replicó Harper, ofendida de veras por su imitación—. ¡Yo nunca diría eso! ¡No creo que seas un cretino!
—Sí que lo crees. —Él se rascó la nuca y evitó mirarla—. Crees que soy una especie de vago y un perdedor. Lo crees desde que nos conocemos, y siento que nos conociéramos como nos conocimos, pero me parece que ya he pasado bastante tiempo intentando demostrarte que no soy así. Lo que pasa es que te di una muy mala primera impresión.
Cuando se conocieron, Daniel se acababa de levantar y había decidido hacer pis por la borda del yate. Harper miró hacia arriba justo en el momento más inoportuno y obtuvo una visión completa de sus partes bajas.
—Sí que fue una horrible primera impresión —dijo Harper—. En eso estoy de acuerdo. Pero yo nunca… Vale, hace mucho tiempo que dejé de considerarte un perdedor. Te has portado genial conmigo y con Gemma, y nos has ayudado mucho con todo lo que ha sucedido. Sé que no tienes ni pizca de cretino. Eres amable y paciente y valiente y divertido y muy agradable…
Harper fue bajando la voz, y agachó la vista, mirándose la falda, porque eso no era en absoluto lo que quería decir. En realidad le daba vergüenza haberse sincerado de ese modo.
—Ya lo has vuelto a hacer, ¿te das cuenta? —dijo Daniel—. Acabas de hacer que toda una cadena de elogios suene fatal.
—¡Bueno, lo siento! —Lanzó los brazos al aire, exasperada—. Lo he dicho en serio, no sé de qué otra manera decirlo.
—Ya sé que lo has dicho en serio. Pero hoy no has venido aquí para decirme nada de eso. —Hizo una pausa y Harper lo miró. Él parecía estar inmerso en pensamientos muy desagradables—. Has venido aquí para decirme que te deje en paz.
Harper permaneció en silencio por un momento y después bajó la vista.
—No venía para decirte que me dejaras en paz.
—Entonces lo ibas a decir de otra manera. Con más sutileza, tal vez, pero el sentido sería el mismo.
Ella no respondió y Daniel se sentó a su lado. No demasiado cerca, pero lo suficiente. Estuvieron callados durante un minuto. El silencio era un poco incómodo, pero Harper no sabía cómo llenarlo.
—¿Qué pasa entre nosotros? —le preguntó Daniel al final.
—¿Qué quieres decir? —Harper levantó la cabeza con cautela—. No pasa nada entre nosotros. No hay nada. Sólo somos amigos…
—Harper —se quejó Daniel—. Ya basta.
—No, Daniel, nada de basta. Están pasando cosas muy peligrosas en este momento, y realmente necesito concentrarme en eso. Y no quiero hacerte daño. Eso es lo que sucede. Eso es lo que pasa entre nosotros. No tengo tiempo para que me gustes, no quiero herirte.
Él la miró directamente a los ojos y se limitó a decir:
—Tonterías.
—¿Qué? —Ella parpadeó—. Son razones perfectamente válidas. Todo esto es una locura y…
—Tonterías —insistió Daniel, con más énfasis.
—No puedes pasarte todo el tiempo diciendo eso —dijo Harper—. Eso no es un argumento.
—¿Quieres un argumento? —preguntó Daniel—. ¿Quieres que te presente un argumento válido?
—Me gustaría que dijeras algo más que tonterías —admitió Harper.
Ella en realidad esperaba que lo dijera otra vez, probablemente sólo para chincharla; en cambio, él se volvió y la empujó contra la cama. Ella estaba demasiado sorprendida como para detenerlo. Él se mantuvo arriba, apenas a unos centímetros de distancia, sosteniéndose con un brazo de cada lado de ella.
Él no la había sujetado, de modo que ella tenía los brazos libres y podía empujarlo si quería. Pero no lo hizo.
En vez de eso, se limitó a mirarlo a los ojos, respirando más fuerte de lo que habría querido. Se lamió los labios y trató de calmar el latido frenético de su corazón.
—¿Este es tu argumento? —se apresuró a decir Harper cuando vio que él no decía nada.
—Mi argumento es que si yo te besara ahora mismo, tú también me besarías —replicó Daniel, en voz baja y segura.
—Eso no lo sabes —le rebatió ella, sin convicción.
—Lo sé. —Asintió con la cabeza, sin apartar sus ojos de los de ella en ningún momento—. Lo harías porque te gusto, y no importa si tienes tiempo o no. Cuando alguien te gusta, sólo te dejas llevar, y eso no lo puede cambiar nada.
Ella tragó saliva.
—Si estás tan seguro, ¿por qué no me has besado?
Antes de que él pudiera responder, el teléfono de Harper empezó a tocar Mind Reader, de Silverchair, el tono de llamada de Gemma. Durante una milésima de segundo, Harper consideró la posibilidad de no contestar. No quería echar a perder el momento con Daniel, porque él tenía razón, y ella tenía muchas ganas de besarlo.
Pero el momento ya había pasado, y Gemma podría necesitarla. No hacía tanto rato que se había ido, pero si Gemma tenía problemas y Harper no respondía la llamada porque estaba ocupada besándose con un tipo, no podría perdonárselo en la vida.
—Es Gemma —dijo Harper—. Tengo que responder.
—Ya lo sé —dijo él, con la voz cargada de pesar.
De todos modos, él no se movió. Harper se metió la mano en el bolsillo de los pantalones vaqueros y sacó su teléfono, sin que Daniel se apartase de encima de ella.
—¿Diga? —Harper contestó el teléfono, y ahí fue cuando Daniel se dio la vuelta y le permitió sentarse—. ¿Gemma? ¿Va todo bien?
—Sí, todo va bien —dijo Gemma—. Me acabo de despertar y he visto que no estabas. Álex me ha dicho que tenías que hacer un trámite, o algo así. ¿Cuándo vas a volver?
—Hum, vuelvo en unos minutos. —Harper se puso de pie y se alejó de la cama y de Daniel—. Voy de camino. ¿Necesitas algo?
—No, es sólo que… —Gemma hizo una pausa—. Quería asegurarme de que estuvieras bien. Es que me siento un poco tensa. Supongo.
—Sí, lo entiendo —dijo Harper—. En seguida llego a casa, y entonces hablaremos con más calma. ¿De acuerdo?
—Sí, me parece bien —dijo Gemma, y de veras pareció sentirse un poco aliviada—. Hasta ahora.
Harper colgó el teléfono y estuvo dándole la espalda a Daniel durante un momento, pensando. Estaba justo al pie de la escalera por la que saldría del yate. Cuando se volvió para mirarlo de frente, él seguía sentado en la cama y la miraba.
—Si no vuelvo a hablarte, quiero que sepas que no es porque no me gustes —dijo Harper con cautela—. Porque está bastante claro que sí me gustas.
En ese momento, él bajó la vista, probablemente porque sabía que lo que venía a continuación no le iba a gustar.
—No puedo permitirme que formes parte de mi vida porque tengo que cuidar de mi hermana —dijo Harper—. Y me gustas de verdad, así que no quiero que termines con el corazón destrozado.
—Cuando dices que no quieres que termine con el corazón destrozado, ¿lo dices metafórica o literalmente? —preguntó Daniel.
—Tal vez de las dos formas —admitió ella—. Adiós, Daniel. Y gracias de antemano por entenderlo.
Él la saludó de manera casi imperceptible con la mano antes de que ella se volviese y saliera del barco como una flecha. Tuvo que trepar por encima de la barandilla para volver al muelle, y estuvo a punto de caerse al agua otra vez, pero de ninguna manera le iba a pedir ayuda.
Una vez que estuvo a salvo en el muelle, se fue caminando rápido a su coche, casi trotando, y durante todo ese tiempo tuvo que esforzarse para no llorar.