22
El reencuentro
Encontrarse de nuevo en su propia habitación le pareció extraño. Gemma estuvo un buen rato parada en la entrada, limitándose a mirar el revoltijo de cosas que había dejado. Tenía la extraña sensación de haber dado un salto en el tiempo. En realidad no se había ausentado tantos días, pero con la locura de las últimas semanas le parecía que había pasado una eternidad desde que sólo era la chica que dormía en esa habitación.
También era un poco extraño ver tanto color. El azul pálido de las paredes, los colores brillantes de su colcha, e incluso el póster de Michael Phelps que tenía colgado. Todo parecía muy vívido después de la constante blancura de la casa de Sawyer.
Se dejó caer de espaldas en su cama, una cama individual en la que se sentía muchísimo mejor que en el espacio vacío de la cama grande donde había estado durmiendo. Todo lo que había en la habitación la hacía sentirse muchísimo mejor, aunque la casa fuera pequeña y estuviera deteriorada, y careciera por completo del esplendor que tenía la casa de la playa.
Pero eso no importaba. Estaba en su propia casa.
Le echó un vistazo a la mesita de noche, esperando ver la foto de ella, de su madre y de Harper que se había pasado varios años en ese lugar. Cuando vio que no estaba, se incorporó aterrada, pero después se acordó de que se la había llevado consigo cuando se fue. La había dejado en la casa de las sirenas, escondida en el primer cajón, entre su ropa.
Harper golpeó despacio la puerta abierta de la habitación de Gemma, quien se volvió para mirarla. Álex se había ido a su casa en cuanto llegaron. Gemma no quería que se fuera, pero Harper le hizo notar que se habían pasado las últimas once horas juntos, y que su padre no tardaría en llegar del trabajo. Estaba haciendo horas extras para compensar los días libres de la semana anterior, y no terminaría hasta después de las siete.
—¿Qué se siente al estar de vuelta? —preguntó Harper.
—La verdad es que todo resulta bastante extraño —admitió Gemma—. Pero estoy contenta de estar aquí.
—Y yo estoy contenta de que hayas regresado.
Sonrió un poco al decirlo, y entró en la habitación.
—Y ahora ¿cuál es el plan? —preguntó Gemma—. ¿Tenías algo planeado, aparte de encontrarme?
—En realidad, no. —Harper se apoyó en la pared, al lado del ropero—. En cierto modo esperaba que tú tuvieras alguna idea. Álex y yo hemos estado investigando un montón sobre las sirenas, pero no encontramos nada útil. —Hizo una pausa—. Eres una sirena, ¿verdad?
—Sí, lo soy —dijo Gemma con un suspiro acongojado—. Al igual que Penn, Thea y Lexi.
—¿Y qué significa eso exactamente? —preguntó Harper—. Te conviertes en una mujer pez, y después está ese monstruo con forma de pájaro en el que se transformó Penn. Puedes cantar y hechizar a la gente.
—Son muchas cosas juntas.
Gemma bajó la vista. No quería explicárselo todo a Harper; al menos, no de inmediato, pues eso implicaría contarle lo de la maldición, y que tenía que matar para sobrevivir.
—Ya tendremos tiempo de hablar de eso más tarde —dijo Harper porque, al parecer, se dio cuenta de que Gemma dudaba—. Si quieres, puedes darte una ducha y relajarte un poco antes de que llegue papá.
—Gracias.
Gemma esbozó una sonrisa.
—Seguro que tenemos tiempo, ¿no? —le preguntó Harper—. ¿Cuánto tiempo crees que nos queda antes de que las sirenas vengan a por ti?
—Para serte sincera, no lo sé —respondió Gemma.
Pensó en cuando se había ido al pueblo hacía unos días y había matado a Jason. Había sido una fuga de varias horas en la que incluso le había robado el coche a Sawyer. Sin embargo, cuando regresó, las sirenas y Sawyer estaban allí, con aspecto impasible.
Como Gemma no se había llevado nada, tal vez no pensarían que se había fugado, así que tardarían un rato en empezar a buscarla. Y, aunque lo hicieran, no sabrían adónde había ido. No les resultaría muy difícil darse cuenta de que había regresado a Capri, pero podrían pasar algunos días antes de que salieran a buscarla. Tal vez esperaban que volviera, ya que ella sabía lo que le pasaría si se iba.
Aun así, las sirenas acabarían encontrándola. Tenían que hacerlo. Parte de la maldición estribaba en que tenían que estar cerca las unas de las otras.
Si ellas no la encontraban, Gemma tardaría un par de semanas en morir. Y si las sirenas no podían sustituirla, entonces Penn, Thea y Lexi morirían también.
—Tal vez dispongamos de algunos días —dijo Gemma por fin—. Una semana, a lo sumo. Pero eso es todo. Vendrán a por mí y me llevarán de vuelta. —Tragó saliva con dificultad cuando se dio cuenta—. Si para entonces no encontramos la manera de romper la maldición, me tendré que ir con ellas.
—Ya encontraremos la manera —insistió Harper, y a Gemma le habría gustado tener la misma convicción que su hermana—. Pero para empezar, ¿por qué no te bañas y te cambias? Papá está a punto de llegar a casa.
—¿Y qué le digo? —preguntó Gemma cuando Harper hizo ademán de irse—. No puedo decirle que soy una sirena, ¿no?
—No —respondió Harper, pero parecía insegura. Frunció el ceño y luego meneó la cabeza—. No, no lo entendería. Sólo haría que se preocupara, y no podrá hacer nada para ayudarte.
—Entonces ¿qué le digo? —preguntó Gemma.
—Sólo… —Harper se encogió de hombros—. Yo le dije que te habías ido con Penn, pero que no sabía por qué. Así que… limítate a decirle que te fugaste porque… —Meneó la cabeza—. No lo sé. No le des ninguna razón. Eres una adolescente y te estabas rebelando. Eso debería ser suficiente, ¿verdad?
—Tendrá que serlo, supongo.
Harper se volvió para irse y empezó a cerrar la puerta tras de sí.
—Eh, Harper —dijo Gemma para retenerla.
—¿Sí? —Harper se apoyó en la puerta a medio abrir y miró a Gemma.
—Gracias por venir a buscarme y todo eso —dijo Gemma—. Con independencia de cómo acabe todo esto, quiero que sepas que aprecio mucho todo lo que haces por mí. Incluso el que me hayas salvado de esos monstruos, pero no sólo eso.
—Yo, encantada —le sonrió Harper, y después cerró la puerta y Gemma se quedó sola para prepararse.
Gemma acababa de salir de la ducha cuando oyó que su padre llegaba a casa. Aún estaba en el baño, cepillándose el pelo, y oyó como se cerraba de golpe la puerta principal. Después le llegó el vozarrón de Brian diciéndole a Harper que ya estaba en casa.
Gemma sabía que su padre se enfadaría con ella. Le iba a gritar un montón y, si bien le daba un poco de miedo, de pronto le pareció que no tenía importancia. Lo había echado de menos. Sólo cuando oyó su voz fue consciente de hasta qué punto.
—¡Papá! —gritó Gemma apenas abrió la puerta del baño, y luego bajó corriendo la escalera.
Brian se encontraba en la sala de estar, todavía con su ropa de trabajo, que estaba manchada de aceite y olía un poco a pescado. Cuando vio a Gemma que bajaba corriendo hacia él, abrió los ojos de par en par y se le cayó la mandíbula.
Ella le echó los brazos al cuello y él la abrazó con torpeza. La estrechó con fuerza contra él un momento, y después se volvió para mirarla bien. Le tocó la cara y ella sintió la aspereza de sus manos callosas sobre su piel suave, y los ojos azules de él llenos de lágrimas.
—Te quiero mucho, Gemma… —dijo él—. Me tenías terriblemente preocupado.
—Lo siento, papá —dijo Gemma, ahogando sus propias lágrimas—. Yo también te quiero.
—¿Dónde estabas? —preguntó Brian.
—No lo sé. —Gemma bajó la vista y se alejó un paso de él porque todavía no sabía cómo contestar la pregunta.
—¿En qué diablos estabas pensando? —le preguntó Brian y empezó a gritar—. ¡Por el amor de Dios, ¿qué he hecho que sea tan terrible como para que te hayas ido más de una semana sin avisarme?! ¡Te he buscado por todas partes! ¡La policía también te ha estado buscando! ¿Tienes la menor idea de lo que nos has hecho pasar a mí, a tu hermana y a Álex?
—Lo siento.
Gemma mantuvo la vista en el suelo, incapaz de mirarlo a la cara otra vez.
—¡No basta con decir que lo sientes, Gemma! —gritó Brian—. ¡Lo que has hecho no tiene excusa! No puedes irte así como así, sin avisar a nadie. Eso no está bien, y lo sabes.
—Sí, lo sé, papá, y de veras lo siento —repitió ella.
—Y con todo lo que está pasando, con ese asesino en serie suelto —continuó Brian—. Ha sido muy peligroso y muy irresponsable por tu parte. ¡Podrían haberte hecho daño, o haberte matado! Ni Harper ni yo teníamos la menor idea de lo que te estaba pasando. ¿Sabes lo aterrador que es eso?
Gemma tragó saliva y negó con la cabeza.
—No.
—Y no fuiste al funeral de Bernie —dijo Brian, pero su tono se había suavizado un poco al decirlo.
—¿Qué? —El corazón le dio un vuelco y por fin levantó la vista para mirar a su padre—. ¿Bernie ha muerto?
Cuando fue a la isla de Bernie y descubrió que las sirenas estaban allí, destrozando su casa, sospechó que le había pasado algo; pero albergó la esperanza de que, tal vez, sólo lo hubieran dejado sin sentido en algún lugar, o que se hubiera escapado de la isla. Ahora Brian le decía que había ocurrido lo que más temía. Las sirenas lo habían matado.
—Sí. —Brian tenía las manos en la cadera, pero su postura se relajó y la miró como disculpándose—. Lo encontraron muerto a principios de la semana pasada. El funeral fue el viernes.
—No… —A Gemma le cayó una lágrima por la mejilla, y se la secó de inmediato—. Siento mucho no haber ido.
—Sé cuánto lo querías —dijo Brian, y le puso una mano en el hombro con suavidad—. Pero por eso no deberías irte así. No sabes cuánto tiempo te queda con la gente a quien quieres, de modo que no deberías malgastar ese tiempo escapándote sin motivo.
—Tienes razón —asintió Gemma con la cabeza—. Y lo siento mucho.
Gemma estaba llorando en silencio, así que Brian la tomó en sus brazos y la dejó llorar contra su pecho. La besó en la cabeza y la tuvo abrazada hasta que se hubo calmado.
—Tengo que hacer algunas llamadas —dijo Brian—. Avisar a todos de que dejen de buscar, ya que estás en casa y a salvo. Pero tú y yo vamos a tener una charla más tarde. ¿Me entiendes?
—Sí —lloriqueó Gemma.
—Y estás castigada hasta que cumplas los dieciocho años —dijo Brian—. No puedes salir de la casa sin permiso, ni puedes invitar a nadie a menos que yo diga que puedes. Y eso incluye a Álex. ¿Me entiendes?
—Sí. —Ella asintió con la cabeza.
—Bien. —Se apartó de su hija—. Pero te quiero y me alegro de que estés a salvo en casa.
—Gracias. —Gemma le sonrió dócilmente—. De verdad que siento mucho todos los problemas que le he causado a todo el mundo.
—Bueno. Tal vez te lo pienses dos veces antes de fugarte de nuevo —dijo Brian—. Y ahora ¿por qué no subes a tu habitación?
Gemma lo hizo corriendo casi tan rápido como había bajado. Cerró la puerta de un golpe y se tumbó en ella, tratando por todos los medios de no echarse a llorar.
No le gustaba nada saber hasta qué punto había asustado a su padre, y todo lo que les había hecho pasar a Harper, a Álex y a los demás. Y lo que menos le gustaba era que tal vez tendría que hacerlo de nuevo. Si no encontraba alguna forma de detener a las sirenas, no le iba a quedar otra opción. Se vería obligada a irse con ellas para impedir que le hicieran daño a alguien más, como se lo habían hecho a Bernie y a Luke, y del mismo modo en que ella se lo había hecho a Jason.
El problema era que Gemma no veía ninguna solución. No había salida sin que alguien saliera dañado.