21

Una nueva esperanza

Esa noche, Gemma se despertó unas mil veces. Dio un montón de vueltas en la cama, hasta que por fin se entregó al sueño. Fuera todavía estaba oscuro y, a juzgar por el silencio que había en la casa, todos los demás seguían durmiendo.

Albergaba un sentimiento dentro de su pecho del que no podía liberarse. Como si estuviera ocurriendo algo, o a punto de ocurrir. Le recordaba a lo que sentía antes de irse a dormir en Nochebuena, aunque mezclado con náuseas y algo de miedo.

Para calmarse, decidió salir a nadar. En realidad, Gemma se había pasado años saliendo a nadar de noche a modo de automedicación. Era su manera de lidiar con la ansiedad y otros sentimientos desagradables. Había intentado dejarlo cuando se transformó en sirena, pero aquello no había hecho más que empeorar las cosas.

Dejó la parte de abajo del biquini en la orilla y se sumergió en el agua fría, para nadar bajo las estrellas.

Trató de explicarse sus sentimientos. Tal vez fueran un vestigio de sentimiento de culpa por haberse alimentado hacía unos días.

Thea había tratado de hablar más con ella sobre el tema, pero no le sirvió de consuelo. Sabía que lo que había hecho estaba mal, y eso no lo iba a cambiar ninguna conversación.

Sin embargo, iba a tener que aprender a vivir con ello. No tenía marcha atrás y, le gustase o no, era parte de su nueva naturaleza. Formaba parte de su manera de mantenerse viva, y había accedido a hacerlo para proteger a Álex y a Harper.

Ni toda el agua del océano podría lavar la sangre de sus manos, pero sí podía calmarla un poco. Nadó lejos de la orilla y después flotó de espaldas, dejando que la cola de pez se agitara en el agua para mantener el equilibrio, y contempló las estrellas que brillaban en lo alto.

Trató de distinguir las constelaciones que Álex le había enseñado. Las únicas que reconocía eran Orión y Casiopea. Estaba empezando a salir el sol, y el cielo no tardaría en estar demasiado iluminado para que pudiera seguir viéndolas.

Cuando el cielo se volvió de un color rosado brillante, Gemma decidió regresar a la orilla. Daba la impresión de que Sawyer se levantaba muy temprano, y podría alertar a Penn si notaba que Gemma se había ido. No quería tener problemas con las sirenas por irse a nadar sin avisar a Penn.

Nadó lánguidamente de vuelta hacia la orilla, disfrutando del agua. Por mucho que odiara todo lo que implicaba el hecho de ser una sirena, había algo verdaderamente mágico y asombroso en poder nadar así.

Gemma tenía que recordarse que debía estar agradecida por eso. Podía haber renunciado a todo lo demás, pero siempre le quedaría el océano.

Se quedó cerca de la superficie, sumergiéndose y saliendo del agua como un delfín. Una vez, al salir, le pareció oír a alguien que gritaba su nombre.

Dejó de nadar y se quedó flotando en el agua, de modo que tenía la cabeza y los hombros por encima de las olas. Y entonces vio una silueta que agitaba los brazos en la playa y corría hacia el océano.

—¿Álex? —dijo Gemma en una exhalación.

Una vez que se repuso del impacto, se sumergió en el agua y nadó tan rápido como pudo. Tenía que alcanzarlo antes de que gritara otra vez o despertaría a las sirenas, si no lo había hecho ya. No podía entender cómo había llegado hasta allí, ni qué estaba haciendo, pero no le importaba. Tan sólo podía pensar en cuánto lo echaba de menos, y en que no veía la hora de estar otra vez en sus brazos.

Álex había ido corriendo al agua y Gemma lo alcanzó cuando el agua le llegaba a la cintura.

Ni siquiera hablaron cuando ella llegó hasta él. Se impulsó fuera del agua y le echó los brazos al cuello. Tenía frío, y cuando los brazos de él la envolvieron y le rodearon la espalda, los sintió cálidos contra la piel.

Él la abrazó fuerte y la besó con más intensidad que nunca. El beso tenía esa insistencia llena de alarma, como si no pudiera besarla lo suficiente, y a Gemma eso le encantaba. Le puso las manos en el cuello y lo acercó más a ella.

Él la estaba levantando fuera del agua mientras se besaban, y ella tenía la cola de pez presionada contra las piernas y el vientre de él. Gemma se aferró a él con desesperación, negándose a soltarlo.

Al final tuvieron que parar para poder respirar, pero Álex seguía sosteniéndola cerca de él. Apoyó la frente contra la de ella, con los ojos cerrados, mientras aspiraba su aroma.

—Te he echado de menos —murmuró, y la besó en la boca de nuevo, esta vez con más suavidad.

—Y yo también a ti —dijo ella, con ganas de llorar. Había estado segura de que no lo volvería a ver nunca, y ahora temía no poder dejar que se fuera.

Cuando pensó en ello volvió a besarlo desesperadamente. En el fondo de su mente sabía que las sirenas estaban cerca, en la casa, y Álex iba a tener que irse muy pronto si quería que siguiera vivo. De modo que si sólo iban a disponer de unos minutos para estar juntos, tenía que aprovecharlos.

Él movió la mano hacia abajo y la presionó contra las escamas suaves de su cola de pez, que le subía por la rabadilla. Nunca hasta entonces le habían tocado la cola de pez, y el cálido contacto con su piel hizo que le bajara un escalofrío de placer hasta la aleta.

—Guau. —Álex dejó de besarla para mirar las escamas iridiscentes, que brillaban con la primera luz de la mañana—. ¿Así que de verdad te has convertido en una sirena?

—Sí. —Gemma se rio y lo miró a los ojos—. Parece que eso es lo que soy.

—¿Ya habéis terminado de daros besitos? —preguntó Harper, y Gemma miró de reojo a Álex y vio a Harper detrás de él. Era tal su entusiasmo por ver a su chico que ni se había dado cuenta de que su hermana estaba allí.

Harper había metido los pies en el agua, y Daniel estaba parado en la orilla, mirando dudoso primero a Gemma, y luego a la casa blanca inmaculada de la playa.

—Tenéis que iros —dijo Gemma. El ver a Harper y a Daniel tan inquietos había eliminado el romanticismo, y se dio cuenta de lo peligroso que podía resultar que estuvieran allí.

—¿A Álex le das un beso y a mí me dices que me vaya de aquí? —Harper arqueó una ceja—. De ninguna manera. No hemos venido hasta aquí para dejarte.

—Os lo agradezco, y me alegro mucho de veros… a todos —dijo Gemma. Se había separado lo suficiente de Álex como para poder hablar con Harper, pero todavía le rodeaban los brazos de él—. De veras que me alegro. Pero tenéis que iros de aquí.

—No nos vamos a ir sin ti —dijo Harper—. No me importa si tengo que llevarte a rastras, dando patadas y gritando, ni si tengo que apuñalar en los ojos a esas horribles diablesas, pero tú vas a venir conmigo cuando yo me vaya.

—Tienes que irte —insistió Gemma.

—Gemma, no me voy a ir sin ti —dijo Álex, y ella se volvió para mirarlo, y levantó la vista hacia sus profundos ojos castaños—. La última vez que te fuiste, yo estaba inconsciente y no pude detenerte. Pero esta vez estoy bien despierto y no voy a dejar que te vayas.

—No lo entiendes —le dijo Gemma en tono quejumbroso—. Te matarán si te ven aquí.

—Pues entonces deberíamos ir arrancando ahora mismo —respondió Álex.

—No, no puedo ir con vosotros —dijo Gemma—. Irán a por mí, y os herirán a los tres para castigarme.

—Gemma, no me estás escuchando —dijo Álex—. No voy a dejarte. Así que, si tú te quedas, yo me quedo.

—¡Álex! —Gemma quería apartarse de él, pero era demasiado bonito sentir cómo la abrazaban aquellos brazos fornidos—. No nos van a dejar que estemos juntos. Si te ven, te matarán.

—Ven con nosotros —dijo Álex—. Ven con nosotros ahora mismo, y ya encontraremos la forma de detenerlas.

—No sé si la hay —admitió Gemma con amargura.

—Siempre hay alguna forma. Tan sólo tenemos que descubrirla —le aseguró Álex.

—No sabes cómo son las sirenas —dijo Gemma, pero su resistencia estaba disminuyendo.

—¿Quieres quedarte aquí? —preguntó Álex—. ¿Quieres ser una sirena?

—No —dijo ella con énfasis.

—Entonces salgamos de aquí. —Él retrocedió, y se alejó de ella hacia la orilla—. Ya encontraremos la manera de liberarte, pero el primer paso es irnos de aquí.

Ella se mordió el labio y echó un vistazo hacia arriba, a la casa. Era peligroso irse, eso seguro, pero tal vez fuera la única oportunidad que se le presentaría de averiguar cómo se rompía la maldición. Estaba más que claro que Penn no se lo iba a decir.

Pero si Gemma trabajaba con Harper y Álex, tal vez descubrieran entre los tres alguna manera de cambiar las cosas. Era la mejor oportunidad que tenía de escapar de aquella vida.

Además, a juzgar por la forma en que la miraban tanto Harper como Álex, Gemma no estaba segura de que ella pudiera decir o hacer algo para evitar que la buscaran. Sabía que Álex hablaba muy en serio cuando le decía que no se iba a ir sin ella.

Si quería conservarlo con vida y liberarse de la maldición, la mejor manera de hacerlo sería irse. Y si se iba a ir, tendría que darse prisa antes de que se despertaran las sirenas.

—Vamos —dijo Gemma, y Álex le lanzó una amplia sonrisa. La atrajo hacia sí otra vez y le dio un fugaz beso—. De verdad que tenemos que darnos mucha prisa.

Álex tiró de ella hacia la orilla, pero cuando el agua estuvo tan poco profunda que a Gemma le empezó a cosquillear la cola de pez, ella lo detuvo.

—Tienes que adelantarte y volverte —le dijo.

—¿Qué? ¿Qué? —preguntó Álex, alarmado.

—Es que mi cola no se transforma en la parte de abajo de un biquini cuando se vuelve a convertir en piernas —le dijo Gemma.

—Ah.

Álex se sonrojó un poco cuando se dio cuenta de lo que Gemma quería decir, y se volvió en seguida.

—¿Qué está pasando? —preguntó Harper. Estaba lo suficientemente lejos como para no haber oído la explicación de Gemma.

—Daos la vuelta —dijo Álex, que caminaba hacia donde estaban Harper y Daniel—. Gemma está desnuda y tiene que ponerse la parte de abajo del biquini.

—Oh, mierda —dijo Daniel, y dio media vuelta.

Harper se alejó de Gemma más despacio, como si creyera que fuera a desaparecer entre las olas mientras ellos no la miraban. Pero Gemma no planeaba hacer eso.

Se impulsó fuera del agua, con la esperanza de que las piernas aparecieran rápido. Nunca le había parecido tan lenta la transformación de cola de pez a piernas. Dado que había decidido irse, quería salir de allí lo antes posible.

Gemma prácticamente se puso de pie antes de que las piernas le hubiesen cambiado por completo. Uno de sus pies todavía era más aleta que pie, y casi se tropezó en la arena, pero se pudo sostener. Corrió para recoger la parte de abajo de su biquini, y para cuando se la puso, sus piernas ya eran normales.

—Listo —dijo Gemma, y fue a toda velocidad hasta donde estaba esperando Álex—. Tenemos que irnos de aquí.

Álex tomó a Gemma de la mano y los cuatro corrieron por la arena. Tenían que recorrer un trecho por la playa para rodear los peñascos. La casa estaba incrustada entre dos salientes rocosos, como un sándwich. Así pues, el camino más rápido hacia la carretera era atravesar la casa, pero ellos no iban a tomarlo.

Daniel había aparcado en la hierba a cuatrocientos metros de la casa. Cuando por fin llegaron al coche, Harper abrió el maletero y sacó una vieja sudadera con capucha para que Gemma se la pusiera y no tuviese que andar en biquini.

Gemma se la puso detrás del coche. Harper estaba a su lado. En cuanto se hubo vestido, Harper le dio a Gemma un abrazo tan fuerte que casi le hace daño.

—Qué contenta estoy de que estés a salvo… —dijo Harper.

—Gracias —le respondió Gemma, con la voz ahogada por la intensidad del abrazo de Harper.

Esta la soltó y la miró fijamente con ojos solemnes.

—Si vuelves a escaparte así otra vez, no tendrás que preocuparte por las sirenas, porque seré yo quien te mate. ¿Lo has entendido?

—Sí. —Gemma asintió con la cabeza, con actitud sumisa—. Pero, en mi defensa, puedo decir que lo hice para protegerte.

—No me importa por qué lo hiciste —dijo Harper—. No vuelvas a hacerlo.

Harper rodeó el coche y se sentó en el asiento del conductor, mientras que Gemma se metió de un salto en la parte de atrás con Álex. Se sentó tan cerca de él como pudo, y él la rodeó con un brazo. Gemma no estaba segura de haber tomado la decisión correcta al irse con ellos.

—¿Cómo me habéis encontrado? —preguntó.

—Saliste en el periódico —dijo Daniel.

—¿El periódico? —Gemma arqueó una ceja.

Daniel le alcanzó el periódico, y le señaló el artículo sobre los chicos asesinados. Gemma lo leyó de prisa y, cuando llegó a la parte sobre Jason Way, el corazón le latió tan fuerte que pensó que le iba a dar un infarto. Tenía miedo de vomitar o desmayarse.

—¿Cómo sabíais que yo había hecho eso?

Intentó respirar con más calma. No podía ni mirarlos. Era imposible que lo supieran. No la habrían rescatado si fueran conscientes de la clase de monstruo que era.

—Nos dimos cuenta de que la forma en que lo habían abierto en canal era el sello distintivo de las sirenas —le contó Álex, al ver que Gemma no decía nada.

—Y pensamos que si ellas estaban aquí, era probable que tú anduvieras cerca.

—Buena deducción —dijo Gemma. Le lanzó una sonrisa forzada y trató de calmar el pánico.

El único consuelo que le quedaba era que Thea tenía razón con lo de atraer a los violadores. Según el periódico, Jason Way lo era. En realidad, Gemma ya había llegado a esa conclusión. Si ella no hubiese podido convertirse en una bestia devoradora de hombres, era muy probable que Jason la hubiese violado.

De todos modos, eso no significaba que estuviese bien. No le correspondía a ella castigar a la gente, y matarlo había ido más allá de la defensa personal.

Pero no era momento para pensar en eso. Estaba con Álex y Harper, a quienes creyó que no volvería a ver, y quería disfrutarlo mientras pudiera.

—¿Cómo supisteis dónde estaba? —preguntó Gemma, doblando el periódico y arrojándolo a un lado—. ¿Por qué sabíais que estaba justo en esa casa de la playa?

—Eso es cosa de Harper —dijo Álex, señalándola.

—¿Y cómo lo supiste? —le preguntó Gemma a su hermana.

—Lo supe, y ya está —dijo Harper, tratando de no dar más explicaciones—. Ni yo misma sé cómo explicarlo. Tan sólo supe que estabas ahí.

El viaje en coche fue tranquilo y bastante rápido. O, tal vez, sólo se lo pareció a Gemma. En realidad se pasó un buen rato besándose con Álex en el asiento trasero, hasta que Harper los amenazó con mojarlos a los dos con la manguera.

Casi toda la atención de Gemma estaba puesta en Álex, pero mientras estaba acurrucada junto a él en el asiento de atrás veía interactuar a Harper y a Daniel. Este trataba de levantarle el ánimo a su hermana y hacer que se relajara, y ella intentaba resistirse pero terminaba riéndose con él más veces de las que habría querido.

Cuando regresaron a Capri por la noche, Harper decidió dejar a Daniel en su barco antes de dirigirse a su casa. Se detuvo en el puerto para que él se bajara.

—Gracias —dijo Harper, y pareció que evitaba mirarlo directamente—. Por acompañarnos y ayudarnos a buscar a Gemma. Y por todo, en realidad.

—Claro, no hay problema —dijo Daniel. Se quedó sentado en el coche durante un momento, y después abrió la puerta—. Bueno. Ya nos veremos.

—Sip —dijo Harper.

—Adiós, Daniel —agregó Álex, y Daniel lo saludó con la mano mientras salía.

—Espera un segundo —le dijo Gemma a Harper, y saltó del coche detrás de él. Se estaba alejando, así que lo llamó—. Daniel. Espera.

—¿Sí? —Él se volvió hacia ella.

Gemma le echó los brazos alrededor de la cintura, y lo abrazó. Daniel tardó un momento en responder al abrazo. Fue corto y un poco torpe, pero ella dio un paso atrás y le sonrió.

—Sólo quería agradecerte como es debido el haberme ayudado, y el haberte preocupado por mí, y todo eso —dijo Gemma.

—En realidad no hay problema —dijo Daniel, restándole importancia con un gesto.

—Y quería agradecerte lo que haces por Harper —continuó Gemma.

—¿Por Harper?

—Sí —dijo Gemma—. Te necesita más de lo que ella cree, y me alegro mucho de que seas capaz de verlo.

—Ah… —Daniel parecía no saber cómo responder a eso—. Hum…, ¿de nada?

—De acuerdo. —Gemma lo saludó con la mano mientras se alejaba—. Nos vemos luego.

Corrió otra vez al coche, y Harper le preguntó de qué había ido todo eso. Gemma se limitó a encogerse de hombros, mientras Harper arrancaba para llevarlos de vuelta a casa.