20
Complicaciones
Pasaron a recoger a Álex antes de salir del pueblo, no sólo porque mataría a Harper si iban a buscar a Gemma sin él, sino también porque, además, podría ser útil.
Harper llamó a su padre y le dejó un mensaje en el teléfono móvil para avisarle que no volvería a casa esa noche. Pensó en decirle que iba a buscar a Gemma, pero si no la encontraba, sólo serviría para destrozarle todavía más el corazón a Brian.
Viajaban en el coche de Harper porque Daniel no tenía, y el de Álex era muy pequeño. Él iba sentado en el asiento trasero mientras Harper conducía. Daniel le dio el periódico para que lo leyera.
Para empezar, ni Álex ni Harper se podían creer que se les hubiera pasado por alto el artículo. Ambos, pero sobre todo Álex, habían buscado pistas en internet, pero su tarea se había dificultado con un montón de mensajes irrelevantes. Álex se sentía obligado a seguir todas las pistas, pero estas no lo llevaban a ninguna parte.
Harper creía que se le había pasado porque ella se sentía mal. Después de haber tenido el sueño con Daniel que terminaba con Gemma diciéndole que despertase, no había podido seguir ningún tipo de rutina. Todo le parecía mal, y había dejado de buscar cosas sobre las sirenas en el ordenador.
Por suerte, mientras Harper y Álex recurrían a la tecnología, Daniel había buscado a la vieja usanza. Había ido todas las mañanas a Pearl’s a comprar ejemplares de todos los diarios que había allí. Y al final había valido la pena.
Por desgracia, el artículo no daba muchos datos concretos. La única información útil era que habían encontrado un cuerpo cerca de un restaurante. Daniel había reconocido de qué pueblo se trataba, pero de todos modos era una zona muy amplia.
Harper ni siquiera sabía dónde vivían las sirenas cuando estaban en Capri. En cierta ocasión había oído que estaban en una casa en la playa que había pertenecido a un funcionario, pero no estaba segura de que eso fuera cierto.
Lo que más temía no era que no encontrasen a Gemma, ni que las sirenas trataran de impedirle a Harper que se la llevase. Ya pensaría cómo enfrentarse a ellas, llegado el caso. No, lo que más le preocupaba era que encontrasen a Gemma pero no quisiera volver con ellos.
Y entonces ¿qué haría ella? Gemma tenía dieciséis años y nuevos poderes mitológicos. No era que Harper pudiera llevarla a casa a rastras y obligarla a quedarse en su cuarto. Si Gemma no estuviera dispuesta a volver con ellos por su cuenta…, entonces, no volvería.
Sin embargo, mientras iban en el coche, Harper no mencionó ninguno de esos temores. Tal vez Álex compartiera algunas de sus preocupaciones, pero no hablaba de ellas, así que Harper pensó que ella tampoco debería hacerlo.
Además, tenía cosas más importantes en las que concentrarse…, como descubrir adónde estaban yendo exactamente. El viaje empezó bien pero, en seguida, las cosas fueron de mal en peor.
Antes de cruzar la frontera del estado se metieron en un atasco de casi una hora debido a un accidente de tráfico.
Daniel intentó mantenerlos animados, pero Álex y Harper estaban demasiado nerviosos como para que funcionara. Después de varios intentos fallidos de entablar conversación, optó por sintonizar una estación de radio que emitía rock clásico y acompañar The Immigrant Song de Led Zeppelin haciendo como que tocaba la batería.
En cuanto el coche reanudó la marcha desaparecieron los problemas durante un rato, pero luego se extraviaron otra vez. El Sable Mercury’96 de Harper no tenía ningún tipo de GPS, así que dependían de los mapas que Álex había descargado en su teléfono móvil.
Habrían podido ir por la costa, pero después del atasco, Álex trató de encontrar una ruta alternativa que los llevara más directos. Por desgracia, lo único que lograron fue llegar a un punto muerto, y eso después de haberse desviado ochenta kilómetros.
Así pues, se detuvieron en una estación de servicio, donde Daniel compró un mapa de carreteras, sobre el que trazó la ruta que debían seguir. Harper estaba que echaba chispas, y se pasó unas cuantas horas protestando en voz baja por haberse desviado de manera innecesaria, mientras Álex la escuchaba con cara larga.
Según los cálculos que había hecho Daniel, deberían haber llegado a Myrtle Beach cerca de la medianoche. Debido a todas las marchas y contramarchas, ya eran casi las doce y todavía estaban a dos horas de distancia.
Y entonces fue cuando Harper empezó a cansarse por la duración del viaje. Ella creía que el entusiasmo y los nervios la mantendrían despierta, pero la noche anterior había dormido muy mal, y toda la situación la dejó prácticamente agotada.
Álex roncaba de manera intermitente en el asiento trasero. En cuanto daba una cabezada, parecía darse cuenta, y se despertaba otra vez.
—Debería haberse comprado un Red Bull en la estación de servicio —dijo Daniel, refiriéndose a su breve parada de hacía una hora.
—¿Qué? —Harper pestañeó. Estaba distraída y apenas lo había oído.
—Álex. —Daniel señaló el asiento trasero, y Harper echó un vistazo hacia atrás.
Álex tenía el mentón caído sobre el pecho y se balanceaba un poco con el movimiento del coche. Resopló con fuerza, pero esta vez no se despertó.
—Sí, creo que lo hemos perdido —dijo Harper, ahogando un bostezo, y volvió a prestar atención a la ruta.
—¿Cómo vas? —le preguntó Daniel.
Estaba sentado junto a ella, y parecía asombrosamente animado. Tenía el mapa sobre las piernas, bien doblado, de modo que el lugar por donde iban quedara mirando hacia arriba, y llevaba una lata de Red Bull en la mano. Todavía no había bostezado ni dormido en lo que llevaban de viaje, y ni siquiera se había quejado del cansancio.
—Genial —dijo Harper, pero era mentira, al menos en parte. Se estaba durmiendo, y la autopista parecía extenderse en una negrura eterna que hacía que le pesaran los párpados.
—¿Estás segura? —preguntó Daniel—. Porque yo puedo ponerme al volante. Has estado conduciendo todo este tiempo, y no te vendría mal que repartiéramos tareas.
Ella negó con la cabeza.
—Estoy bien.
No había ninguna razón válida por la cual no dejar que Daniel condujera, salvo que ella sentía que de ese modo controlaba mejor la situación. Y en realidad, no lo hacía. Gemma se había fugado y se había convertido en un monstruo, y Harper no podía hacer nada al respecto.
Pero podía conducir el coche. Ella podía hacer que siguieran avanzando en dirección a su hermana, y en ese momento no se le ocurría ninguna manera mejor de ayudar.
—Avísame si te cansas demasiado —dijo Daniel—. Te haré el relevo encantado.
—Estoy bien —repitió Harper.
Casi no había coches en el camino. Era un tramo de la autopista totalmente abierto, sin luces ni viviendas. La ventanilla del coche estaba bajada, y a Harper le llegaba el olor del océano, que estaba allí cerca.
La luna brillaba encima de ellos, y las líneas discontinuas de la carretera se le empezaban a difuminar.
—¡Cuidado! —dijo Daniel en voz alta. El coche se fue de pronto hacia un lado, y a Harper se le abrieron los ojos de golpe. Él tenía la mano en el volante, y lo guiaba para que no se salieran de la carretera.
—¿Qué pasa? —preguntó Álex, con voz de pánico, desde el asiento trasero—. ¿Todo bien?
—Sí, Harper está parando en el arcén —dijo Daniel, con la mano todavía en el volante.
—Estoy bien —repitió Harper, ya despierta del todo. Había estado a punto de provocar un accidente.
—No, te estás durmiendo al volante —dijo Daniel—. Detente. —No se lo estaba exigiendo exactamente, pero el tono empleado era contundente, y Harper estaba demasiado cansada para discutir con él. Además, él tenía razón.
—¿Quién va a comprobar el mapa? —dijo Harper cuando se detuvo en el arcén—. No quiero perderme otra vez.
—Álex puede ocuparse de ello —dijo Daniel—. Ya ha dormido un rato, y puedo darle una lata de Red Bull.
—¿Qué pasa? —preguntó Álex, todavía medio grogui y confundido.
Daniel había abierto la puerta del acompañante para salir, pero se volvió hacia Álex.
—Sal del coche. Te toca a ti. Es tu turno como copiloto. Harper se va a dormir al asiento de atrás.
De mala gana, Harper dejó el asiento del conductor y, antes de pasarse atrás, le advirtió a Álex de que lo mataría, literalmente, si volvían a perderse por su culpa. Se desparramó en el asiento trasero, pensando que tardaría en dormirse, pero se quedó frita en cuestión de minutos.
En la parte delantera, Daniel y Álex empezaron a charlar. Harper entraba y salía del sueño, y captaba fragmentos de su conversación. Casi toda ella versaba acerca de temas mundanos, y hubo una parte en la que, al parecer, Daniel trataba de contarle a Álex una especie de acontecimiento deportivo, y después Harper se durmió otra vez.
Se volvió a despertar, y se habría vuelto a dormir de inmediato como había hecho antes, pero en ese momento oyó su nombre y abrió los ojos.
—Es que Harper es así —decía Álex—. No debes tomártelo como algo personal.
—Y no lo hago —dijo Daniel, pero sonaba un poco a la defensiva—. Bueno, no lo sé. Eso intento.
—Es que eso de tenerlo todo controlado raya en el fanatismo —dijo Álex—. Y no digo que sea malo: sino todo lo contrario.
—¿Está dormida? —preguntó Daniel.
Álex se volvió para mirar, y Harper cerró los ojos a toda prisa antes de que viera que estaba despierta. Si estaban hablando de ella, quería oír lo que tenían que decir.
—Sí, está frita —dijo Álex—. Es que no me puedo creer que esté durmiendo. Ha debido de pasar una semana realmente difícil.
—La verdad es que sí —coincidió Daniel—. Parece tan agotada y triste cada vez que la veo…
—Con suerte, cuando Gemma vuelva a casa, se sentirá mejor —dijo Álex.
—Sí, eso espero.
Los chicos se quedaron en silencio, y Harper decidió intentar dormir otra vez. Si no iban a decir nada interesante, sería mejor que descansara. Quería estar bien despierta cuando encontraran a Gemma.
—¿Cuánto hace que conoces a Harper? —preguntó Daniel, y el sonido de su nombre la despabiló otra vez.
—Hum, no sabría decirte —contestó Álex—. Creo que unos diez años, más o menos. ¿Por qué?
—No lo sé —respondió Daniel en seguida—. Por ninguna razón. Sólo tenía curiosidad.
—Ah —dijo Álex—. ¿Cuánto hace que la conoces tú?
—Unos meses —dijo Daniel, y después guardó silencio un momento antes de preguntar—. Entonces…, ¿lleváis todo ese tiempo siendo amigos?
—Sí, casi —dijo Álex—. Hemos perdido un poco el contacto desde que empecé a salir con Gemma.
—¿Y a qué lo atribuyes? —preguntó Daniel—. ¿Crees que Harper está algo celosa?
—No, no lo creo —dijo Álex—. Harper no es una persona muy celosa. Creo que lo que pasa es que se siente un poco extraña porque Gemma es su hermana pequeña, y Harper y yo llevábamos mucho tiempo siendo amigos.
—Pero sólo erais amigos, ¿no? —preguntó Daniel—. Quiero decir…, que la cosa nunca… —Se le fue apagando la voz.
—¿Me estás preguntando si Harper y yo hemos sido novios? —preguntó Álex.
—Sí, supongo —respondió Daniel, un tanto incómodo—. Bueno, ya sabes, si alguna vez os habéis liado, o algo así.
—No, nunca.
—¿Y por qué no?
—No lo sé. —Álex suspiró—. Lo único que pasa es que no nos hemos liado nunca. No lo hemos hecho. Es como que te pregunten por qué no te has liado nunca con tu hermana, o algo así.
—No tengo hermanas.
—Sabes a lo que me refiero —dijo Álex.
—Sí, lo sé, pero es tan… raro —contestó Daniel.
—¿Por qué es tan raro? —preguntó Álex.
—No lo sé. Ella es muy guapa, y tú eres un adolescente. Supongo que no entiendo cómo podéis haber sido nada más que amigos durante tanto tiempo sin que pasara nada.
—Los chicos y las chicas pueden ser amigos. Estas cosas pasan. Quiero decir… Harper y tú sois amigos. —Álex se dio cuenta en ese momento de lo que estaban hablando—. Ah, Harper y tú sólo sois amigos, ¿no?
—No, sí, somos amigos —respondió Daniel en seguida—. Quiero decir… Nosotros… Es complicado.
—¿Por qué es complicado? —preguntó Álex.
—Bueno, para empezar… Creo que me odia —dijo Daniel.
—Ella no te odia —le aseguró Álex.
—¿No? —Daniel pareció esperanzado—. ¿Cómo lo sabes?
—Si te odiara, no estarías en este coche —dijo Álex—. Ni siquiera dejaría que te acercaras a su coche si te odiara. Y lo sabrías. Harper puede ser una bruja cuando quiere.
—Entonces ¿qué problema tiene conmigo? —preguntó Daniel.
—No tengo ni idea —dijo Álex—. No sé nada acerca de vuestra relación «complicada». Pero Harper no es muy de salir con chicos.
Daniel dio un fuerte suspiro al oír eso.
—Sí, eso me ha dado a entender. —Se volvió hacia Álex—. ¿Está quemada por alguna relación anterior, o algo así?
—No, no lo creo. Es que ella… —Álex hizo una pausa, pensando—. ¿Sabes lo loca que la está volviendo el que Gemma esté perdida?
—¿Sí?
—Bueno, ella se pondría así si nos hubiéramos perdido Marcy, o yo, o su padre —dijo Álex—. Bueno, tal vez no tanto por mí ni por Marcy, pero haría todo lo posible por encontrarnos. Ella siente que tiene que cuidar a todo el mundo. Y por mucho que ame a Gemma y a sus amigos, creo que ve a un novio como a otra persona a quien tendría que cuidar, y piensa que no tiene tiempo para eso.
—Pero yo no quiero que me cuide —dijo Daniel—. En todo caso, lo que quiero es cuidar de ella.
—Harper no funciona así —dijo Álex—. Si no estuviese preocupándose por todo el mundo y tratando de asegurarse de que todo esté bien, no sabría qué hacer consigo misma.
—¿O sea que no podré hacerle cambiar de idea? —preguntó Daniel.
—Es increíblemente difícil hacer que Harper cambie de idea —admitió Álex—. Lo que te digo es que no he salido nunca con ella, y que no tengo ni idea de qué habría que hacer para lograrlo. —Dejó escapar un hondo suspiro—. Diablos, ni siquiera sé cómo salir con mi propia novia.
—No sé —dijo Daniel—. Me dio la impresión de que os iba bastante bien. Gemma parecía encantada contigo. Si no se hubiera convertido en una extraña criatura mitológica, estoy seguro de que os iría mejor que bien.
—Y así me va —dijo Álex—. Bastante me cuesta salir con chicas, y resulta que ahora tengo que descubrir cómo se sale con una sirena.
—Lo siento, amigo —dijo Daniel, riendo un poco—. Pero si hay alguien capaz de sobrellevarlo, estoy seguro de que ese eres tú.
—Gracias. Tú sí que sabes animar a la gente —dijo Álex, riéndose él también.
—Encantado —dijo Daniel—. A propósito, ¿falta mucho para llegar?
—Hum… —Álex se fijó en el mapa—. Creo que casi estamos en Myrtle Beach, y después serán unos setenta kilómetros. Ya nos estamos acercando.
A continuación se hizo el silencio, y Harper se sintió culpable por cómo había tratado a Daniel. No quería dejar de verlo, pero se preguntó si estaba siendo justa con él.
Al final se quedó dormida otra vez, mientras se debatía sobre lo que debería hacer con respecto a Daniel. Álex la despertó cuando por fin llegaron al pueblo. Estaba empezando a clarear con el primer sol de la mañana, y Harper se desperezó en el asiento trasero.
—Mantente cerca de la playa —le indicó a Daniel. Lo dejó conducir, ya que prefería mirar y explorar la zona—. Es probable que anden en alguna casa junto a la playa.
—¿Y cómo nos daremos cuenta cuando la encontremos? —preguntó Daniel.
—No lo sé. —Harper meneó la cabeza—. Tendremos que estar atentos por si vemos a las chicas directamente. Es probable que no encontremos su casa, pero que las veamos en la playa o en el agua.
—También tienen esa canción —señaló Álex—. Deberíamos estar atentos por si la oímos.
Se pasaron un buen rato dando vueltas con el coche, y la frustración los invadió cuanto más se prolongaba la búsqueda. Terminaron por salir del pueblo, bordeando la costa, a medida que el sol iba subiendo más alto en el cielo.
—¡Detente! —gritó Harper de pronto, y Daniel frenó en seco.
—¿Las ves? —preguntó Álex, levantando el cuello desde su asiento.
—No, pero esa es la casa —dijo Harper, señalando una inmensa mansión blanca. Estaba rodeada por rocas enormes, de modo que ni siquiera podían ver el océano desde la carretera. La casa estaba apartada, al final de un largo camino de entrada, cubierta parcialmente por los árboles que llenaban el jardín.
—¿Qué casa? —preguntó Daniel, confundido.
—La casa de mi sueño —dijo Harper; no sabía cómo se había dado cuenta. En su sueño, lo único que había podido ver era la habitación donde Daniel y ella se habían acostado. No tenía sentido pero, de alguna manera, muy en su fuero interno, lo sabía—. Esa es la casa donde está Gemma.