19
La advertencia
Gemma odió sentirse tan bien cuando se despertó. Los efectos de haberse alimentado el día anterior todavía no se habían difuminado; en todo caso, sólo habían cobrado más fuerza. Tenía el cuerpo como líquido. Cada uno de sus movimientos era suave y fluido, y sentía como si se deslizase a uno y otro lado.
Cuando salió de la cama, prácticamente se puso a bailar por toda la habitación, sin poder evitarlo. Y si bien nunca había recibido clases de ningún tipo, se movía como en un ballet, como si la elegancia se hubiera convertido de pronto en parte de su ADN.
No necesitó mirarse al espejo para darse cuenta de que estaba radiante. Podía sentirlo. Tenía la piel verdaderamente luminosa.
Y a pesar de sus grandes esfuerzos por sentirse culpable y lamentar la pérdida del hombre a quien había asesinado el día anterior, su sirenitud estaba en su mayor esplendor, y todo su cuerpo irradiaba felicidad.
La tristeza seguía presente, porque había hecho algo absolutamente espantoso y no podría perdonárselo nunca. Pero estaba enterrada muy dentro de ella, escondida junto con el resto de las emociones negativas que sus nuevos poderes de sirena no querían que ella sintiera.
Bajó los escalones de dos en dos, sólo porque tenía ganas, y casi chocó con Sawyer, que estaba de pie abajo del todo.
—Buenos días, Gemma —dijo él, en un tono todavía más aturdido del habitual. Parecía casi sobrecogido por su belleza, y Gemma sintió una aguda punzada de odio por causar ese efecto en él. O en cualquier otro chico, ya puestos.
—Buenas —respondió ella, sonriéndole de todos modos.
Estaba contenta de descubrir que el deseo insaciable que sintiera por él había desaparecido. Por supuesto que Sawyer todavía le parecía atractivo, pero no sentía ni el menor impulso de abalanzarse encima de él.
—¿Necesitas algo? —preguntó Sawyer, siguiéndola hasta la cocina.
—Dios mío, Sawyer, deja de babear por la pobre chica —dijo Penn, poniendo los ojos en blanco de una manera muy exagerada—. Ella no tiene por qué aguantarte actuando como un perro en celo desde primeras horas de la mañana.
Penn estaba sentada en un taburete en la isla de la cocina. Había una revista barata desplegada delante de ella, que exhibía los mejores y los peores cuerpos de la playa y, junto a la revista, había un vaso de jugo de naranja medio vacío.
—Lo siento. —Sawyer se miró los pies, con cara de avergonzado.
—Veo que has dormido a pierna suelta —dijo Penn, y centró su atención en Gemma, mientras pasaba las hojas de la revista con languidez.
—He dormido bien —respondió Gemma, dando largas, y abrió la nevera. No es que hubiera mucha comida, pero toqueteó una manzana y cerró la puerta.
—Bueno, tienes un aspecto radiante —dijo Penn sin mirarla—. Qué bien te sienta ser una sirena.
Gemma se inclinó contra la nevera y mordió la manzana porque no se le ocurría de qué otro modo responder. Era obvio que se trataba de algún tipo de cumplido, pero Gemma no deseaba tomárselo como tal. Seguía sin querer ser una sirena.
La casa se llenó de pronto de música, cuando Lexi encendió una cadena en la habitación contigua. Adele llegó flotando en el aire, y Lexi se le unió. Consiguió, por increíble que pareciera, que su manera de cantar sonara más adorable que la de Adele.
Sawyer seguía mirándose los pies, avergonzado, pero miró a Lexi en cuanto esta se puso a cantar. Hasta empezó a caminar hacia ella, avanzando lentamente, como arrastrado por su canto.
—¡Cierra el pico, Lexi! —gritó Penn, con un trasfondo perturbador en su voz normalmente sedosa. Cuando estaba enfadada tenía un tono monstruoso que no parecía poder controlar y que hacía que sonara como una criatura espantosa de película de terror—. ¡Nadie quiere escuchar tus graznidos!
—¡Uf! —gruñó Lexi, levantando la voz, y la música se silenció. No sólo Lexi, sino también la cadena—. ¡Me voy a nadar, ya que estás actuando como una aguafiestas!
—¿Puedo ir a nadar yo también? —preguntó Sawyer, mirando a Penn.
—¿Limpiaste toda la sangre del descapotable anoche? —preguntó Penn, que seguía mirando las hojas satinadas de la revista.
»Hum, ¿no? —Frunció el ceño mientras pensaba—. No. Me dijiste que no me preocupara por eso, y que me fuera a la cama contigo.
»Bueno, ahora estás levantado. —Le sonrió a medias, sin tratar de disimular su desprecio—. Ve a limpiar el coche.
—Claro, sí, por supuesto. —Sawyer asintió rápido con la cabeza, y salió de la cocina para hacer lo que ella le ordenaba.
—Y bien, ¿qué te pareció? —preguntó Penn, apoyando la mano en el mentón mientras pasaba una página.
Antes de contestar, Gemma se tragó el trozo de manzana que tenía en la boca.
—¿El qué?
—Quitarle la vida a un humano. —Penn permanecía con la cabeza inclinada, como si aún examinara los cuerpos playeros, pero levantó los ojos para mirar a Gemma. Eran negros, como siempre, pero le bailaban por el mero hecho de pensar en un asesinato.
Gemma se obligó a darle otro mordisco a la manzana, aunque sintiera náuseas al oír hablar de asesinato, y se negó a responder la pregunta de Penn.
—Ahora eres realmente una de nosotras —continuó Penn, sonriendo mientras hablaba—. Ahora eres un monstruo. Lo mismo que yo, y que Lexi, y que Thea. Has probado el corazón humano, y ya nada podrá detenerte.
—Yo no seré nunca como tú. —Gemma meneó la cabeza y miró a la manzana que tenía en las manos—. Anoche cometí un error, pero nunca más volveré a perder el control de ese modo. No seré nunca un monstruo.
Penn se rio.
—Para empezar, dijiste que nunca matarías a nadie. Vaya con esas pequeñas negociaciones morales que haces contigo misma… Ya verás que, a la larga, la moral no significará nada para ti. Te elegimos por una razón.
—Me elegisteis porque os estabais quedando sin opciones —señaló Gemma—. Thea me contó que yo era la última opción.
—Sin embargo, tú eras mi primera elección —dijo Penn, pero su sonrisa se había convertido en una mueca—. ¿Sabes por qué te quería a ti?
Gemma jugueteó con la manzana porque no quería admitirle a Penn que, en realidad, no lo sabía y quería saberlo.
—Vi la maldad en ti —dijo Penn.
—Eso no es cierto. —Gemma negó con la cabeza—. Yo no… En mí no hay maldad. O al menos, no la había antes de que me transformase en sirena.
—Lo que tú digas. —Penn echó los brazos al aire como si no le importara—. No eres malvada. Anoche mataste a ese hombre por la bondad que hay en tu corazón.
Gemma tiró la manzana a medio comer a la basura.
—No tengo hambre.
—¡Ah! Eh, Gemma —dijo Penn cuando ella estaba a punto de salir de la cocina. Se detuvo en la entrada y la miró de reojo—. Me he enterado de tu pequeño encuentro de ayer con Sawyer.
Como Gemma no dijo nada, Penn se volvió para mirarla.
—Me lo dijo él —le explicó Penn, como si Gemma le hubiese preguntado cómo se había enterado—. Él no tiene secretos conmigo. No puede tenerlos.
—Esa es la base de una relación sana de verdad —dijo Gemma con frialdad.
—Es un tipo atractivo, ¿verdad? —prosiguió Penn, como si Gemma no hubiese dicho nada—. Es de lo más apuesto. Tenía que ser así, ¿no? Si no, no habrías engañado a tu amado Álex.
Gemma se mordió el interior de la mejilla y miró hacia el otro lado.
—Sip. Es un tipo muy atractivo. Eres una chica con suerte, Penn.
—Sabes que esto no tiene nada que ver con la suerte —dijo Penn y se bajó del taburete—. Yo me construyo mi propia suerte. Creo mi propio destino.
Se dirigió hacia Gemma y se quedó parada justo frente a ella, que se negó a mirarla. Se limitó a mirar abajo, a los dedos acicalados de los pies de Penn.
—Si alguna vez quieres unirte a Sawyer y a mí, lo entenderé —dijo Penn, en una voz más baja y sensual—. Como sirena, tienes todo tipo de impulsos nuevos, y son difíciles de contener. A Sawyer le alegraría mostrarte cómo manejarlos, siempre que yo esté allí para guiarte.
—¿Qué? —Gemma arrugó la nariz de asco cuando se dio cuenta de qué le estaba diciendo Penn—. Es un ofrecimiento muy extraño, y muy repulsivo. En serio. Eh, no, gracias.
—Ahora te pones puritana; no me importa —dijo Penn, haciendo un gesto con la mano, como si le quitara importancia—. Pero la cuestión es que si vuelves a tocar a Sawyer mientras yo no esté presente, te destrozaré esas sucias manitas que tienes.
En ese momento, Gemma levantó la vista hacia Penn y vio que, aunque seguía hablando con su tono sexy y casi alegre, los ojos le habían cambiado. Ya no eran del color negro habitual, sino los extraños ojos amarillos de una águila.
—No puedes tener algo que no es tuyo —dijo Penn, y se oía el monstruo bajo sus palabras, la bestia dentro de su gruñido—. No toques ninguna cosa sin mi permiso.
Antes, eso habría asustado a Gemma, y una parte de ella sabía que debería sentirse intimidada por Penn. Había matado a su propia hermana, así que, obviamente, no dudaría en arrancarle la cabeza a Gemma. Pero a ella ya no le importaba. Si iba a vivir con Penn para siempre, no iba a doblegarse ante ella. Prefería terminar muerta antes que como esclava de Penn.
—Ni Sawyer es tuyo ni es una cosa —dijo Gemma—. El que lo hayas hechizado no significa que haya dejado de ser una persona con ideas y sentimientos propios. Lo que pasa es que no se los dejas usar.
Gemma dio por sentado que Penn la emprendería a gritos con ella; en cambio, inclinó la cabeza hacia atrás y se echó a reír. Cuando acabó, sus ojos regresaron a la normalidad.
—Ay, Gemma, eso sólo demuestra lo poco que conoces a los humanos. —Penn se volvió y caminó hacia la isla de la cocina, todavía riendo para sus adentros.