17
Las consecuencias
—He hecho algo malo —dijo Gemma, con la voz temblorosa al hablar—. Algo muy, muy malo.
Estaba de pie en el vestíbulo de la casa de Sawyer, con los brazos cubiertos de sangre hasta los codos. La mayor parte ya se había secado en el camino a casa, pero un poco seguía chorreando sobre el suelo de mármol blanco. Tenía la ropa salpicada de rojo, y la boca llena de un sabor dulce y metálico que, de algún modo, era a la vez delicioso y nauseabundo.
Cuando aparcó el coche como pudo frente al jardín de Sawyer, después de un viaje desesperado a casa, se vio en el espejo retrovisor. Tenía toda la mitad inferior de la boca cubierta de sangre, salvo los surcos que habían limpiado las lágrimas. Lloró tanto mientras conducía que era asombroso que hubiera podido ver adónde iba, o acordarse de cómo llegar hasta allí.
El alboroto que hizo el coche al patinar en el jardín delantero atrajo la curiosidad de todos. Sawyer ya estaba en el recibidor cuando Gemma entró en la casa, y Lexi y Thea llegaron poco después.
—¿Estás bien? —Sawyer corrió hacia ella para comprobar que no tuviera heridas. Su preocupación tenía sentido, ya que ella estaba cubierta de sangre, pero no era la suya. De todos modos, estaba tan impresionada que dejó que Sawyer la tocara e inspeccionara.
—¿Así que ya has comido? —sonrió Penn, entrando en la habitación. Observó a Gemma, perpleja.
—Ya te dije que volvería —dijo Lexi orgullosa, mientras se dirigía hacia Gemma.
—Sí que lo dijiste, pero está hecha un desastre —replicó Penn.
—Pues claro que está bien, imbécil. Esa sangre no es suya —contestó Lexi a Sawyer mientras lo echaba de un empujón y abrazaba a Gemma.
—¿De quién es la sangre? —preguntó Sawyer, confuso.
—Buena pregunta. —Penn caminó hasta Gemma y se detuvo justo frente a ella. Gemma sólo quería desplomarse y llorar—. ¿Dónde está el cuerpo?
—¿El cuerpo? —preguntó Gemma, aturdida.
—Sí, has matado a alguien y te has comido su corazón —le respondió Penn, como si fuese obvio—. Y bien, ¿dónde está el cuerpo?
—Yo…, hum… —Gemma se tragó el vómito que quería salir, e intentó pensar—. No lo sé. Ha sido a la salida de un asador del centro. Ha ocurrido en el callejón de al lado.
—¿Un asador? —Penn se volvió hacia Sawyer—. ¿Sabes de qué lugar está hablando?
—¿El asador Marcel’s? —preguntó Sawyer.
—Eso creo, puede ser. —Gemma asintió con la cabeza, como paralizada—. No estoy segura.
—Ve a limpiarlo —le ordenó Penn a Sawyer—. Arregla este desastre antes de que alguien lo encuentre.
—Se llama Jason —le dijo Gemma, como si eso pudiera ayudarlo, de algún modo, a encontrar el cuerpo.
—A nadie le importa cómo se llame —dijo Penn—. Deshazte de él, y ya está.
—De acuerdo.
Sawyer asintió y salió a toda prisa para cumplir los deseos de Penn.
—Lo siento mucho —dijo Gemma, mientras le caían lágrimas silenciosas por las mejillas—. No sabía qué hacer. No sabía adónde ir.
—Has hecho lo correcto al volver —dijo Penn—. Pero la próxima vez llévate el cuerpo contigo. No puedes ir dejando tus sobras por ahí, de cualquier manera. Eso hace que los humanos sospechen, y no querrás lidiar con esa preocupación.
—¡El descapotable está lleno de sangre! —gritó Sawyer desde el jardín delantero.
—¡Entonces llévate otro coche! ¡En el garaje hay muchos! —le gritó Penn, y puso los ojos en blanco—. Tiene mucha suerte de ser guapo y rico, porque es un verdadero idiota.
—Es una monada. —Lexi le dio un apretón en los hombros a Gemma para reanimarla—. Vamos a limpiarte, ¿eh?
—Sí —accedió Gemma.
Lexi se inclinó y le lamió la mejilla. Gemma retrocedió y la empujó con fuerza, lo que la hizo caer de espaldas dentro del armario de la entrada.
—¡¿Acabas de lamer la sangre de mi mejilla?! —le gritó Gemma. Intentó limpiarse de la cara la saliva de Lexi, pero seguro que se manchó la mejilla con sangre—. ¡Eres una psicópata!
—¡Tú eres la que está cubierta de sangre! —le replicó Lexi, claramente ofendida por la reacción de Gemma—. ¡Me he limitado a probarla! ¡Al menos, no le he arrancado el corazón!
—Lexi, eso ha sido realmente inapropiado. —Penn la miró indignada—. Thea, ven a ayudar a Gemma a limpiarse. Cuando vuelva Sawyer, vamos a hablar de cómo arreglaremos todo esto.
—Vamos. —Thea tomó a Gemma de la mano y empezó a llevársela del brazo—. Te sentirás mejor cuando estés limpia, y pensarás mejor cuando la comida se haya asentado.
—Eso no era comida —murmuró Gemma.
—Es lo que comes ahora, así que es comida —replicó Thea.
En el cuarto de arriba, Thea llenó la bañera con agua tibia. Gemma se quitó la ropa y quedó en biquini, y luego se metió dentro. El agua no tardó en ponerse rosada, al mezclarse con la sangre, pero Gemma apenas si lo notó.
Encogió las rodillas contra el pecho, con el mentón apoyado en ellas, y Thea se sentó a su lado, para enjuagar la sangre de su cabello enmarañado.
—Soy un monstruo —dijo Gemma en voz baja.
—Todas somos monstruos, cariño —dijo Thea lo más suave que pudo. Usó una taza para volcar el agua tibia en el cabello de Gemma mientras se lo peinaba con los dedos. La sangre le había hecho una verdadera maraña durante el trayecto a casa en el descapotable.
—Ni siquiera me acuerdo realmente de lo que pasó —dijo Gemma, quien se secaba las lágrimas que le caían de los ojos—. Es todo como una especie de neblina rojiza.
—Las primeras veces no te acuerdas —dijo Thea—. No ejerces un verdadero control sobre tu cuerpo, ni sobre tu transformación. Y como estabas evitando comer, es probable que estuvieras especialmente fuera de control.
—Pero ¿me…, me he comido su corazón? —preguntó Gemma.
—Eso es lo que hacemos —dijo Thea—. Así es como sobrevivimos. Tenemos que comer corazones de muchachos.
—Qué cosa tan desquiciada.
La risa de Thea fue tenebrosa.
—Todo se debe al humor negro de Deméter. Era una bruja perversa cuando lanzó la maldición.
—No creo que yo pueda hacerlo. —Gemma se abrazó fuerte a las rodillas porque se le revolvía el estómago—. No puedo matar así a la gente.
—La buena noticia es que sólo necesitas comer cuatro veces al año —dijo Thea, tratando de consolarla—. En vísperas de cada solsticio.
—¿Qué? —Gemma gimoteó y se volvió para mirar a Thea—. Pero vosotras coméis más que eso.
—Yo no —dijo Thea—. En realidad, no. ¿No has notado que mi voz no es tan aterciopelada como la de Penn o la de Lexi?
—¿Y eso es porque no comes tanto como ellas? —preguntó Gemma.
—En parte. —Thea asintió con la cabeza—. Una vez me pasé un año entero sin comer. Casi me muero, y la voz me quedó así. Si comiera más, mi voz dejaría de ser tan áspera, pero no necesito comer más, así que no lo hago.
—¿Y te puedes pasar un año entero sin comer? —Gemma se volvió en la bañera para mirarla de frente—. ¿Se podría aguantar más?
—No, Gemma, a mí casi me mata —le contó Thea—. Fue terriblemente doloroso, tanto en el aspecto físico como en el emocional, y al final empecé a enloquecer. Cuando por fin comí, estaba tan descontrolada que casi monto una masacre con todos los que me rodeaban. Tienes que comer más.
—Si te dolía tanto, ¿por qué no comiste? —preguntó Gemma—. ¿Por qué pasaste un año entero sin comer?
Thea bajó la vista.
—Ya te lo contaré otro día. —Se inclinó, estiró el brazo dentro de la bañera y quitó el tapón para vaciarla—. ¿Por qué no abres la ducha para enjuagarte y yo voy a buscarte una toalla?
A Gemma no le hizo ninguna gracia admitir que se sentía estupenda después de salir de la ducha. En el plano emocional era una piltrafa, pero en el físico no se había sentido mejor en toda su vida. No se había drogado nunca, pero se imaginaba que un buen viaje no debía de diferir mucho de aquella sensación.
Thea volvió con una toalla enorme y Gemma se envolvió en ella.
—¿Te sientes mejor ahora? —preguntó Thea.
—Supongo —dijo Gemma, tratando de minimizar lo bien que se sentía, y se encaminó a su cuarto.
Se acostó en su cama y se cubrió con la manta. Le incomodaba que le diera calor, pero se la dejó, como si quisiera enterrarse en ella. Thea la había seguido y se quedó de pie en la cabecera, como dudando, antes de sentarse.
—¿Por qué eres tan amable conmigo? —le preguntó Gemma—. Antes eras tan arpía…
—Y lo sigo siendo —respondió Thea—. Pero esto es bastante difícil de sobrellevar. Lexi y Penn son demasiado tontas y egoístas como para ser de ayuda. Es que creo que nadie debería pasar por esto solo.
—¿Cómo vives con esto? —preguntó Gemma.
—¿Con qué?
—Con la culpa.
—¿Por matar a gente, dices? —preguntó Thea.
—Sí. —Gemma corrió un poco la manta para poder ver a Thea—. Es que no puedo dejar de pensar en que él era una persona y…, y no se lo merecía.
—Si te hace sentir algo mejor, no le dolió —dijo Thea.
—¿Cómo puedes decir eso? ¡Le arranqué el corazón!
—Sí, pero eres una sirena —dijo Thea—. Cuando te alimentas, emites un sonido que es como una especie de ronroneo. Es algo intermedio entre el maullido de un gato y una nana. Ejerce un efecto anestésico sobre tus presas, como si estuvieran en coma. No saben lo que les ocurre. Mueren en paz.
—Me da lo mismo. —Gemma se tapó otra vez con las mantas y, aunque ese dato la hizo sentirse un poco mejor, no eliminó su complejo de culpa—. De todos modos he matado a un hombre esta noche.
—Esa es la parte más difícil de superar —dijo Thea—. Que somos nosotras quienes cometemos el verdadero asesinato. Seguramente también estarías destrozada si hubieses matado una vaca, pero para comerte una hamburguesa no te lo piensas dos veces.
—No es lo mismo —insistió Gemma.
—Eso es lo que tú te crees ahora —dijo Thea—. Pero cuanto más vivas, más cambiará tu percepción de los humanos. No hacen otra cosa que morirse, y por las cosas más tontas. Sus vidas son muy, muy fugaces. Lo mejor que les puede pasar es una muerte indolora, y nosotras se la damos.
—No puedes creer eso en serio —dijo Gemma—. No puedes creer que les estés haciendo un favor al matarlos.
—A veces, sí. —La voz de Thea sonaba triste, miraba hacia el edredón de Gemma y jugaba con un hilo suelto—. Lo que más me ayuda es tratar de encontrar a alguien que se lo merezca.
—¿Gente que se merezca morir? —preguntó Gemma.
—Sí. Pedófilos…, violadores…, ese tipo de personas —dijo Thea—. Parece que los excitamos de manera especial, así que es fácil encontrarlos.
—Luke no era ni un pedófilo ni un violador —replicó Gemma—. Y me apuesto a que los otros chicos a quienes matasteis en Capri tampoco lo eran.
Thea meneó la cabeza.
—Yo no hice eso. Fue Penn, y hasta ella comió más de lo que es habitual en ella. Estaba reuniendo sangre humana para crear una nueva sirena.
—¿Mató a todos esos chicos para obtener un solo frasco? —preguntó Gemma—. No puedo creerlo.
—Hubo dos intentos fallidos antes de que aparecieras tú —le recordó Thea—. Penn guardó la sangre de Aggie en una jarra porque sabía que sólo disponíamos de la sangre de una sirena. Pero se podía permitir el lujo de derrochar sangre humana. Sabía que siempre podría conseguir más. Así que tomó la que necesitaba, y después los dejó pero, como las chicas murieron, necesitó más sangre y a otro chico.
—¿Así que no se los comió? —preguntó Gemma.
—No. De todos modos, a Penn no le gusta compartir nada —dijo Thea—. Y no me molesta. Prefiero ir detrás de gente que se lo merezca, no de adolescentes enfermos de amor.
—Pero no tienes derecho a decidir quién se lo merece —insistió Gemma—. Uno no puede ponerse a decidir sobre la vida y la muerte de los demás. Uno no puede jugar a ser Dios.
—La gente decide sobre la vida y la muerte todos los días —afirmó Thea con rotundidad—. A fin de cuentas, no importa si estás de acuerdo con lo que hacemos o si lo consideras correcto. Hago lo que tengo que hacer para sobrevivir, y tú vas a hacer lo mismo.
—¿Estoy interrumpiendo alguna charla de chicas? —preguntó Lexi, quien se asomó a la puerta de Gemma.
Se dejó caer contra el marco de la puerta, con la espalda un poco arqueada. Se había cambiado, llevaba un camisón blanco, y tenía el cabello largo, rubio y suelto, cubriéndole el pecho, cosa que no hacía la tela.
—No. Gemma estaba descansando —dijo Thea, y se puso de pie.
—Sólo quería que supieras que te has metido en un buen lío, Gemma. —Lexi se rio cuando lo dijo, con una risita extraña y coqueta.
—¿Un lío? ¿Yo? —Gemma se incorporó un poco, apoyándose en los codos.
—Sawyer acaba de llamar a Penn. Resulta que la poli está abarrotando el callejón —dijo Lexi—. Han encontrado el cuerpo.
—¿Y eso qué implica? —preguntó Gemma, temerosa de que la atrapasen.
No era que ella quisiera desentenderse de una posible acusación de asesinato. Por un lado, pensaba que lo mejor que podría ocurrirle era que la detuvieran, porque ya no podría hacerle daño a nadie más. Pero por otro lado, la idea de cumplir una cadena perpetua era terrible si se iba a vivir para siempre.
—Nada. —Thea negó con la cabeza—. Penn y Sawyer se van a ocupar de todo. Para ellos no es más que un poco de trabajo adicional.
—Y Penn detesta que la hagan trabajar de más —dijo Lexi, sonriéndole a Gemma—. Pero esa no es la única razón por la que te has metido en un lío. Penn se ha enterado de tu besuqueo de hoy con Sawyer.
—Lexi —gruñó Thea, y empezó a empujar a Lexi fuera del cuarto—. Déjala ya en paz. Necesita descansar.
—¡Me llamó psicópata! —insistió Lexi, pero Thea la obligó a salir del dormitorio—. ¡No puede hablarme en ese tono sin meterse en un buen lío!
—Lexi, eres una psicópata. —Thea cerró la puerta detrás de ella, pero Gemma las oyó hablar fuera del cuarto—. Y Gemma es una de nosotras ahora. Vas a tener que acostumbrarte a llevarte bien con ella, y punto.
—Pero no debería besarse con los novios de Penn —insistió Lexi. Sus voces se hacían más tenues a medida que se alejaban.
—Ni tú deberías hacerlo tampoco, pero lo haces —la acusó.
—¡Pero yo ya me he metido en un lío por eso! —protestó Lexi.
—Y estoy segura de que a Gemma también le pasará —dijo Thea—. Pero espero que no sea justo ahora.