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Las supersticiones

La idea había sido de Marcy, y a Harper le pareció una idiotez. Harper se había levantado el lunes por la mañana con energías renovadas y decidida a encontrar a Gemma. Ya hacía una semana que se había ido, y Harper seguía sin tener noticias de ella.

Antes de ir a trabajar esa mañana, Harper efectuó su rutina matinal de llamadas telefónicas a todos los números que se le ocurrieron. Álex siguió rastreando en internet, pero no sólo en la página info@encontremosagemmafisher.com, sino también buscando cualquier noticia que guardara la menor relación con las sirenas.

El problema era que Gemma podía estar, literalmente, en cualquier lado. Hasta donde Harper sabía, podría haber cruzado el Atlántico a nado, con lo que sería imposible precisar ningún tipo de ubicación. De modo que mientras no tuviera alguna pista, Harper dedicaba el tiempo a hacer llamadas telefónicas, buscar en internet y ocuparse de su vida diaria, con la esperanza de que Gemma se estuviese cuidando de sí misma.

Álex se pasó por el trabajo de Harper, y los dos empezaron a lamentarse por la falta de ideas para buscar a Gemma. Entonces fue cuando Marcy tuvo aquella brillante ocurrencia.

—¿Por qué no le preguntáis a Gemma dónde está? —dijo Marcy.

Harper estaba en la fotocopiadora, haciendo folletos para el nuevo programa de lectura de verano del mes de julio. Álex estaba sentado en la silla de Harper, junto al escritorio, y la pregunta de Marcy los tomó totalmente desprevenidos.

—¿Qué? —preguntó Harper, y se dio la vuelta para mirarla.

Marcy estaba sentada sobre el mostrador, aunque al lado había una silla en perfecto estado, concentrada en hacerse un collar con varios clips.

—Siempre estáis diciendo que Gemma podría estar en cualquier sitio, como España, Japón o Kentucky.

—Yo nunca he dicho lo de Kentucky —la corrigió Harper—. Las sirenas no irían al centro del país. Querrían estar al lado del océano.

—Bueno, exacto. —Marcy se mordió el labio, concentrada en tratar de desenganchar un clip que se había doblado—. Podría estar en cualquier lado. Así que la mejor manera de encontrarla es preguntándoselo.

—No podemos hacerlo —dijo Álex—. No tenemos ni idea de cómo contactar con ella. Se dejó su teléfono móvil, y yo estuve revisando sus cuentas de Twitter y Facebook, pero no se ha conectado.

Marcy puso los ojos en blanco.

—No estoy diciendo que la llamemos ni que le mandemos una postal.

—De acuerdo… —dijo Harper, después de que Marcy se pasara unos minutos sin decir nada—. ¿Cómo propones que contactemos con ella?

—Usemos los espíritus —dijo Marcy.

—¿Los espíritus? —Harper levantó una ceja—. ¿Te refieres a licores y bebidas espirituosas? —Marcy levantó la vista de sus clips para lanzarle una mirada furibunda a Harper.

—Pero Gemma no está muerta. —Álex se recostó sobre el mostrador y miró a Marcy—. No es un fantasma, así que no podemos preguntarle nada.

—A ella no —convino Marcy—. Pero a ese amigo tuyo, sí, y a Bernie, también.

—¿Mi amigo? —preguntó Álex—. ¿Te refieres a Luke?

—Exacto. —Marcy terminó su collar y se lo puso alrededor del cuello—. Las sirenas asesinaron tanto a Bernie como a Luke. Al menos uno de ellos tiene que ser un espíritu que no puede descansar, atormentado porque sus asesinas se salieron con la suya, y apuesto a que ellos también las tienen fichadas.

Harper puso los ojos en blanco.

—Oh, vamos, Marcy. Eso es ridículo.

—¿De veras crees que Luke sabría dónde están escondidas Gemma y las otras chicas? —preguntó Álex, haciendo caso omiso a los comentarios de Harper.

—Es probable. —Marcy asintió con la cabeza—. Quiero decir que si Penn te hubiera matado a ti y te hubiera arrancado el corazón, y después se hubiera ido a juguetear por el océano, ¿no estarías enfurecido con ella y la acosarías?

—Lo más probable es que sí —reconoció Álex—. ¿Y cómo podemos hacer eso? ¿Cómo contactamos con Luke?

—¡Álex! —dijo Harper sin poder creérselo—. De verdad que no puedes estar tragándote esto.

—Tu hermana es una sirena —dijo Álex, volviéndose para mirarla—. Se puede convertir en una mujer pez ¿y no eres capaz de creer en fantasmas?

Harper se cruzó de brazos y se apoyó de espaldas contra la fotocopiadora, pero no dijo nada. Lo que Álex le había planteado era irrebatible, pero no por ello dejaba de parecerle una estupidez.

—¿Tengo que conseguir un tablero de güija, o algo así? —preguntó Álex.

Marcy se burló en voz alta.

—Una güija. Pfff. Eso son tonterías.

—De acuerdo —dijo Álex—. Entonces ¿cómo contactamos con los espíritus?

—¿Por qué no nos encontramos contigo en tu casa después del trabajo, y yo llevo todo lo necesario? —sugirió Marcy.

Aunque Harper pensaba que era una estupidez, no se le ocurría nada mejor, así que aceptó. Álex se fue a su casa y, después del trabajo, Marcy fue a la suya a buscar sus cosas para dirigirse a continuación a casa de Álex.

Harper y Álex esperaron sentados en los escalones de la casa de este. Él no estaba seguro de qué necesitaría, si es que debía aportar algo, así que se hizo con la cámara de vídeo que usaba para filmar las tormentas y una navaja con forma de batarang de Batman.

—¿De verdad piensas que esto va a funcionar? —preguntó Harper, mientras veía cómo abría y cerraba la hoja de la navaja.

—No lo sé —admitió Álex—. Pero no sé qué otra cosa intentar. Tengo que hacer algo, y me estoy quedando sin opciones.

—¿Puedo preguntarte algo?

Álex se encogió de hombros.

—Claro.

—¿Por qué…? —Harper trató de elegir las palabras con cuidado—. Es verdad que pones mucho entusiasmo en encontrar a Gemma, y eso me alegra. Es sólo que… me parece un poco extraño que tus sentimientos sean tan intensos, dado el poco tiempo que Gemma y tú llevabais juntos.

—¿Esa es tu pregunta? —le replicó Álex, escrutándola con la mirada.

—Bueno, es que no termino de entender por qué te importa tanto.

—La conozco prácticamente de toda la vida —señaló Álex—. Y no es que comenzara a sentir algo por ella de repente el día en que empezamos a salir. Quiero decir que ella me gusta desde… —Fue bajando la voz, como si fuera consciente de que había admitido más de lo que quería.

—¿Cuándo empezó a gustarte? —preguntó Harper.

Él se empezó a mover, nervioso.

—No sé la fecha exacta.

Harper sabía que Álex y Gemma se gustaban desde hacía una buena temporada, tal vez desde antes de que ellos mismos lo supieran. A veces Álex estaba viendo alguna película con Harper o haciendo los deberes con ella y, en cuanto Gemma entraba en la habitación, apenas si podía prestar atención a la tarea que estuviera haciendo.

Por eso, a la larga, su amistad con Álex se había vuelto tirante. Lo que le importaba no era tanto que a él le gustara Gemma como lo incómodo que le resultaba estar pasando el rato con él en su cuarto y que Gemma estuviese al otro lado del pasillo y que Álex se levantara de pronto y fuera a revolotear en la puerta de ella. Le resultaba odioso, así que Harper dejó de frecuentar su compañía.

—Creo que yo me di cuenta hace unos meses —dijo Harper—. Te pasabas el tiempo haciéndole ojitos.

—No es cierto —contestó él, rápido—. Ni siquiera sé qué significa eso.

—No tiene nada de malo —dijo Harper—. Sólo tengo curiosidad por saber cuánto hace que estás enamorado de mi hermana.

—No lo sé. —Suspiró y, cuando habló, tenía la voz más calmada—. Tal vez años.

—¿Años? —preguntó Harper en voz alta, convencida de que había oído mal.

—No lo sé. —Él bajó la vista; se lo notaba incómodo—. Quiero decir que no es que estuviera enamorado, sino que me gustaba mucho, y ella siempre pensó que yo era un tremendo idiota. Sin embargo, algo cambió hace más o menos un año, y ella empezó a mirarme como a una persona, no como al bicho raro que andaba de aquí para allá con su hermana mayor. Y después creo que… No sé.

—¿Así que Gemma te gusta desde hace un montón de tiempo? —preguntó Harper, todavía tratando de procesar lo que él le decía.

—Supongo —admitió él—. Lo siento.

—¿Por qué lo sientes? —preguntó Harper.

—¿Porque somos amigos y no te hablé de ello? —replicó Álex como si no estuviera seguro de por qué estaba disculpándose—. Me siento como si no tuviera que haberme quedado colgado de tu hermana.

—Para serte sincera, me parece muy bien —dijo Harper, sonriendo para demostrárselo—. Lo que pasa es que me extraña no haberme dado cuenta.

—Y por eso llevo tan mal todo este asunto —dijo él con una sonrisa triste—. Por fin consigo estar con Gemma, y entonces va ella y… desaparece.

—Yo también lo llevaría fatal. —Hizo girar la botella de agua en las manos, contemplándola mientras le hacía otra pregunta—. Entonces… ¿estás enamorado de Gemma?

—Yo… —Se pasó la mano por el cabello castaño y no supo qué responder.

Marcy se detuvo frente a la casa y dio un fuerte bocinazo a su Gremlin al aparcar. Salió del coche, cargando un bolso del Capitán Planeta lleno de libros mientras caminaba hasta la casa.

—Gatos y gatitos, ¿listos para contactar con algunos espíritus? —preguntó Marcy pero, antes de que nadie pudiera contestar, vio la navaja de Álex—. ¿Eso es un batarang? ¿Planeas arrojárselo al espíritu de tu mejor amigo muerto?

—No. —Él abrió la navaja para mostrarle la hoja—. Es un cuchillo.

—Ah, entonces vas a apuñalar a un fantasma —dijo Marcy—. Eso está mucho mejor.

—No sabía qué traer. Pensé que podríamos necesitar algo con lo que defendernos —dijo Álex.

—Bueno, el caso es que no hará falta —dijo Marcy—. De acuerdo, vamos allá. Hagamos esto de una vez. —Dio la vuelta y se alejó de allí.

—¿Adónde vas? —preguntó Álex, incorporándose de un salto.

—Sí, ¿dónde se va a llevar a cabo este asunto? —preguntó Harper, mientras se alejaba de su casa siguiendo a Marcy y a Álex.

—Encontraron el cuerpo de Luke en la zona boscosa que hay al lado de la bahía, ¿cierto? —preguntó Marcy—. Pues allí es adonde vamos. Su conexión con la tierra será más fuerte allí. Eso hará que sea más fácil contactar con él.

Los árboles donde Harper y Álex encontraron los cuerpos no estaban lejos de donde ellos vivían. Ni Harper ni Álex habían vuelto allí desde que le mostraron a la policía el lugar. A Harper no le apetecía lo más mínimo regresar allí, de modo que aflojó el paso cuando Marcy les dijo que era allí adonde se dirigían.

—¿Vienes, Harper? —le preguntó Álex, mirando hacia atrás. Él no había aminorado la marcha ni por asomo. Harper sabía que él también se había asustado al encontrar los cuerpos, pero parecía más valiente de lo que ella pensaba.

—Hum… Sí. —Ella suspiró y los alcanzó.

Por suerte, cuando llegaron al bosque de cipreses que rodeaba la bahía de Antemusa no se adentraron en él. Marcy se detuvo de golpe antes de entrar, y anunció que generaba energía negativa en ella, y que eso podría interferir en su contacto con los espíritus.

—Lo vamos a hacer aquí. —Marcy señaló una zona de hierbas, justo a la salida del bosque—. Sentaos en círculo.

—¿No debería ser de noche o algo así? —preguntó Álex, pero de todos modos hizo lo que se le decía. Se sentó de piernas cruzadas, y Harper y Marcy se sentaron una a cada lado, de modo que formaron un pequeño círculo.

—¿Por qué debería ser de noche? —preguntó Marcy. Se puso el bolso lleno de libros sobre la falda y empezó a hurgar en su interior.

—Es que me parece raro esto de estar haciendo una sesión de espiritismo, o lo que sea, al aire libre y a plena luz del sol —dijo Álex.

—Sí, a mí me parece que deberíamos estar en una habitación tenebrosa con velas e incienso —reconoció Harper.

—Eso es porque sois unos idiotas —les dijo Marcy.

—Mira quién habla: una chica que lleva cosas de vudú en una mochila del Capitán Planeta —masculló Harper.

Marcy la miró furiosa.

—Al Capitán Planeta, ni tocarlo. Mantiene a raya a los saqueadores, a los ladrones y a los espíritus malignos. Y además, yo no practico el vudú. Eso no es lo mío.

—¿Y qué es lo tuyo? —preguntó Harper.

—Esto.

Marcy sacó un puñado de piedras negras, un libro descolorido y una vela blanca y gruesa.

—Creí que habías dicho que lo de las velas era de idiotas —señaló Álex.

—No, lo que he dicho es que vosotros sois idiotas.

Marcy puso la vela en el centro del círculo; después, con cuidado, dispuso alrededor las piedras negras y lisas. Cuando Álex alargó la mano para tocar una, Marcy le dio un manotazo. Después, puso la mochila a un lado y abrió el libro sobre su falda.

—¿Y ahora, qué? —preguntó Harper cuando Marcy pareció haber terminado de disponerlo todo.

—Voy a leer un fragmento de este libro —explicó Marcy—. El encantamiento es en latín. No sé por qué. Supongo que todos los muertos hablan lenguas muertas. Es importante que no me interrumpáis ni habléis. Tan sólo quedaos sentados y en silencio hasta que yo termine.

Después de que Harper y Álex asintieran con la cabeza en señal de que habían entendido, Marcy abrió el libro y empezó a leer. Harper no tenía ni idea de lo que significaban la mayoría de las palabras pero, de vez en cuando, captaba alguna, como «necro» y «terra».

Apenas terminó Marcy, encendió la vela. Una llama azul ardía desde el pabilo y, aunque la vela fuera blanca, la cera que goteaba por los costados era negra.

—¿Cómo has hecho eso? —preguntó Harper.

—Soy bruja —dijo Marcy con toda naturalidad, y cerró el libro—. Bueno, ya está todo listo. Ahora deberíamos poder hablar con Luke.

—¿En serio? —preguntó Álex—. ¿Puedo… hablar con él por las buenas?

—Sí. Yo empezaría por decir su nombre para ver si está por aquí y si quiere hablar.

—¿Y cómo vamos a saber si quiere hablar? —preguntó Álex—. ¿Nos va a responder?

—Si hay alguna presencia, las piedras vibrarán. —Marcy señaló las piedras negras—. Y después, hablaremos con él y decidiremos cómo va a responder. Casi siempre es algo así como: «Si golpeas una vez es que sí, y dos veces es que no».

—Entonces ¿cómo va a nombrar algún lugar? —preguntó Álex—. Si le preguntamos dónde está Gemma, no parece que pueda golpear una vez y nosotros le contestemos: «Ah, claro, Miami».

—Primero comprobaremos si está aquí, y después, ya veremos —sugirió Marcy—. Empieza tú, Álex, ya que eras el más allegado a él.

—De acuerdo. Hum… —Respiró hondo y después dijo con cautela—: ¿Luke? Hum, ¿Luke Banfield? Soy yo, tu amigo Álex. Hum, quería saber si querrías hablar conmigo.

Esperaron unos minutos y, como no hubo respuesta, Álex lo volvió a intentar. Hasta Harper se le unió y, al final, Marcy repitió el encantamiento. Pero no importaba lo que dijeran: no obtenían ninguna respuesta.

Los tres se pasaron toda la tarde tratando de comunicarse con Luke. El sol pegaba con fuerza, y Marcy rezongó por el calor durante unos minutos, pero siguió con la sesión de espiritismo. Al final, las piedras vibraron dos veces pero Marcy no pudo establecer ningún contacto más allá de eso.

—¿Así que eso es todo? —preguntó Álex cuando Marcy empezó a guardar sus cosas—. Nos damos por vencidos.

—Lo siento, tortolito —dijo Marcy cuando empezó a ponerse el sol—. Yo ya no puedo hacer nada más. Vamos a tener que volver a buscar de la forma tradicional.