11
La fuga
—¡¿Dónde está?! —gritó Nathalie, con un tono febril en la voz.
—No está aquí, mamá —dijo Harper, y se frotó la frente.
No se había imaginado en absoluto que su visita semanal sería así. En realidad, había pensado en no acudir aquel día, pero su padre tenía una reunión con Dean Stanton, el abogado de Bernie. Harper había pensado incluso en quedar un rato con Daniel, pero él estaba ocupado, arreglándole el vallado a alguien.
Así que Harper había creído, erróneamente, que ir a la residencia a ver a su madre sería mejor que pasarse el día sola en casa.
Pero las cosas se habían puesto feas desde el primer momento. Nathalie salió corriendo de la residencia para saludar a Harper y, en cuanto vio que Gemma no estaba con ella, se puso de los nervios y exigió saber dónde estaba su hija pequeña.
Lo verdaderamente extraño era que Gemma ya había faltado en otras ocasiones a las visitas de los sábados a Nathalie. Gemma quería a su madre, y siempre le apetecía verla, pero sus competiciones de natación la obligaban a saltarse alguna que otra visita. A veces iba fatal de tiempo.
Por lo general, Harper iba igualmente a ver a Nathalie cuando Gemma tenía que asistir a alguna competición. Brian iba a ver nadar a Gemma, para que hubiera alguien animándola. Pero es que Brian no visitaba nunca a Nathalie. No podía con aquella situación.
Cuando Harper iba sola a visitar a su madre, le contaba dónde estaba Gemma y Nathalie se lo tomaba bien. A veces, ni siquiera se daba cuenta.
Pero esa vez fue como si Nathalie supiese que algo iba mal. Sabía que Gemma debería estar allí y no estaba. Así que perdió el control.
Entre Harper y Becky (una de las cuidadoras) lograron hacer entrar a Nathalie en la residencia antes de que perdiera por completo los estribos. Pero ahora Harper estaba a solas con Nathalie en la habitación, y trataba en vano de contener la situación.
—No, no, no —repetía Nathalie una y otra vez, agitando rápido la cabeza.
Becky había peinado aquel día a Nathalie con dos largas trenzas, y con una pluma roja sujeta en una de ellas. Cuando Nathalie sacudió la cabeza, Harper tuvo que apartarse porque las trenzas eran como látigos.
—¿Qué pasa, mamá? —preguntó Harper con suavidad.
—Algo no va bien —insistió Nathalie, que caminaba de un lado a otro de la habitación, cosa difícil, ya que había tirado todos sus enseres al suelo.
El personal había informado a Harper de que Nathalie lo había hecho el día anterior, durante algún berrinche. Su ropa y sus peluches estaban todos por el suelo, junto con su estéreo y sus adorados cedés de Justin Bieber.
La política de la residencia era que Nathalie debía ordenar todo aquello que desordenara. A ella le costaba asumir su responsabilidad, y el personal estaba tratando de hacerle entender las consecuencias de sus actos. Si se le rompían las cosas porque las tiraba al suelo, ella tenía que hacerse cargo.
—Mamá, todo va bien —mintió Harper—. Gemma está bien. Lo que pasa es que hoy tiene competición.
Decirle la verdad no le haría ningún bien a su madre; al menos, no en ese momento. Y Harper sólo quería calmarla antes de que se hiciera daño.
—¡No, ella no está bien! —insistió Nathalie—. Yo soy su madre. Se supone que debo protegerla. Ella me dijo adónde iba, pero no consigo acordarme.
—¿Qué? —preguntó Harper, y el corazón le dejó de latir por un segundo—. ¿Gemma te dijo adónde iba?
—Me lo dijo cuando vino la otra vez, y no me puedo acordar. —Nathalie se golpeaba la cabeza, con bastante fuerza a juzgar por cómo sonaba—. ¡Mi estúpido cerebro no funciona!
—Mamá, no te pegues. —Harper se acercó a su madre y le tocó el brazo con suavidad para evitar que volviera a darse golpes.
—¡Yo debería saberlo, Harper! —Nathalie se apartó de ella serpenteando, tropezó con un zapato que había en el suelo y se cayó.
Harper se inclinó para ayudarla a levantarse, pero Nathalie le lanzó un manotazo y la empujó.
—Mamá, por favor —dijo Harper, agachándose a su lado—. Déjame ayudarte.
—Si quieres ayudarme, dime dónde está Gemma —dijo Nathalie—. La he perdido. —Entonces empezó a llorar; le caían densos lagrimones por las mejillas—. No puedo encontrarla. A mi hijita le ha pasado algo, y no sé dónde está.
Harper estrechó a su madre entre los brazos mientras sollozaba. Le acarició el pelo, mientras Nathalie no dejaba de repetir que había perdido a su hijita.
Su madre lloró durante un buen rato; parecía agotada cuando, por fin, se calmó. Harper la ayudó a acostarse, y Nathalie se durmió de inmediato.
Cuando Harper salió de la habitación, cerró la puerta sin hacer ruido para no despertar a su madre. Becky estaba en la cocina, poniendo la mesa, y le esbozó a Harper una sonrisa de comprensión cuando se dio cuenta de lo cansada que parecía.
—La he dejado durmiendo —dijo Harper.
—Bien —dijo Becky—. Tal vez esté de mejor humor cuando se despierte.
—Eso espero —dijo Harper—. Y siento todo eso.
Ella no tenía la culpa de que Nathalie actuara así y se descontrolara a veces. En el fondo, Harper lo sabía. Pero de todos modos, se sentía responsable por el mal comportamiento de su madre. Harper se sentía culpable cada vez que su familia se enteraba de que Nathalie había sido desconsiderada con el personal o había roto algo, como si de alguna manera fuera la encargada de que su madre se portara mejor.
—No te preocupes por eso. —Becky rechazó con un gesto esa idea de culpabilidad—. De todos modos, ha tenido una semana difícil.
—¿A qué te refieres? —preguntó Harper.
—Ha preguntado mucho por tu hermana, lo que es raro porque ella no suele preguntar por ninguna de vosotras con tanta frecuencia —dijo Becky, y al instante puso cara de disculpa—. Ya sé que os quiere mucho a las dos. Lo que pasa es que no se le ocurre preguntar por vosotras.
—Tranquila, ya lo entiendo —dijo Harper—. ¿Qué estuvo preguntando sobre Gemma exactamente?
—Más que nada, dónde está y cuándo va a venir de visita —dijo Becky—. Yo no dejaba de decirle que Gemma estaría aquí hoy, y realmente esperaba que, cuando ella viniera hoy, Nathalie se calmara.
—Lo siento. Debería haberte llamado para contártelo, supongo —dijo Harper—. Pero Gemma no est… Gemma se ha escapado.
—¿Qué? —A Becky se le pusieron los ojos como platos, llenos de preocupación.
—Sí, se fue a principios de esta semana, pero no teníamos intención de contárselo a mi madre —dijo Harper—. Al menos, no todavía. No quería preocuparla.
—Por supuesto, lo entiendo. —Becky asintió con la cabeza—. Pero, por todos los cielos, qué cosa tan rara. Es como si Nathalie supiera que Gemma se ha marchado.
—Sí, lo sé —asintió Harper—. ¿Es posible que Gemma le dijera algo cuando la visitó el domingo pasado? ¿Dijo mi madre algo sobre adónde podría ir Gemma?
El sábado anterior se habían saltado la visita porque Gemma estaba consolando a Álex por la muerte de su amigo Luke. Harper y Gemma habían ido a ver a su madre el domingo, en vez del sábado. Harper quería entrar con ella, pero Gemma le pidió visitar a Nathalie a solas.
—No, lo siento —dijo Becky con tristeza—. Lo único que dijo tu madre después de su visita fue que Gemma se iba a vivir con las sirenas, y no le hicimos mucho caso. ¿Le encuentras algún sentido?
—Hum… No. —Harper negó con la cabeza. No podía contarle al personal que atendía a su madre que Gemma se había convertido en una sirena.
—Lo siento —dijo Becky otra vez—. Ojalá pudiera ser de más ayuda.
—No, nos ayudas muchísimo, gracias. —Harper le lanzó una fugaz sonrisa—. Nos veremos la semana que viene, entonces.
A Harper no le sorprendió que Gemma le hubiese contado a su madre qué se traía entre manos. Nathalie era la única persona que no habría pensado que ella estaba loca, ni habría tratado de impedir que cometiera alguna tontería.
Por duro que fuera haber visto a su madre actuar como lo había hecho, lo cierto era que había cierta dulzura en ello. Nathalie no recordaba qué le había dicho Gemma, pero había entendido que su hija tenía problemas, y se había pasado toda la semana preocupada por ella.
Harper no quería que su madre se molestara, pero siempre tenía la duda de si Nathalie las querría todavía. Su madre padecía daño cerebral severo y, en lo relativo al amor, todo el mundo le decía que Nathalie las quería «a su manera» y «como buenamente podía».
Y Harper lo aceptaba, sólo que no sabía qué significaba exactamente. Pero aquel día le había quedado mucho más claro.
Cuando se fue se sentía mucho más agotada que de costumbre. Mientras regresaba a casa en coche, tenía los ojos borrosos por las lágrimas y necesitaba parpadear para contenerlas y poder ver el camino.
Cuando por fin llegó a casa, vio que el coche de su padre no estaba, así que dio por hecho que seguía con el abogado. Aparcó en la entrada detrás del Chevy destartalado de Gemma. No se había movido desde que se lo dieron, y ahora Harper se preguntaba si su hermana lo volvería a conducir.
Harper sacudió la cabeza, tratando de despejarla de ese tipo de pensamientos, y supo que no podría pasarse la tarde sola en casa.
Salió del coche con la intención de dirigirse a casa de Álex, pero lo divisó en el patio del fondo. Los nubarrones se acumulaban en las alturas, casi negros en el horizonte, y Álex los estaba observando.
No era la primera vez que Harper sorprendía a Álex contemplando el cielo. Siempre le habían fascinado el clima y las estrellas. En los últimos años, su fascinación había derivado en aspiraciones profesionales.
De hecho, la primavera anterior había empezado a trabajar con cazadores de tormentas, rastreando tormentas eléctricas, tornados e incluso huracanes, cosa que había sorprendido mucho a Harper cuando se enteró. Ella siempre había creído que Álex preferiría analizar las cosas desde la comodidad de su casa, pero al parecer no le molestaba el peligro, siempre que aquello que estuviera persiguiendo lo apasionara.
—¿Qué haces? —le preguntó Harper acercándose a él por detrás.
—Eh, hola. —Álex se volvió, sorprendido de verla, y le ofreció una media sonrisa. Una ráfaga de viento le echó el cabello hacia atrás—. No te había visto.
—No quería aparecer así de improviso —dijo ella—. Sólo venía para saber qué planes tenías para esta tarde.
Álex se encogió de hombros.
—No gran cosa.
—Parece que se aproxima una tormenta —dijo Harper rodeándose el pecho con los brazos para protegerse del viento frío.
—Sí, pero lo peor va a ser más al oeste. —Señaló la línea de nubes—. Tendremos lluvia y viento, pero creo que puede caer granizo tierra adentro.
—¿Vas a perseguirla, o lo que sea que hagas? —preguntó Harper.
—No. —Negó con la cabeza—. Algunas personas que conozco están allí. Creen que hasta puede haber un tornado, pero no me parece probable.
—¿Y por qué no estás con ellos? —preguntó Harper—. Sé que te encantan ese tipo de cosas.
—Es cierto —coincidió él—. Pero es que no me parece correcto. No mientras Gemma siga sin aparecer.
—Ah. —Ella dejó escapar un hondo suspiro—. ¿Has sabido algo nuevo al respecto?
—La verdad es que no —dijo él, y luego se corrigió—. Nada útil, en todo caso.
—Esto me huele mal.
—Hoy he ido a la policía —admitió Álex, con timidez.
—¿De veras? —preguntó Harper—. ¿Para qué?
—Sólo quería saber qué estaban haciendo para encontrar a Gemma.
—¿Y qué están haciendo? —preguntó Harper.
—Poca cosa —dijo el chico—. Aunque bueno, en realidad, no puedo culparlos. Todavía están investigando los asesinatos de Luke y esos otros chicos, y Gemma sólo se ha escapado de casa. Ella no es lo que se dice su prioridad principal.
—Ya. —La verdad era que Harper no albergaba demasiadas expectativas, pero se esperaba algo más—. ¿Tienen alguna pista sobre los crímenes?
—No lo creo. —Negó con la cabeza—. Me hicieron un par de preguntas más sobre Luke, pero no les dije nada. —Pensativo, hizo una pausa de un minuto—. Las sirenas los mataron a él y a los otros, ¿no es así?
Harper dudó antes de responder, y luego asintió con la cabeza.
—Sí, los mataron.
—Pero no puedo decirle eso a la poli. —Álex sonaba exasperado—. Pensarían que estoy loco y, si no, creerían que Gemma estuvo implicada. Y no fue así.
A Harper se le hizo un nudo en la garganta cuando Álex dijo eso, pero no respondió. No era la primera vez que se preguntaba hasta qué punto estaba Gemma implicada con las sirenas.
—Entonces, deberías ir —dijo Harper.
—¿Qué? —Álex se volvió para mirarla, confundido.
—Si no hay noticias relativas a Gemma, deberías ir a atrapar la tormenta —le dijo Harper—. Yo me quedo en casa, así que estaré aquí si ella vuelve. Es lo mejor que puedes hacer. No vas a quedarte encerrado en tu casa todo el tiempo esperando a que ella vuelva. Necesitas hacer algo.
Él dudó y luego preguntó:
—¿Estás segura?
—Sí. —Asintió con la cabeza—. Anda. Ve a rastrear tu tormenta. Diviértete. Yo estaré aquí.
—Tienes razón. —Esbozó una leve sonrisa—. Tendré el móvil a mano, por si me necesitas.
Entró rápido a la casa para recoger sus cosas, y fue casi como si hubiera estado esperando a que le dieran permiso. Harper sabía que Gemma era muy importante para él, y que no quería hacer nada para traicionarla, pero no podía dejar de vivir por el mero hecho de que ella no apareciera.
Los truenos resonaron a lo lejos, y Harper observó la tormenta que se aproximaba. Se acordó de lo que había dicho Álex sobre las sirenas, y no pudo quitarse de encima sus nuevos temores.
No creía que Gemma hubiera lastimado a nadie. Al menos, no todavía. Pero si las sirenas eran monstruos, ¿cuánto tiempo pasaría hasta que su hermana comenzara a actuar como un monstruo?