10
La canción de las sirenas
Desde que fuera a nadar el día anterior, Gemma se sentía con energías renovadas. Se encontró mejor en cuanto dejó de considerarse culpable por disfrutar de aquella experiencia. Penn no le había hablado mucho después de eso, y Gemma lo agradeció.
Penn se había pasado la mayor parte del día anterior en su cuarto con Sawyer, haciendo todo tipo de ruidos que Gemma pensaba que sólo existían en las películas porno. Pero se levantó pronto esa mañana, y anunció que ella y Lexi harían otra excursión para ir de compras y dejarían a Thea otra vez a cargo de Gemma y de Sawyer.
Gemma todavía no se sentía del todo bien, pero la canción del mar ya casi no le molestaba, y se le habían ido los escalofríos y sudores nocturnos, así que decidió aprovecharlo al máximo. Se puso un biquini y salió al balcón a tomar el sol. Era un día hermoso y quería disfrutarlo.
El problema estribaba en que Gemma nunca había estado tumbada sin hacer nada en todo el día. Siempre estaba bronceada, pero eso era porque pasaba mucho tiempo en la bahía. No tardó mucho en darse por vencida: no podía pasarse todo el día tumbada e inmóvil.
El balcón de su habitación estaba a unos seis metros del suelo. Los techos del primer piso eran altos, por lo que el balcón era excepcionalmente alto. Tenía barrotes horizontales alrededor —pintados de blanco, por supuesto— para evitar caídas accidentales.
Gemma se acercó al borde y se sentó, con las piernas colgando y los brazos apoyados en el barrote más bajo. Contempló el océano mientras mecía las piernas atrás y adelante.
—Veo que estás mejor —dijo Thea desde el balcón contiguo. Cada uno de los cinco dormitorios que daban al océano tenía su propio balcón, y el cuarto de Thea era el más cercano al de Gemma.
—Mucho mejor —admitió esta.
—Es el océano, ¿lo ves? —le dijo Thea—. La transformación tiene algo que te cura todos los dolores y las molestias.
—Sí, ya me he dado cuenta.
—Si nadas todos los días, ganas algo de tiempo —dijo Thea—. Te ayuda a evitar que el cuerpo se te desintegre por completo. Pero, a la larga, vas a tener que comer de todos modos. —Hizo una pausa y se pasó la mano por el cabello—. Pero si quieres postergarlo, entonces te sugiero que nades todo lo que puedas.
—Gracias —dijo Gemma, realmente sorprendida de que Thea le diera consejos. Esta no le respondió. Se quedó fuera un rato más, y luego entró de nuevo en la casa.
Gemma sabía que debería seguir los consejos de Thea, pero no quería hacerlo aún. Se sentía satisfecha. O, al menos, lo más cerca de la satisfacción que había estado desde su llegada. Había sufrido tanto dolor de un tiempo a esa parte que la mera ausencia de dolor la hacía sentirse a las mil maravillas.
Cuando estaba a punto de levantarse y bajar a nadar, Sawyer salió al balcón como si tal cosa. Aquel día andaba sin camisa, había optado por pasearse solamente con unos pantalones atados con un cordón. No es que a Gemma le molestase demasiado. Su corazón podría pertenecer a Álex, pero no estaba ciega.
—¿Te importa si voy contigo? —le preguntó Sawyer.
Gemma se encogió de hombros.
—Estás en tu casa. Puedes hacer lo que quieras.
—¿Estoy en mi casa? —Sawyer sonó perplejo mientras se sentaba junto a Gemma y dejaba colgar, él también, las piernas del borde del balcón.
—Sí, estás en tu casa. —Gemma le lanzó una mirada extrañada—. Al menos, eso es lo que me dijiste el otro día.
—Claro, claro. —Sacudió la cabeza como para despejarla—. Por supuesto. Estoy en mi casa. —Se inclinó contra la barandilla y apoyó el mentón sobre los brazos—. Lo que pasa es que, de un tiempo a esta parte, parece más bien como si fuera la casa de Penn.
—Sí, eso parece —dijo Gemma. Él suspiró y ella lo miró de frente—. Pero te gusta, ¿no?
—¿Penn? —preguntó Sawyer, y luego asintió con la cabeza—. Sí. Claro que me gusta. Estoy loco por ella. Creo que no podría vivir sin ella.
—¿Por qué? —le preguntó Gemma directamente.
—Porque… —Frunció el ceño, aparentemente porque le resultaba difícil pensar en una sola razón—. Me siento muy inquieto cuando ella no está cerca, como si no pudiera relajarme.
Gemma sabía que, en realidad, a Sawyer ni siquiera le importaba Penn; al menos, no si hubiera estado en plena posesión de sus actos. Pero creyó que, entre las razones de la admiración que sentía por Penn, al menos mencionaría su belleza o su voz.
Se preguntaba qué significaría aquella falta de motivos. Tal vez Penn no le gustara a Sawyer en absoluto. Si ella no le cantase la canción del mar, tal vez hasta la odiara. Pero lo más probable era que Gemma no llegara a saber nunca qué sentía por Penn en realidad.
—Sé que la amo —dijo Sawyer por fin—. Pero cuando intento pensar por qué, todo parece muy nebuloso, y lo único que oigo es su canción.
—¿Si tratas de pensar, la canción ahoga tus pensamientos? —preguntó Gemma.
—Sí, algo así. —Asintió—. A veces, también es la de Lexi, pero, sobre todo, la de Penn. Ella me canta un montón. Me parece que no le gusta cuando me canta Lexi.
—¿Por qué dices eso? —preguntó Gemma.
—Siempre me dice que no escuche la canción de Lexi —dijo—. Y es realmente difícil no hacerlo, porque su voz es la más hermosa que he oído en mi vida.
—Sí, en eso estoy de acuerdo.
El canto de Lexi ya no ejercía el mismo poder de antes sobre Gemma. Todavía se sentía impulsada a cantar con ella, pero no sentía la urgencia de hacer lo que se les antojara a ella o a ninguna de las sirenas. Aun así, Lexi tenía la voz más adorable que Gemma hubiera oído jamás.
—¿Crees que…? —A Sawyer se le contrajo el rostro, como si estuviera dolido—. ¿Crees que Penn está enamorada de mí?
A Gemma le impactó que él le hiciese esa pregunta, y no sabía qué responderle. Por un momento pensó en mentirle, y decirle el tipo de cosas que le parecía que él querría oír, pero decidió que aquello no tenía sentido.
—¿Qué te ha dicho ella? —le preguntó Gemma, con cuidado de evitar responderle directamente.
—Cuando le digo que la amo, ella, por lo general, se limita a reírse —dijo Sawyer—. En realidad, nunca dice lo que siente por mí. Sólo me grita mucho y me dice que soy un idiota.
—No, Penn no te ama —le dijo Gemma—. Sólo te está usando. No sé si le gustas siquiera.
Se volvió hacia él para ver su reacción. Tenía los ojos azules fijos en el paisaje del océano, y se lo veía herido pero no sorprendido.
—Sí. Eso me parecía. —Cuando habló otra vez, sonó decepcionado, pero más consigo mismo que con la falta de afecto de Penn.
—Te ha hechizado —le dijo Gemma, tratando de aliviar su tristeza—. Es una sirena, y usó sus canciones para engañarte y que creas que sientes algo por ella. Pero no es así.
—No —dijo rápido Sawyer—. No, eso no es cierto. Yo la amo de verdad. No es un hechizo.
—Bueno, piensa lo que quieras, pero es un hechizo.
Gemma volvió a mirar hacia el agua, apoyada sobre la barandilla.
—¿De verdad crees que Penn es una sirena? —preguntó Sawyer.
—Sip.
—¿Y Lexi y Thea también?
—Sip.
Lo pensó y luego preguntó:
—¿Qué es exactamente una sirena?
—Una sirena es una especie de mujer pez, que además es capaz de hechizar a la gente con su voz; generalmente, a los hombres —dijo Gemma.
La explicación era más larga, pero no le pareció necesario que Sawyer conociese todos los detalles. Bastaría con la versión resumida.
—Ah, como en los cuentos —dijo él—. ¿Y tú eres una sirena?
—Sí, así es —dijo Gemma, con la voz cargada de remordimiento.
—Pero tú no eres como las otras.
—¿Porque no soy tan guapa?
—No, no, todas sois guapas. —Hizo un ademán con la mano como descartando esa idea—. Pero cuando estoy cerca de ti sí que puedo pensar con claridad. A ti te siento de una manera diferente.
—¿Me sientes de una manera diferente? —Gemma arqueó una ceja—. Pero si no me has tocado nunca…
—No, no es la manera en que te siento físicamente. Es la forma de… ser, supongo —dijo Sawyer—. Tu presencia cuando entras en una habitación. Te siento como a un ser real. A las otras chicas las siento como si fueran mis sueños nocturnos o, a veces, como pesadillas.
»Y no sé por qué dices que no eres tan guapa —dijo Sawyer—. Eres tan guapa como ellas; quizá más guapa que ninguna, cuando sonríes.
Gemma sonrió.
—Gracias.
—Si lo mío con Penn al final no funciona, ¿crees que podríamos salir juntos? —preguntó Sawyer.
—¿Tú y yo? —Gemma rio—. No, no lo creo.
—¿Por qué no? —preguntó Sawyer—. ¿Tienes novio?
Ella siguió sonriendo, pero su sonrisa se volvió triste. Gemma había intentado no pensar demasiado en Álex, ya que no le haría ningún bien, y todavía se le partía un poco el corazón cada vez que pensaba en él.
—Sí —dijo con la voz cargada—. Sí, tengo novio.
—Entonces ¿por qué no está aquí? —preguntó Sawyer—. Si yo fuera tu novio, creo que no soportaría estar alejado de ti.
—Eh…, estooo… —Gemma se mojó los labios y bajó la vista hacia la playa que se extendía debajo de ella—. Tuvo que quedarse en casa. Allí estará más seguro.
—Ah. ¿Lo dices por Penn?
—Sí. —Asintió con un movimiento de cabeza—. Por Penn.
—¿Estás enamorada de él? —preguntó Sawyer.
—Sí, lo estoy. —Gemma rio otra vez, esta vez para no llorar—. Estoy muy enamorada de él.
—¿Y él de ti? —preguntó Sawyer.
Gemma se acordó del último beso que Álex y ella se habían dado en la cabaña antes de que ella se fuera con las sirenas. Había sentido que era real y verdadero, que la atravesaba como un rayo. Penn insistía en que Álex no sería capaz de amarla ahora que ella era una sirena, pero Gemma conocía a Álex: era incapaz de fingir lo que sentía por ella.
—Sí —dijo Gemma. Las lágrimas habían aflorado por fin—. Creo que sí. —Lloriqueó—. Perdona por ponerme tan sentimental.
—Está bien. De todos modos, lo más probable es que no me acuerde de esta conversación —dijo Sawyer, quien para su sorpresa estaba manifestando cierta conciencia de sí mismo.
Gemma se secó los ojos y lo miró.
—¿Qué quieres decir?
—Parece que apenas puedo recordar nada. —Meneó la cabeza—. Todo son imágenes borrosas.
—Lo siento —dijo ella con tristeza—. Todo esto. Lamento que las sirenas te estén haciendo esto. Pareces un buen tipo, y te mereces algo mejor.
—No lo sé. Yo no lo lamento. Tiene un punto divertido. —Sonrió, pero la sonrisa parecía triste—. Cuatro chicas guapas en mi casa, y voy y me enamoro de Penn. Algunas cosas son extrañas, y mi memoria no es tan buena, pero aun así… es divertido.
—Espero que sea cierto —dijo Gemma.
Sawyer dejó escapar un largo suspiro.
—Yo también.