9
El funeral
El funeral fue modesto pero, en realidad, Harper no había esperado que fuera de otro modo. Bernie McAllister lo había planificado todo mucho antes de morirse, y como era un hombre sencillo, tenía sentido que sus últimas voluntades también lo fueran.
De hecho, Brian llamó a la funeraria después de conocer la muerte de Bernie porque tenía la intención de organizar algo, y entonces se enteró de que todo estaba pagado de antemano. Según el director de la funeraria, Bernie se había ocupado de todo poco tiempo después de que muriera su esposa, hacía unos cincuenta años.
Hasta donde Harper sabía, la única familia que tenía Bernie era una hermana que vivía en Inglaterra, suponiendo que siguiera viva. Bernie apenas hablaba de su familia, y sólo mencionaba de vez en cuando a su esposa fallecida.
El funeral se celebró en el tanatorio. Bernie se había negado a que lo velaran, y acudió mucha gente. Era un hombre mayor que apenas frecuentaba unas pocas compañías, y muchos de sus amigos ya habían muerto.
La mayoría de los asistentes eran viejos compañeros de trabajo. Bernie había trabajado en el puerto mucho antes de que el padre de Harper empezara y, según Brian, era una persona muy querida en ese entorno.
Lo más probable era que la poca concurrencia se debiera a que era viernes por la mañana, y a la gente le resultaba difícil salir del trabajo a esas horas. El capataz de Brian era bastante estricto, y había tenido que luchar a brazo partido para que le dejara el día libre, pero no quería faltar al funeral.
A pesar de lo solemne de la ocasión, el aspecto de Brian era mejor que unos días atrás. Se había afeitado, y el traje oscuro que llevaba le quedaba bien, aunque se notaba que lo hacía sentir incómodo. Siempre parecía estar a disgusto con cualquier cosa que no fueran unos pantalones vaqueros, pero a Harper le pareció que su padre lo disimulaba bastante bien.
Antes de que empezase el funeral propiamente dicho, comenzó a juntarse gente que revoloteaba y charlaba en voz baja. Ese fue el momento en que pudieron presentarle sus últimos respetos a Bernie.
El ataúd de Bernie estaba cerrado, y Harper sabía por qué. Por mucho que tratara de recordar al hombre maravilloso y cálido que había sido, la única imagen que le venía a la mente cuando pensaba en él era la última que había visto: su cuerpo desgarrado y abierto en canal mientras yacía desangrándose en la isla que tanto había amado.
Harper había ido a la parte delantera de la sala con su padre, para estar junto a él mientras se despedía del viejo. Brian apoyó la mano sobre la madera suave del ataúd, y estuvo frotándolo de forma absurda durante un minuto antes de bajar la mano.
—Me habría gustado pasar más tiempo contigo estos últimos años —dijo Brian. No estaba llorando, al menos no todavía, pero gimoteaba y tenía la voz cargada de emoción.
—A mí también —asintió Harper.
Brian se metió las manos en los bolsillos y meneó la cabeza.
—Gemma debería estar aquí.
—Sí. Debería.
A Harper le habría gustado que no sacara a Gemma a colación, pero tenía razón. Debería haber estado allí.
No sabía si su hermana se había enterado de que Bernie estaba muerto. Gemma también había estado en la isla, pero eso no quería decir que lo hubiera visto.
Luego se le metió en el cerebro un nuevo pensamiento, horrible y desalentador. Quizá Gemma había tenido algo que ver con la muerte de Bernie.
Apenas lo pensó, Harper desechó la idea. Su hermana no tenía absolutamente nada que ver con ninguna acción que implicara hacerle daño a nadie, ni mucho menos a alguien tan importante para ella como lo había sido Bernie.
Por otra parte, Harper había visto con sus propios ojos lo que las sirenas habían sido capaces de hacer, no sólo a Bernie, sino también a Luke Benfield y a los otros chicos a quienes habían matado. Las sirenas eran malvadas, así que no era irracional pensar que Gemma también pudiera comportarse ahora como un monstruo.
El funeral iba a empezar, así que Brian y Harper se dirigieron a sus asientos. Era un cuarto pequeño al fondo de la funeraria, ocupado por unas treinta sillas plegables, la mayoría de las cuales estaban desocupadas. Brian y Harper estaban sentados en la primera fila, pues parecían haber sido los seres más cercanos a Bernie durante los últimos años.
El pastor dio un breve sermón, y después invitó a los asistentes a pronunciar algunas palabras. Harper no creía que su padre tuviera planeado decir nada pero, como nadie más se levantó, Brian se puso de pie frente al estrado.
—Hum, soy Brian Fisher —dijo, y se aclaró la garganta—. La mayoría de ustedes me conocen del trabajo en el puerto, y supongo que a Bernie también lo conocían de allí.
Brian tenía la vista baja todo el tiempo mientras hablaba, y Harper supo que era porque no quería que nadie viera que se le llenaban los ojos de lágrimas. Cuando levantó la vista hacia la joven, ella le lanzó una sonrisa alentadora, y eso pareció animarlo un poco.
—Conozco a Bernie desde hace más de veinte años. —Hizo un ademán mientras señalaba el ataúd que había detrás de él—. Era muy trabajador, y apenas faltó ni un día en todo el tiempo en que trabajamos juntos. Me cobijó bajo su ala, y fuera del trabajo fue un buen amigo.
»Cuando mi esposa… —Se le quebró la voz y se detuvo por un momento para recuperarse—. Él…, hum…, él cuidó de mis hijas cuando yo no podía, y por eso le voy a estar eternamente agradecido. No sé qué habría sido de mi familia de no haber sido por Bernie.
A Harper se le llenaron los ojos de lágrimas cuando oyó hablar a su padre.
—Tuve el placer de verlo hace unos pocos días —prosiguió Brian—. Y estaba tan activo y alegre como siempre. Todavía estaba lleno de vida. —Dejó escapar un largo suspiro, y luego se volvió hacia el ataúd—. Al menos ahora podrás estar con tu esposa, Bernie. Sé que has esperado mucho tiempo para verla. —Miró otra vez al pastor sin saber qué decir—. Supongo que eso es todo lo que tengo que decir. Gracias.
El pastor le agradeció sus palabras, y Brian volvió a su asiento a toda prisa; respiraba hondo mientras se desplomaba junto a Harper. Ella entrelazó su brazo con el de él y apoyó la cabeza en su hombro.
—Eso ha estado muy bien, papá —le dijo—. A Bernie le habría gustado.
El funeral terminó poco después. El pastor invitó a quien quisiera a asistir al cementerio para el entierro, pero la mayoría de los asistentes se fueron.
Brian y Harper se levantaron con la intención de dirigirse hacia su coche, pero un hombre de traje gris se acercó a ellos. Su cara les sonaba, pero es que todo el mundo conocía a todo el mundo en Capri. El pueblo no era muy grande así que, aunque Harper no conociera a todos sus habitantes en persona, era probable que los hubiera visto por ahí.
—¿Es usted Brian Fisher? —preguntó el hombre.
—En efecto —respondió Brian con cautela.
—Soy Dean Stanton, el abogado de Bernie.
El hombre le extendió la mano pero Brian tardó en estrechársela.
—¿Bernie tenía un abogado? —La sorpresa de Brian sonaba genuina—. ¿Para qué necesitaba Bernie un abogado?
—Yo me encargué de su testamento y de su herencia —dijo Dean—. Y tenía la intención de contactar con usted.
—¿Para qué? —preguntó Harper, terciando en la conversación.
—Lo nombró a usted, Brian, su beneficiario —dijo Dean—. No tenía mucho acumulado en lo que a seguros de vida se refiere. Lo que tenía sólo cubre sus posesiones en la isla, pero al menos usted recibe la propiedad libre de cargas.
—¿Qué? —Brian meneó la cabeza, sin entender—. ¿La propiedad?
—Sí, se lo dejó todo a usted —explicó Dean—. La isla y todo lo que contiene, incluidas la cabaña, el cobertizo y la embarcación.
—¿Me ha dejado la isla? —Brian parecía perplejo e intercambió una mirada confundida con Harper—. No me habló nunca de eso.
—Bueno, el caso es que se la ha dejado —dijo Dean—. Necesito que venga a firmar algunos papeles. Aquí tiene mi tarjeta —continuó mientras se la ofrecía—. Llámeme y ya lo arreglaremos. Ahora le voy a dejar que regrese al funeral. Lamento su pérdida.
—Gracias —murmuró Brian, perplejo.
El director de la funeraria estaba empujando el ataúd por las puertas traseras para que lo cargaran en el coche fúnebre. Brian miró hacia atrás para ver partir a Bernie, mientras Dean se alejaba caminando.
—Tendríamos que irnos ya si queremos estar en la comitiva —dijo Harper.
Brian asintió con la cabeza y se metió la tarjeta del abogado en el bolsillo de atrás.
Ninguno de los dos dijo nada del testamento de Bernie mientras se dirigían hacia el coche de Brian. De hecho, ninguno de los dos dijo absolutamente nada mientras seguían al coche fúnebre hasta el cementerio. Iban en el único automóvil de la comitiva y, además del pastor, fueron las únicas personas que vieron cómo bajaban el ataúd de Bernie a la sepultura.
A Harper le había impactado que Bernie les hubiera dejado la isla, y suponía que su padre sentiría lo mismo. Pero lo cierto era que tenía sentido, ya que él carecía de una verdadera familia allí, y Brian era uno de sus mejores amigos.
Eso también la hizo sentirse culpable, al darse cuenta de lo poco que había visto a Bernie últimamente. Antes de ir a verlo a su isla el fin de semana anterior habían pasado unos cuantos meses sin que lo visitara.
Harper no quería ver cómo echaban tierra sobre el ataúd, así que decidió regresar al coche. Al hacerlo, vio a Daniel a unos metros de distancia; estaba apoyado contra un ciprés.
Harper caminó hacia Daniel, pero su padre se quedó unos minutos más. No sabía si Brian se estaba despidiendo de Bernie o dejándola un momento a solas con Daniel.
—¿Qué haces aquí? —preguntó Harper.
—Leí en el periódico que hoy se iba a celebrar el funeral —dijo el chico—. Y se me ocurrió venir a echar un vistazo.
—Pareces un poco mal vestido para un funeral.
Daniel se miró el atuendo. Llevaba una camisa de franela arremangada encima de una camiseta de Led Zeppelin gastada, y sus pantalones vaqueros tenían un agujero en la rodilla.
—Al menos me he puesto una camisa —bromeó Daniel. Harper le comentó en cierta ocasión que él nunca usaba camisa, o eso le parecía cada vez que lo veía en su yate.
—Hola otra vez, Daniel —dijo Brian mientras se acercaba a Harper.
—Lamento su pérdida, señor Fisher.
Daniel se apartó del árbol y le tendió la mano. Brian se la estrechó en seguida y asintió con la cabeza.
—Gracias —le dijo—. ¿Conocías bien a Bernie?
—No; en realidad, no. —Daniel negó con la cabeza—. Pero sabía que Harper tenía una relación estrecha con él, así que quería ver cómo lo estaba llevando, y ofrecerle mis condolencias.
—Eso es muy amable de tu parte. —Brian le echó una mirada, como si no estuviese del todo seguro de qué pensar de Daniel, y luego centró la atención en Harper—. No me gusta nada hacer esto, pero tengo que volver al trabajo.
—Yo la acerco —se ofreció Daniel—. Si tiene que irse.
Brian miró a Daniel, y después a Harper, para ver qué quería hacer ella. Su padre iría a casa sólo para ponerse la ropa del trabajo, y después se marcharía de inmediato, así que no era necesario que fuera con él. Y ella no deseaba lo más mínimo pasar otro día sola en casa.
—Ve tú primero, papá —dijo Harper—. Daniel puede llevarme a casa.
Su padre dudó antes de asentir con la cabeza.
—De acuerdo. Nos vemos luego, entonces.
Se inclinó y le dio un beso fugaz a Harper en la sien antes de alejarse caminando.
—Bueno… —dijo Harper en cuanto su padre se hubo ido—. ¿Sueles mirar las esquelas para saber quién se ha muerto?
—No. —Daniel se alejó, caminando entre las lápidas, y Harper le siguió el paso—. Lo cierto es que he revisado los periódicos de arriba abajo para ver si encontraba alguna información sobre Gemma.
—Ah, sí —dijo Harper—. Yo he hecho lo mismo.
—¿Así que todavía no has sabido nada de ella? —preguntó Daniel, mirándola mientras hablaba.
—No. Álex recibió un par de mensajes, pero, hasta ahora, han sido pistas falsas. —Suspiró—. No tengo ni idea de dónde está. Y no sé qué voy a hacer si no vuelve pronto a casa.
—No me gusta nada tener que decirte esto, pero… sobrevivirás —dijo Daniel con solemnidad.
—¿Por qué lo dices como si fuera una mala noticia?
—Porque me da la impresión de que sólo quieres acurrucarte y morir —dijo él—. O, al menos, eso es lo que crees que deberías hacer si le pasara algo a tu hermana. Pero la dura verdad es que no vas a morir. La vida continúa, y tú eres fuerte y lista, así que saldrás adelante.
Harper negó con la cabeza.
—No consigo imaginármelo. No me daré por vencida nunca.
—Nadie está diciendo que te des por vencida —le replicó Daniel—. Sólo te sugiero que no pierdas de vista la verdadera dimensión de las cosas.
—¿Cómo se hace eso? —preguntó Harper.
Daniel había dejado de caminar, así que ella se detuvo y levantó la vista hacia él. El sol brillaba con fuerza, y el día parecía demasiado hermoso para un funeral. Él entornó los ojos a causa de la luz y luego señaló una lápida detrás de Harper.
—Esa es la tumba de mi hermano John —dijo.
Daniel le había contado que, cinco años antes, su hermano y él habían sufrido un accidente. John había muerto, y a Daniel le habían quedado varias cicatrices que le cubrían la espalda y la cabeza, aunque el cabello ocultaba estas últimas.
—Lo siento —dijo Harper.
—Lo visito de vez en cuando. —Daniel miró detenidamente la lápida, en un tono solemne inusual en él—. Lo quería mucho. Pero él está muerto y yo sigo aquí. —Levantó la vista hacia Harper y sus ojos se posaron en ella—. Y tú también.
—Ya lo sé. —Ella le lanzó una media sonrisa—. Y no tengo planes de ir a ningún lado.
—Bien. —Eso lo hizo sonreír—. Ven, vamos. El día es demasiado hermoso como para pasarlo en el cementerio. Salgamos de aquí.