6
Las hermanas
Gemma se sentó en la playa, bajo el sol, pero eso no aplacó el frío que la recorría. Había estado temblando pese a llevar varias capas de ropa.
Estar tan cerca del océano parecía la única cosa capaz de ayudarla. Se había sentado con las rodillas contra el pecho, a unos pocos metros de donde el agua rompía contra la orilla y, por extraño que pareciese, la canción del mar que siempre resonaba en su cabeza estaba casi en silencio.
Las sirenas se encontraban en el océano, disfrutando de una de sus salidas diarias a nadar, pero Gemma se había negado a ir con ellas. Sawyer sí las había acompañado, y desde allí se oía su risa junto con el leve sonido de Penn cantándole.
Estaban bastante lejos y no podía verlos bien. Las sirenas desaparecían bajo el agua todo el tiempo, pues preferían nadar en la profundidad y mucho más lejos de lo que un humano como Sawyer podía ir, y a Gemma no dejaba de obsesionarle la idea de que lo fueran a ahogar.
Casi no conocía a Sawyer, y tenía la sensación de que jamás llegaría a conocerlo. A causa del hechizo, nunca había podido mostrarse como era realmente. Aun así, le había parecido bastante agradable las veces que habían conversado: no merecía morir.
Así que cuando vio que llevaba un rato sin salir, Gemma se acercó al agua, preocupada, pero él salió a la superficie justo antes de que ella se metiera, riendo y diciéndole a Penn lo maravillosa que era. Gemma suspiró y se sentó otra vez en la arena.
Gemma supuso que a Sawyer todo aquello debía de parecerle algo mágico. Él las veía como hermosas sirenas, y su hechizo no le permitía pensar con claridad. Parecían salidas de un sueño, y él estaba totalmente encantado con ellas. A simple vista, todo parecía ideal y perfecto, pero Gemma conocía el lado oscuro que había debajo.
Mientras Penn y Lexi jugaban en pleno océano con Sawyer, que trataba inútilmente de atraparlas, Thea nadó de vuelta hacia la playa. Cuando llegó a la parte menos profunda, Gemma alcanzó a ver cómo las escamas de su cola brillaban a través del agua.
Sintió un cosquilleo en las piernas al acordarse de las escamas, de lo que se sentía cuando las piernas se le transformaban en una cola que surcaba el agua fresca del océano. Su cuerpo anhelaba la experiencia, pero Gemma la rechazó.
Thea sacó la cola del agua sin fijarse en si podía haber alguien cerca. La casa de Sawyer estaba en una playa aislada, escondida del resto del mundo, así que las sirenas podían juguetear al aire libre todo lo que quisieran.
Cuando las escamas de Thea se volvieron a convertir en carne, Gemma bajó la vista y miró para otro lado. Thea llevaba la parte de arriba del biquini, pero, por lo demás, estaba desnuda. Cogió un pareo que había dejado tirado en la arena y se lo enroscó alrededor de la cintura mientras caminaba hasta donde estaba sentada Gemma.
—La verdad es que eres una aburrida —dijo Thea al sentarse junto a ella estirando sus largas piernas bronceadas en la arena y apoyándose sobre los codos.
—Esto es una maldición —dijo Gemma con total naturalidad contemplando las olas—. Así que lo estoy tratando como tal. Me niego a disfrutar de ninguno de sus aspectos.
—Esta maldición es tu vida —dijo Thea, mirándola con seriedad—. Y vas a vivir por mucho tiempo. Será mejor que lo disfrutes.
—¿A ti qué más te da si yo lo disfruto o no? —preguntó Gemma—. Si prefiero sufrir, ¿qué importa?
—Eres una de nosotras —respondió Thea—. Vamos a estar atadas a ti durante muchísimo tiempo. Estaría bien poder hablar contigo sin que te comportaras como una idiota insufrible.
A Gemma se le ocurrió algo de repente y se dio la vuelta para mirar a Thea. El viento le revolvía el largo cabello rojizo y, lentamente, se lo iba secando.
—¿Y qué me dices de tu hermana Agláope? ¿Cuánto tiempo estuviste atada a ella? —preguntó Gemma.
Thea se puso tensa en cuanto oyó mencionar a su hermana. Las sirenas no habían hablado mucho de ella pero, según había entendido, se suponía que Gemma iba a reemplazar a Agláope. Cuando insistió para averiguar cómo había muerto esta, o qué le había pasado, las sirenas no le dieron muchas explicaciones.
Bueno, no habían sido tanto las sirenas como Penn. Cada vez que Gemma trataba de averiguar algo más, era Penn la que cambiaba de tema o se zafaba de ella. Thea le pareció mucho más predispuesta a hablar de Agláope, así que, mientras estaban a solas, Gemma decidió aprovechar la oportunidad.
—Yo no estaba atada a ella —dijo Thea bruscamente—. Y, la verdad, no es asunto tuyo.
—Acabas de decir que ahora soy una de vosotras —replicó Gemma—. Si realmente es así, ¿no debería saber lo que significa ser una sirena? Eso implica saber cosas sobre el pasado, sobre las sirenas que hubo antes que yo.
—Agláope vivió durante muchísimo tiempo —dijo Thea al final—. Era apenas dos años menor que yo.
—Fue una de las primeras sirenas, ¿no? —preguntó Gemma—. Deméter la transformó al principio de todo, y ella no reemplazaba a nadie, como sí hicimos Lexi o yo.
—Así es. —Thea respiró hondo y se sacudió la arena de la rodilla desnuda—. En realidad, Aggie era mi hermana verdadera, a diferencia de Penn, que sólo es nuestra media hermana.
—¿Tenías el mismo padre que Penn, pero distinta madre? —preguntó Gemma.
—Sí, pero en realidad nuestras madres eran hermanas —dijo Thea con una sonrisa irónica—. Todo era muy incestuoso por aquel entonces. Todos los dioses solían andar por ahí acostándose con los hijos y los hermanos de los otros.
Gemma arrugó la nariz.
—Eso es asqueroso.
—Claro que lo es —concedió Thea—. Pero es lo que sucedía.
—¿Y os limitabais a aceptarlo, sin más? —preguntó entonces Gemma.
Thea lo pensó por un momento, y luego asintió con la cabeza.
—Lo intentaba.
—Pero Penn no lo hizo —añadió Gemma, mientras su atención regresaba al océano, donde Penn y Lexi seguían burlándose de Sawyer.
—Penn nunca fue el tipo de chica que sigue a la manada.
Thea rio, pero apenas fue un sonido hueco y amargo.
—¿Y Aggie? —preguntó Gemma, empleando el mismo apodo con el que Thea se había referido a Agláope—. ¿Cómo era ella?
La oscuridad se cernió sobre el rostro de Thea y borró todo rastro de su sonrisa. Bajó la vista y se quedó con la mirada fija en el vacío.
—Aggie era buena —dijo Thea. Tenía la voz más ronca que las otras sirenas, pero a medida que hablaba se le volvía aún más grave, cargada de tristeza—. Penn dice que eso la hacía débil, y tal vez fuera cierto. Aun así, la compasión es algo admirable.
—¿Qué pasó entonces? —preguntó Gemma—. ¿Aggie murió porque era buena?
Thea contempló el océano y entonces su expresión se oscureció otra vez.
—Aggie pensaba que ya habíamos vivido lo suficiente. Habíamos gozado de más tiempo del que nos correspondía en este mundo, y tal vez hubiéramos experimentado más y visto más y disfrutado más que ningún otro ser.
»Pero todo eso tenía un precio. Y Aggie pensó que ya habíamos causado muchas más muertes de las necesarias. Dijo que teníamos las manos demasiado manchadas de sangre, y que era hora de irnos.
—¿Iros? —preguntó Gemma.
—Sí —dijo Thea—. Aggie propuso que dejásemos de comer y que nadásemos juntas en el mar hasta que nuestros cuerpos no pudieran aguantar más y muriésemos.
—¿Quería que todas vosotras murieseis juntas? —preguntó Gemma.
—Sí. Esa era su brillante idea. —Thea respiró hondo y, cuando volvió a hablar, su voz era totalmente monótona y carente de emoción—. Entonces Penn la mató.
Gemma esperó un momento, creyendo que había entendido mal.
—Penn…, ella… —Gemma meneó la cabeza—. ¿La mató como si nada?
—No teníamos elección; no queríamos morir. —Ahora Thea hablaba rápido, sin pensar en las palabras que decía, que salían de su boca apelotonadas y carentes de convicción—. Y no podíamos dejar que Aggie nos matara, así que éramos o nosotras o ella, y, como era lo más lógico, tenía que ser ella. No tuvimos otra opción.
—¿Cómo la mató Penn? —preguntó Gemma al darse cuenta de que tal vez esa fuera la oportunidad de aprender cuál era el punto débil de las sirenas. Pero Thea se limitó a negar con la cabeza.
—Que esté hablando contigo no significa que sea estúpida —dijo Thea—. No voy a revelarte cómo se puede matar a una sirena.
—¿Qué pasó después de la muerte de Aggie? —la presionó Gemma.
—Lo peor de todo fue el momento en que lo hizo —dijo Thea—. Se acercaba la luna llena, y no teníamos ningún plan para convertir a otras sirenas. Y cuando por fin encontramos una, murió.
—¿Qué? —preguntó Gemma con genuina sorpresa—. ¿No fui vuestra primera opción?
—No exactamente. Penn te había echado el ojo, pero nos pareció que eras muy joven. Las cosas se complican cuando escoges a menores de edad. Sus padres y familiares tienden a buscarlos con más insistencia.
—Y entonces ¿qué le pasó a la otra chica? —preguntó Gemma.
—Chicas, a decir verdad —la corrigió Thea—. Hubo dos antes de ti. Las encontramos en pueblos cercanos, y las probamos del mismo modo en que lo hicimos contigo.
—¿Qué quieres decir? —preguntó Gemma.
—Si lo recuerdas —explicó Thea haciendo un gesto indefinido con la mano—, las llevamos a la caleta, las envolvimos con el chal de oro y les dimos de beber del frasco.
Sí que lo recordaba, pero no con claridad. La noche en que la convirtieron era un recuerdo nebuloso. Sabía que había estado nadando en la bahía de Antemusa, en Capri, pero parecía que sus recuerdos se distorsionaban y se volvían confusos desde el momento en que oyera cantar a Lexi.
Lo único que recordaba con total claridad era lo mal que sabía el líquido del frasco. Era espeso y quemaba al bajar por la garganta. Después se desmayó. A la mañana siguiente se despertó en las rocas, envuelta en un chal de oro tejido.
Penn le explicó más tarde cuál era la naturaleza del líquido: la sangre de una sirena, la sangre de un mortal y la sangre del mar. Esa había sido la mezcla que la había convertido en una auténtica sirena, pero todavía no había preguntado la función del chal.
—¿Y para qué sirve el chal de oro? —preguntó Gemma.
—Era de Perséfone —dijo Thea—. Se suponía que lo iba a usar en su boda.
Perséfone era la razón por la que ellas se habían convertido en sirenas. Thea, Penn, Aggie y su amiga Ligeia tenían que cuidar a Perséfone pero, en lugar de eso, estaban nadando, cantando y coqueteando con hombres. A Perséfone la raptaron, y su madre, la diosa Deméter, las maldijo como castigo por no haberla protegido.
—La verdad es que no sé qué tiene esto que ver con el ritual —admitió Thea—. Todo forma parte de las instrucciones de Deméter, y nosotras tenemos que seguirlas.
—Y entonces ¿qué ocurre después? —preguntó Gemma—. Envolvéis a las chicas con el chal, les dais la poción… ¿y después, qué?
—Las arrojamos al océano —respondió Thea como si tal cosa—. Se supone que la mezcla tiene que convertirlas en sirenas, y eso les permitirá sobrevivir allí dentro. Si no funciona, entonces las chicas se ahogan.
—¿Así que ahogasteis a dos chicas antes que a mí? —le preguntó Gemma, con el corazón desbocado—. ¿Y luego a mí me arrojasteis al agua sin más, esperando que esa vez hubiera suerte?
—En realidad, sí —dijo Thea—. Eras nuestra última esperanza. Cuando el mar te arrojó a la orilla, viva, nos sentimos todas muy aliviadas…
—¡Pero si casi me muero! —dijo Gemma, indignada.
—Sí, pero no lo hiciste. —Thea la miró con severidad, urgiéndola a que acabara con el melodrama—. Y ahora eres una de nosotras. Todo salió como tenía que salir.
—Sí, pero casi sale mal —dijo Gemma—. Ya veo que no os importaba en absoluto lo que nos pudiera pasar a mí o a las otras dos chicas a las que matasteis. ¿Y vuestras propias vidas, qué? ¿Tampoco os importan? Si yo hubiera muerto, ¿qué habríais hecho?
—No lo sé —respondió Thea en tono cortante—. Habríamos encontrado a otra.
—¿A sólo unos días de la luna llena? —Gemma negó con la cabeza, con un gesto escéptico—. La verdad es que lo dudo.
—Entonces habríamos muerto. —Thea levantó las manos, exasperada—. Pero ninguna lo hizo.
—A excepción de Aggie —señaló Gemma—. Eso tampoco lo entiendo. ¿Por qué no esperasteis hasta encontrar una sirena que la reemplazara antes de matarla?
—Yo no la maté —insistió Thea—. La idea no salió de mí.
Una nube cruzó por delante del sol y las dejó en la sombra. La brisa del océano se enfrió de pronto. Gemma ya no veía a Penn ni a Lexi, ni siquiera a Sawyer, pero no le importó.
—Penn no pudo esperar —dijo Thea por fin—. Ya no soportaba estar cerca de Aggie, y ella…, sencillamente… —Su voz se fue apagando y al final negó con la cabeza.
—Penn es más joven que tú —dijo Gemma—. ¿Por qué permites que tu hermana pequeña te diga lo que debes hacer?
—Yo no per… —Thea se detuvo de pronto en medio de la frase, como si hubiera cambiado de idea sobre lo que quería decir—. Hay muchas cosas que no entiendes. Eres demasiado joven. No has vivido lo suficiente, ni has tenido que hacer verdaderos sacrificios. Nunca has tenido que cuidar de nadie, ni siquiera de ti misma.
Penn, Lexi y Sawyer salieron de pronto a la superficie, a poco más de cinco metros de la orilla. Sawyer jadeaba sin aliento, pero Penn y Lexi estaban en absoluto silencio.
—Está refrescando —dijo Thea y se puso de pie—. Me voy adentro.
Gemma miró de soslayo cómo Thea caminaba hacia la casa. Su pareo se agitaba al viento, y ella misma se abrigaba cubriéndose con los brazos.
—Tal vez debamos entrar nosotros también —sugirió Sawyer, y Gemma se volvió para mirarlo. El agua le llegaba a la cintura, y por encima de las olas se le marcaban los pectorales.
—No —dijo Penn sin mirarlo. Tenía los ojos negros clavados en Thea mientras observaba cómo su figura entraba en la casa. La voz de Penn solía ser como la seda, pero en esa ocasión adquirió cierta dureza al reprender a Sawyer—. Todavía no hemos terminado de jugar.
—Lo siento —dijo Sawyer. Su contrariedad sonó sincera, y se dirigió hacia ella como si tuviera la intención de tocarla al pedirle disculpas—. Podemos jugar todo lo que tú quieras.
Ella se volvió y lo fulminó con la mirada.
—Ya lo sé. Yo soy quien dicta las reglas.
Antes de que él pudiera añadir nada, Penn se dio la vuelta y se sumergió en el agua. Sawyer trató de perseguirla de inmediato, dando torpes chapuzones entre las olas.
—¡Gemma! —la llamó Lexi con ese tono cantarín habitual en su voz.
El sol se había colado entre las nubes; una luz plateada alcanzó los rizos dorados de Lexi y los hizo brillar.
—Gemma —repitió Lexi cuando Gemma no contestó—. ¡Ven a nadar! ¡Ven con nosotras!
Gemma se limitó a negar con la cabeza. Lexi dejó escapar una risita seductora y luego se sumergió en el océano. Gemma se quedó sola en la playa.