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La búsqueda

Tanto Harper como Brian habían dejado que la casa prácticamente se viniera abajo desde la marcha de Gemma. Tenían la cabeza en otro sitio, así que la casa estaba patas arriba. Había periódicos desperdigados por la sala de estar, y la mesa estaba cubierta de botellas de cerveza junto a la silla de Brian. En el pequeño lavadero, a la salida de la cocina, tirada junto a la puerta había una pila de ropa sucia que se había estado acumulando ahí desde antes de que se fuera Gemma.

Al ver el desastre que reinaba en la casa, Harper se mordió el labio. No tenía fuerzas para limpiar, y no era por vagancia. Además, le parecía un sacrilegio. Su hermana había desaparecido, y ella no tenía derecho a reanudar su vida normal como si no estuviera pasando algo horrible.

El problema era que Harper ya no sabía dónde más buscar, y la vida real no se detenía por el mero hecho de que Gemma se hubiese ido. Había que sacar la basura de todos modos, y cortar el césped, y su padre tenía que seguir yendo a trabajar.

Se suponía que Harper también debería estar trabajando, pero la única manera de convencer a Brian de que se fuera había sido ofreciéndose para quedarse en casa, so pretexto de que hubiera alguien allí en todo momento, por si Gemma volvía o llamaba.

Después de que, por fin, Brian se fuera a trabajar esa mañana, Harper se había quedado esperando, nerviosa, cerca de la puerta de entrada. Su padre ya había faltado al trabajo dos días esa semana, y aquel día iba a llegar tarde. Harper temía que a ese paso lo echaran del trabajo. Cuando vio que, al cabo de una hora, no había vuelto, suspiró de alivio y continuó a lo suyo.

Se pasó la primera mitad del día llamando a todas las asociaciones de adolescentes perdidos que pudo localizar. A ninguna le pareció que encontrar a Gemma fuera prioritario, debido a su edad y a que se había ido por propia voluntad.

Cuando a Harper se le acabaron todas las asociaciones, se sentó al lado del teléfono, junto a la mesa de la cocina, tratando de pensar en otras personas a quienes llamar o lugares donde buscar. Pero ya no se le ocurría nada más.

Harper y Gemma habían vivido siempre en Capri, y no tenían lazos estrechos con nadie fuera de allí. Sus abuelos estaban muertos, y tenían una tía y un par de primos que vivían en Canadá, pero no los conocían mucho.

En ese momento Harper notó el estado en que se encontraba la casa y decidió hacer algo al respecto. En realidad, no podía hacer nada más por encontrar a Gemma o a las sirenas, y necesitaba poner su energía en funcionamiento para calmar sus nervios. No podía quedarse sentada ahí todo el día mirando el teléfono, deseando que sonara.

Así que se puso a limpiar.

Empezó por hacer la colada, ya que el cesto de la ropa desbordaba, y luego siguió con la sala de estar. Tiró la basura, aspiró y sacó el polvo. Una vez en la cocina, fregó el suelo, limpió la nevera, y colocó las cacerolas y las sartenes en los armarios.

Álex apareció por la casa justo cuando Harper acababa de decidirse a atacar el sótano. Todas las Navidades, cuando subían el árbol y los adornos, Harper se prometía revisar todas las cajas viejas, deshacerse de la basura y ordenar los recuerdos. Decidió que, por fin, lo haría aquel día.

—¿Harper? —Álex estaba arriba, llamándola, y a juzgar por el crujido de sus pasos sobre la cabeza de Harper, supuso que estaba en la sala de estar.

—¡Estoy aquí abajo! —gritó ella en dirección a la escalera del sótano, esperando que él la oyera.

Estaba sentada en una vieja tumbona, que le había tenido que robar a una enorme araña de patas largas. Una vez que la tumbona estuvo limpia de telarañas, se sentó con una caja vieja sobre la falda y empezó a revolver entre su contenido.

Hasta el momento parecía que en la caja sólo había papeles y trabajos de cuando Harper y Gemma eran pequeñas. Todas las hojas tenían algo escrito por su madre, como Harper: primer curso, edad 7 o Gemma: tarjeta del día de la madre, edad 3, garabateado en la parte de atrás.

Eso también explicaba por qué la caja sólo contenía pertenencias de Harper hasta el tercer curso, y de Gemma hasta primero. Ese fue el año en que Nathalie sufrió el accidente de coche y, aunque Brian amaba a sus hijas, guardar cosas no se le daba tan bien como a su madre.

Harper sacó una foto doblada y desteñida por los años. Estaba pegada en un trozo de cartulina rosa cortado en forma de corazón. Arriba del todo, en descuidadas cursivas, decía Mi familia, con la letra de Gemma.

La foto los mostraba a los cuatro: Brian, Nathalie, Harper y Gemma. Estaban en la playa. Los trajes de Gemma y Harper eran a juego: de color púrpura, con flores blancas y un volante en la parte inferior. Harper casi se había olvidado de ese día, habían pasado once años.

Todos parecían felices. Hasta Gemma, que no había querido salir del agua para la foto. Harper había tenido que sobornarla con un helado.

—¿Harper? —dijo Álex en tono vacilante desde la parte superior de la escalera del sótano, arrancándola de sus pensamientos.

—Sí. —Harper puso la foto de nuevo en la caja y la dejó a un lado.

—Perdona, he entrado sin llamar —dijo el chico mientras bajaba la escalera—. Lo hice, pero no me respondías.

—Tranquilo. —Harper se puso de pie y se sacudió el polvo de las rodillas. Las cajas llevaban guardadas allí tanto tiempo que habían acumulado un montón de polvo y telarañas—. Ni te había oído.

Cuando Álex bajó, echó un vistazo por todo el sótano, débilmente iluminado por unas lamparitas que había en el techo. Llevaba una bolsa de cuero para el portátil colgada al hombro y se acomodó la correa antes de volcar su atención otra vez en Harper.

—¿Qué haces aquí? —le preguntó él.

—Estaba limpiando. —Distraída, se secó los ojos, que se le habían llenado de lágrimas mientras revisaba la caja—. Llevaba mucho tiempo queriendo ordenar todos estos cachivaches.

—Ya veo —dijo Álex, pero no pareció que estuviera viendo nada—. A propósito, he venido porque quería enseñarte en qué he estado trabajando toda la mañana.

—¿Has estado trabajando en algo? —preguntó Harper.

Cuando hablaron el día anterior, a ninguno se le ocurrió ningún plan de acción para salvar a Gemma. La mejor idea que tuvieron fue que Harper hiciera algunas llamadas. Álex se había ofrecido a ayudar, pero los dos estuvieron de acuerdo en que lo mejor sería que las llamadas provinieran de un miembro de la familia, y no del novio de Gemma.

—Sí, está en mi portátil. —Dio un golpecito a la bolsa que le colgaba del hombro—. Si quieres echarle un vistazo…

—Sí, claro, por supuesto.

Álex miró a su alrededor buscando un lugar donde sentarse. Descartó las tumbonas, que todavía estaban cubiertas de polvo aunque Harper las había limpiado, y se sentó en los escalones del sótano. A continuación extrajo el portátil y lo apoyó sobre las rodillas.

—Sé que has estado haciendo llamadas, pero yo también quería hacer algo —dijo Álex mientras Harper se acercaba. Indecisa, se sentó en el escalón junto a él y espió la pantalla de su ordenador cuando él lo encendió—. Así que me metí en internet.

Unos segundos después apareció una foto grande de Gemma que casi llenó la pantalla. Sonreía, y las largas ondas del cabello le brillaban con la luz del sol. Harper había sacado la foto unas semanas antes, el último día de clase.

—Saqué la foto de su Facebook —le contó Álex.

En la parte superior de la foto de Gemma aparecía, en grandes letras en negrita, el siguiente texto: «¿Me has visto?». Álex movió el cursor hacia la parte inferior de la foto, donde aparecía toda la información relativa a Gemma: su edad y estatura, cuándo se la vio por última vez, y una dirección de contacto: info@encontradagemmafisher.com.

—¿Qué te parece? —preguntó Álex mirando a Harper, expectante.

—¿Tiene su propia página web? —preguntó Harper, que evitó responderle en seguida.

Él asintió con la cabeza.

—Sí. También la he enlazado a un par de páginas de adolescentes desaparecidos. Y además le he abierto una página en Facebook.

Tocó algunas teclas más y apareció la página de Facebook, donde se visualizaba la misma foto que había usado en el sitio web. Esta tenía la leyenda: «¿Has visto a Gemma Fisher?».

—Ya hay comentarios en el muro —comentó Harper, y se acercó para leer los mensajes.

Las únicas personas que habían escrito en el muro hasta ese momento eran un par de chicas que habían ido a la escuela con Gemma y su entrenador de natación, y todos compartían el mismo sentimiento: que no habían visto a Gemma pero esperaban que no tardase en volver a casa.

—Sí, no hay grandes pistas todavía, pero es que acabo de abrirla —dijo Álex—. Tardará algo de tiempo en dar resultados.

—¿Crees que la gente escribirá si la ve? —preguntó Harper.

—No lo sé —admitió Álex—. Pero espero que sí. Podría ser. —Suspiró—. Quiero decir que no sé dónde más buscar, ni qué más hacer. De este modo podemos conseguir que otras personas nos ayuden.

—Eso es cierto. —Harper se apoyó contra los escalones—. Es realmente muy buena idea, Álex. Me alegro mucho de que se te haya ocurrido.

—Tal vez ella misma la vea —dijo Álex, en un tono más bajo, como si estuviese hablando para sí mismo—. Tal vez vuelva si se da cuenta de cuánto la echamos de menos.

Harper apartó la vista del ordenador para mirar a Álex a la cara. Parecía preocupado y desconsolado a partes iguales.

—Álex, ella no se ha ido porque nosotros no le importemos —dijo con suavidad—. Ni porque crea que no nos importa.

Él bajó los ojos y, cuando habló, su voz sonó tensa.

—Ya lo sé. Sólo he pensado que… quizá… si se diera cuenta de lo importante que es para mí…

—Álex. —Harper le puso la mano en la espalda para consolarlo—. Esas sirenas le hicieron algo a Gemma. Tú no viste como se iba porque estabas inconsciente, pero Gemma no quería irse con ellas. Ejercían algún tipo de control sobre ella y se fue para protegernos, a ti y a mí, porque le importamos.

—Tendría que haber hecho algo más —dijo Álex, que empezaba a sentirse frustrado—. Soy su novio. Debería estar ayudándola.

—Y estás ayudándola —dijo Harper, y luego añadió—: Estás haciendo todo lo que puedes.

—No parece suficiente.

Harper exhaló un profundo suspiro.

—Ya lo sé. Yo siento lo mismo. Pero esto es todo lo que podemos hacer ahora. Así que tiene que ser suficiente.