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La metamorfosis
Marcy llevaba un rato hablando, pero Harper no le prestaba atención. Estaba sentada frente al escritorio, mirando al vacío y tratando de decidir qué hacer.
Durante la conversación con Álex la noche anterior, los dos habían acordado que tenían que seguir viviendo sus vidas con normalidad hasta que encontrasen a Gemma. Eso implicaba ir a trabajar, aunque Harper habría preferido quedarse en casa buscando pistas en internet sobre la transformación que podía haber experimentado Gemma.
Había pasado un montón de tiempo consultando páginas de internet que hablaban sobre seres como el yeti y el chupacabras, pero nadie había oído hablar de un extraño monstruo con forma de pájaro que también se convertía en un híbrido de pez y humano, y en una hermosa adolescente.
La noche anterior, cuando estaba a punto de quedarse dormida, Harper empezó a creer que todo habían sido imaginaciones suyas. Tenía que tratarse de algún tipo de alucinación extraña provocada por el estrés. Esa era la única explicación lógica de lo que había visto.
—Pero yo estaba…, es que… no se le pueden pedir peras al olmo —estaba diciendo Marcy cuando Harper empezó a entrar otra vez en sintonía—. No es que yo sea Cruella de Vil, ¿entiendes?
—No, claro que no —respondió Harper, distraída.
Marcy se burló y la miró por encima de las gafas de montura oscura.
—No has escuchado ni una palabra de lo que he dicho, ¿no es cierto, Harper?
—No eres Cruella de Vil. —Harper esbozó una leve sonrisa forzada.
Marcy puso los ojos en blanco.
—Lo has acertado de pura chiripa.
—¿Qué tiene de chiripa? —preguntó Harper.
Sonó la campanilla de la puerta principal de la biblioteca al abrirse, y Harper retiró la vista de la mirada enfadada de Marcy para ver a Álex acercarse al escritorio dando zancadas. Esbozaba una amplia sonrisa, lo que era un gran cambio con respecto a la expresión de desaliento que exhibía la noche anterior.
—¿Has sabido algo de ella? —le soltó Harper de golpe, dejando con la palabra en la boca a Marcy, quien ya había empezado a hablar otra vez de peras y olmos.
—No. —La sonrisa de Álex flaqueó por un momento mientras apoyaba los brazos en el mostrador—. Pero sí tengo buenas noticias.
—¿Sí? —Harper se inclinó hacia delante.
—Ya lo he descubierto. —La sonrisa volvió a su rostro, tan alegre como antes—. Son sirenas. Pero las sirenas no son sólo mujeres pez. Son algo más que eso.
—¿Algo más? —Harper frunció el ceño, confundida—. ¿Qué quieres decir?
—¿Es por lo de Gemma? —preguntó Marcy, logrando mostrar preocupación al menos por una vez—. ¿Sabéis algo más?
—No —dijo Álex—. ¿Dónde está la sección de mitología?
—¿Mitología? —repitió Harper, pero él ya estaba alejándose del mostrador.
—Sí, busco libros sobre mitología griega —explicó Álex.
—En el rincón del fondo, pasada la sección de libros infantiles —dijo Harper indicando con un ademán el otro lado de la biblioteca.
—Genial. —Su sonrisa se ensanchó y, antes de que ella pudiera preguntarle nada más, él ya se había lanzado hacia donde le había señalado.
—Álex —dijo Harper mientras se levantaba, pero él pasó de largo y desapareció entre los estantes—. Marcy, ¿me puedes cubrir en la recepción? Voy a ver qué se trae entre manos.
—Ah, sí, claro —dijo Marcy. Sonaba tan confundida como se sentía Harper—. Si es por lo de Gemma, tómate todo el tiempo que necesites. Aunque no entiendo qué tendrá que ver la mitología con su huida…
—Ni yo tampoco —murmuró Harper, y siguió a Álex hasta la parte trasera de la biblioteca.
Cuando lo encontró ya estaba hojeando un ejemplar de Las metamorfosis de Ovidio en la sección de mitología. Mientras se encaminaba hacia él, intentaba recordar lo que había leído sobre las sirenas, pero las piezas no encajaban del todo.
—¿Crees que son sirenas? —preguntó Harper, escéptica.
—Sí. —Álex asintió sin levantar la vista del libro.
—No sé qué decirte, Álex. Eso no tiene sentido.
—Piensa en ello. —Levantó la cabeza para mirarla—. ¿Recuerdas la canción? A las sirenas se las conoce por su canto. Por no hablar de lo de la cola de pez.
—Es cierto —admitió Harper—. Pero ¿qué me dices de lo del monstruo con forma de pájaro?
—También es cosa de las sirenas. —Pasó varias páginas del libro, buscando desesperado. Un momento después volvió a sonreír y le ofreció el libro—. Míralo tú misma.
—¿Qué? —preguntó Harper, y Álex le señaló un pasaje del texto.
En voz alta, ella empezó a leer:
«Bien puede parecer que tales penas / ha este por parlero merecido. / Pero decid vosotras, oh, sirenas, / ¿por qué la pluma y pies os han nacido / de aves, en los rostros nada ajenos / de vírgenes hermosas? ¿Si ha esto sido / porque cuando Proserpina cogía / las flores era de vuestra compañía?».
—¿Lo ves? —dijo Álex, casi con alegría.
—Quizá no lo recuerdes, pero el rostro de Penn no era tan bello cuando se transformó en pájaro —señaló Harper.
—Es obvio que la realidad no es exactamente así —dijo Álex, tratando de que ella no lo disuadiera—. Algunos libros dicen que sólo hay dos tipos de sirenas, mientras que otros afirman que hay hasta cuatro. Algunos las describen como mujeres pez, y otros como pájaros. Ninguno es del todo correcto, pero tal vez se deba a que pueden cambiar de forma a su antojo.
Harper entornó los ojos, pensativa.
—¿Qué quieres decir?
—Quizá Ovidio las viera como pájaros. —Álex señaló el libro que Harper tenía en las manos—. Pero otros las vieran como mujeres pez. Las chicas pueden cambiar de forma, como ya has visto. Lo único que mencionan todos es su canción. Y sabemos a ciencia cierta que cantan.
Harper se mordió un labio mientras contemplaba el libro que tenía en las manos. Lo que decía Álex tenía sentido. O lo habría tenido, suponiendo que algo de todo aquello lo tuviera.
—Esto es mitología, Álex —dijo Harper negando con la cabeza, y le devolvió el libro—. Nada de esto es real.
Él gruñó.
—Oh, vamos, Harper. Has visto las mismas cosas que yo. Esto es real, y lo sabes.
—Bien. —Harper se cruzó de brazos—. Digamos que tienes razón. Lo que vimos… eran sirenas. Pero ¿Gemma es una de ellas? ¿Cómo se convirtió en sirena?
—No lo sé. Muchas de las cosas que he leído son contradictorias. —Álex señaló el estante de libros que tenía a su lado—. Me he pasado toda la noche investigando en internet, y he venido con la esperanza de que, tal vez, los libros en papel podrían aclarar las cosas.
—A ver, para empezar, ¿cómo se convirtieron las sirenas en sirenas? —preguntó Harper.
—Por lo que he encontrado, parece que molestaron a uno de los dioses.
Álex se apartó de Harper para concentrar su atención en los libros. Recorrió los lomos con los dedos mientras rastreaba un título.
—¿Qué buscas? —preguntó Harper, y se acercó a él para ayudarlo.
—Leí en internet un fragmento de un libro. Creo que se llamaba… Argonáutica, o algo así.
—Aquí. —Harper extendió la mano por encima de él y tomó un ejemplar gastado del estante más alto.
Además, eligió una enciclopedia de mitología griega, y a partir de aquí empezó a sacar cualquier libro que pudiera contener información sobre sirenas, incluido uno llamado Mitología para Dummies.
Le iba pasando los libros a Álex para que los apilara. En cuanto obtuvo una pequeña pila, él se sentó en el suelo, justo entre las dos estanterías, y desparramó los libros a su alrededor.
—Podemos usar las mesas —dijo Harper—. Incluso hay un sofá muy mullido.
—Aquí se está bien —dijo Álex, que ya estaba hojeando uno de los libros.
Harper se encogió de hombros y se sentó frente a él con las piernas cruzadas.
—Bien. —Apoyó los brazos sobre las rodillas y se inclinó hacia delante—. Dime lo que ya sabes.
—No sé cuánto «sé» en realidad, porque al parecer he recabado un montón de información errónea —dijo Álex.
—¿Crees que esas chicas se convirtieron en sirenas porque enfurecieron a los dioses? —preguntó Harper, y él asintió con la cabeza—. Pero Gemma no puede haber enfurecido a ningún dios. —Después cambió de idea y negó con la cabeza—. Al menos, no lo creo.
—Yo tampoco lo creo —le concedió Álex—. Así que tal vez no sea una sirena.
Harper recordó cómo había terminado la otra noche, con Gemma desapareciendo en el océano a la pálida luz rosada del amanecer. Incluso en ese momento, su cola resultó inconfundible. Sin lugar a dudas, Gemma tenía forma de sirena.
—Sí, es una de ellas —dijo Harper categóricamente—. Y, en realidad, no me importa ni por qué se convirtió, ni cómo lo hizo. Sólo necesito saber cómo conseguir que vuelva.
—Esa es la parte complicada. —Álex hizo una mueca—. No he leído nada relativo a cómo deshacer la maldición. Sólo explican cómo matarlas.
—Bueno, no queremos matar a Gemma, pero no me molestaría acabar con las otras brujas —dijo Harper, un tanto sorprendida por el tono vengativo de su propia voz—. ¿Cómo se hace?
—No lo sé exactamente. Parece que las sirenas están destinadas a morir si alguien oye su canción y logra escapar —dijo Álex con una expresión avergonzada en el rostro.
—Pero tú oíste la canción, y yo también, y logramos escapar —dijo Harper—. Y aun así no murieron.
—Eso es lo único que he leído hasta ahora —dijo Álex—. Pero, según lo que leí en la Odisea de Homero, las sirenas ya deberían estar muertas de todos modos.
—Genial —masculló Harper—. O sea que, básicamente, ¿me estás diciendo que no sabes mucho más de lo que sé yo?
—En realidad, no, supongo —dijo él—. Pero al menos he descubierto qué son.
—Por algo se empieza —admitió Harper a regañadientes, y levantó un libro del suelo.
A falta de un plan mejor, Harper y Álex se pusieron a investigar todo lo que pudieron sobre las sirenas. Mientras hojeaban los libros, hablaban muy poco entre ellos. Los dos estaban demasiado concentrados en tratar de descubrir cómo rescatar a Gemma.
Harper no sabía a ciencia cierta cuánto tiempo habían estado sentados ahí leyendo, pero ya había tenido que cambiar de posición porque se le habían entumecido las piernas. Se había sentado con la espalda apoyada contra la estantería que tenía detrás y el ejemplar de la Argonáutica desplegado sobre las rodillas.
Hasta Álex había cambiado de posición, probablemente por el mismo motivo. Estaba acostado boca abajo con el libro abierto frente a él. Tenía los dedos enterrados en el cabello oscuro, y sus atractivos rasgos estaban tensos debido a la concentración.
Harper levantó la vista del libro para mirarlo. Había algo en la intensidad de su expresión que la conmovió. Su devoción por Gemma casi competía con la de ella, y eso la hizo sentirse un poco mejor. No estaba sola en aquella empresa.
—¿Qué hacéis? —preguntó Marcy y, al mirar hacia arriba, Harper vio a su compañera de trabajo de pie junto a la estantería, de brazos cruzados.
—Eh… —Harper miró a Álex como pidiéndole ayuda para responder la pregunta, pero ninguno de los dos parecía capaz de encontrar las palabras adecuadas.
—¿Teníais planeado trabajar algo más hoy? —preguntó Marcy—. ¿O pensabais esconderos aquí todo el día?
—Bueno… —Harper se movió para estar sentada más derecha. Sabía que debería estar trabajando, pero tampoco quería abandonar su búsqueda. Le parecía más importante que estar controlando los retrasos en las devoluciones de los libros de la biblioteca.
—Si no te apetecía trabajar porque Gemma se ha escapado, o por el motivo que sea, me lo podrías haberlo dicho, y listo —prosiguió Marcy—. No hacía falta que te escabulleses con falsos pretextos.
—No, no es eso —se apresuró a decir Harper.
Marcy entornó los ojos, desconfiando de las palabras de Harper.
—¿Qué estáis haciendo?
—Estamos…, eh… —Harper miró otra vez a Álex, quien se apresuró a dar un motivo.
—Estamos…, eh…, estamos leyendo… libros —respondió, no muy convincente.
Harper le echó una mirada severa, como si pensara que era un idiota, y Álex meneó la cabeza y se encogió de hombros.
—¿Qué estáis leyendo? —preguntó Marcy. Como ninguno de los dos respondió, se inclinó y levantó el libro que tenía más cerca, que casualmente se llamaba Las sirenas: servidoras del mar. —¿Antes has dicho algo sobre sirenas?
—Eh… Sí —dijo Álex.
—Es por aquellas chicas tan guapas como escalofriantes, ¿no? —dijo Marcy, atando cabos bastante rápido—. ¿Creéis que son sirenas?
—Bueno… —Harper tragó saliva y decidió responder con honestidad—. Algo así. Sí.
—¿Y se llevaron a Gemma, o tienen algo que ver con su fuga? —preguntó Marcy, con la misma voz monocorde de siempre, en la que no se notaba ni una pizca de escepticismo ni de credulidad.
—Sí —admitió Álex—. Eso creemos.
Marcy pareció pensarlo un momento, asintió con la cabeza como si le pareciera que todo aquello tenía sentido, y se sentó en el suelo.
—¿Y ya sabéis cómo recuperarla? —preguntó.
—Todavía no —respondió Harper con cautela—. Todavía estamos buscando.
Marcy tomó el libro titulado Las sirenas.
—¿Habéis buscado en este, o queréis que lo haga yo?
—Puedes buscar si quieres —dijo Harper.
—La verdad es que sería genial que nos ayudaras —intervino Álex, más entusiasmado que Harper, quien todavía se mostraba un poco reacia a confiar en Marcy—. Hay un montón de libros que revisar.
—Magnífico —dijo Marcy, y abrió el libro.
Cuando Marcy empezó a leer, Harper intercambió una mirada con Álex, pero él se limitó a encogerse de hombros y siguió leyendo su propio libro. Sin embargo, Harper no podía dejarlo pasar así como así. Quería creer en esos seres mitológicos, pero aun habiéndolos visto, en realidad le resultaba difícil. En cambio, Marcy parecía creer en ellos sin tener ninguna prueba de su existencia.
—Entonces… ¿te lo crees, y ya está? —le preguntó Harper.
—¿Qué? —Marcy levantó la vista para mirar a Harper.
—Te limitas a… —Harper meneó la cabeza, sin saber cómo quería expresarlo—. Te decimos que son sirenas, ¿te lo crees y ya está?
—No sé. —Marcy se encogió de hombros—. Como parece que vosotros lo creéis, y no me consta que ninguno de los dos estéis locos, supongo que algo de cierto habrá. Además, siempre supe que había alguna cosa que no encajaba con esas chicas, y se ajustan bastante bien al perfil de las sirenas.
—Ah. —Harper le sonrió con languidez—. Bueno, gracias por la ayuda.
—No hay de qué. —Marcy le devolvió la sonrisa y se ajustó las gafas—. Además, mi tío vio una vez al monstruo del lago Ness, de modo que estoy un poco más abierta a estas cosas que vosotros.
Desconcertada, Harper meneó la cabeza.
—De acuerdo.
—No es que no agradezca vuestra ayuda —dijo Álex como si se le acabase de ocurrir algo—, pero ¿una de vosotras no debería estar en la recepción por si entrara alguien?
—Hay una campanilla —dijo Marcy—. Y esto es más importante, ¿no crees?
Harper solía tomarse su trabajo muy en serio, pero Marcy tenía razón. Y Harper tenía la terrible sospecha de que si querían ayudar a Gemma, lo mejor sería que lo hicieran pronto. O, de lo contrario, sería demasiado tarde.