Capítulo 6
–Primo —dijo, recobrando el dominio de sí misma—. ¿Tanto te cuesta ser anunciado, como cualquier otro invitado normal?
Po enarcó una ceja y respondió:
—He sabido desde que llegué anoche que no te encontrabas donde se suponía que debías estar. Las cosas no han cambiado en el transcurso de la noche. ¿En qué momento te habría gustado que me lanzara a buscar a alguien de tu personal y lo despertara para pedirle que me anunciara?
—Vale, de acuerdo, pero no tienes derecho a colarte en mi dormitorio a hurtadillas.
—No me colé a hurtadillas. Helda me dejó entrar. Le dije que querías que te despertara con el desayuno.
—Si mentiste para entrar, entonces es como si lo hubieras hecho a hurtadillas. —En ese momento vio por el rabillo del ojo una bandeja de desayuno llena de platos sucios amontonados y cubiertos utilizados—. ¡Te lo has comido todo! —exclamó, indignada.
—Da mucha hambre estar sentado en el dormitorio toda la noche, preocupado por ti y esperando que aparezcas —respondió con suavidad.
Hubo un silencio que se prolongó sin que ninguno de los dos lo rompiera y que a Bitterblue se le hizo muy largo. Casi todo lo que le había dicho hasta ese momento a su primo había sido una tentativa de distraerlo mientras ella controlaba las emociones, las agrupaba y las expulsaba a fin de afrontar el encuentro con la mente en blanco y tranquila, sin pensamientos que él pudiera descifrar. Se le daba bastante bien hacerlo. Incluso si se sentía embotada y temblaba por la fatiga, era muy buena dejando la mente vacía.
Ahora, con la cabeza ladeada, parecía que Po la estuviera observando. Solo había seis personas en todo el mundo que sabían que Po había perdido la vista y que su gracia no era la lucha cuerpo a cuerpo, como él afirmaba, sino una clase de capacidad mentalista que captaba ciertas ideas y sensaciones, lo que le permitía percibir a las personas y la corporeidad de las cosas. En los ocho años transcurridos desde la terrible caída en que perdió la vista había perfeccionado la técnica de simular que veía, y solía hacer de ello una costumbre incluso con las seis personas que sabían que estaba ciego. El engaño era necesario, porque a la gente no le gustaban los mentalistas, además de que los reyes explotaban su gracia. Po había estado fingiendo toda su vida que no era uno de ellos, y ya era un poco tarde para dejar de lado el fingimiento.
Bitterblue creía saber lo que Po estaba haciendo, sentado allí, con los ojos —uno plateado y otro dorado— prendidos en ella con un suave brillo afectuoso. Estaba deseoso de descubrir dónde había pasado toda la noche y por qué iba disfrazada; no obstante, a Po no le gustaba percibir los pensamientos de sus amigos. Además, esa percepción era limitada: solo captaba aquellos que, de algún modo, estuvieran relacionados con él; después de todo, gran parte de los pensamientos de una persona durante un interrogatorio guardaban cierta relación con el interrogador. Por ende, en ese momento intentaba hallar el modo de pedirle con ecuanimidad que le diera una explicación, con palabras vagas que no fueran capciosas, y así permitirle que respondiera como ella quisiera, sin forzar una reacción emocional que él sabría interpretar.
Se acercó a la bandeja del desayuno para buscar las sobras y encontró un trozo de tostada que él no se había comido. Estaba muerta de hambre, así que le dio un mordisco.
—Ahora encargaré un desayuno para ti y me lo comeré con tan poca consideración como tú te has comido el mío —dijo.
—Bitterblue, ese graceling con el que has venido y del que te has separado al llegar al castillo, ese muchacho magnífico, musculoso y con adornos de oro lenitas…
Captando muy bien lo que eso implicaba, Bitterblue giró con rapidez sobre sus talones para mirarlo, sobrecogida por el alcance de su gracia, y furiosa porque en su pregunta no había provocación.
—Po —espetó—, te prevengo de que no sigas por ese camino y lo intentes con un enfoque completamente diferente. ¿Por qué no me cuentas las noticias de Nordicia?
Él apretó los labios, disgustado.
—El rey Drowden ha sido destronado —anunció.
—¿Qué? —chilló Bitterblue—. ¿Destronado?
—Se puso un cerco —explicó Po—. Drowden vive ahora en las mazmorras, con las ratas. Va a haber un juicio.
—Pero ¿por qué no vino a informarme un mensajero?
—Porque el mensajero soy yo. Giddon y yo hemos venido directamente a verte en cuanto las cosas se han estabilizado. Hemos cabalgado dieciocho horas diarias y hemos cambiado los caballos con más frecuencia de lo que hemos comido nosotros. Podrás imaginar mi satisfacción cuando hemos entrado a caballo, al borde del colapso, y luego he tenido que permanecer despierto toda la noche, preguntándome donde diantres te habías metido y si debería dar la alarma y cómo iba a explicar a Katsa tu desaparición.
—¿Qué está pasando en Nordicia? ¿Quién gobierna ahora?
—Un comité formado por miembros del Consejo.
El Consejo era el nombre de una asociación clandestina compuesta por Katsa y Po, Giddon y el príncipe Raffin, además de todos los amigos secretos dedicados a originar desórdenes. Katsa había empezado con ello hacía años con el propósito de poner freno a los atropellos perpetrados por los monarcas más execrables contra sus propios súbditos.
—¿El Consejo está gobernando Nordicia?
—Todos los que están en el comité son un lord o una dama norgandos que han tomado parte de un modo u otro en el derrocamiento de Drowden. Cuando nos marchamos, el comité estaba eligiendo a sus líderes. Oll mantiene una vigilancia estricta en el desarrollo de las cosas, pero a mí me parece, y Giddon está de acuerdo, que de momento este comité es la opción menos desastrosa mientras la totalidad de Nordicia decide cómo seguir adelante. Se hablaba de poner directamente en el trono al familiar más cercano de Drowden. Él no tiene heredero, pero su hermanastro menor es un hombre sensato y un antiguo aliado del Consejo. Sin embargo, existe una fuerte oposición entre los lores que quieren la vuelta de Drowden. Las emociones están a flor de piel, como sin duda podrás imaginar. La mañana en la que partimos, Giddon y yo cortamos una pelea a puñetazos, desayunamos, pusimos fin a un enfrentamiento con espadas y montamos a caballo. —Po se frotó los ojos—. Ahora mismo, nadie está a salvo como rey en Nordicia.
—Por todos los mares, Po. Debes de estar agotado.
—Sí. Vine aquí para disfrutar de un poco de holganza. Ha sido maravilloso.
—¿Cuándo viene Katsa? —preguntó ella, sonriendo a la ironía de su primo.
—No lo sabe. Seguro que vendrá volando en cuanto dejemos de necesitarla. Ha estado ocupándose de Elestia, Meridia y Oestia prácticamente sola mientras que el resto de nosotros estábamos en Nordicia, ¿sabes? Ansío disponer de unos pocos días tranquilos con ella antes de que derroquemos al próximo monarca.
—¡No estaréis haciéndolo otra vez!
—En fin —dijo Po, cerrando los ojos y recostándose en la pared—. Era broma, creo.
—¿Crees?
—No hay nada seguro —respondió él con irritante vaguedad; después abrió los ojos y los estrechó como si la estuviera mirando—. ¿Has tenido problemas últimamente?
—¿Podrías ser un poco más específico? —replicó con un resoplido de sorna.
—Me refiero a cosas como desafíos a tu soberanía.
—¡Po! ¡Tu siguiente revolución no va a ser aquí, espero!
—¡Pues claro que no! ¿Cómo se te ocurre siquiera la idea?
—¿Te das cuenta de lo poco claro que estás siendo?
—Bueno, ¿y qué me dices de ataques inexplicables? —sugirió él—. ¿Ha habido alguno?
—Po —repuso Bitterblue con firmeza mientras se debatía contra el recuerdo de Teddy para que Po no lo viera, cruzada de brazos, como si eso fuera a ayudarla a defender sus pensamientos—. O me dices con claridad de qué diantres hablas o sal del alcance de lo que pienso.
—Lo siento. —Po alzó la mano en un gesto de disculpa—. Estoy cansado e incurro en descuidos. Tenemos dos motivos de preocupación por ti, ¿comprendes? Uno de ellos son las noticias de que los recientes acontecimientos en Nordicia han provocado descontentos por doquier, pero sobre todo en reinos con una historia de monarcas tiranos. Y por eso nos preocupa que, tal vez, corras más peligro que antes por parte de tu propio pueblo, quizá de alguien a quien Leck hizo daño y que ahora intenta hacértelo a ti. El otro es que los reyes de Oestia, Meridia y Elestia odian al Consejo. A pesar de actuar con el mayor secreto posible, saben quiénes son los cabecillas, prima. Les encantaría descargar su ira contra nosotros, lo cual les ofrece varias posibilidades, entre ellas hacer daño a nuestros amigos.
—Comprendo. —De repente se sentía incómoda e intentó recordar los detalles del ataque contra Teddy sin vincularlo con Po en su mente. ¿Existía la posibilidad de que el cuchillo que hirió a Teddy hubiera sido un golpe fallido dirigido a ella? No se acordaba de detalles específicos para sacar una conclusión. Eso significaría, por supuesto, que alguien de la ciudad sabía quién era ella. Lo cual no parecía muy probable.
—Nadie me ha hecho daño —dijo.
—Pues es un alivio. —Po parecía dubitativo e hizo una pausa—. ¿Algo va mal?
Bitterblue soltó un sonoro suspiro.
—En las últimas dos semanas han pasado varias cosas que no parecen normales —admitió—. En su mayor parte son nimiedades, como cierta confusión respecto a los informes del castillo. Seguro que no tendrá importancia.
—Pues dime si puedo ayudarte de alguna forma —se ofreció él.
—Gracias, Po. Me alegra mucho verte, ya lo sabes. Su primo se puso de pie y los adornos de oro brillaron. Qué hombre tan maravilloso, con esos ojos iluminados por su gracia y el semblante trasluciendo que no se le daba bien ocultar lo que sentía. Se acercó a ella, le tomó la mano, inclinó la morena cabeza y se la besó.
—Te he echado de menos, Escarabajito.
—Mis consejeros creen que deberíamos casarnos —dijo Bitterblue con aire malicioso.
Po estalló en carcajadas.
—Voy a disfrutar mucho contándoselo a Katsa —dijo luego.
—Po, no le digas a Helda que anoche no estaba aquí, por favor.
—¿Hay algo por lo que debería preocuparme? —le preguntó su primo y, sin soltarle la mano, tiró de ella.
—Has pillado mal esa idea, graceling. Olvídalo, Po. Y ve a dormir un poco.
Durante un momento, Po se quedó mirando —o eso pareció— la mano y suspiró. Después se la besó otra vez.
—No se lo contaré… hoy.
—Po…
—No me pidas que te mienta, Bitterblue. En este instante, esto es todo lo que puedo prometerte.
Más avanzada la mañana, Bitterblue entró en la sala de estar recién bañada y ataviada, lista para empezar el día.
—¿Está contenta con la visita de su primo, majestad? —preguntó Helda al verla, sin quitarle ojo de encima.
—Sí. —Bitterblue, con los ojos enrojecidos, parpadeó—. Por supuesto.
—Yo también —se apresuró a contestar Helda, aunque de un modo que hizo que Bitterblue sintiera una vaga inquietud por sus secretos nocturnos. También la dejó desarmada y sin coraje para pedir algo que le quitara el hambre, puesto que se suponía que ya había desayunado.
—La reina no tendrá pan esponjoso para desayunar —masculló entre dientes, con un suspiro.
Cuando entró a las oficinas de abajo, por las cuales tenía que pasar para llegar a su torre, docenas de hombres se afanaban de aquí para allá o redactaban con minuciosidad documentos de aspecto tedioso en los escritorios; sus rostros estaban vacíos de toda expresión, salvo el aburrimiento. Cuatro de los guardias graceling, sentados contra la pared, alzaron los ojos disparejos hacia ella. La guardia de la reina, que contaba con diez miembros, también había sido la de Leck. Todos eran graceling dotados para la lucha cuerpo a cuerpo o para la esgrima o la fuerza o alguna otra habilidad apropiada para proteger a una reina, y su trabajo era proteger las oficinas y la torre. Holt, uno de los cuatro que ahora estaban de servicio, la observó con ansiedad, y Bitterblue tomó nota mentalmente de no mostrarse enojada con nadie.
Su consejero Rood también se hallaba presente, por fortuna ya recuperado de su ataque nervioso.
—Buenos días, majestad —saludó con timidez—. ¿Puedo hacer algo por su majestad?
Rood no se parecía en nada a su hermano mayor, Runnemood, sino que era un reflejo desdibujado y viejo de aquel; daba la impresión de que, si uno lo pinchaba con algo puntiagudo, estallaría como una pompa de jabón y desaparecería.
—Sí, Rood. Me encantaría tomar un poco de panceta. ¿Alguien podría traerme unas lonchas de bacón con huevos y salchichas? ¿Ya estás mejor? ¿Qué hay de nuevo?
—Esta mañana a las siete han robado un cargamento de plata que se transportaba desde los muelles de la plata hasta el tesoro, majestad —informó Rood—. Es una pérdida de poca monta, pero lo extraño es que parece haber desaparecido mientras el carro estaba en tránsito y, por supuesto, estamos preocupados y perplejos.
—Inexplicable —expresó duramente Bitterblue. Zafiro y ella se habían separado bastante antes de las siete de esa mañana, pero era ilógico que el graceling hubiera salido a robar estando Teddy tan grave—. ¿Esa plata había sido robada con anterioridad?
—Su majestad me disculpará, pero no la sigo. ¿A qué se refiere con esa pregunta?
—Para ser sincera, no sabría decirte.
—¡Majestad! —llamó Darby, que apareció delante de ella como salido de la nada—. Lord Danzhol espera arriba, y Thiel asistirá a la reunión.
Danzhol. El que quería hacer una propuesta de matrimonio y presentar objeciones al fuero de una ciudad del centro de Monmar.
—Bacón —masculló Bitterblue—. ¡Bacón! —repitió, tras lo cual se encaminó serenamente hacia la escalera de caracol que subía a su despacho.
Conceder fueros de autonomía a ciudades como la de Danzhol había sido idea de los consejeros de Bitterblue, y el rey Ror había estado de acuerdo. Durante el reinado de Leck, no pocos lores y damas de Monmar habían actuado con arbitrariedad. No era fácil discernir cuál de ellos había actuado así bajo el influjo de Leck y cuál lo había hecho con absoluta lucidez, viendo lo mucho que podía ganar ejerciendo la explotación de forma deliberada mientras que el resto del reino había perdido la voluntad y estaba enajenado. Pero fue evidente, cuando el rey Ror visitó unas cuantas comarcas cercanas, que había lores y damas que se habían erigido cual monarcas de sus señoríos cobrando impuestos y legislando a las gentes con desacierto y, en ocasiones, con crueldad.
¿Qué mejor ejemplo de actuación con visión de futuro que compensar a todas las ciudades víctimas de esos abusos otorgándoles libertad y autogobierno? Por supuesto, una solicitud de autonomía requería motivación y organización —además de alfabetización— por parte de los ciudadanos, y asimismo permitir la objeción a los nobles implicados, aunque pocas veces lo hacían. La mayoría prefería que en la corte no se hurgara demasiado en lo que habían hecho en el pasado.
Lord Danzhol era un cuarentón bocudo al que le quedada rara la ropa que llevaba: demasiado ancha a la altura de los hombros, tanto que parecía que el cuello le salía de una cueva, y demasiado ajustada en la cintura. Tenía un iris plateado y el otro verde claro.
—Los habitantes de su feudo alegan que los mataba de hambre con los impuestos durante el reinado de Leck —empezó Bitterblue mientras señalaba las partes más relevantes del fuero—, y que les arrebataba sus pertenencias cuando no podían pagarlos. Libros, productos de su negocio, tinta, papel, incluso animales de granja. Se apunta que tenía, y que aún tiene, un problema con el juego.
—No entiendo qué tienen que ver mis inclinaciones personales en esto —alegó con actitud agradable, los brazos colgándole sin elegancia de las anchas hombreras de la chaqueta, como si fueran algo nuevo y él no se hubiera acostumbrado todavía a usarlos—. Créame, majestad, conozco a la gente que ha redactado ese fuero y a los que han sido elegidos para la junta del consejo de la ciudad. Serán incapaces de mantener el orden.
—Tal vez —contestó Bitterblue—, pero se les concede un periodo de prueba para demostrar lo contrario. Veo aquí que desde el inicio de mi reinado ha reducido la presión de los impuestos, pero también veo impagos de empréstitos que se concedieron a algunos negocios de la ciudad. ¿No tiene usted granjas y artesanos? ¿No es su feudo lo bastante próspero para que siga siendo rico, lord Danzhol?
—¿Ha notado su majestad que soy graceling? —preguntó Danzhol—. Soy capaz de abrir tanto la boca que la igualo al tamaño de mi cabeza. ¿Le gustaría verlo?
Los labios del noble se abrieron y empezaron a estirarse mientras los dientes se echaban hacia atrás. Sus ojos y su nariz se desplazaron hasta la parte posterior de la cabeza y la lengua se quedó colgando fuera de la boca; a todo esto, la epiglotis, tirante y roja, no dejó de extenderse más, de enrojecer más, de abrirse más y de deformarse más. Por fin, la cara del hombre fue toda ella como vísceras brillantes. Era como si se le hubiese vuelto la cabeza del revés.
Bitterblue se apretó contra el respaldo del sillón e intentó apartarse, boquiabierta, con una mezcla de fascinación y horror. Y entonces, con un único y suave movimiento, los dientes de Danzhol pasaron rápidamente por encima y se cerraron arrastrando tras de sí el resto del rostro, que volvió a su posición natural.
El noble sonrió y le dedicó un malicioso arqueo de cejas, que casi resultó ser más de lo que Bitterblue se sentía capaz de soportar.
—Majestad —habló alegremente—, revocaré todas y cada una de las objeciones hechas al fuero si accede a casarse conmigo.
—Me han dicho que tiene parientes adinerados —dijo Bitterblue, que fingió no estar nerviosa—. Su familia no le prestará más dinero, ¿me equivoco? ¿Se habla, tal vez, de encarcelar al deudor? La única objeción real a este fuero es que está usted en bancarrota y necesita un feudo al que abrumar con impuestos o, preferentemente, una esposa rica.
Una expresión desagradable pasó fugaz por el rostro de Danzhol. Ese hombre no parecía estar del todo cuerdo, y Bitterblue sintió un intenso deseo de que saliera de su despacho.
—Majestad, creo que no está considerando mis objeciones ni mi proposición con la atención que merecen.
—Considérese afortunado de que no dé a todo este asunto la importancia que tiene —replicó Bitterblue—. Podría pedir los detalles de cómo ha gastado el dinero de esos ciudadanos mientras ellos pasaban hambre, o qué hizo con los libros y los animales de granja que les incautó.
—Ah, pero es que sé que su majestad no hará eso —dijo, sonriendo una vez más—. Un fuero de ciudad es garantía de la discreta falta de atención de la reina. Pregúntele a Thiel.
El primer consejero estaba junto a ella y le tendió el fuero por la página de la firma, así como la pluma, que puso en la mano.
—Solo tiene que firmar y este patán saldrá de aquí y nos libraremos de él, majestad —manifestó—. Conceder esta audiencia fue una mala idea.
—Sí. —Bitterblue sostuvo la pluma sin apenas ser consciente de lo que hacía—. Ciertamente, un feudo de ciudad no da esa garantía —añadió mirando a Danzhol—. Puedo ordenar que se abra una investigación sobre cualquier lord si así lo deseo.
—¿Y cuántas habéis ordenado, majestad?
No había ordenado ninguna investigación. Las circunstancias apropiadas no se habían dado hasta el momento y no era aconsejable como actuación con visión de futuro; sus consejeros nunca se lo habían sugerido.
—No creo que sea necesaria una investigación para determinar que lord Danzhol no está capacitado para gobernar su feudo, majestad —intervino Thiel—. Mi consejo es que firméis el fuero.
Danzhol les ofreció una sonrisa alegre y amplia.
—Entonces, ¿está su majestad completamente decidida a no contraer matrimonio conmigo? —dijo con una sonrisa que era todo dientes.
Bitterblue soltó la pluma en el escritorio, sin firmar.
—Thiel, saca a este perturbado de mi despacho —ordenó.
—Majestad —empezó a decir el consejero, pero enmudeció al ver que Danzhol sacaba una daga de no se sabía dónde. El noble lo golpeó con la empuñadura en la cabeza y Thiel se desplomó en el suelo, con los ojos en blanco.
Bitterblue se incorporó con rapidez, demasiado atónita para que se le ocurriera gritar o hacer otra cosa aparte de mirar boquiabierta al hombre. Antes de que tuviera tiempo de sobreponerse al estupor, Danzhol había extendido el brazo por encima del escritorio, la había agarrado por la nuca y, tirando de ella hacia sí, abrió la boca y empezó a besarla. Era una postura forzada, pero forcejeó contra él, ahora asustada de verdad, debatiéndose con los brazos, que parecían de hierro, hasta que por fin logró subirse al escritorio y le propinó un rodillazo. Tenía fuerte el estómago y no cedió un ápice.
¡Po!, gritó para sus adentros, por si su primo estaba al alcance para captar su atención. Po, ¿estás dormido?
A todo esto, bajó la mano hacia la bota para sacar el cuchillo que guardaba en ella, pero Danzhol la arrastró fuera del tablero y la estrechó contra sí, le dio media vuelta para tener la espalda de ella contra su torso, y le puso la daga en la garganta.
—Grite y la mataré —amenazó.
Aunque hubiera querido, no habría podido gritar, con la cabeza tan echada hacia atrás como la tenía. Las horquillas del pelo le tiraban y se le clavaban en el cuero cabelludo.
—¿Es que cree que de esta forma conseguirá lo que quiere? —preguntó medio ahogada.
—Oh, nunca tendré lo que quiero. Y la propuesta matrimonial no parece que vaya por buen camino —replicó él mientras con una mano le tanteaba brazos y torso, caderas y muslos, buscando armas escondidas. El manoseo la enrabietó y odió a ese hombre, lo odió con todas sus fuerzas. Notaba el pecho y el estómago del noble contra la espalda, y el contacto resultaba extraño y voluminoso.
—¿Y cree que matando a la reina lo logrará? Ni siquiera podrá salir de esta torre —espetó.
¡Po! ¡Po!
—No voy a matarla, a menos que no me quede más remedio que hacerlo —replicó Danzhol.
La arrastró con facilidad a través del despacho hacia la ventana más septentrional, llevando en todo momento el cuchillo tan pegado a su garganta que Bitterblue ni siquiera se atrevía a moverse. Entonces el noble se puso a forcejear con una mano por debajo de la chaqueta, de forma extraña, sin que Bitterblue alcanzara a ver qué hacía. Por fin logró sacar un apretujado montón de cuerda enrollada y unida a una especie de rezón pequeño que cayó a sus pies con un golpeteo metálico.
—Mi plan es raptarla —explicó Danzhol; la apretó más contra sí y ella notó en la espalda un cuerpo blando y humano—. Hay quien pagaría una fortuna por usted.
—¿Para quién trabaja? —gritó—. ¿Por quién hace esto?
—Ni por mí ni por usted —contestó él—. ¡Ni por nadie vivo!
—Está loco —jadeó Bitterblue.
—¿De veras? —preguntó, casi como si sostuvieran una conversación informal—. Sí, probablemente lo estoy. Pero lo hice para salvarme. Los otros ignoran qué fue lo que me volvió loco. Si lo supieran, no me dejarían acercarme a usted. ¡Los vi! ¡Sí! —gritó.
—¿Que vio qué? —inquirió con las lágrimas corriéndole por las mejillas—. ¿Qué fue lo que vio? ¿De qué está hablando? ¡Suélteme!
La cuerda tenía nudos a intervalos regulares. Bitterblue empezó a entender lo que se proponía hacer el hombre y, con la comprensión, llegó la más absoluta y categórica negativa. ¡Po!
—Hay guardias en los jardines —dijo—. No logrará escabullirse conmigo.
—Tengo una barca en el río y algunos amigos. Uno de ellos es una graceling dotada para el camuflaje y el enmascaramiento. Creo que la impresionará, majestad, aunque yo no lo haya conseguido.
¡Po!
—No, no logrará que…
—Cállese —instó a la par que apretaba la daga para dejar clara su advertencia—. Habla demasiado. Y deje de moverse tanto.
El rezón le estaba dando problemas al noble. Era demasiado pequeño para el alféizar y no dejaba de tintinear contra el suelo de piedra. Danzhol sudaba y mascullaba entre dientes; temblaba un poco y respiraba de forma irregular y superficial. Bitterblue sabía —con una especie de certeza primaria, inquebrantable— que no sería capaz de salir con ese hombre por la ventana más alta del reino para descolgarse por una cuerda sujeta de mala manera. Si Danzhol pretendía huir por allí, iba a tener que arrojarla a la fuerza al vacío.
Intentó contactar con Po una última vez, perdida casi la esperanza. Entonces, cuando a Danzhol se le cayó otra vez el rezón, Bitterblue aprovechó que él tuvo que inclinarse para intentar algo desesperado. Levantando un pie y estirando la mano hacia abajo —gritando, pues tuvo que pegar la garganta a la afilada hoja a fin de llegar donde se proponía— tanteó para dar con el puñal pequeño que llevaba en la bota. Lo tocó y, asiéndolo, se lo hincó con todas sus fuerzas a Danzhol en la espinilla.
El hombre chilló de dolor y rabia, y aflojó la presa lo suficiente para que ella pudiera girar sobre sí misma; Bitterblue le hundió el puñal en el pecho como Katsa le había enseñado, por debajo del esternón y hacia arriba, con fuerza. La sensación al penetrar la hoja era espantosa, inimaginablemente horrible; el cuerpo era demasiado sólido y elástico y, de repente, demasiado pesado. La sangre le empapó las manos. Empujó fuerte contra el peso del cuerpo. El hombre se desplomó en el suelo.
Transcurrieron unos instantes.
Entonces retumbaron unos pasos por la escalera y Po irrumpió violentamente en el despacho, seguido por otros. Bitterblue se encontró en sus brazos, pero no lo notaba; le hacía preguntas que ella no entendía, pero debió de contestarle, porque apenas pasó un segundo antes de que la soltara, atara el rezón de Danzhol al alféizar, echara la cuerda por la ventana, y se deslizara por ella a continuación.
No podía apartar la vista del cuerpo de Danzhol. De pronto se encontró apoyada en la pared de enfrente, vomitando. Alguien amable le sujetó el pelo para apartárselo de la cara. Oyó el runrún de una voz por encima de ella. Era lord Giddon, un noble de Terramedia, el compañero de viaje de Po. Y entonces rompió a llorar.
—Ya está —dijo Giddon con suavidad—. No pasa nada.
Bitterblue trató de enjugarse las lágrimas, pero tenía las manos llenas de sangre; se volvió hacia la pared y vomitó de nuevo.
—Traed un poco de agua —oyó pedir a Giddon. Al poco, el noble le estaba lavando las manos con un paño.
Había muchísima gente en el despacho. Estaban todos sus consejeros, ministros y administrativos, y su guardias graceling no dejaban de salir por la ventana, lo que le provocaba mareos. Thiel se encontraba sentado y gemía. Rood se había arrodillado a su lado y sostenía algo contra la cabeza de Thiel. Su guardia Holt se hallaba cerca, observándola, con la preocupación brillándole en los ojos, uno con un iris plateado y el otro gris. En ese momento apareció Helda, que envolvió a Bitterblue en un abrazo cálido y suave. Y entonces ocurrió lo más sorprendente. Thiel se acercó a ella, cayó de hinojos a sus pies y, tomándole las manos, se las llevó a la cara. En sus ojos vio algo al descubierto y roto que ella no comprendió.
—Majestad —dijo con voz temblorosa—. Si ese hombre os hubiera herido, jamás me lo habría perdonado.
—Thiel, no me hizo daño. A ti te hizo mucho más. Deberías acostarte.
Bitterblue empezó a temblar. Hacía un frío horrible allí.
Thiel se incorporó y, sin soltarle las manos, les habló a Helda, Giddon y Holt de manera sosegada:
—La reina sufre una conmoción por el impacto emocional. Debe ir a acostarse y descansar lo que sea menester. Que venga un sanador, le cure los cortes y prepare una infusión de lorasima, que le calmará los temblores y reemplazará parte del líquido que ha perdido. ¿Entendido?
Todos lo entendieron. Y se hizo lo que Thiel había dicho.