Capítulo 43

Hábida cuenta de que era tan poco lo que en el mundo se prestaba a la claridad, resultaba relajante hacer listas de tareas que era preciso llevar a cabo y después elegir a una persona a quien encomendar cada una de ellas. Era reconfortante reunirse con esa persona y comprender, por fin, por qué Helda o Teddy o Giddon se la habían recomendado. Y era alentador comentar la tarea con dicha persona y después acabar la reunión con la sensación de que quizá la ejecución de esa tarea no estaba entre las cinco empresas más irrealizables del mundo. Sabía que no podían serlo todas, porque había bastante más que cinco tareas.

Hava la había sorprendido al hacerle unas cuantas recomendaciones pertinentes para el personal. El nuevo jefe de prisiones, por ejemplo, era una mujer a la que Hava había visto trabajando en los muelles de la plata, una graceling monmarda llamada Goldie que se había criado en un barco lenita y había llegado a ser capitán de la prisión naval en Burgo de Ror. A su regreso a Monmar tras la muerte de Leck, había descubierto que la guardia monmarda no daba empleo a mujeres, de nada, para ningún tipo de trabajo, y menos aún para dirigir prisiones. El don de Goldie era nada menos que el canto.

—Mi nueva jefa de prisiones es un pájaro cantor —masculló para sí Bitterblue, en su despacho—. Qué absurdo.

Pero no lo era menos que las mujeres no pudieran trabajar en la guardia monmarda. Podía ser que aceptar lo uno tuviera por consecuencia el cambio en lo otro. Sería un cambio interesante. Contó con el consejo de los valenses en ese asunto, ya que había mujeres en su ejército desde hacía décadas.

—Me siento un poco mejor respecto al tema de Elestia ahora que has hecho una alianza con los valenses, Bitterblue —comentó Po, que estaba tendido en el sofá—. Al menos en cuanto al peligro de que estalle una guerra. Son una potencia militar importante. Te respaldarán si surgen problemas.

—¿Significa eso que ya ha quedado atrás la certidumbre de que podrían atacarme en cualquier momento?

—No. La existencia del Consejo te pone en peligro.

—Soy una reina, Po —replicó—. Nunca estaré a salvo. Asimismo, en lo tocante a la guerra, los valenses no quieren verse implicados en una.

—Los valenses mantuvieron en secreto su existencia. Ahora se comportan como vecinos. Y has cautivado a su mentalista, cosa que nunca resulta fácil de conseguir.

—No puede ser tan difícil si Katsa logró cautivarte a ti.

—¿Es que no me consideras cautivadora? —preguntó Katsa desde el suelo de la sala de estar, donde se había sentado con la espalda recostada en el sofá—. Muévete —le dijo a Po al tiempo que le empujaba las piernas.

—Vaya, ¿tanto te cuesta pedir las cosas con amabilidad? —preguntó su primo a Katsa.

—Llevo pidiéndotelo con amabilidad diez segundos por lo menos, y tú no me has hecho ni caso. Muévete. Quiero sentarme.

Po empezó a apartarse haciendo mucho teatro, y luego se tiró del sofá sobre ella y la tumbó.

—Siempre igual —masculló Bitterblue mientras los dos empezaban a pelear encima de la alfombra.

—Fuego es cuñada del rey y madrastra de la mujer que dirige el ejército valense, Bitterblue —gritó Po con la cara aplastada contra la alfombra—. ¡Es una amistad inestimable!

—Estoy aquí mismo, no hace falta que grites.

—¡Grito porque me duele! —chilló, con la cabeza debajo del sofá.

—Me está costando mucho escribir esta carta —comentó con aire ausente Bitterblue—. ¿Qué le escribe una al anciano rey de un país extraño cuando tu reino es un caos y acabas de descubrir que ese monarca existe?

—¡Dile que esperas ir a visitarle! —gritó Po, que, en apariencia, había conseguido de algún modo llevar ventaja. Ahora se había sentado a horcajadas encima de Katsa e intentaba sujetarle los hombros contra el suelo.

—Tal vez debería pedirle consejo —suspiró—. Katsa, tú le has conocido. ¿Qué te pareció?

—Era apuesto —contestó Katsa, ahora sentada con toda tranquilidad en el estómago de su adversario vencido.

—¿Era apuesto como si le hubieran dado una paliza de muerte, o quizá simplemente era apuesto como si lo hubieran tirado escaleras abajo? —inquirió Po con un gemido.

—No empujaría escaleras abajo a un hombre de setenta y seis años —protestó Katsa indignada.

—Entonces supongo que tendré que esperar con impaciencia a llegar a eso —dijo Po—. Algún día.

—Nunca te he empujado escaleras abajo —replicó Katsa, que empezó a reírse.

—Me gustaría verte intentarlo.

—No bromees con eso. No tiene gracia.

—Oh, gata montesa.

Y ahora se abrazaban; Bitterblue puso los ojos en blanco y siguió debatiéndose sola con la carta al rey Nash de Los Vals.

—He conocido a muchos monarcas, Bitterblue —dijo Katsa—. Este es un hombre honrado que está rodeado de gente honrada. Nos han observado en silencio durante quince años esperando para ver si conseguíamos llegar a trancas y barrancas a una situación más civilizada, en lugar de intentar conquistarnos. Po tiene razón. Deberías decirle que te gustaría hacerle una visita. Y sería enteramente apropiado que le pidieras consejo. Jamás me he sentido tan feliz —añadió con un suspiro.

—¿Feliz?

—Cuando comprendí que la tierra que había encontrado era un país reacio a la guerra, con un monarca que no era un cretino, y que Pikkia era otra nación pacífica, me sentí más feliz que nunca. Eso cambia el equilibrio del mundo.

Una ventaja de viajar por túneles radicaba en que el tiempo que hiciera fuera era irrelevante. Los valenses podían regresar en invierno o esperar hasta que el invierno hubiera quedado atrás, pero…

Echo de menos a mi esposo, admitió Fuego un día a Bitterblue.

Bitterblue trató de imaginar la clase de hombre que sería el esposo de Fuego.

—¿Su marido es como usted?

Es viejo como yo. Fuego sonrió.

—¿Cómo se llama?

Brigan.

—¿Y cuántos años llevan casados?

Cuarenta y ocho.

Caminaban con dificultad a través del jardín trasero porque Bitterblue quería mostrarle a Fuego la estatua que Belagavia había hecho de su madre, fiera y fuerte, transformándose en un puma. Bitterblue se paró, rodeándose con los brazos, dejando que la nieve le empapara el calzado.

¿Qué ocurre, querida? Fuego se detuvo junto a ella.

—Es la primera vez que oigo que dos personas hayan estado juntas tanto tiempo sin que muera ninguno de los dos y sin que la convivencia sea atroz —le contestó—. Hace que me sienta feliz.

A Fuego le faltaban dos dedos, lo que asustó a Bitterblue la primera vez que se fijó en ese detalle.

No me los cortó su padre, la tranquilizó Fuego; luego le preguntó hasta dónde quería saber de esa triste historia.

Así fue como Bitterblue supo que, hacía cuarenta y nueve años, Los Vals había sido un reino sin una conformación precisa, un reino recobrándose de un gran mal. Como Monmar.

Mi padre también era un monstruo, dijo Fuego.

—¿Se refiere a un monstruo como usted?

Fuego asintió con la cabeza.

Sí, como yo, en el sentido que se da en Los Vals. Era un hombre hermoso con el cabello plateado y una mente muy poderosa. Pero también era un monstruo en el sentido que se da aquí a esa palabra. Era malvado, terrible, como su padre. Utilizaba su poder para destruir a la gente. Destruyó a nuestro rey y arruinó nuestro reino. Por eso vine a verla, Bitterblue.

—¿Porque su padre destruyó su reino? —preguntó, confusa.

Porque cuando me hablaron de usted se me partió el corazón. Supe lo que había tenido que afrontar y lo que estaría afrontando.

Bitterblue lo comprendió.

—¿Vino para consolarme? —preguntó con un hilo de voz.

No soy joven, Bitterblue. Fuego sonrió. No vine por el placer de hacer ejercicio. De acuerdo, le contaré la historia.

Y Bitterblue se rodeó de nuevo con los brazos porque, desde luego, la historia de Los Vals era triste, pero también porque le daba esperanza en cuanto a lo que Monmar podría ser al cabo de cuarenta y nueve años. Y lo que ella también podría ser.

Fuego dijo algo más que dio esperanzas a Bitterblue. Le enseñó una palabra: Eemkerr. Al parecer, había sido el primer nombre de Leck, su verdadero nombre.

Bitterblue llevó esa información a la biblioteca de inmediato.

—¿Deceso? ¿Tenemos registros de nacimientos en los siete reinos del año en que Leck debió de nacer? ¿Querrás revisarlos para buscar a alguien que tenía un nombre que sonaba como Eemkerr?

—¿Un nombre que suene como Eemkerr? —repitió Deceso, que la observó desde su nuevo escritorio, el cual se hallaba cubierto de papeles chamuscados y malolientes.

—Lady Fuego dice que Leck le contó que antes de llamarse Leck su nombre era Eemkerr.

—Que es un nombre que recuerda de hace casi cincuenta años —comentó con sarcasmo el bibliotecario—. Un nombre que le dijeron de palabra, no escrito, que es muy probable que no fuera un nombre de su propia lengua y que le ha transmitido mentalmente cincuenta años después. ¿Y he de recordar cada ejemplo de un nombre de esa naturaleza en todos los registros de nacimiento disponibles que tenga de aquel año relevante para los siete reinos, con solo la lejana posibilidad de tener bien el nombre y de que existe un registro?

—Sé que estás tan contento como yo —dijo Bitterblue.

Los labios de Deceso sufrieron una especie de tic.

—Deme un poco de tiempo para recordar, majestad —dijo después.

Cuando nos visite, verá lo que Leck intentaba recrear aquí de Los Vals, dijo Fuego. Espero que no la aflija. Nuestro reino es hermoso y detestaría que eso fuera causa de dolor para usted.

Se encontraban en el despacho de Bitterblue, desde donde contemplaban los puentes.

—Creo que, si su hogar me recuerda el mío, me sentiré como en casa. Leck era… lo que era. Pero de algún modo logró hacer hermoso y extraño este castillo, y lamentaría tener que cambiar cosas. Sin querer, lo llenó con arte que transmite la verdad —dijo—. E incluso he empezado a apreciar el desatino de estos puentes. Puede decirse que no tienen razón de ser, salvo como un monumento a la verdad de todo lo ocurrido. Y porque son hermosos.

Bitterblue dejó que el Puente Alígero le llenara los ojos, flotando azul y blanco como algo que tuviera alas. El Puente del Monstruo, donde el cadáver de su madre fue incinerado. El Puente Invernal, reluciente con espejos que reflejaban la grisura del cielo de invierno.

—Supongo que esas son razones suficientes para justificar su existencia.

Partiremos dentro de poco. ¿He entendido bien respecto a que va a enviar un pequeño grupo de personas con nosotros?, preguntó Fuego.

—Sí. Helda me está ayudando a organizarlo. No conozco a la mayoría de esas personas, Fuego. Lamento no enviar gente a la que conozco en persona. Mis amigos se hallan ocupados con la situación de Elestia y con mi propia crisis aquí, y me temo que el estado de mis escribientes y guardias es muy vulnerable en este momento para enviarlos con usted.

Resultaba difícil particularizar el efecto que Fuego tenía en escribientes y guardias de Bitterblue o, por supuesto, en cualquiera de las personas de mirada vacía que estaban a su servicio. Fuego producía una profunda paz en algunas, en tanto que a otras les provocaba pánico, y Bitterblue no estaba segura de que lo uno fuera mejor que lo otro. A sus súbditos les hacía falta acostumbrarse a sentirse en paz con su propia mente.

Hay alguien que ha pedido unirse a nosotros, alguien a quien creo que usted conoce bien, indicó Fuego.

—¿De veras?

Un marinero. Desea unirse a nuestra exploración de los mares orientales. Al parecer ha tenido problemas con la ley en Monmar. ¿Es cierto eso, Bitterblue?

—Oh. —Bitterblue respiró hondo, asaltada por la tristeza, y absorbió el carácter inevitable de aquella noticia.

Debe de referirse a Zafiro. Sí. Zafiro me robó la corona.

Fuego hizo una pausa para observar a Bitterblue, que estaba de pie, menuda y callada, junto a la ventana.

¿Por qué le robó la corona?

Porque… me ama, y yo le hice daño.

Tras unos segundos, llegó la amable respuesta de Fuego:

Es bienvenido a unirse a nosotros.

Cuídenlo.

Lo haremos, por supuesto.

Puede dar sueños buenos, indicó Bitterblue.

¿Sueños buenos? ¿Sueños para dormir?

Sí, para dormir. Es su gracia. Está dotado para hacerle soñar las cosas más maravillosas y reconfortantes que imaginar pueda.

Vaya. Me parece que me he pasado la vida esperando conocer a su ladrón.