Capítulo 42

Eran de Los Vals, un país situado al este de las montañas orientales, y venían en son de paz. Algunos de ellos eran de otras tierras al norte de Los Vals, un país llamado Pikkia que de vez en cuando luchaba contra ellos, aunque en la actualidad reinaba la paz entre ambos reinos… ¿O no? Era difícil de seguir, porque Katsa no lo explicaba bien y ninguno de ellos parecía que supiera hablar el idioma monmardo ni poco ni mucho. Bitterblue sabía en qué idioma hablaban todos, pero las únicas palabras que recordaba de esa lengua eran «telarañas» y «monstruo».

—Deceso —dijo—. Que alguien vaya a buscar a Deceso. Katsa, deja de hablar un momento, por favor.

Necesitaba tranquilidad porque allí, en el patio, flotaba algo peculiar. Las voces, la necesidad de entender cosas complicadas y ese chachareo… Todo aquello no la dejaba centrarse.

Todo el mundo se quedó callado, esperando.

Bitterblue no podía apartar los ojos de la mujer del tapiz. La sensación peculiar provenía de esa mujer. Y entonces Bitterblue lo entendió: la mujer estaba cambiando el ambiente de algún modo, cambiando cómo se sentía ella. Trató de respirar despacio, de no dejar que la situación la superara. Intentó ver partes individuales de la mujer en lugar de dejarse invadir por su… extraordinaria totalidad. Tenía la piel atezada, los ojos eran verdes y el cabello… Bitterblue entendía lo del cabello de la mujer porque había visto el pelambre de la rata, pero la rata no había sido una mujer viva, que respiraba, y no la había hecho sentirse como si la cabeza le estuviera cantando.

El aire estaba impregnado del efecto de un poder que se estaba utilizando.

—¿Qué nos está haciendo? —siseó Bitterblue a la mujer.

—Te entiende, Bitterblue, aunque no habla nuestro idioma —dijo Katsa—. Puede responderte, pero solo lo hará con tu permiso, porque lo hace mentalmente. La impresión que da es como si la tuvieras dentro de la cabeza.

—Oh —exclamó Bitterblue, que retrocedió un paso—. No. Nunca.

—Lo único que hace es comunicarse, Bitterblue —explicó Katsa con suavidad—. No roba los pensamientos ni los cambia.

—Pero podría hacerlo si quisiera —objetó Bitterblue, que había leído lo que contaba su padre sobre una mujer que tenía ese mismo aspecto y una mente perniciosa.

Tras ella, el patio estaba lleno a rebosar con criados, escribientes, guardias, Giddon, Bann, Raffin, Helda, Hava… Anna, la panadera; Ornik, el herrero; Dyan, la jardinera. Froggatt, Holt. Y seguían llegando más personas. Todos miraban de hito en hito, maravillados, a la mujer que estaba allí envuelta en el «fulgor» de algo.

—No quiere cambiar tus pensamientos, Bitterblue —contestó Katsa—. Ni los de ninguna persona presente aquí. Y, en tu caso, me transmite que no podría porque posees una mente muy fuerte que está cerrada a su intromisión.

—He tenido que practicar mucho —comentó duramente, con un hilo de voz—. ¿Cómo funciona su poder? Quiero saber exactamente cómo actúa.

—Escarabajito… —intervino Po con un tono que apuntaba que, tal vez, estaba siendo un poco grosera—. Te comprendo, pero quizás antes querrás darles la bienvenida e invitarles a entrar a resguardo de este frío. Han recorrido un largo camino para conocerte. Es probable que tengan ganas de que se les conduzca a sus aposentos.

Bitterblue maldijo para sus adentros las lágrimas que no dejaban de correrle por las mejillas.

—Tal vez tú has olvidado los acontecimientos de los últimos días, Po —contestó la reina sin rodeos—. Me duele ser grosera y me disculpo por ello. Pero, Katsa, has traído a una mujer que controla la mente a un castillo en el que hay gente muy vulnerable a algo así. Mira a tu alrededor —añadió mientras señalaba con un gesto el patio que seguía llenándose de gente—. ¿Crees que esto es bueno para ellos, estar ahí plantados, mirando como unos estúpidos? Quizá lo sea —dijo con acritud—. Si realmente viene en son de paz, quizás ella podría ser el poder superior a sí mismos e impedirles que cometan más suicidios.

—¿Suicidios? —repitió Katsa, consternada.

—Soy responsable de estas personas —manifestó Bitterblue—. Y no voy a darle la bienvenida hasta que entienda quién es y cómo actúa su poder.

Bitterblue, sus amigos del Consejo, los valenses y los pikkianos fueron a la biblioteca para hablar del asunto, lejos de miradas curiosas y de mentes vacías, cautivadas. Al pasar delante del escritorio abrasado de Deceso, recordó que el bibliotecario seguía en la enfermería.

Los forasteros no parecían sorprendidos ni ofendidos por la falta de hospitalidad mostrada por Bitterblue. Pero cuando los condujo al cuarto de lectura se pararon en seco y se quedaron mirando boquiabiertos, con ojos como platos, el tapiz. Después empezaron a hablar entre ellos en murmullos, con palabras cuyo sonido le era familiar a Bitterblue, pero que no comprendía. Sobre todo, la mujer con poder exclamó algo a los otros y después asió a uno de sus compañeros y le indicó con un ademán que dijera algo —o hiciera algo— a Bitterblue. El hombre se adelantó, le hizo una reverencia y habló en común con un acento fuerte, pero agradable:

—Por favor, perdone mi… torpeza con idioma… pero lady Bira recuerda esto… —el hombre señaló el tapiz con un gesto—, y se siente en la… —Se interrumpió, frustrado.

—Ella dice que Leck la secuestró, Bitterblue —terció Katsa en voz baja—, y mató a uno de sus amigos hace mucho tiempo. Cree que esta es una escena del secuestro, porque es la ropa que él le dio para que se la pusiera, y que pasaron a través de un bosque de árboles blancos. Después escapó y luchó contra él. En la pelea, él cayó por una grieta que había en la montaña y después, es presumible, siguió un túnel que lo trajo hasta Monmar. Por ello se siente en la obligación de decirte cuánto siente que él hallara el modo de regresar aquí y que hiciera daño a tu reino. Los Vals desconocían la existencia de los siete reinos hasta hace quince años, y los únicos túneles que habían explorado hasta ahora los habían conducido a los confines de la zona oriental de Elestia, por ello tardaron un tiempo en descubrir los problemas en Monmar. Siente haber permitido que Leck regresara, y también lamenta no haber podido ayudar a Monmar a derrotarlo.

Era extraño oír a Katsa interpretar. Hacerlo implicaba largas pausas en silencio por parte de Katsa, lo cual daba tiempo a Bitterblue para mirar con asombro, reflexionar y quedarse helada con las cosas tan sorprendentes que decía. Y después seguía con cosas aún más asombrosas.

—¿A qué se refiere con «regresar»? —inquirió Bitterblue.

—Lady Fuego no entiende bien qué preguntas.

—Ha dicho que el túnel lo trajo de vuelta aquí, a Monmar —trató de explicar Bitterblue—. Que siente haber permitido que «regresara». ¿Significa eso que era monmardo?

—Ah —dijo Katsa, que hizo una pausa para dar la respuesta—. Leck no era valense. Ignora si era monmardo, solo sabe que procedía de los siete reinos. En Los Vals no hay graceling —añadió Katsa, hablando por sí misma ahora—. Has de saber que mi llegada causó una verdadera conmoción.

«Soy de los siete reinos, por completo —pensó Bitterblue—. ¿Podré permitirme albergar la esperanza de ser monmarda? Y esta mujer, esta extraña y hermosa mujer… Mi padre mató a su amigo».

»¿Descubrieron los siete reinos hace ya quince años, nada menos?».

—Ese hombre la ha llamado lady Bira, pero tú la llamas lady Fuego —dijo Bitterblue.

—«Bira» es la palabra valense que significa «fuego» —dijo una voz fatigada y familiar detrás de Bitterblue—. Escrito bee-ee-rah en sus símbolos, y «b», «i», «r», «a», en nuestras letras, majestad.

Girando sobre sus talones, Bitterblue miró al bibliotecario, que escuchaba la conversación un poco ladeado, como un barco que empieza a hacer agua. Sostenía en las manos los restos chamuscados del diccionario valense-gracelingio. Parte de la segunda mitad había desaparecido, las páginas estaban combadas y la cubierta roja ahora era negra en su mayor parte.

—¡Deceso! —exclamó—. Me alegro de que hayas podido reunirte con nosotros. Me pregunto… —Estaba desconcertada a más no poder—. Quizá deberíamos decir nuestros nombres para conocernos, y sentarnos a hablar —propuso.

A continuación se sucedieron las presentaciones, con intercambios de apretones de mano y dando nombres que se olvidaron casi de inmediato porque estaban pasando muchas cosas; los manuscritos se retiraron de la mesa y se llevaron más sillas, que se colocaron pegadas unas a otras. El grupo de recién llegados estaba compuesto por nueve viajeros: tres exploradores, cuatro guardias, un sanador y la dama, que hacía las veces de embajadora así como de traductora silenciosa; pidió a Bitterblue que la llamara Fuego. La mayoría de los forasteros tenían la tez más oscura que cualquier lenita de rostro curtido que Bitterblue hubiera visto en su vida, salvo un par de ellos que tenían la piel más clara, y uno, el hombre que había hablado antes, que era tan pálido como Madlen. El cabello y los ojos eran también de variados matices; matices «normales», aparte de lady Fuego. Y aun así, había algo en el aspecto de los viajeros —¿la mandíbula, tal vez? ¿La expresión?— común en todos ellos. Bitterblue se preguntó si ellos verían también alguna clase de similitud característica cuando los miraban a sus amigos y a ella.

—No acabo de entender esto —dijo—. Nada de nada.

Lady Fuego dijo algo que el hombre de tez pálida hizo lo posible por traducir con su bonito y gracioso acento:

—Las montañas han sido siempre demasiado altas —dijo—. Hemos tenido… historias, pero no un paso al otro lado por ellas, ni… —Hizo un gesto con la mano.

—Por debajo —dijo Po.

—Sí, ni pasos por debajo —dijo el hombre—. Hace quince años, un… —de nuevo hizo una pausa, frustrado.

—Un corrimiento de tierra —dijo Po—. Dejó al descubierto un túnel. Y ahora las historias ya no volverán a ser meros relatos.

—Po —intervino Bitterblue, inquieta de que estuviera haciendo una demostración pública de su propia habilidad, aunque sabía que fingía que lady Fuego le hablaba mentalmente. Porque fingía, ¿no? ¿O es que la dama le hablaba mentalmente y, de ser así, lady Fuego sabía lo que era Po? ¿No la haría mil veces más peligrosa eso? ¿O…? Bitterblue se llevó la mano a la frente. ¿No habría sido ella, sentada allí, pensando en ese tema, la que había revelado el secreto de Po a lady Fuego?

La mano de Po encontró el camino por detrás de Katsa para llegar al hombro de Bitterblue.

—Date un respiro, prima —dijo—. Esto ha llegado a continuación de demasiados días horribles. Creo que lo considerarás una buena noticia una vez que hayas tenido tiempo de asimilarlo.

Recuerdo el día que todos nos sentamos en un círculo en el suelo de esta biblioteca, le transmitió Bitterblue. El mundo era mucho más pequeño entonces y, aun así, ya me parecía demasiado grande. Cada día resulta tan abrumador

El tipo pálido intentaba hablar otra vez; decía algo sobre lo mucho que todos lamentaban haber llegado en unos días tan terribles. Bitterblue alzó la vista y lo miró con los ojos entrecerrados mientras hablaba tratando de ubicar algo que no acababa de pillar.

—Cada vez que habla usted —dijo—, noto algo que me resulta familiar.

—Sí, majestad —convino con sequedad Deceso—. Quizá se debe a que su entonación es una versión más fuerte que el acento con que habla su sanadora Madlen.

«Madlen —pensó Bitterblue, que miró al hombre—. Sí, qué extraño que me suene como Madlen. Y qué extraño que sea de tez pálida y con ojos de color ambarino, como ella. Y…».

»Mi sanadora graceling, Madlen.

»En Los Vals no hay graceling.

»Pero Madlen solo tiene un ojo».

Y así, sin más, uno de los pilares de Bitterblue en este mundo se convirtió, de repente, en una perfecta desconocida.

—Oh —musitó aturdida—. Válgame el cielo. —Recordó todos los libros que había en la habitación de Madlen y dio con la respuesta a otra pregunta—. Deceso, Madlen vio los diarios de Leck encima de mi cama y, poco después, ese diccionario apareció en la estantería de la biblioteca, enfrente de tu escritorio. El diccionario es de Madlen.

—Sí, majestad —dijo el bibliotecario.

—Me dijo que era de la comarca oriental de Elestia, limítrofe con las montañas —dijo Bitterblue—. Traedla. Que alguien vaya a buscarla.

—Permítame, majestad —dijo Helda en un tono tan severo que Bitterblue se alegró de no ser Madlen en aquel momento.

Helda se levantó de la silla y salió. Bitterblue miró a sus invitados. Todos parecían estar un poco azorados.

—Lady Fuego se disculpa, Bitterblue —dijo Katsa—. Dice que es embarazoso que lo sorprendan a uno espiando, pero que, por desgracia, no hacerlo nunca es una opción, y seguro que tú lo entiendes.

—Entiendo que apunta una definición interesante del son de paz con el que según ella han venido —contestó—. ¿Hicieron que Madlen se sacara un ojo?

—No —negó con énfasis lady Fuego.

—Jamás —añadió Katsa—. Madlen perdió el ojo de pequeña haciendo un experimento con líquidos y un polvo que explota. Eso le facilitó hacerse pasar por graceling.

—Pero ¿cómo cura tan bien? ¿Todos los sanadores de Los Vals son de verdad tan diestros?

—Los conocimientos médicos allí están muy adelantados, Bitterblue —tradujo Katsa—. Allí crecen plantas medicinales que no tenemos aquí, sobre todo al oeste, que es de donde procede Madlen, y las ciencias son superiores. A Madlen no le ha faltado provisión de los mejores medicamentos valenses durante el tiempo que ha pasado aquí a fin de sostener su enmascaramiento.

«Ciencias —pensó Bitterblue—. Ciencias de verdad. Me gustaría esa clase de progreso para mi reino, de un modo sensato, sin quimeras». De repente, quiso más a Po y su estúpido papel planeador porque estaba basado en la realidad.

Entonces Madlen entró en el cuarto de lectura. En primer lugar, fue hacia lady Fuego, besó la mano de la mujer y murmuró algo en su lenguaje. Luego rodeó la mesa hacia Bitterblue y cayó de hinojos ante ella.

—Majestad —dijo, inclinada la cabeza, con voz enronquecida—. Espero que me perdone por engañarla. No me ha gustado hacerlo. Ni un solo momento me ha gustado, y confío en que me permita seguir siendo su sanadora.

Bitterblue entendió entonces algo sobre cómo una persona podía mentir y decir la verdad al mismo tiempo. Madlen se había puesto en evidencia, pero los cuidados que la mujer le había dado a su cuerpo y a su corazón habían sido genuinos.

—Madlen, qué alivio. Estaba preparándome para la terrible posibilidad de haberte perdido.

La charla continuó. El concepto del mundo que tenía Bitterblue nunca había sido tan extenso como en aquellos momentos, y se sentía un poco mareada.

Los valenses describieron lo que había sido para ellos el descubrimiento de un mundo al oeste. Los Vals sabían lo que era la guerra, y el rey valense no sentía el menor deseo de verse envuelto en una. Así pues, al descubrir la tierra de los siete reinos en la que demasiados de los monarcas que gobernaban eran belicosos, los valenses habían optado por la exploración en secreto, en lugar de darse a conocer de inmediato.

También exploraban hacia el este.

—Los pikkianos tienen una flota grande —explicó Katsa—. Asimismo, los valenses han ido incrementando el número de naves de su flota poco a poco. Han estado explorando su litoral y sus aguas costeras, Bitterblue.

Habían llevado mapas, y una mujer achaparrada y de aspecto severo llamada Midya hizo todo lo posible para explicárselos. Los mapas mostraban amplias extensiones de tierra y de agua y, al norte, de hielo innavegable.

—Midya es una famosa navegante exploradora, Bitterblue —le indicó Katsa.

—¿Eso significa que es pikkiana o valense?

—La madre de Midya es valense y su padre era pikkiano —aclaró Katsa—. En teoría es valense, porque nació en ese país. Me han dicho que son frecuentes las uniones entre habitantes de ambas naciones, sobre todo en las últimas décadas.

Mezcla entre países. Bitterblue miró a las personas que estaban alrededor de la mesa y que habían entrado juntas en su cuarto de lectura de la biblioteca. Monmardos, terramedienses, lenitas, valenses, pikkianos. Graceling y… lo que quiera que fuera lady Fuego.

—Lady Fuego es lo que se llama un «monstruo» —aclaró Katsa en voz baja.

—Monstruo —repitió Bitterblue—. Ozhaleegh.

Todos los que hablaban valense en torno a la mesa alzaron la vista y la miraron de hito en hito.

—Les pido disculpas —dijo Bitterblue al tiempo que se ponía de pie y se alejaba de la mesa un tramo bastante grande. Encontró un lugar oscuro detrás de unas estanterías y se sentó en la alfombra, en un rincón.

Sabía lo que pasaría. Po iría a buscarla o mandaría que fuera a quienquiera que su percepción le indicara que era la persona adecuada. Sin embargo no serviría de nada, porque nadie era adecuado. Nadie que estuviera vivo, en cualquier caso. No quería llorar en el hombro de cualquier persona viva ni que le dijeran palabras reconfortantes. Quería estar en otro mundo, en un prado con flores silvestres, o en un bosque de árboles blancos, sin enterarse de las cosas terribles que ocurrían a su alrededor; una joven panadera que tenía una madre costurera. ¿Podía volver a tener eso? ¿Podía tenerlo de verdad?

La persona que apareció fue lady Fuego. Bitterblue se sorprendió de que Po la enviara a ella. Hasta que, al mirar a la dama, se preguntó si tal vez había sido ella misma quien la había llamado.

Fuego se sentó delante de ella. De repente Bitterblue estaba asustada, aterrada de esa mujer hermosa, mayor, a la que le crujían las rodillas, vestida con ropas marrones; aterrada del cabello inverosímil que le caía alrededor de los hombros; aterrada de lo mucho que deseaba mirar el rostro de la mujer y ver a su propia madre. De pronto fue consciente de por qué se había sentido fascinada por Fuego desde el primer momento: porque el amor que sentía cuando miraba el rostro de Fuego era el amor que había sentido antaño por su madre. Y eso no estaba bien. Su madre había merecido ese amor y su madre había sufrido, luchado y muerto por ello. Esta mujer no había hecho nada salvo entrar en el patio mayor.

—Me ha drogado con un sentimiento falso hacia usted —susurró Bitterblue—. Ese es su poder.

Le llegó una voz dentro de su cabeza. No eran palabras, pero entendía perfectamente lo que transmitía:

Sus sentimientos son reales. Pero no hacia mí.

—¡Los siento por usted!

Fíjese mejor, Bitterblue. Ama intensamente, y carga con la tristeza de una reina. Cuando estoy cerca, mi presencia la abruma por todo lo que experimenta… Pero yo solo soy la música, Bitterblue, o el tapiz o la escultura. Provoco que sus emociones afloren, pero no las siente por mí.

Bitterblue se echó a llorar otra vez. Fuego acercó su propia manga de tela marrón guarnecida con piel para enjugarle las lágrimas. Coligiendo la ternura de ese rostro, permitiéndose sumergirse en ella, Bitterblue se conectó, durante un instante, a esa singular criatura que había acudido a su llamada y había sido amable cuando ella se había mostrado desagradable.

—Si quiere —susurró—, puede entrar en mi mente y ver lo que hay en ella. Y robarlo, y cambiarlo a lo que quiera que desee. Porque puede hacerlo, ¿verdad?

Sí. Aunque con usted no sería fácil, porque es fuerte. Usted no lo sabe, pero su recibimiento hostil le granjeó nuestro afecto, Bitterblue. Confiábamos en que fuese fuerte.

—¿Está diciendo que no quiere apoderarse de nuestra mente, la mía y las de mis súbditos?

No es ese el motivo por el que estoy aquí.

—¿Me haría un favor si se lo pidiera?

Eso depende de lo que sea.

—Mi madre decía que yo era lo bastante fuerte para… —Bitterblue empezó a temblar—. Yo tenía diez años y Leck nos perseguía. Ella se arrodilló en mitad de un campo nevado, me dio un cuchillo y dijo que era lo bastante fuerte para sobrevivir a lo que se avecinaba. Dijo que tenía el corazón y la mente de una reina. —Bitterblue volvió la cara para no mirar a Fuego, solo un instante, porque lo estaba pasando mal; admitir esa verdad en voz alta costaba mucho—. Quiero tener el corazón y la mente de una reina —musitó—. Lo deseo más que nada. Pero solo finjo. No consigo sentirlo dentro de mí.

Fuego la observó en silencio.

Quiere que yo busque si está en su interior.

—Solo quiero que me lo diga —contestó Bitterblue—. Si está ahí, será un gran consuelo saberlo.

Ya puedo decirle que sí está.

—¿De verdad? —musitó Bitterblue.

Reina Bitterblue, ¿quiere que comparta con usted la sensación de su fortaleza?

Fuego tomó su mente de modo que era como si Bitterblue estuviese en su propio dormitorio, dolorida por el llanto y la pena.

—Eso no da la sensación de fortaleza —dijo.

Espere. Tenga paciencia, dijo Fuego, todavía arrodillada a su lado, en la biblioteca.

Se encontraba en su dormitorio, dolorida por el llanto y la pena. Estaba asustada, convencida de no estar capacitada para la tarea que le aguardaba. Se avergonzaba de sus errores. Era pequeña y estaba cansada de que la abandonaran. Y furiosa con la gente que se iba, se iba y se iba. Y dolida por causa de un hombre que estaba en un puente, que la traicionaba y después la abandonaba, y por un chico en un puente que ella, de algún modo, sabía que sería el siguiente en abandonarla.

Entonces algo empezó a cambiar en la habitación. Los sentimientos no cambiaron, pero Bitterblue los rodeaba de alguna forma. Era más grande que los sentimientos, los sujetaba en un abrazo, y les murmuraba palabras amables para consolarlos. Ella era la habitación. La habitación estaba viva, el dorado de las paredes resplandecía de vida, las estrellas escarlatas y doradas del techo eran reales. Ella era más grande que la habitación; era el pasillo y la sala de estar y los aposentos de Helda. Helda se encontraba allí, cansada, preocupada y padeciendo un poco de artritis en las manos que tejían, y Bitterblue la abrazaba y la consolaba también, y le aliviaba el dolor de las manos. Y creció. Era los pasillos exteriores, donde abrazaba a su guardia lenita de las puertas. Era las oficinas y la torre, y abrazaba a todos los hombres que estaban deshechos, asustados y solos. Era los niveles inferiores y los patios más pequeños, la Corte Suprema, la biblioteca, donde se hallaban muchos de sus amigos ahora; había gente reunida de otras tierras desconocidas. ¡Lo más sorprendente, descubrir nuevas tierras! Y esas gentes se encontraban ahora en la biblioteca, y Bitterblue era lo bastante grande para abarcar semejante maravilla. Y para abrazar a los amigos que había entre esas gentes, sentir la complejidad de los sentimientos de los unos hacia los otros; Katsa y Po, Katsa y Giddon, Raffin y Bann, Giddon y Po. La complejidad de sus propios sentimientos. Era el patio mayor, donde el agua resonaba y la nieve caía en el techo de cristal. Era la galería de arte, donde Hava se ocultaba y la obra de Belagavia permanecía como la prueba de algo que había trascendido a la crueldad de su padre. Era las cocinas, que zumbaban con el runrún constante de la eficacia; y las cuadras, donde el sol invernal bruñía la madera y los caballos relinchaban con los pelos del copete sobre los ojos; y las salas de prácticas, donde los hombres sudaban; y la armería, y la herrería, y el patio de artesanos donde la gente trabajaba; y ella sostenía a todas esas personas en sus brazos. Era el recinto y el terreno que lo sustentaba, las murallas y los puentes, donde se escondía Zafiro y donde Thiel le había partido el corazón.

Se vio a sí misma pequeña, caída, llorando y deshecha en el puente. Percibía a todas y cada una de las personas del castillo, de la ciudad. Era capaz de sostenerlos a todos en los brazos, de consolarlos. Era enorme, un venero de emociones, y sabia. Alargó la mano hacia la personita del puente y abrazó el corazón roto de esa muchacha.