Capítulo 31
Lo que aquello significaba, al parecer, era que, si bien el mundo real de Leck se había creado con mentiras, su mundo imaginario era de verdad.
Bitterblue mandó a buscar a Thiel para que se reuniera con ellos porque lo necesitaba, y lo decidió tan de repente que ni siquiera se le ocurrió, cuando ya era demasiado tarde, que lo había invitado a entrar en la sala donde un paño cubría una corona falsa. Cuando el hombre apareció en la puerta, sorprendido pero con el rostro irradiando esperanza, Bitterblue se sorprendió al alargar la mano hacia la de él. Estaba muy delgado; había perdido peso. Pero su atuendo estaba pulcro y en la cara afeitada había una expresión atenta.
—Esto quizá te trastorne, Thiel —le dijo—. Lo siento, pero te necesito.
—Estoy demasiado contento de que me necesite como para que cualquier otra cosa me importe, majestad.
La piel plateada dejó paralizado a Thiel con embotamiento y desorientación. Se habría ido al suelo si entre Katsa y Po no se las hubieran arreglado para ponerle una silla debajo.
—No comprendo —dijo.
—¿Sabes las historias que contaba Leck? —le preguntó Bitterblue.
—Sí, majestad —respondió, aturdido—. Siempre contaba historias sobre seres de extraños colores. Y ya ha visto las obras de arte, los tapices —añadió mientras agitaba las manos hacia el tapiz del caballo que había al otro extremo de la sala—. Las flores de vivos colores entretejidas alrededor de las esculturas. Las figuras de los arbustos. —Thiel sacudía la cabeza adelante y atrás como si estuviera tocando una campana—. Pero no lo entiendo. Seguro que solo es la piel de una única rata peculiar. O… ¿podría ser algo que creó Leck, majestad?
—Lady Katsa la encontró en las montañas orientales, Thiel —explicó Bitterblue.
—¡Al este! No hay nada vivo al este. Las montañas no son habitables.
—Lady Katsa halló un túnel, Thiel, por debajo de las montañas. Puede ser que haya tierra habitable más allá. —Se volvió hacia Katsa—. ¿Esa rata actuó como lo haría una rata normal?
—No —respondió con firmeza Katsa—. Marchaba directamente hacia mí. Pensé, «Oh, mira, aquí se presenta una voluntaria para mi cena», pero de pronto me quedé allí plantada y mirándola como una boba. ¡Y entonces me atacó!
—Te hipnotizó —dijo Bitterblue, sombría—. Así es como Leck describía a los animales de sus historias.
—Fue algo parecido, sí —admitió Katsa—. Tuve que cerrar la mente como hubiese hecho estando cerca de… —echó una rápida mirada a Thiel, que seguía sacudiendo la cabeza atrás y adelante, sin parar—, un mentalista. Entonces recobré el control. Me muero de ganas de regresar, Bitterblue. Tan pronto como tenga tiempo, seguiré el túnel hasta el final.
—No —dijo Bitterblue—. Nada de esperar. Quiero que vayas enseguida.
—¿Vas a darme órdenes ahora? —preguntó Katsa, risueña.
—No —intervino Po, prietos los labios—. Nada de órdenes. Hay que discutir esto.
—Quiero que la vean todos —añadió Bitterblue sin escucharle—. Quiero la opinión de todos, de cualquiera que conozca las historias y de cualquiera que sepa algo sobre lo que sea. Darby, Rood, Deceso… ¿Tendrá Madlen conocimientos de la anatomía de los animales? Zaf y Teddy y todos los que se saben las narraciones de los salones de relatos. ¡Quiero que todos vean esto!
—Prima —empezó Po en voz sosegada—. Te aconsejo que seas precavida. Estás dando vueltas con una especie de mirada desenfrenada y Thiel está ahí sentado como un hombre perdido dentro de sí mismo. Sea lo que sea esa cosa —dijo mientras pasaba los dedos por la piel con cierto desagrado—, y estoy de acuerdo en que no parece normal… Sea lo que sea, tiene un fuerte efecto en quienes conocían a Leck. No te lances a mostrársela a la gente, sin más. Ve despacio y mantén el secreto, ¿me comprendes?
—Es de donde vino él —dijo Bitterblue—. Tiene que ser así, Po, y eso significa que es de donde yo procedo también, un lugar donde los animales tienen este aspecto y te obnubilan la mente, igual que él hacía.
—Es posible —admitió Po. La estaba abrazando y la camisa guardaba un tenue olor a la zamarra de Katsa, lo cual la reconfortaba como si la estuvieran abrazando los dos al mismo tiempo—. O también puede ser algo que él sabía e inventaba historias disparatadas sobre ello. Tómatelo con calma, cariño. No debes sacar conclusiones precipitadas. Hay que ir paso a paso.
Po y Raffin se marchaban al día siguiente para recorrer el túnel de Giddon hasta Elestia y hablar con los elestinos sobre sus planes para reemplazar al rey Thigpen. Katsa y Po estuvieron gran parte del día irascibles con todo el mundo, salvo entre ellos dos. Bitterblue suponía que ya sería bastante tarde cuando por fin se quedaron solos; Po necesitaba dormir si iba a pasar el día siguiente montado a caballo.
Entonces Katsa empezó a hablar sobre acompañar a los príncipes a Elestia. Al enterarse, Bitterblue la llamó a la torre.
—Katsa, ¿por qué vas a ir con ellos? ¿Te necesitan o es que quieres estar más tiempo con Po?
—Deseo estar más con él —reconoció Katsa con franqueza—. ¿Por qué?
—Si estás pensando en marcharte, entonces es que aquí no se te necesita, ¿de acuerdo?
—Hay muchas cosas que puedo hacer aquí con Bann, Helda y Giddon. Hay muchas cosas que puedo hacer en Elestia con Po y Raff. Mi presencia no es crucial ahora mismo en ninguno de los dos sitios. Creo que sé adónde conduce tu planteamiento, Bitterblue, y me temo que no es el momento oportuno.
—Katsa, a mí me importa muchísimo dónde estuviste y lo que viste, pero, incluso dejando de lado mis razones personales, incluso pasando por alto la rata, es importante que se haya abierto un paso y que no sabemos adónde conduce. Si es a una parte del mundo que no conocemos, no hay nada más crucial que descubrir algo sobre ese lugar. Ni siquiera la revolución elestina es más importante, Katsa. Leck contaba cosas sobre todo un reino nuevo. ¿Y si allí hay gente, al otro lado de las montañas?
—Si voy, podría estar ausente mucho tiempo —dijo Katsa—. Solo porque el Consejo no me necesite ahora no significa que no vayan a necesitarme dentro de dos semanas.
—Yo te necesito.
—Eres una reina, Bitterblue. Envía a la guardia monmarda.
—Podría hacerlo, sí, aunque no me fíe de la guardia monmarda en este momento, pero una compañía de soldados no viaja tan deprisa como tú. Ni se mueve con tanta discreción. ¿Y qué podría pasar si mis soldados llegan allí? No tendrán tu fuerza mental ni tu gracia cuando se enfrenten a una manada de lobos de colores o algo por el estilo. Tampoco podrán moverse sin ser vistos, como tú, y necesito que alguien espíe lo que hay allí, Katsa. Tú estás hecha para esto. ¡Sería tan fácil y tan perfecto!
—No sería fácil —dijo Katsa con un resoplido.
—Oh, ¿y cuán difícil crees tú que sería?
—No tanto recorrer el túnel, enfrentarse a los lobos, fisgonear y regresar. —La voz de Katsa empezaba a sonar cortante—. Pero mucho dejar a Po en este momento.
Bitterblue respiró hondo. Se centró un momento en su terquedad.
—Katsa, no me gusta ser cruel. Y sé que no está en mi mano obligarte a hacer algo que tú no quieras hacer. Pero, por favor, añádelo a las posibilidades que estás barajando. Piensa en lo que significaría que existiera otro reino al otro lado de las montañas. Si somos capaces de descubrirlos, entonces ellos tienen capacidad para descubrirnos a nosotros. ¿Qué preferirías que ocurriera antes? ¿Raffin y Po no podrían retrasar su viaje un poco más? —sugirió—. ¿Qué importancia puede tener un día? Oh, lo siento, Katsa —se disculpó, ahora alarmada, porque unas lágrimas grandes y redondas habían empezado a deslizarse por las mejillas de Katsa—. Lamento haberte pedido esto.
—Tienes que hacerlo —contestó Katsa, que se limpió las lágrimas y la nariz con la manga—. Lo comprendo. Lo pensaré. ¿Puedo quedarme unos minutos más contigo, hasta que me haya controlado?
—No tienes que preguntarlo siquiera —dijo Bitterblue, sorprendida—. Puedes quedarte el tiempo que quieras, siempre.
Así pues, Katsa se sentó en una silla, erguidos los hombros, la respiración regular, mirando ceñuda al vacío; Bitterblue se sentó enfrente y la miraba de vez en cuando, preocupada, para después volver la vista a informes de finanzas, cartas, cédulas y más fueros.
Al cabo de un rato, la puerta se abrió y Po entró. Katsa rompió a llorar otra vez, en silencio. Bitterblue decidió llevarse los documentos y trabajar en las oficinas de abajo.
Al salir del cuarto, Po se acercó a Katsa, la hizo levantarse, se sentó él en la silla y la puso en su regazo. Empezó a mecerla al tiempo que chistaba con suavidad; los dos se ciñeron en un abrazo como si fuera lo único que impedía que el mundo se hiciera pedazos.
Le mandaron una nota unas horas después, ese día. Cifrada y escrita con la letra de Katsa, decía:
Po y Raffin retrasan un día la partida. Cuando se vayan, regresaré al misterioso túnel y lo seguiré hacia el este.
Sentimos haberte echado de tu despacho.
Te veré por la mañana para las prácticas. Te enseñaré a combatir con un brazo vendado.
—¿Siempre es igual? —preguntó Bitterblue durante la cena.
Giddon y Bann, sus dos compañeros de mesa, se volvieron y la miraron, perplejos. Los otros también habían cenado con ellos, pero luego habían salido corriendo para seguir con sus planes y preparativos, lo que le encantó a Bitterblue. Era a Giddon y Bann a los que deseaba preguntar sobre aquel asunto, aunque Raffin también habría sido bienvenido.
—¿Que si siempre es igual qué, majestad? —preguntó Giddon a su vez.
—Me refiero a si es posible tener… —No sabía bien cómo plantearlo—. Si es posible compartir el lecho con alguien sin lágrimas, peleas y crisis constantes.
—Sí —respondió Bann.
—Siendo Katsa y Po, no —respondió Giddon al mismo tiempo.
—Oh, venga ya —protestó Bann—. Pasan largas temporadas sin que haya lágrimas, luchas o crisis.
—Pero sabes que a los dos les encanta perder los estribos y tener una agarrada.
—Lo dices como si lo hicieran a propósito. Siempre tienen una buena razón. No llevan una vida sencilla y pasan separados demasiado tiempo.
—Porque lo han elegido así —comentó Giddon, que se levantó de la mesa y fue a amontonar los rescoldos del mortecino fuego—. No es necesario que pasen tanto tiempo cada uno por su lado. Lo hacen porque les apetece.
—Lo hacen porque el Consejo lo requiere —le contradijo Bann a su espalda.
—Pero ellos deciden cuándo lo requiere el Consejo, ¿no es cierto? Igual que nosotros, ¿no?
—Anteponen el Consejo a sí mismos —manifestó firme Bann.
—También les gusta montar escenas —masculló Giddon con la cabeza metida en la chimenea.
—Sé justo, Giddon. No se les da bien contenerse delante de sus amigos.
—Esa es la definición de una escena —repuso Giddon con sequedad; regresó a la mesa y se sentó.
—Es solo que… —empezó Bitterblue, pero se calló. No estaba segura de qué era ese «solo que…». Su propia experiencia era mínima, pero no tenía otra, la única a la que podía recurrir. Le había gustado discutir amistosamente con Zaf. Le habían gustado los retos de juegos de confianza. Pero no le hacía ninguna gracia pelearse con él. No le apetecía ser el objeto de su ira. Y si la situación de la corona contaba como una crisis, entonces tampoco le gustaban las crisis.
Por otro lado, veía con claridad que Katsa y Po compartían algo consolidado, profundo e intenso. Era algo que ella envidiaba a veces.
Bitterblue pinchó con el tenedor un misterioso pastel que había al otro lado de la mesa y le encantó ver que estaba hecho con calabaza de invierno. Acercó más su plato y se sirvió una generosa ración.
—Es solo que, aunque estoy convencida de que me gustaría hacer las paces, no creo que tuviera valor para pelear constantemente —dijo—. Creo que preferiría un intercambio más… sosegado.
—Dan la impresión de que no hay nadie que disfrute tanto haciendo las paces —dijo Giddon, con un mínimo atisbo de sonrisa.
—Pero la gente las hace, ¿sabe? —intervino Bann, con cierta timidez—. Yo no me preocuparía por ellos, majestad, y no me preocuparía por lo que significa. Cada configuración de individuos es en sí misma un universo único y nuevo.
Por la mañana, Giddon se marchó para reunirse con un aliado del Consejo de Elestia que estaba de visita en una ciudad llamada Ciervo Argento, situada a medio día de viaje a caballo a lo largo de la ribera oriental del río. Los sorprendió a todos al no regresar al caer la noche.
—Espero que llegue antes de mañana —comentó Po durante la cena—. No me gustaría marcharme hasta que esté de vuelta.
—¿Para que se encargue de protegerme? —dijo Bitterblue—. Crees que no estoy segura si Katsa y tú estáis ausentes, ¿verdad? No olvides que tengo mi guardia real y mi guardia lenita, y no salgo de palacio.
—Por fin estuve en el distrito este y recorrí prácticamente todas las calles, Escarabajito —dijo Po—. También pasé un rato en el distrito sur. No encontré a Runnemood. Y Bann y yo hemos discutido el asunto, pero no podemos pasar por alto que ahora sería una gran presión para él o para Giddon salir en busca de tu capitán.
—Alguien provocó un incendio hace tres noches y mató a otro amigo de Zaf y Teddy —dijo Bitterblue.
—Oh. —A Po se le cayó el cubierto de plata—. Ojalá que el asunto de Elestia no estuviera ocurriendo ahora. Están pasando demasiadas cosas y nada va bien.
Con la piel de la rata metida en el bolsillo, Bitterblue no tenía argumentos para discutirle eso. A primera hora de la mañana, se dirigió a la biblioteca y se la enseñó a Deceso. Al verla, el bibliotecario demudó el rostro, que se puso de ocho matices de gris diferentes.
—Por los cielos benditos —masculló con voz enronquecida.
—¿Qué opinas de esto? —preguntó Bitterblue.
—Creo… —Deceso hizo una pausa y dio la impresión de que estaba pensando realmente—. Creo que tengo que replantearme la ubicación actual de los estantes de los relatos del rey Leck, majestad, porque están en una sección reservada a la literatura fantástica.
—¿Y eso es lo que te preocupa? —demandó Bitterblue—. ¿La ubicación de tus libros? Manda a alguien a buscar a Madlen, ¿quieres? Me voy a mi mesa, donde trataré de leer cómo monarquía es tiranía —dijo, tras lo cual se alejó de mal humor porque se dio cuenta de que no había estado muy mordaz con la réplica.
La reacción de Madlen fue mucho más satisfactoria. Entrecerrando los ojos para mirar la piel, anunció:
—¡Ummm… Ummm…!
Luego procedió a hacer mil preguntas. ¿Quién la había encontrado y dónde? ¿Cómo se había comportado la criatura? ¿Cómo se había defendido lady Katsa? ¿Lady Katsa se había encontrado con alguna persona? ¿Dónde, exactamente, empezaba ese túnel? ¿Qué se iba a hacer, cuándo y por quién?
—Esperaba que tuvieras alguna facultad perceptiva médica que nos sirviera de ayuda —logró decir Bitterblue entre pregunta y pregunta.
—Es puñeteramente peculiar, majestad —dijo Madlen, que a continuación miró el tapiz de la mujer de cabello rojo, giró sobre sus talones, y se marchó.
Suspirando, Bitterblue se volvió hacia Amoroso, que estaba repantigado en la mesa y la miraba con la barbilla apoyada en una zarpa.
—Es estupendo tener empleados a todos estos expertos —dijo. Entonces sostuvo la punta de la piel delante del gato y le dio golpecitos en la nariz con ella—. ¿Qué opinas tú?
Amoroso dejó muy claro que no tenía opinión en absoluto.
No le permitiré entrar a nuestros aposentos. Paradójicamente, su respuesta a mi atrincheramiento es apostar a sus guardias al otro lado de la puerta. Cuando va al cementerio, exploro sus habitaciones. Busco un pasadizo al exterior, pero no encuentro nada.
Si conociera sus secretos y sus planes, ¿podría impedírselo? Pero no sé leerlos ni puedo encontrarlos. Las esculturas me observan mientras busco. Me dicen que el castillo tiene secretos y que él me matará si me descubre fisgoneando. Era una advertencia, no una amenaza. Les caigo bien; él, no.
Esa noche, Bitterblue estaba sentada con las piernas cruzadas en el suelo de su dormitorio, preguntándose si merecía la pena intentar encontrarle sentido al fragmento decodificado de su madre habida cuenta de que la mitad parecía una delirante locura.
—¿Majestad? —dijo una voz desde la puerta.
Bitterblue se volvió, sobresaltada. Era Raposa.
—Le pido perdón por la intrusión, majestad —se disculpó la graceling.
—¿Qué hora es?
—La una en punto, majestad.
—Una hora un tanto avanzada para intromisiones.
—Lo siento, majestad. Es que tengo que decirle algo.
Bitterblue salió de entre las sábanas bordadas de su madre, se levantó del suelo y fue hacia el tocador; de pie delante del mueble, deseó escapar de los secretos de su madre y de los de su padre mientras Raposa se encontrara en el dormitorio.
—Habla —instó; imaginaba de lo que se trataba.
—Encontré un juego de llaves en un rincón, en un cuarto trasero de la herrería que está vacío, majestad —empezó Raposa—. No estoy segura de para qué servían esas llaves. Yo… Podría haberle preguntado a Ornik, pedirle su opinión —continuó, vacilante—, pero estaba husmeando cuando las encontré, majestad, y no quería que él lo supiera. Entró y creyó que estaba esperándolo, majestad. Pensé que lo mejor sería no sacarlo de su error.
—Entiendo —dijo Bitterblue con sequedad—. ¿No podrían haber sido, simplemente, unas llaves de la herrería?
—Lo comprobé, majestad, y no eran de allí. Eran llaves grandes, magníficas, con aspecto de ser importantes, en nada parecidas a cualquier otra que hubiera visto hasta entonces. Pero antes de que tuviera ocasión de traéroslas, majestad, me desaparecieron del bolsillo.
—¿De veras? ¿Te refieres a que alguien las robó?
—No lo sé con seguridad, majestad. —Raposa bajó los ojos y se miró las manos enlazadas.
La graceling sabía perfectamente bien que Bitterblue sabía perfectamente bien que ella se pasaba todo el día en una plataforma con un ladrón, el cual —basándose en los últimos acontecimientos— tenía toda la apariencia de estar relacionado de algún modo con la reina. Bitterblue entendía que Raposa hubiera decidido no acusar de robo a Zaf en el acto. Que ella supiera, cabía la posibilidad de incurrir en la cólera de la reina si lo hacía.
Al mismo tiempo, si no estuviera involucrado Zaf, ¿se habría mantenido esa conversación sobre las llaves? Siendo Zaf el que las había robado, Raposa no tenía más remedio que hablarle de ellas a la reina, por si acaso lo hacía Zaf. Independientemente de las intenciones que tuviera la graceling y de dónde las hubiera encontrado en realidad.
—¿Has descubierto algo nuevo sobre la corona, Raposa? —le preguntó como una especie de prueba, para ver si coincidía lo que contaban unos y otros.
—El tal Gris se niega a vendérsela a usted, majestad —respondió Raposa—. Y está difundiendo rumores. Pero solo lo hace para que usted se ponga nerviosa y estrechar así la red alrededor de su majestad. No revelará a la gente lo que para usted es más importante que no se sepa, para después chantajearla con la amenaza de contarlo si a cambio no le da lo que quiere.
Por desgracia, los informes coincidían.
—Muy listo —comentó Bitterblue—. Gracias por contarme lo de las llaves, Raposa. Helda y yo estaremos ojo avizor para dar con ellas.
Una vez que Raposa se hubo marchado, Bitterblue abrió el baúl de su madre, buscó debajo de la pelambre de la rata y sacó las llaves.
Casi se había olvidado de ellas con la aparición de la piel plateada y dorada y los planes de todos sus amigos. Entonces, con un farol en la mano sana, salió de sus aposentos. Tras haber bajado por la escalera de caracol que conducía al laberinto, apoyó el hombro derecho en la pared y dio los giros necesarios para llegar al centro.
La primera llave que probó abrió la puerta de la habitación de su padre con un sonoro chasquido.
Dentro, Bitterblue se plantó ante los ojos vigilantes de las esculturas salpicadas de pintura.
—¿Y bien? —instó—. Mi madre os preguntó dónde guardaba sus secretos el castillo, pero no se lo dijisteis. ¿Me lo revelaréis a mí?
Mientras recorría con la mirada las esculturas, de una en una, no pudo evitar tener la sensación de que lo escrito por Cinérea no era una locura. Costaba trabajo no pensar en ellas como seres vivos, con opinión. El búho plateado y turquesa del tapiz la observaba con los redondos ojos.
—¿Para qué es la tercera llave? —les preguntó a todos. A continuación fue al cuarto de baño, se encaramó en la tina y ejerció presión en todos los azulejos que había en la pared que estaba detrás. Empujó en uno de cada dos azulejos a los que alcanzaba, para realizar un examen meticuloso. A continuación, en el vestidor pasó la mano sana a lo largo de las baldas y demás superficies sin dejar de presionar y sin parar de estornudar. De vuelta al dormitorio, empujó y dio golpecitos a los tapices.
Nada. No había compartimentos ocultos en los que hubiera escondidos secretos de Leck.
Cuarenta y tres giros con el hombro pegado a la pared izquierda la condujeron de vuelta a la escalera de caracol. Mientras subía los peldaños, el sonido de un solitario instrumento musical llegó a sus oídos. Notas melancólicas de cuerdas pulsadas por la mano de una persona.
«Hay alguien en mi castillo que toca música».
En el dormitorio, Bitterblue volvió a sentarse en su sitio, encima de la alfombra, y empezó con otra sábana.
Thiel dice que me buscará un cuchillo si puede. No será fácil. Leck no le pierde la pista a ninguno. Tendremos que robar uno. He de anudar sábanas y salir por la ventana. Thiel dice que es demasiado peligroso. Pero solo hay un guardia en el jardín; demasiados guardias por cualquier otra ruta. Dice que, cuando llegue el momento, mantendrá alejado a Leck.