Capítulo 29

El joven sentado al otro lado de la puerta de acceso al cuartel de la guardia monmarda se estaba mordiendo las uñas con entusiasmo cuando Bitterblue entró. Al verla, bajó la mano con rapidez y se puso de pie de manera tan brusca que volcó una copa.

—¿Dónde está el capitán Smit? —demandó mientras la sidra se derramaba y goteaba por todas partes.

—Ha ido a investigar algunos asuntos delictivos en las refinerías de plata en el sur, majestad —contestó el soldado, que miró el estropicio con nerviosismo—. Algo relacionado con piratas.

—¿Estás seguro de eso?

—Por completo, majestad.

—¿Y cuándo regresará?

—No podría decirle, majestad —respondió el soldado, que se enderezó para mirarla directamente a la cara—. Estos asuntos se alargan a veces.

Hablaba de un modo campechano en exceso, como si ensayara unas frases aprendidas de memoria. Bitterblue no le creyó.

Pero cuando entró en las oficinas situadas un piso más abajo que su despacho e intentó transmitir su inquietud a Darby y a Rood, ninguno de los dos compartió su preocupación.

—Majestad, la presencia del capitán de toda la guardia monmarda es requerida en muchos sitios —dijo Rood con suavidad—. Si sus deberes son demasiado onerosos o si usted desea dividir su mando para que se encuentre siempre presente en la corte, podríamos hablar de ello. Pero no creo que haya motivo para dudar de su paradero. Entre tanto, la guardia aún sigue buscando a Runnemood.

Bitterblue subió a su torre, pasó delante de las montañas de papeles amontonados en su escritorio para acercarse a la ventana que daba al sur y contempló el paisaje más allá de los tejados del castillo. Cuánta superficie de cristal reflejando el rápido paso de las nubes. La perturbaba, como la perturbaba todo; y noviembre empezaría dentro de unos días, pero el ritmo de trabajo en las oficinas no se había reducido. No podía seguir pasando de forma alternativa de preocupación a frustración, a exceso de trabajo y a aburrimiento.

Había empezado a bajar con su trabajo a las oficinas de vez en cuando, pisando fuerte la escalera y cargada con un montón de documentos para sentarse a una mesa y así poder aburrirse en compañía, en lugar de hacerlo a solas. Nunca había mucha conversación, porque las charlas en esas salas solían estar restringidas a asuntos de trabajo; y, sin embargo, tenía la sensación de que estar sentada en presencia de sus escribientes hacía que estos se volvieran menos cautelosos en sus actitudes y sus expresiones. Se volvían personas que la miraban de vez en cuando, decían una o dos palabras, y su compañía era cómoda y humana. Froggatt había llegado incluso a sonreírle una vez; hacía poco que se había casado y parecía sonreír más que los otros.

Darby irrumpió por la puerta.

—Misiva del príncipe Po, majestad —anunció al tiempo que le entregaba una nota cifrada de Po, esta vez escrita con su letra.

Raffin y Bann han regresado del viaje a Meridia. Pasado mañana, Raff y yo iremos a Elestia por el túnel del norte. Bann y Giddon se quedan contigo. Katsa lleva ausente cinco semanas, y empiezo a preocuparme. Si regresa mientras estamos ausentes, ¿querrás enviarme una nota al túnel?

Hice algo que te irritará. Invité a Zaf a la reunión del Consejo de anoche. Siguiendo un impulso, lo contraté para enmasillar de nuevo las ventanas del castillo, en preparación para el invierno. Quiero que esté cerca por muchas razones. No te sorprendas al verlo colgado en las paredes en el patio mayor y, por lo que más quieras, no atraigas la atención hacia vuestra relación.

Bitterblue quemó la nota en el pequeño hogar. Después, abandonando sus planes de trabajo, empezó a bajar el largo trecho que la separaba del patio.

No era agradable encontrarse entre los arbustos, con el cuello doblado hacia atrás, y ver a personas, pequeñas como muñecos, colgadas contra los muros que daban al patio. Bueno, vale, colgadas no; en realidad estaban sentadas. Pero la larga plataforma en la que se sentaban se hallaba suspendida en el vacío, colgada de cuerdas, y se mecía una barbaridad para algo que estaba tan arriba, a tanta distancia del suelo, y que empezó a menearse cuando Zaf se puso de pie y anduvo, despreocupada y tranquilamente, de un extremo a otro.

La pareja de Zaf en la plataforma era Raposa, lo que a Bitterblue le pareció ventajoso por dos razones. Una: como espía que era, Raposa informaría a Helda de cualquier cosa interesante que Zaf le dijera. Y dos: si Raposa observaba que la reina hacía un aparte con Zaf para hablar con él, Bitterblue no creía que la graceling chismorreara sobre ello.

Las ventanas que enmasillaban en ese momento eran las que daban al lado meridional del patio. Bitterblue cruzó hacia el vestíbulo sur y empezó a subir las escaleras.

Si Zaf se sorprendió cuando la reina apareció al otro lado de la ventana en la que trabajaba, no dio señales de ello. Lo que sí hizo fue curvar la boca justo lo suficiente para que se notara el gesto insolente a través del cristal, y después abrió la ventana. La miró con las cejas arqueadas en un gesto interrogante.

—Zaf.

Al decir su nombre se dio cuenta de que era todo cuanto podía hablar sin correr riesgos. Él esperó, pero a Bitterblue no se le ocurría cómo continuar. Cuando Zaf se echó hacia atrás, creyó que volvía a su trabajo, pero en cambio le dirigió unas palabras a Raposa:

—Regresaré dentro de un momento.

Sin mirarla, pasó a través de la ventana. Luego se desenganchó una cuerda que tenía atada a una especie de cinturón ancho que llevaba puesto. Echando la cuerda fuera de la ventana, cerró esta de un tirón, todo ello sin mirarla todavía. Un gorro de punto le tapaba el cabello y hacía que sus rasgos faciales se vieran más definidos, y también adorables. Las pecas no le habían desaparecido con el otoño.

—Vamos —dijo, y sin más se apartó de las ventanas para ir hacia uno de los extremos del cuarto vacío. Bitterblue lo siguió. A través de la ventana, Raposa les echó una ojeada y después se puso de nuevo a trabajar.

Se encontraban en una estancia larga y estrecha en la que había aspilleras que daban al puente levadizo y al foso, un sitio destinado a llenarse de arqueros en caso de que hubiera un asedio. Desde el lugar elegido por Zaf se veía la puerta que había en cada extremo y todas las trampillas del techo. Bitterblue deseó haber dedicado un rato a enterarse con más detalle del uso que tenía ese espacio. ¿Y si los centinelas se encontraban apostados arriba, en el techo? ¿Y si bajaban por las trampillas para el cambio de guardia? Sería extraño encontrar a la reina temblando en esa estancia oscura con el calafateador de ventanas.

—¿Qué quiere? —preguntó Zaf con sequedad.

—Mi capitán de la guardia monmarda ha desaparecido —consiguió decir, recriminándose para sus adentros la estúpida tristeza que le causaba su presencia—. Tras días y días sin haber novedades, me dijo que creía que Runnemood era el único responsable de todos los crímenes contra los buscadores de la verdad y después desapareció. Todos me dicen que se ha ido a las refinerías de plata por algún asunto urgente relacionado con piratas. Pero hay algo que no me cuadra, Zaf. ¿Has oído algo sobre esto?

—No. Y si eso es cierto, entonces Runnemood está vivo y en perfectas condiciones en el distrito este, porque en una vivienda donde almacenábamos contrabando se prendió fuego anoche y un amigo pereció en el incendio.

Po, sé que te vas pronto y sin duda estás agobiado con los preparativos, transmitió Bitterblue con ansiedad. Pero antes de partir, ¿tienes tiempo para dar otra batida por el distrito este en busca de Runnemood? Es muy, muy importante.

—Siento lo ocurrido —dijo en voz alta.

Zaf agitó la mano con irritación.

—También corren rumores —prosiguió Bitterblue, que procuró no sentirse herida por el rechazo mostrado por Zaf a sus palabras de conmiseración—. Rumores sobre la corona. ¿Los has oído? Una vez que llegue a oídos de la guardia monmarda, me será imposible ocultar que no la tengo en mi poder, Zaf.

—Gris solo intenta ponerla nerviosa —dijo él—. Para que le entre pánico, como le ocurre ahora, y haga lo que él desee.

—Bueno, y ¿qué es lo que desea?

—Lo ignoro. —Zaf se encogió de hombros—. Cuando él quiera que usted lo sepa, lo sabrá.

—Estoy atrapada aquí. Me siento inútil, impotente. No sé cómo dar con Runnemood. Ni siquiera sé qué es lo que estoy buscando. No sé qué hacer con Gris. Mis amigos tienen sus propias prioridades, y mis hombres no parecen entender que algo va terriblemente mal. No sé qué hacer, Zaf, y tú tampoco quieres ayudarme porque hubo un tiempo en que te oculté mi poder y ahora es lo único que ves. Creo que no te das cuenta de tu propio poder sobre mí. Yo lo he sabido desde que nos tocamos. Yo… —La voz se le quebró—. Habría una forma de que tú y yo pudiéramos lograr cierto equilibrio, si me dejaras llegar a ti.

Zaf permaneció callado unos instantes. Por fin, habló con una especie de tranquila amargura:

—Eso no basta. La atracción no es suficiente. Busque a otro que despierte esa emoción en usted.

—Zaf, no es eso lo que siento —gritó—. Escucha bien lo que digo. Somos amigos.

—Bueno, ¿y qué? —instó con brusquedad—. ¿Qué imagina? ¿Me ve a mí, encerrado en este castillo, su amigo del alma plebeyo, aburrido como una ostra? ¿Quiere convertirme en un príncipe? ¿Cree que quiero tener algo que ver con todo esto? Lo que quiero es lo que creía que tenía. Quiero a la persona que usted no es.

—Zaf —susurró ella, al borde del llanto—. Siento mucho haber mentido. Ojalá pudiera contarte muchas otras cosas que son ciertas. El día que robaste la corona descubrí un código cifrado que mi madre desarrolló y le ocultó a mi padre. Leerlo no es fácil. Si alguna vez decides perdonarme y quieres saber cosas de mi madre de verdad, te las contaré.

Él la observó unos instantes y después bajó la vista al suelo, con los labios prietos. Entonces alzó el brazo y se llevó la manga a los ojos. La dejó estupefacta la idea de que quizás estuviera llorando; tan atónita que añadió algo más:

—No renunciaría a nada de lo que ha habido en nuestra relación, pero lo cambiaría todo porque mi madre estuviera viva. Lo cambiaría por conocer mejor mi reino y ser una reina mejor. Quizá renunciaría a ello a cambio de haberte causado menos daño. Pero me has hecho un regalo sin saberlo. Nunca había experimentado esas emociones antes, Zaf, con nadie. Ahora sé que hay cosas en la vida que están a mi alcance y que jamás creí que podría tener antes de conocerte. No renunciaría a eso como tampoco renunciaría a ser reina. Ni siquiera para que dejaras de castigarme.

Zaf estaba con la cabeza agachada y cruzado de brazos. Le recordaba una de las solitarias esculturas de Belagavia.

—¿No vas a decir nada? —susurró.

Él no contestó. No hizo un solo movimiento, no emitió sonido alguno.

Bitterblue se dio la vuelta y se escabulló escaleras abajo.