Capítulo 20
Bitterblue no podía respirar y hubo un instante en el que vio puntitos luminosos.
Dándoles la espalda a los jueces, a la sala, a la galería, avanzó tambaleante, sumida en la confusión, hacia la mesa situada detrás del estrado donde se guardaban los materiales de oficina y donde se encontraban los escribanos; cuantas menos personas vieran su confusión, mejor. Asida a la mesa para no caerse, alargó la mano hacia una pluma y la mojó en la tinta. Aunque le cayó un borrón, simuló que anotaba algo, algo de gran importancia que acababa de recordar. En su vida había sujetado una pluma con tanta fuerza.
Cuando pareció que los pulmones aceptaban de nuevo inhalar aire, inquirió en un susurro:
—¿Quién lo ha golpeado?
—Si su majestad toma asiento, le haremos la pregunta al acusado —dijo la voz de lord Piper.
Con cuidado, Bitterblue se dio la vuelta para mirar a la corte puesta en pie.
—Díganme en este mismo momento quién lo ha golpeado —exigió.
—Mmmm… —Piper la observó sin salir de su asombro—. Que el acusado responda a la pregunta de la reina.
Se produjo un momento de silencio. No quería mirar a Zaf otra vez, pero era imposible evitarlo. La boca era una abertura ensangrentada y tenía un ojo tan hinchado que casi estaba cerrado. La chaqueta, tan familiar para ella, estaba rota por la costura de un hombro y salpicada de sangre seca.
—Me golpeó la guardia monmarda —dijo él, que hizo un breve alto y añadió—, majestad. —Luego repitió, como atolondrado por la estupefacción—: Majestad, majestad…
—Ya está bien —lo reconvino Piper.
—Majestad —repitió Zaf, que de repente cayó sentado en la silla, sacudido por una risita nerviosa, y agregó—: ¿Cómo ha podido?
—No ha sido la reina quien te ha golpeado —espetó Piper—, y si lo hubiera hecho no eres quién para preguntarle. En pie, hombre. Muestra respeto.
—No. Que todos los presentes en la sala se sienten —ordenó Bitterblue.
Se produjo un instante de silencio sorprendido. Luego, con precipitación, cientos de personas se sentaron. Localizó a Bren en la audiencia —el cabello dorado, el rostro tenso— sentada cuatro o cinco filas detrás de su hermano. Buscó la mirada de la mujer y Bren se la sostuvo con una expresión como si quisiera escupirle a la cara. Entonces pensó en Teddy, acostado en la cama de la trastienda. Qué desilusionado se sentiría cuando descubriera la verdad.
Enlazados con fuerza los dedos, Bitterblue se dirigió a su sillón y también se sentó. De pronto se incorporó de un brinco, sobresaltada, y volvió a sentarse, esta vez evitando hacerlo en su propia espada.
Po, ¿me oyes? ¿Quieres venir, por favor? ¡Oh, date prisa!
Manteniendo abierta la mente para Po pero dirigiendo la atención a la numerosa presencia de guardias en el banquillo con Zaf, habló:
—¿Quién de vosotros, soldados, querrá explicar el mal trato dado por la guardia monmarda a este hombre?
Uno de los soldados se puso de pie y la miró con los párpados entrecerrados porque tenía los ojos morados e hinchados.
—Majestad, soy el capitán de esta unidad. El prisionero se resistió al arresto hasta tal punto que uno de nuestros hombres se encuentra en la enfermería con un brazo roto. No lo habríamos tocado de no ser así.
—Pero qué miserable —dijo Zaf con estupor.
—¡No! —gritó Bitterblue al tiempo que se incorporaba; apuntó con el dedo al guardia que había alzado el puño para golpear de nuevo a Zaf—. Me da igual lo que te llame —le dijo al guardia, aunque sabía perfectamente a quién había dirigido Zaf el improperio—. No se golpeará a los prisioneros salvo en defensa propia.
Oh, Po, no me lo está poniendo fácil. Si empieza a decir la verdad, no sé lo que haré. ¿Fingir que está loco? Haber perdido la cabeza no le facilitaría obtener su libertad.
Al ver que todos estaban medio incorporados otra vez le entraron ganas de chillar. Dejándose caer en su sillón de nuevo, habló:
—¿Qué evidencia me he perdido? ¿Quién se supone que ha sido asesinado?
—Un ingeniero de la zona del distrito este llamado Ivan, majestad —informó Piper.
—¡Ivan! ¿El que construyó los puentes y robó las sandías? ¿Ha muerto?
—Sí, majestad. Ese Ivan.
—¿Cuándo ocurrió?
—Hace dos noches, majestad —respondió Piper.
—Dos noches —repitió Bitterblue, comprendiendo lo que eso significaba. Clavó los ojos en los de Piper—. ¿Anteanoche? ¿A qué hora?
—Justo antes de la medianoche, majestad, debajo de la torre del reloj, en el Puente del Monstruo. Hay un testigo que lo vio todo. El reloj dio la hora unos segundos después.
Se le cayó el alma a los pies, al suelo, a la tierra debajo del castillo; Bitterblue se obligó a mirar a Zaf. Y sí, claro que él le sostuvo la mirada, cruzado de brazos y con una sonrisa que era una mueca desdeñosa en la boca rota, porque Zaf sabía perfectamente bien que justo antes de medianoche, anteanoche, él le sujetaba las manos en el tejado de la imprenta mientras le respondía la tercera pregunta y evitaba que se sintiera como si fuera a caerse de la faz de la tierra. Él le había lanzado su reloj para que al comparar la hora se tranquilizara y olvidara el vértigo. Estaban juntos cuando sonaron las campanadas del reloj.
Oh, Po. No entiendo lo que está pasando aquí. Alguien miente. ¿Qué voy a hacer? Si digo la verdad, mis consejeros descubrirán que he estado saliendo a escondidas y no soporto que lo sepan. No puedo. No volverán a creer en mí, se opondrán a todo lo que proponga, intentarán controlarme. Y el reino entero especulará respecto a si estoy teniendo una aventura amorosa con un marinero lenita que es un ladrón. Perderé la credibilidad de todo el mundo. Me pondré en evidencia y desacreditaré a todo aquel que me respalda. ¿Qué hago? ¿Cómo salir de este atolladero?
¿Dónde estás, Po?
No me oyes, ¿verdad? No vienes.
—El acusado afirma tener una coartada, majestad —continuó Piper—. Afirma haber estado mirando las estrellas en su tejado con una persona amiga. Además, asegura que esa persona vive en el castillo, pero ignora su verdadera identidad. Contra toda lógica, no quiere describirnos a esa persona para que podamos dar con ella. Todo ello apunta a que no tiene coartada alguna.
Todo ello apunta a que, incluso enfrentándose al cargo de asesinato, Zaf, guarda los secretos de quienes considera sus amigos. Ni siquiera en el caso de que él no tenga el privilegio de conocer esos secretos.
La expresión de Zaf no había cambiado salvo para hacerse más dura, más tensa, más amargamente divertida. Allí no había indulgencia para ella. La había habido para Chispas, y Chispas ya no existía.
Po. No tengo otra opción.
Bitterblue se puso de pie.
—Que todo el mundo permanezca sentado —ordenó. No conseguía controlar el temblor. Asió con fuerza la empuñadura de la espada para contener las ganas de ceñirse con los brazos. Luego miró a Zaf a la cara y dijo—: Yo sé el nombre verdadero de esa persona.
Las puertas traseras de la sala se abrieron con estruendo y Po entró con tanto ímpetu que la audiencia se volvió en los bancos y estiró el cuello para ver a qué se debía el jaleo. De pie en el pasillo central, jadeante y asimismo lleno de magulladuras, Po le habló a Bitterblue:
—¡Prima! ¡Vaya puertas más engorrosas que tienes aquí!
A continuación fingió recorrer con la mirada a los presentes en la sala. Y lo siguiente fue la expresión de conmocionado reconocimiento más magistral que Bitterblue había visto en su vida. Po se quedó inmóvil y su rostro reflejó una sorpresa perfecta.
—Zaf —dijo—. Por los grandes mares, ¿eres tú? No estarás aquí acusado de algo, ¿verdad?
El alivio de Bitterblue era prematuro, y lo sabía. Aun así, fue la única sensación que experimentó al dejarse caer en el sillón. No iba a decir nada hasta entender exactamente qué se proponía hacer Po, aparte de —quizá— una única palabra, «Piper», para que este supiera que debía enumerar de nuevo los cargos contra Zaf y Po siguiera con su interpretación fingiendo estar estupefacto y horrorizado.
—Pero esto es extraordinario —dijo Po mientras subía por el pasillo central y llegaba al banquillo del prisionero, donde Zaf permanecía sentado, mirando boquiabierto a Po como si fuera un oso danzarín que acabara de salir de un pastel. Con un movimiento ágil, Po pasó por encima de la barandilla, apartó a empujones a los sorprendidos guardias y echó el brazo a Zaf por el hombro.
—Vaya, ¿por qué me proteges, hombre? ¿Es que no sabes lo que les ocurre a los asesinos en Monmar? Majestad, él no mató a ese hombre. Estaba en el tejado esa noche, como afirma, y yo me encontraba con él.
Gracias Po. Gracias. Gracias.
Bitterblue se sintió como el papel volador que había visto lanzar a Po contra la pared. Creyó que se deslizaría por el borde del asiento del sillón, caería al suelo y se chafaría.
Se había iniciado una discusión furiosa entre Po y los jueces.
—Mis asuntos no son de su incumbencia —dijo de forma categórica Po cuando lord Quall preguntó, con una sonrisa untuosa, por qué había estado contemplando las estrellas en un tejado con un marinero en el distrito este a medianoche—. Ni tampoco tiene nada que ver con la inocencia o la culpabilidad de Zaf.
Después, a otra pregunta, manifestó:
—¿Qué quiere decir con que cuánto hace que somos amigos? ¿Acaso no se lo han preguntado?
No sé si se lo han preguntado, le transmitió Bitterblue mentalmente; pero por lo visto Po ya había resuelto que no lo habían hecho, lo cual era una suerte, ya que siguió sin alterarse:
—Nos conocimos esa misma noche. ¿Le extraña que me pusiera a hablar con él? ¡Mírelo! ¡Yo no dejo de lado a mis compatriotas!
Po, no atraigas más atención de la necesaria sobre Zaf. No está afrontando bien la situación.
La aparente sorpresa de Po al hallar a su nuevo amigo acusado de asesinato en un juicio estaba bien interpretada, pero era una nadería en comparación con el desconcierto que mostraba Zaf al tener a su lado al príncipe lenita graceling sabiendo quién era, afirmando ser su amigo, enterado de detalles recónditos sobre su paradero dos noches atrás y mintiendo en la Corte Suprema por él.
Quall le preguntó a Po si podía proporcionarles otro testigo. Po dio un paso hacia la barandilla del banquillo de acusados.
—¿Se me está juzgando a mí aquí? A lo mejor su señoría cree que los dos matamos al hombre.
—Pues claro que no, alteza —respondió Quall—. Pero comprenderá nuestra indecisión en confiar en un lenita graceling que afirma no tener la gracia.
—¿Cuándo he afirmado yo no tener la gracia?
—Usted no, por supuesto, alteza. El acusado.
Po se giró hacia Zaf.
—¿Zaf? ¿Les has dicho a los jueces que no tienes la gracia?
Zaf tragó saliva.
—No, alteza —susurró—. Solo dije que no sé cuál es mi gracia, alteza.
—¿Percibe la diferencia? —preguntó Po con sarcasmo mientras se volvía hacia Quall.
—Aun así es indudable que el acusado mintió, alteza, porque también afirmó que no conocía su verdadera identidad.
—Es evidente que mintió para protegerme a mí y mis asuntos —replicó Po con impaciencia—. Es leal hasta la exageración.
—Mi príncipe —dijo inesperadamente Zaf con aire patético—. Preferiría ser declarado culpable de un crimen que no he cometido antes que ponerlo en peligro.
Oh, acaba con esto, Po, por favor, transmitió Bitterblue. No soporto ver lo patético que es.
Y entonces Po dedicó a Bitterblue una fugaz expresión sarcástica. La reina, que no podía dar crédito a lo que insinuaba esa sonrisa, observó a Zaf con más atención. ¿Sería posible que la humildad mostrada por Zaf no fuera una interpretación? ¿Sería capaz de actuar en un momento así?
—¡Está orgulloso de mentir! —argumentó Quall en tono triunfal.
Bitterblue renunció a identificar la autenticidad de las emociones de cualquiera; solo sabía que Po parecía realmente harto de Quall. Saltando la barandilla del banquillo —esta vez sin tanta agilidad como antes— su primo se acercó al estrado.
—¿Qué le pasa a usted? —le preguntó a Quall—. ¿Pone en duda la veracidad de mi testimonio?
—En absoluto, alteza —contestó Quall con la boca torcida.
—Entonces admite que tiene que ser inocente, pero, aun así, no lo suelta. ¿Por qué le cae mal? ¿Por ser graceling? ¿O quizá porque es lenita?
—Es una clase rara de lenita —repuso Quall con un asomo de desprecio en la voz que sugería un rechazo personal.
—Para usted, quizá —replicó con frialdad Po—. Pero no llevaría esos anillos o esos pendientes si los lenitas no lo consideraran uno de ellos. Muchos lenitas tienen su mismo aspecto. Mientras su rey monmardo mataba gente de forma indiscriminada, nuestro rey lenita abría los brazos a graceling que buscaban la libertad. Una lenita es la razón de que vuestra reina siga viva hoy. Su madre lenita tenía una mente más fuerte que cualquiera de ustedes. Su rey monmardo mató a la hermana de mi padre lenita. ¡Vuestra reina es medio lenita!
Po, transmitió Bitterblue, que empezaba a estar muy confusa. Nos estamos desviando del asunto, ¿no crees?
—Vuestro testigo monmardo es el verdadero criminal mentiroso —dijo Po extendiendo la mano hacia un hombre corpulento y apuesto, sentado en la primera fila de la audiencia.
¡Po! ¡Nadie te ha dicho quién es el testigo! Bitterblue se incorporó con brusquedad para que todo el mundo centrara la atención en qué hacer, si levantarse o permanecer sentado, en lugar de la peculiar percepción de Po. Contrólate, le espetó mentalmente.
—Arresten al testigo —ordenó con brusquedad a los guardias que rodeaban a Zafiro— y dejen salir al acusado del banquillo. Es libre de marcharse.
—Le rompió el brazo a un miembro de la guardia monmarda, majestad —le recordó Piper.
—¡Qué lo estaba arrestando por un asesinato que no había cometido!
—Aun así, majestad, no creo que podamos tolerar un comportamiento semejante. También le mintió a la corte.
—Lo sentencio a un ojo morado y la boca partida que ya tiene —dictaminó Bitterblue, que miró a Piper a la cara—. A no ser que alguno de ustedes se oponga a mi dictamen, el acusado es libre de marcharse.
Piper se aclaró la garganta antes de hablar:
—Es una sentencia aceptable para mí.
—Muy bien. —Bitterblue se volvió y, sin echar una ojeada a Zaf ni a Po ni a cualquiera de las personas boquiabiertas de la audiencia, se dirigió a la salida situada detrás del estrado.
Po, no dejes que se escabulla. Condúcelo a algún sitio donde pueda hablar con él en privado. Tráelo a mis aposentos.