Capítulo 16
Era de noche. Y fue Zaf el que apareció corriendo y casi chocó con ella en el callejón; Zaf el que, jadeante, la asió y la llevó en volandas —a través de una especie de portal roto— a un cuarto de olor fétido y la empujó contra una pared; Zaf el que, durante todo ese episodio, no dejó de susurrar con fiereza: «Chispas, soy yo, soy yo, por favor, no me hagas daño, soy yo…»; pero a pesar de todo, ella sacó los cuchillos y también le asestó una patada en la entrepierna antes de ser plenamente consciente de lo que ocurría.
—Aaaaag, uuuuf —gruñó él, más o menos, doblado por la cintura, pero sin dejar de mantenerla pegada contra la pared.
—¿Pero qué haces, por los cielos benditos? —siseó Bitterblue mientras se debatía para soltarse de su presa.
—Si nos encuentran nos matarán, así que cierra la boca.
Bitterblue estaba temblando, no solo por el susto y el desconcierto, sino por el miedo de lo que podría haberle hecho en esos primeros segundos si le hubiera dejado un resquicio para arremeter con un cuchillo. Entonces sonaron pisadas fuera, en el callejón, y olvidó todas esas ideas.
Las pisadas pasaron por delante del portal roto, siguieron, aflojaron el ritmo. Se detuvieron. Cuando dieron media vuelta, deslizándose con sigilo hacia el edificio en el que se escondían, Zaf masculló un juramento en su oreja.
—Conozco un sitio —dijo tirando de ella a través del oscuro cuarto. En el mismo momento en que un resoplido bajo, profundo, le dio un susto de muerte, Zaf le susurró—: Trepa.
Perpleja, avanzó a tientas y descubrió una escalera de mano. El olor de aquel sitio cobró sentido para ella de repente. Era algún tipo de cuadra; esa respiración profunda había sido una vaca, y Zaf quería que trepara.
—Sube —repitió al notar que ella vacilaba, y la empujó—. ¡Venga!
Bitterblue alargó las manos hacia arriba, se agarró a una barra de hierro y se aupó.
«No pienses —se instó—. No sientas. Solo trepa».
No veía hacia dónde iba ni cuántos travesaños quedaban por subir. Tampoco veía a qué altura habían subido ya, e imaginaba que debajo de ella solo había un vacío.
Pisándole los talones, Zaf subió por detrás de forma que lo sintió a su alrededor.
—No te gustan las escaleras de mano —le susurró él al oído.
—Si está oscuro —respondió, humillada—. Si es de…
—Vale, date prisa —la interrumpió él mientras la izaba y le daba media vuelta, de forma que la cargó como si fuese una niña, frente a frente.
Lo rodeó con los brazos y las piernas como si Zaf fuese el pilar de la tierra, porque no parecía haber otra alternativa. Él subió deprisa por la escalera. Solo cuando Zaf la soltó en una especie de piso sólido Bitterblue fue capaz de pensar en el denigrante trance. Y entonces ya no hubo tiempo para eso, porque Zaf tiraba de ella a través de lo que identificó de repente como un tejado. La empujó hacia el tejado de otro edificio más alto y, tirando de ella, corriendo, se encontraron apretujados en una minúscula y resbaladiza vertiente; rodaron por encima del caballete, bajaron por el lado opuesto y después descendieron por otro tejado, tras lo cual subieron por otro y otro más.
Tiró de nuevo de ella hacia arriba, por la vertiente del sexto o séptimo tejado, hasta un muro lindante y se agazapó contra la pared. Bitterblue se dejó caer a su lado, pegada a la maravillosa y sólida pared, temblando.
—Te odio —dijo—. Te odio.
—Lo sé. Y lo siento.
—Voy a matarte —le amenazó—. Voy a…
Iba a vomitar. Se volvió de espaldas, ladeada de rodillas en la vertiente, las manos aferradas a la resbaladiza chapa e intentando contener las arcadas. Transcurrió un minuto, durante el cual logró su propósito de no vomitar.
—¿Cómo vamos a bajar de aquí? —preguntó con desconsuelo.
—Estamos en la imprenta —contestó Zaf—. Pasaremos a través de esa ventana al dormitorio de Bran y Tilda. Se acabaron las escaleras de mano, lo prometo. ¿De acuerdo?
La imprenta. Haciendo una profunda inhalación, le pareció que la chapa ya no parecía tan empeñada en hacerla rodar vertiente abajo. Moviéndose con cuidado para no apartar la espalda de la pared, se sentó y colocó bien el manuscrito de El beso en las tradiciones de Monmar que llevaba guardado en una bolsa colgada al pecho. Entonces miró hacia Zafiro. Estaba tendido de espaldas, una silueta oscura con las piernas dobladas que miraba el firmamento. Bitterblue captó un fugaz destello en una de las orejas de él.
—Lo siento —se disculpó en voz baja—. No soy racional cuando se trata de las alturas.
Zaf giró la cabeza hacia ella.
—No te preocupes, Chispas. Dime si te puedo ayudar en algo. ¿Con las matemáticas, por ejemplo? —sugirió con guasa, animado; buscó en el bolsillo de la chaqueta y sacó un objeto dorado que Bitterblue reconoció.
—Toma —dijo él mientras le echaba el pesado reloj al regazo—. Dime qué hora es.
—Creía que tenías que devolver esto a la familia del relojero —comentó Bitterblue.
—Ah, sí, es lo que iba a hacer —contestó abochornado—. Y lo haré, no lo dudes. Lo que pasa es que estoy muy encariñado con este.
—Encariñado —repitió Bitterblue con sorna. Abrió el reloj y vio que marcaba las catorce treinta; durante un instante, se imaginó sentada en un cuarto vacío, con los números, y después informó a Zaf de que enseguida serían las doce y veinticinco.
—Parece que toda la ciudad se ha puesto en movimiento pronto esta noche —comentó Zaf con sequedad.
—Deduzco que no nos han oído, ¿verdad? No estaríamos aquí sentados y mirando las estrellas si aún nos persiguieran, ¿no?
—Espanté a unas cuantas gallinas y las dispersé antes de subir esa escalera de mano —contestó Zaf—. ¿No oíste el alboroto que organizaron?
—Estaba distraída con la convicción de que iba a morir.
Sus palabras tuvieron como respuesta una sonrisa.
—En fin, ocultaron el ruido que hacíamos nosotros, y los perros también estaban despiertos cuando llegamos al tejado, cosa que contaba que ocurriera. Nadie pasaría entre los perros.
—Conoces esa cuadra.
—Es de un amigo. Me dirigía hacia allí cuando apareciste.
—Faltó poco para que te clavara un cuchillo.
—Sí, me he dado cuenta. Debería haberte dejado en aquel callejón. Los habrías ahuyentado tú solita.
—¿Quiénes eran? Esta vez no se trataba de una pandilla de fanfarrones en busca de pelea, ¿verdad, Zaf? Eran los mismos que intentaron matar a Teddy.
—Hablemos mejor de lo que llevas en la bolsa —cambió de tema Zaf, que cruzó una pierna poniendo el tobillo encima de la otra rodilla y bostezó sin quitar la vista de las estrellas—. ¿Me has traído un regalo?
—Pues, de hecho, sí —contestó Bitterblue—. Es una prueba de que, si tú me ayudas, yo puedo ayudarte a ti.
—¿En serio? Venga, pásamelo.
—Si crees que voy a moverme de aquí, estás loco.
Él se puso de pie en la irregular plancha del tejado con tal rapidez, con tanta facilidad, que Bitterblue cerró los ojos para no marearse. Cuando volvió a abrirlos, Zaf se había acomodado a su lado, con la espalda apoyada en la pared, igual que ella.
—A lo mejor tu gracia es no tener miedo —comentó.
—Hay muchas cosas que me atemorizan —repuso Zaf—. Pero las hago de todas formas. Déjame ver lo que tienes ahí.
Bitterblue sacó de la bolsa el manuscrito de El beso en las tradiciones de Monmar y se lo puso en las manos. Él lo miró y parpadeó desconcertado.
—¿Papeles sujetos con una tira de cuero?
—Es una reproducción para que hagas montones de copias —respondió—. Un facsímil manuscrito del libro titulado El beso en las tradiciones de Monmar.
Con una exclamación de sorpresa, Zaf se lo acercó a la cara para examinar la etiqueta en la oscuridad.
—Lo ha escrito el mismísimo bibliotecario de la reina —continuó Bitterblue—. Tiene la gracia de leer deprisa y de recordar cada libro, cada frase y cada palabra, incluso cada letra, que ha leído en su vida. ¿Sabías lo de su gracia?
—He oído hablar de Deceso —dijo Zaf tirando del cordón de piel para soltar las lazadas. Dejó a un lado las cubiertas de cuero y empezó a pasar páginas observándolas con intensidad, con los ojos entrecerrados—. ¿Me dices la verdad? ¿Esto es lo que afirmas que es, y Deceso está reescribiendo los libros que el rey Leck hizo desaparecer?
Bitterblue pensó que quizás Chispas, la joven panadera, no sabría demasiado sobre los asuntos del bibliotecario de la reina.
—No tengo ni idea de lo que Deceso está haciendo. No lo conozco en persona. Esto me lo ha prestado el amigo de un amigo. Deceso lo ha soltado solo porque le prometieron que la persona que lo quería era un impresor que haría copias. Esas son las condiciones, Zaf. Puedes tenerlo prestado si hacéis copias. Deceso se encargará de que se os pague por vuestro trabajo y los gastos que tengáis, desde luego —añadió, maldiciéndose por ocurrírsele esa imprevista complicación, pero sin saber cómo habría podido eludirla. Imprimir un libro no sería barato, y no podía esperar que ellos financiaran la restauración de la biblioteca de la reina, ¿verdad? ¿No sería demasiado descabellado que una joven panadera, que no conocía personalmente a Deceso, hiciera de mensajera sobre el dinero de la reina? Además, ¿significaba que tendría que empeñar más joyas?
—Chispas, átame con bramante y envíame como un paquete a Burgo de Ror. Si esto es de verdad lo que dices que es… Bajemos a la imprenta, ¿de acuerdo? Aquí me estoy quedando ciego.
—Sí, de acuerdo, pero…
Alzó la mirada de las páginas a su cara. Los ojos de Zaf eran negros y estaban cuajados de estrellas.
—Jamás había deseado ser mentalista hasta que te conocí —dijo—. ¿Lo sabes, Chispas? Eh, ¿qué te pasa?
—Me da miedo moverme —reconoció, avergonzada de sí misma.
—Chispas —dijo él. Entonces cerró de golpe el manuscrito de El beso en las tradiciones de Monmar y le tomó las dos manos, pequeñas y heladas—. Chispas —repitió, mirándola a los ojos—, te ayudaré. No te caerás, te lo juro. ¿Me crees?
Le creía. Allí, en un tejado con su familiar silueta, su voz, todas las cosas de él a las que estaba acostumbrada, asiéndose fuerte a sus manos, le creyó completamente.
—Estoy preparada para hacer mi tercera pregunta —dijo.
Zaf exhaló.
—Oh, qué puñetas —rezongó.
—¿Quién está intentando mataros a Teddy y a ti? —preguntó—. Zaf, estoy de tu parte. Esta noche me he convertido también en su blanco. Dímelo. ¿Quién es?
Zaf no respondió, se quedó sentado, jugando con sus manos, que no las había soltado. Creyó que no le iba a responder. Luego, a medida que los segundos pasaban, dejó de importarle tanto porque su contacto empezó a parecerle más trascendente que su pregunta.
—Hay personas en el reino que son buscadores de la verdad —dijo Zaf por fin—. No muchas, solo unas cuantas. Gente como Teddy, Tilda y Bran. Personas cuyas familias estaban en la resistencia y valoraban por encima de todo el conocimiento de la verdad de las cosas. Leck está muerto, pero todavía queda mucha verdad que descubrir. A eso se dedican, Chispas, ¿lo entiendes? Intentan ayudar a que la gente descifre lo ocurrido, y a veces, a reunir recuerdos. Devolver lo que Leck robó y, cuando está en su mano, deshacer lo que Leck hizo mediante el robo, la educación… Por el medio que sea.
—Tú también —interrumpió Bitterblue—. No dejas de hablar de «ellos», pero también lo haces tú.
—Vine a Monmar a conocer a mi hermana y esto es lo que mi hermana ha resultado ser —respondió Zaf encogiéndose de hombros—. Me gustan los amigos que tengo aquí y me gusta robar esas cosas. Mientras esté en Monmar ayudaré, pero soy lenita, Chispas. Esta no es mi causa.
—Al príncipe Po le indignaría esa actitud.
—Si el príncipe Po me dijera que me tirara al vacío, Chispas, lo haría. Ya te lo he dicho: soy lenita.
—¡No hay quien te entienda!
—¿No? —Zaf le tiró de las manos a la par que esbozaba una sonrisa pícara—. ¿Y a ti sí?
Aturullada, Bitterblue no dijo nada y se limitó a esperar.
—Hay una fuerza en el reino que actúa contra nosotros, Chispas —dijo Zaf con suavidad—. Lo cierto es que no puedo responder a tu pregunta porque no sabemos quién es. Pero hay alguien que sabe lo que estamos haciendo. Hay alguien ahí fuera que nos odia y será capaz de todo con tal de poner fin a lo que hacemos y a lo que hacen otros como nosotros. ¿Te acuerdas de la tumba nueva delante de la que te encontré parada esa noche en el cementerio? Era un colega nuestro, apuñalado hasta morir a plena luz del día por un asesino a sueldo que no estaba en condiciones de decirnos quién lo había contratado. Asesinan a los nuestros. O a veces se los acusa de delitos que no han cometido y acaban en la cárcel, y ya no se los vuelve a ver.
—¡Zaf! —exclamó Bitterblue horrorizada—. ¿Lo dices en serio? ¿Estás seguro de eso?
—A Teddy lo acuchillaron delante de ti, ¿y me preguntas si estoy seguro?
—Pero ¿por qué? ¿Por qué iba nadie a tomarse tantas molestias?
—Para silenciarnos —contesto Zaf—. ¿De verdad te sorprende tanto? Todo el mundo quiere que se guarde silencio. Todo el mundo es feliz olvidando que Leck hizo daño a la gente y fingiendo que Monmar nació plenamente formada hace ocho años. Si no consiguen que sus mentes guarden silencio, van a los salones de relatos, se emborrachan y organizan una trifulca.
—La gente no va a los salones de relatos por eso —protestó Bitterblue.
—Oh, Chispas —suspiró Zaf, apretándole las manos—. No es la razón por la que tú o yo o los fabuladores vamos a esos salones. Tú vas a oír relatos. Otros van a ahogar recuerdos en la bebida. ¿Te acuerdas de que me preguntaste al principio por qué las listas de objetos robados nos llegaban a nosotros en lugar de a la reina? A menudo se debe a que a nadie se le ocurre siquiera catalogar lo perdido hasta que alguien como Teddy se lo sugiere. La gente no piensa. Quiere el silencio. La reina quiere el silencio. Y alguien, ahí fuera, necesita el silencio, Chispas. Alguien ahí fuera está matando para conseguirlo.
—¿Por qué no habéis llevado esto ante la reina? —preguntó Bitterblue, que intentaba contener la angustia en la voz para que él no captara su alcance—. La gente que mata personas para acallar la verdad está infringiendo la ley. ¡Por qué no habéis presentado vuestro caso ante la reina!
—¿Por qué crees tú que no lo hemos hecho, Chispas?
Bitterblue se quedó callada un momento y entonces lo comprendió.
—Crees que ella está detrás de esto.
Un reloj empezó a tocar la medianoche.
—No estoy preparado para afirmar eso —contestó Zaf, encogiéndose de hombros—. Ninguno de nosotros lo está. Pero nos hemos acostumbrado a advertir a la gente de que no llame la atención sobre cualquier conocimiento que pueda tener sobre lo que hizo Leck, Chispas. Las ciudades solicitan autonomía a la reina, por ejemplo. Exponen su caso contra los lores de forma explícita y se refieren a Leck lo menos posible. No se menciona a las hijas que sus señores robaron de forma misteriosa ni a la gente que desapareció. Sea quien sea nuestro villano es alguien con un brazo muy, muy largo. Yo que tú, Chispas, iría con pies de plomo por vuestro castillo.