Walter Bishop pasó frente a Michelle Maxwell, que estaba sentada ante una mesita y observaba. Se encontraban en una pequeña sala de conferencias en el interior de un edificio gubernamental de Washington lleno de gente ansiosa de obtener noticias sobre los últimos acontecimientos.
—Deberías sentirte satisfecha de que sólo te den la excedencia administrativa, Maxwell —le dijo él por encima del hombro.
—Sí, claro, estoy encantada de que te hayas quedado con mi pistola y mi placa. No soy tonta, Walter. El juicio ya se ha celebrado. Me han dejado fuera.
—La investigación aún prosigue; de hecho, no ha hecho más que empezar.
—Sí. Todos esos años de mi vida tirados por la borda.
Él dio media vuelta y espetó:
—Han secuestrado a un candidato a la presidencia delante de tus narices; es la primera vez que ocurre en la historia de la agencia. Felicidades. Tienes suerte de no encontrarte ante un pelotón de fusilamiento. En otros países lo estarías.
—Walter, ¿crees que yo no lo sé? Eso me está matando.
—Interesante elección de palabras. Neal Richards era un buen agente.
—Eso también lo sé —replicó—. ¿Imaginas que sabía que ese falso policía estaba implicado? No hay nadie en el Servicio que se sienta peor que yo por lo de Neal.
—No deberías haber dejado a Bruno solo en aquella sala. Si hubieras seguido el procedimiento habitual, nada de eso habría ocurrido. Como mínimo la puerta debía estar abierta lo suficiente como para ver a tu hombre. Nunca jamás debes perder de vista a tu protegido, como bien sabes. Eso es la protección personalizada.
Michelle negó con la cabeza.
—A veces, en el trabajo, con todo lo que hay que aguantar, llegas a acuerdos para que todo el mundo se quede contento.
—¡Nuestro trabajo no consiste en que todo el mundo se quede contento! ¡Consiste en tener a todo el mundo a salvo!
—¿Me estás diciendo que es la primera vez que un protegido pide que se le permita quedarse solo en una habitación sin un agente?
—No. Te estoy diciendo que es la primera vez que se ha pedido y que ha pasado algo así. Es un compromiso estricto, Michelle. No valen excusas. El partido político de Bruno está en pie de guerra. Algunos locos incluso dicen que el Servicio ha recibido dinero para sacar a Bruno de la carrera presidencial.
—Eso es absurdo.
—Eso lo sabemos tú y yo, pero si consiguen que lo repita suficiente gente, al final el público empezará a creérselo.
Michelle había estado sentada en el borde de la silla durante la discusión. Volvió a sentarse bien y miró con expresión serena a aquel hombre.
—Entonces está claro: acepto toda la responsabilidad de lo que ha ocurrido y ninguno de mis hombres debe salir perjudicado. Estaban siguiendo órdenes. Era mi responsabilidad y fui yo quien se equivocó.
—Está bien que digas eso. Veré qué puedo hacer —dijo él, e hizo una pausa—. Supongo que no querrás plantearte la posibilidad de dimitir.
—No, Walter. La verdad es que no querría. Y para que lo sepas, pienso contratar a un abogado.
—Por supuesto. En este país cualquier desgraciado puede contratar a un abogado y sacar dinero de su propia incompetencia. Debes de sentirte orgullosa.
Michelle de pronto tuvo que parpadear para contener las lágrimas ante esta cruel reprimenda, pero una parte de ella consideraba que se la merecía.
—Sólo me estoy protegiendo, Walter. En mi situación, tú harías lo mismo.
—Claro. Por supuesto.
El hombre se introdujo las manos en los bolsillos y echó la vista hacia la puerta en un ademán de rechazo.
—¿Puedo pedirte un favor? —dijo Michelle de pronto.
—Por supuesto. Aunque no entiendo cómo tienes valor para hacerlo.
—No eres la primera persona que lo comenta —respondió fríamente. Él se quedó esperando, sin responder—. Quiero saber cómo avanza la investigación.
—El FBI se ocupa de eso.
—Lo sé, pero tienen que mantener al Servicio informado.
—Lo hacen, pero esa información es sólo para el personal del Servicio.
—Eso significa que yo ya no lo soy.
—Ya lo sabes, Michelle; yo tenía mis dudas cuando el Servicio empezó a reclutar mujeres de forma activa. Inviertes dinero en entrenar a una agente y luego, plaf: se casa, tiene niños y se retira. Todo el entrenamiento y el tiempo, a la basura.
Michelle no podía creer que estuviera oyendo eso, pero permaneció en silencio.
—Pero cuando llegaste tú, pensé: «Esta chica tiene lo que hay que tener.» Eras un modelo de mujer para el Servicio. La mejor y la más brillante.
—Y así se crearon grandes expectativas.
—Se crean grandes expectativas sobre todos los agentes; no se espera de ellos nada menos que la perfección. —Hizo una pausa—. Sé que tu hoja de servicio estaba inmaculada antes de esto. Sé que estabas ascendiendo con rapidez. Sé que eres una buena agente, pero la has cagado, hemos perdido a un protegido y un agente ha perdido la vida. No tiene por qué ser justo, pero así son las cosas. Tampoco ha sido justo para ellos. —Hizo una pausa y se quedó con la mirada perdida—. Puedes permanecer en el Servicio de algún modo. Pero nunca jamás olvidarás lo sucedido. Te acompañará cada minuto de tu vida durante el resto de tus días. Y eso te dolerá más que cualquier cosa que te pueda hacer el Servicio. Créeme.
—Pareces bastante seguro de lo que dices.
—Yo estaba con Bobby Kennedy en el Hotel Ambassador. Era un novato en la policía de Los Ángeles y se me habían asignado labores de refuerzo para el Servicio Secreto cuando apareció RFK. Yo estaba ahí y vi a un hombre que debía haber llegado a presidente desangrándose en el suelo. Desde entonces, todos los días me he preguntado qué podía haber hecho para evitar que ocurriera aquello. Fue una de las principales razones por las que ingresé en el Servicio años más tarde. Supongo que quería compensar aquello de algún modo. —Sus miradas se cruzaron—. Nunca lo pude compensar. Y no, nunca se olvida.