Llegaron al nivel inferior mientras el humo de las llamas crecientes les seguía. Allí abajo las luces estaban encendidas, por lo que veían razonablemente bien.
–Bueno, ¿y ahora qué? – dijo King mientras contemplaba el largo pasillo que estaba bloqueado por escombros a media altura-. Ya te dije que no había salida. Lo comprobamos cuando Ritter estuvo aquí.
–No, por aquí -indicó Michelle. Abrió la puerta del gran montaplatos-. Con esto iremos a la tercera planta.
–¡La tercera planta! – exclamó Bruno enfadado-. Y luego qué, ¿saltamos? ¡Una idea fantástica, agente Maxwell, fantástica!
Michelle se colocó frente a Bruno con los brazos en jarras.
–Esta vez va a hacer exactamente lo que yo le diga, así que cállese y entre… señor. – Empujó a Bruno al interior del montaplatos y se volvió hacia Kate.
King dio un paso adelante.
–Sube con Bruno y luego mándalo hacia abajo. Yo os seguiré con Joan y Kate.
Michelle asintió y le tendió su pistola.
–Son balas de verdad, así que vete con cuidado.
Michelle se subió al montaplatos y ella y Bruno empezaron a tirar de las cuerdas para propulsarse hacia arriba.
Mientras King intentaba reanimar a Joan, Kate se dejó caer al suelo.
–Ya puedes dejarme aquí. No quiero vivir -dijo.
King se arrodilló junto a ella.
–Morse ha jugado con tu cabeza y con tu corazón, una combinación difícil de superar. De todos modos, aun así no fuiste capaz de apretar el gatillo.
–Me siento como una imbécil. Sólo quiero morir.
–No, no quieres morir. Tienes toda la vida por delante.
–¿Sí? ¿Para qué? ¿Para ir a la cárcel?
–¿Qué delito has cometido? No has matado a nadie. Que yo sepa, Morse te secuestró y te retuvo aquí.
Ella lo miró.
–¿Por qué haces esto por mí?
Vaciló antes de responder.
–Porque te quité a tu padre. Estaba haciendo mi trabajo, pero cuando matas a una persona, hacer tu trabajo no parece una explicación suficiente.
Oyeron bajar el montaplatos.
–De acuerdo, salgamos de aquí -dijo King.
El grito de Kate le hizo volverse.
Sidney Morse se acercaba a ellos por entre el humo. Intentó atizar a King con la barra de metal, pero éste se tiró al suelo y la esquivó.
Tumbado boca arriba, King sacó la pistola de Michelle y apuntó a Morse.
–Se acabaron los faroles -dijo Morse con sorna.
–Tienes razón -respondió King.
La bala impactó a Morse en el pecho. Con expresión de sorpresa, Morse cayó de rodillas y soltó la barra de metal. Bajó la mirada, tocó la sangre que le brotaba de la herida y luego miró a King, ya sin fuerzas.
King se puso en pie despacio, apuntando directamente al corazón del hombre.
–El primer disparo fue por mí. Éste es por Arnold Ramsey. – King disparó y Morse cayó hacia atrás, muerto-. Además deberías tenerle más respeto al Servicio Secreto -declaró King con voz queda mientras se cernía sobre el hombre muerto.
Cuando King vio la sangre en el extremo de la barra de metal, se quedó paralizado durante unos instantes antes de volverse lentamente y quedarse observando, incrédulo. Kate estaba junto a la pared, con el lateral de la cabeza destrozado. Morse no le había dado a él pero sí a ella. Los ojos sin vida de la joven le observaban. Morse había matado al padre y a la hija. King se arrodilló y le cerró los ojos con cuidado.
Oía a Michelle gritando que subiera por el hueco del montaplatos. Se quedó mirando a la joven muerta durante un buen rato.
–Cuánto lo siento, Kate. No sabes cuánto lo siento.
King recogió a Joan y la colocó en el montaplatos antes de entrar en el pequeño cubículo y tirar de la cuerda con todas sus fuerzas. En el interior de una sala situada junto al pasillo del sótano, el temporizador de detonación que Morse había preparado antes de su ataque mortífero había comenzado la cuenta atrás de treinta segundos.
En el tercer piso King levantó a Joan del montaplatos y le contó a Michelle lo sucedido con Kate y Morse.
–Estamos perdiendo el tiempo -dijo Bruno, a quien era obvio que la muerte de la joven le importaba un comino-. ¿Cómo vamos a salir de aquí?
–Por aquí -dijo Michelle mientras corría por el pasillo. Llegaron al final y ella señaló el conducto para la basura adjunto a la abertura de la ventana-. Hay un contenedor al final del conducto.
–No pienso tirarme al cubo de la basura -replicó Bruno indignado.
–Yo diría que sí lo hará -espetó Michelle.
Bruno parecía estar a punto de montar en cólera antes de percatarse de que Michelle lo estaba fulminando con la mirada. Entró en el conducto y descendió sin dejar de gritar gracias a un empujón de Michelle.
–Ahora tú, Michelle -dijo King.
Ella entró en el conducto y desapareció.
Cuando King, que cargaba con Joan, entró en el conducto, el temporizador de detonación marcaba cinco segundos.
El hotel Fairmount empezó a implosionar justo cuando King y Joan aterrizaron en el contenedor. La fuerza de la desintegración del hotel volcó el contenedor, lo cual probablemente fuera una suerte porque el fondo metálico les protegió de lo peor de la fuerte sacudida, del humo y de los escombros. De hecho, empujó el pesado contenedor a unos tres metros por el pavimento, donde se detuvo a escasa distancia de la alambrada electrificada.
Cuando el polvo disminuyó, salieron del contenedor y observaron la pila de escombros en que se había convertido el hotel Fairmount. Se había llevado los fantasmas de Arnold Ramsey y Clyde Ritter, el espectro de la culpa que había perseguido a King durante aquellos años.
King miró a Joan. Ella emitió un gemido y se incorporó lentamente antes de mirar a su alrededor, fijando por fin la vista. Vio a John Bruno y se reanimó. Se volvió y vio a King; estaba muy sorprendida.
Él se encogió de hombros y dijo:
–Ya puedes ir pensando en aprender a usar el catamarán.
King lanzó una mirada a Michelle, quien esbozó una sonrisa.
–Se acabó, Sean.
King volvió a mirar los escombros y dijo:
–Sí, quizá por fin se haya acabado.