King se agachó en la oscuridad, buscando algo desesperadamente. Entonces volvieron a encenderse las luces, pero con menos intensidad. Notó algo detrás de él y se dio la vuelta. Sidney Morse estaba allí, apuntándole con la pistola.
–Sabía que no tendrías agallas para hacerlo -afirmó Morse al tiempo que apuntaba la pistola en dirección a Kate, que seguía tendida en el suelo-. ¡No como tu padre! – Hizo un gesto con la mano para incluir toda la sala-. Te he dado un gran escenario en el que actuar, Kate. Te he escrito el guión a la perfección, era la apoteosis final. Tu madre habría hecho una actuación deslumbrante. Has fracasado estrepitosamente.
King ayudó a Kate a levantarse y se colocó entre ella y Morse.
–Otra vez de escudo humano, ¿verdad? – dijo Morse, sonriendo-. Parece ser tu triste destino en esta vida.
–Bruno ha huido y nada me impedirá que te mate por disparar a Michelle.
Morse lo miró con seguridad.
–Bruno nunca saldrá del Fairmount con vida. Y con respecto a Maxwell, se le acabó la suerte. Al menos se interpuso en la línea de fuego. ¿Qué más puede pedir una agente del Servicio Secreto?
Desvió su atención hacia Kate.
–Me has hecho una pregunta. ¿Por qué hacer todo esto ahora? Te lo diré. Ya no tiene nada que ver con John Bruno ni con Clyde Ritter. – Apuntó a Kate con la pistola-. Hace ocho años era por tu padre. Ahora es por ti, mi querida y dulce Kate.
A la joven le palpitaba el pecho y las lágrimas le surcaban las mejillas.
–¿Yo? – dijo.Morse se echó a reír.
–Eres una idiota, igual que tu padre. – Miró a King-. Dices que Regina me rechazó porque no me amaba, no quería la magia. Eso es sólo una parte de la verdad. Creo que sí me amaba, pero no podía volver a los escenarios después de la muerte de Arnold, no podía convertirse en mi estrella de nuevo porque había alguien que la necesitaba más. – Volvió a dirigir la vista a Kate-. Tú. Tu madre no podía dejarte. Tú la necesitabas, me dijo. Eras su vida. ¡Qué equivocada estaba! ¿Qué suponía una adolescente sola y patética en comparación con una carrera legendaria en Broadway, una vida conmigo?
–Es porque un hombre como tú no sabe lo que es el amor verdadero -declaró King-. ¿Y cómo puedes culpar a Kate de ello? Ella no sabía nada.
–¡Puedo culparla de lo que me dé la gana! – exclamó Morse-. Y además, cuando Regina quiso casarse con el idiota de Jorst, Kate estuvo de acuerdo. Oh, sí, tenía a mis espías. Quería un hombre igual que su padre. Este simple hecho justifica su muerte. Pero hay más. He seguido tu carrera, Kate. Y creciste igual que el desgraciado de tu padre, con las patéticas protestas, manifestaciones y siempre preocupada por las buenas causas. Era una repetición. Había matado a Arnold, pero ahí estaba otra vez, resucitado como la Hidra. – Morse entornó los ojos al mirar a la joven y añadió más calmado-: Tu padre me arruinó la vida apartándome de la mujer que yo necesitaba, la mujer que me merecía. Y entonces tú tomaste el relevo después de su muerte. Si no hubiera sido por ti, Regina habría sido mía.
–No me creo que mi madre hubiera amado a alguien como tú -afirmó Kate con actitud desafiante-. No me creo que pudiera confiar en ti.
–Bueno, yo también soy buen actor, querida Kate. ¡Y tú eras tan crédula! Cuando Bruno anunció su candidatura, pensé en ti inmediatamente. Qué golpe de buena suerte. Aquí estaba el mismo hombre que había procesado a tu padre por un crimen para el que yo le había tendido una trampa, presentándose para el mismo cargo que el hombre que tu padre se había cargado. Era perfecto. La idea de la recreación se me ocurrió de inmediato. Y por eso acudí a ti, te conté toda la historia de tu pobre padre y te lo creíste a pies juntillas.
Kate empezó a caminar hacia él, pero King la retuvo.
–Me dijiste que eras amigo de ellos -exclamó la joven-.Que habías ayudado a mi padre cuando lo detuvieron por asesinato, y que John Bruno había destruido su carrera. – Miró a King-. Me trajo todos los recortes de periódico. Dijo que conocía a mis padres y que les había ayudado, mucho antes de que yo naciera. Sin embargo, ellos nunca me habían hablado de él. Pero dijo que estuvo en el Fairmount aquel día y que habías disparado a mi padre sin auténtico motivo, que él estaba bajando el arma cuando tú le disparaste. Me dijo que eras un asesino. – Volvió a mirar a Morse-. Eran todo mentiras.
Morse negó con la cabeza.
–Claro que sí. Formaba parte de la obra.
–Resulta peligroso creer a un loco, Kate -declaró King.
–No un loco, agente King. Un visionario. Pero reconozco que la línea que los separa es muy fina. Y ahora -dijo Morse con un movimiento exagerado de la mano- viene el tercer y último acto. La trágica muerte de Kate Ramsey cuando, ayudada e instigada por el pobre y demente ex agente del Servicio Secreto Bob Scott, venga a su querido padre, llevándose con ella a John Bruno y a Sean King con, por supuesto, todas las pruebas corroborativas que luego se encontrarán por gentileza de quien aquí habla. Si te paras a pensarlo, la simetría es impresionante: padre e hija, los asesinos de dos candidatos presidenciales que mueren exactamente en el mismo lugar. La verdad es que es una de las mejores obras que he escrito.
–Estás completamente loco -dijo King.
–Los mediocres siempre arrojan piedras a los brillantes -afirmó Morse con petulancia-. Y ahora el último miembro de la familia Ramsey, la encantadora familia Ramsey, desaparecerá por fin de la faz de la tierra. Estoy seguro de que tendrás una muerte hermosa, Kate. Y luego ya podré continuar con mi vida. Ya he recuperado por completo mi poder artístico. Otro cambio de identidad y Europa me espera. Las posibilidades son infinitas, incluso sin tu madre. – Apuntó a Kate con el arma.
King alzó también su arma.
–De hecho, Sid, he reducido tus opciones a una.
–Sólo tiene balas de fogueo -dijo Morse-. Lo has descubierto hace unos minutos.
–Por eso hice que la pistola le cayera a Kate de la mano y la recogí cuando se apagaron las luces.
–Es mentira.
–¿Ah, sí? Mi pistola está en el suelo. Pero si intentas comprobarlo, te dispararé. Igual que el truco que utilizaste con el ascensor. Y de todos modos las dos pistolas son idénticas. Será imposible distinguirlas. Pero ve a echar un vistazo. Luego cuando la bala te perfore la cabeza, sabrás que estabas equivocado. La has cagado, Sid. En un escenario nunca hay que perder de vista los elementos del atrezzo. Un tipo brillante como tú debería saberlo.
De repente, Morse dudó. King aprovechó esa ventaja.
–¿Qué ocurre, Sid? ¿Estás nervioso? No hace falta demasiado valor para disparar a un hombre desarmado o ahogar a viejecitas en la bañera. Pero ya vemos lo valiente que eres realmente cuando no estás entre bastidores. Eres la estrella del espectáculo, por derecho propio, y tu público te espera.
–Eres un pésimo actor. Tus bravuconadas no convencen a nadie -repuso Morse, pero se percibía la tensión que dominaba su voz.
–Tienes razón, no soy actor, pero no me hace falta, porque esto no es ficticio. Las balas son reales y por lo menos uno de nosotros va a morir y no vamos a volver para un bis. Los duelos quedan muy bien en el teatro, así que tengamos uno, Sid. Sólo tú y yo. – King puso el dedo en el gatillo-. A la de tres.
Taladró con la mirada a Morse, que había palidecido y se le habían acelerado la respiración.
–Venga, hombre, no te asustes -prosiguió King-. No soy más qué un ex agente del Servicio Secreto. Claro, he matado a tipos que me disparaban pero ¿hasta qué punto puedo ser bueno? Como has dicho, no estoy a tu altura. – King hizo una pausa y empezó a contar-: Uno…
A Morse empezó a temblarle la mano y retrocedió un paso.
King estrechó con fuerza la empuñadura de la pistola.
–Hace ocho años que no disparo. Recuerdas la última vez que disparé, ¿verdad? Estoy oxidado. Con esta luz, incluso desde tan cerca, probablemente sólo te alcanzaría en el torso. Pero aun así te morirías.
Morse jadeó y dio otro paso atrás.
–Dos. – La mirada de King no se apartó del rostro de Morse-. Asegúrate de dar en el blanco, Sid, y no te olvides de hacer una reverencia mientras te caes al suelo con un agujero en el pecho. Sin embargo, no te preocupes, la muerte será instantánea.
Mientras King empezaba a contar el tres, Morse gritó. Las luces se apagaron y King se agachó mientras el disparo pasaba sobre su cabeza. Exhaló un suspiro de alivio. Su artimaña había funcionado.
Al cabo de un minuto, la mujer que había disparado a Michelle se movió por entre la oscuridad pasando al lado de las siluetas camino de King. En cuanto se apagaron las luces, Tasha se había puesto unas gafas de visión nocturna y veía las cosas con claridad, mientras que King no veía nada. Pasó junto a Michelle, caída, y entonces se agachó entre dos bastidores de madera. King se había retirado con Kate a un rincón, pero desde ahí Tasha podía disparar libremente. Las órdenes que acababa de recibir estaban claras. Con independencia de lo que había pasado, Sean King y Kate Ramsey tenían que morir.
Tasha apuntó sin dejar de sonreír. Matar a gente, a eso se dedicaba. Y ahora estaba a punto de añadir dos víctimas más a su lista negra.
El leve ruido que oyó detrás de ella le hizo darse la vuelta. El haz de luz de la linterna le dio justo en los ojos, deslumbrándola, y luego siguió un objeto mucho más duro. Cuando la bala le perforó la cabeza, la carrera homicida de Tasha terminó de forma abrupta.
Michelle se levantó temblando. Se frotó el pecho donde la bala le había rasgado el chaleco antibalas que le había quitado a Simmons. El impacto la había dejado inconsciente. Le escocía muchísimo, pero seguía viva. Afortunadamente, había recuperado el conocimiento a tiempo.
Alumbrando con la linterna, encontró a King y a Kate.
–Lo siento, he tenido un pequeño problema, de lo contrario os habría apoyado antes. ¿Estáis bien?
Él asintió.
–¿Has visto a Sidney Morse?
–Sidney, ¿él está detrás de todo esto? – King asintió y ella se quedó sorprendida-. Pensé que era Peter Morse.
–Lo he descubierto hace poco. ¿Tienes un cuchillo?
Le tendió uno.
–Se lo quité a Simmons, además de la linterna. ¿Qué vas a hacer?
–Espérame fuera de la sala. Y llévate a Kate contigo.
Michelle y Kate se dirigieron a la puerta. King se acercó lentamente al ascensor, donde Joan seguía colgada. Le tomó el pulso. Estaba viva. Le cortó las ataduras, se la colocó sobre el hombro y se reunió con Michelle y Kate en el exterior.
De repente, dejó a Joan en el suelo, se inclinó y se detuvo a respirar hondo. Ahora estaba pagando las consecuencias de su arriesgada confrontación con Morse.
–¿Qué ocurre? – preguntó Michelle.
–Me parece que voy a vomitar -espetó-. Eso es lo que pasa.
Kate dio su opinión:
–Te has marcado un farol con lo de la pistola, ¿verdad? No era la mía.
–Sí, he mentido sobre la pistola -dijo apretando los dientes.
Michelle le puso la mano en la espalda.
–Todo irá bien.
–Soy demasiado mayor para ir haciendo el machito. – Respiró hondo varias veces y se puso recto-. ¿Oléis a humo? – preguntó.
Corrieron hacia la salida y se encontraron con Bruno, que estaba horrorizado. Señaló pasillo abajo donde las llamas ya eran impenetrables. Otro muro de fuego bloqueaba el paso hacia las plantas superiores.
Michelle vio un cable negro en el suelo. Se lo señaló a King.
–¿Es lo que creo que es?
Lo examinó. Alzó la mirada con el rostro pálido.
–Ha cableado el edificio con explosivos. – Lanzó una mirada rápida a su alrededor-. Bueno, no podemos salir ni subir. – Miró hacia el otro lado del pasillo-. Y si no recuerdo mal, por ahí se va al sótano. Y desde ahí no hay salida.
–Un momento -dijo Michelle-. Sí que podemos salir por el sótano.