Exactamente a las 10.31, King se dio cuenta de que tenía un problema importante, o por lo menos otro problema importante que sumar a todos los demás. Lanzó una mirada al ascensor. Si el presente se correspondía con el pasado, en el ascensor pasaría algo. Lo malo era que si esas puertas se abrían y King no apartaba la mirada para ver qué era, podrían atacarles desde esa dirección. No obstante, si miraba para ver de qué se trataba, igual que le ocurrió ocho años atrás, esa distracción momentánea podría suponer la muerte para ambos. Se imaginó a Morse observándole mientras reflexionaba sobre ese dilema y desternillándose de risa.
Cuando el reloj marcó la hora fatídica, King extendió la mano hacia atrás y agarró a Bruno.
–Cuando le diga que se agache -le susurró en tono apremiante-, ¡hágalo sin rechistar!
Era como si King fuera capaz de ver cada movimiento del reloj mientras la manecilla pasaba a las 10.32. Preparó la pistola. Pensó en lanzar un disparo, para ver si la munición era real, pero era muy probable que Morse sólo le hubiera dado una bala de verdad. No quería desperdiciarla. Seguro que a Morse también se le había ocurrido.
Describió unos arcos amplios con la pistola y agarró con más fuerza el abrigo de Bruno. La respiración del candidato se aceleró hasta el punto que King temió que se desmayara. Le pareció oír los latidos del corazón de Bruno y entonces se dio cuenta de que eran los suyos. Bueno, nunca iba a estar más preparado que en ese momento.
El reloj marcó las 10.32 y el arco que King describía con la pistola ganó en velocidad mientras intentaba cubrir cada centímetro de la habitación. Las luces se apagaron y quedaron sumidos en la más completa oscuridad. Acto seguido, se encendieron unas luces caleidoscópicas que habrían sido motivo de orgullo para cualquier discoteca. Recorrían la sala como fogonazos y las voces empezaron a sonar a todo volumen. Resultaba ensordecedor y cegador, y King tuvo que protegerse la vista. Entonces se acordó, se introdujo la mano en el bolsillo y se puso las gafas de sol. Un punto para los tipos con gafas de sol. Entonces se oyó la campanilla del ascensor.
–¡Maldito seas, Morse! – exclamó King.
Las puertas se abrieron, ¿o era un truco? La duda estaba desgarrando a King. ¿Debía mirar o no?
–¡Al suelo! – le ordenó a Bruno; el hombre se dejó caer al instante. King volvió la cabeza con la determinación de mirar sólo una fracción de segundo. Le fue imposible.
Joan Dillinger estaba justo delante de él. Colgando a menos de tres metros, suspendida del techo, o eso parecía. Era como si estuviera en una cruz, con los brazos y piernas abiertos, el rostro pálido y los ojos cerrados. King no sabía si era de verdad o no. Dio un par de pasos hacia delante, extendió la mano y la atravesó. Asombrado, movió la cabeza en dirección al ascensor. Allí estaba Joan, atada y suspendida en un cable. Habían proyectado su imagen a través de medios mecánicos. Daba la impresión de que estaba muerta.
Al mirar a la mujer sintió una rabia inmensa. Y probablemente eso era lo que pretendía Morse. El hecho de darse cuenta de ello serenó a King.
Cuando se volvió, se puso rígido, De pie delante de él, entre dos de las siluetas de cartón, estaba Kate Ramsey, apuntándole al pecho con una pistola.
–Deja el arma -le ordenó ella.
King vaciló antes de soltar la pistola. La iluminación volvió a la normalidad y el ruido cesó.
–Levántate -le dijo Kate a Bruno-. Levántate, cabrón -gritó.
Bruno se puso en pie con las piernas temblorosas, pero King se mantuvo entre el candidato y la asesina en potencia.
–Escúchame, Kate, esto no es lo que quieres hacer.
Una voz retumbó desde algún lugar. Era Morse, asumiendo el papel de director, exigiendo la siguiente toma.
–Adelante, Kate, te los he traído a los dos, como te prometí. El hombre que arruinó la carrera de tu padre y el hombre que le quitó la vida. Las balas están revestidas de acero. Puedes matarlos a los dos con un solo disparo. Hazlo. Hazlo por tu padre. Estos hombres le destruyeron.
Kate curvó el dedo sobre el gatillo.
–No le hagas caso, Kate -dijo King-. Fue él quien le tendió una trampa a tu padre. Fue él quien le hizo matar a Ritter. Bruno no tuvo nada que ver con eso.
–Mientes -dijo ella.
–El hombre al que oíste hablando con tu padre aquella noche, era Sidney Morse.
–Te equivocas. El único nombre que oí fue Thornton Jorst.
–No oíste su nombre, Kate, te pareció oírlo. Lo que oíste no fue Thornton Jorst. Lo que oíste fue «caballo de Troya».
En ese momento Kate pareció vacilar. King aprovechó esa pequeña ventaja.
–Estoy seguro de que Morse te dictó todo lo que tenías que decirnos. Pero lo que tú nos contaste era verdad, sólo que no eras consciente de lo que significaba. – Kate adoptó una expresión confusa y relajó el dedo ligeramente en el gatillo.
King siguió hablando rápido:
–Morse fue el caballo de Troya, el infiltrado de la campaña de Ritter. Así se lo explicó a tu padre. Morse sabía que Arnold odiaba lo que Ritter le estaba haciendo al país. Pero a Morse no le importaba la política de Ritter. Entonces, ¿por qué se unió a la campaña? Porque Morse amaba a tu madre. Era su modelo de estrella de Broadway. Si tu padre quedaba fuera de juego, entonces él se quedaría con tu madre. Y cuando eso no funcionó, la mató. Y ahora te está utilizando a ti igual que utilizó a tu padre.
–Eso es una locura. Si lo que dices es cierto, ¿por qué hace todo esto ahora?
–No lo sé. Está loco. ¿Qué otra persona concebiría todo este plan?
–Todo lo que te ha dicho son burdas mentiras, Kate -dijo Morse con voz retumbante-. Todo esto lo hago por ti. Para que haya justicia. ¡Ahora dispárales!
King siguió mirando fijamente a Kate.
–Tu padre mató a un hombre, pero lo hizo por lo que él consideraba una buena causa. En cambio Morse -King señaló en dirección a la voz-, Morse es un asesino a sangre fría y lo hizo por puros celos.
–Mataste a mi padre -dijo sin rodeos.
–Hacía mi trabajo. No tenía otra opción. No viste la expresión de tu padre aquel día. Yo sí. ¿Sabes qué cara puso? ¿Lo quieres saber?
Ella lo miró con lágrimas en los ojos y asintió.
–Puso cara de sorpresa, Kate. Sorpresa. Al comienzo pensé que era por la conmoción de haber matado a alguien. Morse estaba justo a mi lado. Habían hecho un pacto. De hecho, tu padre le estaba mirando a él. Entonces fue cuando comprendió que le había engañado.
Morse volvió a intervenir.
–Última oportunidad, Kate. O les disparas tú o lo hago yo.
King la miró con ojos suplicantes.
–Kate, no puedes hacer esto. No puedes. Te estoy diciendo la verdad y lo sabes. Por muchas mentiras que te haya contado, no eres una asesina, y él no puede lograr que lo seas.
–¡Ya! – gritó Morse.
En vez de obedecer, Kate empezó a bajar el arma. De repente, la puerta de la sala se abrió. Kate se distrajo un momento y King agarró el cordón de terciopelo, lo sacudió hacia arriba y le quitó la pistola de las manos. Kate profirió un grito y cayó hacia atrás.
King le gritó a Bruno.
–¡Corra! ¡Salga por la puerta!
Bruno se volvió y corrió hacia la salida por donde Michelle estaba entrando.
Las luces se encendieron y los cegó a todos momentáneamente. Michelle lo vio antes que los demás. Gritó y se abalanzó.
–¡Bruno, abajo! – gritó.
La pistola disparó. Michelle se lanzó delante del candidato y la bala le alcanzó el pecho.
King profirió un grito, apuntó hacia el lugar de donde había procedido el tiro y disparó también él. Entonces descubrió que Morse nunca había querido darle una oportunidad. Su pistola únicamente llevaba munición de fogueo.
–¡Michelle! – gritó King.
Estaba inmóvil, incluso mientras Bruno salía disparado por la puerta. Y entonces se apagaron las luces y quedaron sumidos en la oscuridad.