Michelle y Parks se arrodillaron junto a la arboleda situada tras el hotel Fairmount. Un coche patrulla bloqueaba la carretera que conducía al hotel, pero no se veía desde el sitio. Al llegar, Parks y Michelle habían hablado con el agente que dirigía el contingente de la policía local que Parks había llamado. También había convocado a marshals y a otros agentes de la ley de la zona de Carolina del Norte.
–Llegarán antes que nosotros -le había dicho Parks a Michelle.
–Diles que formen un perímetro alrededor del hotel; está rodeado de bosques. Pueden ocultarse justo donde acaban los árboles.
Michelle había visto a un francotirador encaramado a un árbol con la mira de largo alcance del rifle apuntando a la puerta delantera del hotel.
–¿Estás seguro de que tienes suficiente gente? – preguntó a Parks.
Él señaló hacia otros puntos en la oscuridad para indicar dónde estaban situados los otros agentes del orden. Michelle no los veía, pero le reconfortaba notar su presencia.
–Son más que suficientes para hacer el trabajo -declaró-. La cuestión está en si podemos encontrar a Sean y a los demás con vida. – Parks dejó a un lado la pistola y tomó el walkie-talkie-. Bueno, has estado en ese hotel y sabes la distribución. ¿Cuál es la mejor forma de abordarlo?
–La última vez que estuvimos aquí, cuando pillamos a los presos huidos, Sean y yo conseguimos abrir un hueco en la alambrada de seguridad al marcharnos. Fue más fácil que saltarla. Podemos entrar por ahí. Las puertas delanteras están cerradas con cadenas, pero hay una ventana destrozada a eso de un metro de la fachada delantera. Podemos utilizarla y nos plantaremos en el vestíbulo en cuestión de segundos.
–Es un edificio grande. ¿Tienes idea de en qué parte podrían estar?
–Supongo que sí, el salón Stonewall Jackson. Es una sala interior situada justo al lado del vestíbulo. Hay una puerta que conduce a ella y una batería de ascensores en el interior.
–¿Por qué estás tan segura de que están en el salón Stonewall Jackson?
–Es un hotel antiguo y se oyen un montón de crujidos y rumores de ratas y a saber qué otros animalillos espeluznantes. En cambio, cuando estuve en ese salón con la puerta cerrada no oí nada, había silencio, demasiado silencio. Y al abrir la puerta, se oían de nuevo todos esos ruidos que te he dicho…
–No te entiendo.
–Creo que la sala está insonorizada, Jefferson.
Él se la quedó mirando.
–Empiezo a entender adonde quieres ir a parar.
–¿Tus hombres están preparados? – Él asintió. Michelle consultó su reloj-. Es casi medianoche pero hay luna llena. Hay un terreno abierto que debemos recorrer antes de llegar a la alambrada. Si podemos dirigir el ataque principal desde el interior, podríamos tener más posibilidades de no perder a nadie.
–Me parece un buen plan. Pero ve delante. No conozco este terreno. – Parks habló por el walkie-talkie y ordenó a sus hombres que cercaran el perímetro.
Michelle echó a correr pero él la sujetó por el brazo.
–Michelle, cuando era más joven era buen atleta, aunque desde luego no olímpico. Y ahora tengo las rodillas hechas polvo, así que ¿podrías ir a una velocidad que me permita no perderte de vista?
Ella sonrió.
–No te preocupes. Estás en buenas manos.
Corrieron por entre los árboles hasta llegar al espacio abierto que debían cruzar antes de llegar a la alambrada. Se pararon allí y Michelle miró a Parks, que jadeaba.
–¿Preparado? – Él asintió y levantó el pulgar.
Ella dio un salto y corrió hacia la alambrada. Parks la siguió. Mientras avanzaba, al comienzo Michelle se centró en lo que tenía delante. Pero luego se concentró en lo que tenía detrás. Y lo que allí había le resultó espeluznante.
No era el sonido de unos pasos normales; eran las mismas embestidas inconexas que había oído bajo la ventana de su dormitorio en el hostal, las que se correspondían a la persona que había intentado matarla. Se había equivocado. No se trataba del paso doloroso de un hombre herido. Era el trote artrítico de un hombre con las rodillas destrozadas. Y ahora también estaba resollando.
De un salto, se colocó detrás de un árbol caído una décima de segundo antes de que la escopeta diera una sacudida y el disparo fuera a parar exactamente donde había estado. Rodó por el suelo, extrajo su arma y disparó; disparos dispersos en un arco amplio y letal.
Parks despotricó por haber fallado y se tiró al suelo justo a tiempo de evitar sus disparos. Él volvió a disparar.
–¡Maldita seas, chica! – gritó-. No te conviene ser tan rápida.
–¡Cabrón! – gritó Michelle mientras escudriñaba la zona tanto para buscar una salida como para ver a los posibles cómplices de Parks. Le disparó dos veces e hizo saltar chispas de la roca tras la cual se había agazapado.
Parks le devolvió el favor con dos disparos de la escopeta.
–Lo siento, pero no tenía elección.
Michelle observó la línea boscosa que tenía justo detrás y se preguntó cómo podría alcanzar la protección de los árboles sin morir.
–Oh, gracias. Ahora me siento mucho mejor. ¿Qué pasa, que en el cuerpo de los Marshal no te pagan bien?
–La verdad es que no. Cometí un error grave hace mucho tiempo cuando era poli en la capital y ahora tengo que pagar por él.
–¿Te importaría darme una explicación antes de matarme? – «Hazle hablar», se dijo Michelle. Quizá podría encontrar una salida.
Parks vaciló antes de hablar.
–¿Te suena 1974?
–¿La manifestación de protesta contra Nixon? – Michelle se estrujó el cerebro y entonces cayó en la cuenta-. Cuando eras poli en Washington D.C. detuviste a Arnold Ramsey. – Parks guardó silencio-. Pero él era inocente. Él no mató al soldado de la Guardia Nacional… -La verdad le deslumbró como si fuera un destello cegador-. Mataste al soldado y le echaste las culpas a Ramsey. Y te pagaron por hacerlo.
–Fue una época de locos. Entonces yo era una persona distinta. Además se suponía que no debía salir así. Supongo que le di demasiado fuerte. Sí, la verdad es que me pagaron bien, aunque al final ha resultado que no fue suficiente.
–¿Y la persona para la que trabajabas entonces te chantajea para que hagas todo esto?
–Ya te he dicho que lo he pagado caro. El asesinato no prescribe, Michelle.
Ella no le estaba escuchando. Había caído en la cuenta de que él estaba utilizando la misma estrategia: hacerla hablar mientras la flanqueaban. Intentaba recordar el modelo exacto de escopeta que Parks llevaba. Sí, lo sabía. Una Remington de cinco cargas. O al menos es lo que esperaba. Había disparado cuatro veces y había tanto silencio que estaba convencida de que no la había vuelto a cargar.
–Oye, Michelle, ¿sigues ahí?
A modo de respuesta, disparó tres veces hacia la roca y recibió un escopetazo a cambio. En cuanto el perdigón le pasó por el lado, se puso en pie de un salto y corrió hacia el bosque.
Parks la recargó rápidamente sin dejar de despotricar. Sin embargo, cuando apuntó, ella ya estaba demasiado lejos como para que el perdigón la alcanzara, y seguía corriendo a toda velocidad. Habló a gritos por el walkie-talkie.
Michelle lo vio llegar justo a tiempo. Se desvió a la izquierda, saltó por encima de un tronco y se lanzó al suelo justo antes de que la bala impactara en la corteza.
El hombre encaramado a un árbol que había tomado por un francotirador de la policía también iba a por ella. Michelle disparó varias veces en su dirección y luego se arrastró boca abajo unos diez metros antes de ponerse en pie.
¿Cómo era posible que hubiera estado tan ciega? Otro disparo impactó en un árbol situado cerca de su cabeza y volvió a lanzarse al suelo. Mientras respiraba hondo, valoró las escasas opciones que tenía. No había ninguna que no supusiera su muerte violenta. Podían rastrearla centímetro a centímetro y no podía hacer nada al respecto. ¡Un momento, el teléfono! Fue a agarrarlo, pero resultaba que se le había caído de la cinturilla. En ese momento no podía pedir ayuda y por lo menos había dos asesinos acechándola en la oscuridad de aquel bosque perdido en algún lugar remoto. De acuerdo, aquello superaba las peores pesadillas que había tenido de niña.
Lanzó unos cuantos disparos más hacia donde creía que procedían los que le dirigían a ella y se levantó para echar a correr a toda prisa. La luna llena suponía tanto una ventaja como un grave inconveniente. Le permitía ver por dónde iba, pero también se lo permitía a sus perseguidores.
Salió del bosque y se detuvo justo a tiempo.
Estaba justo al borde del terraplén del río que había visto en su primera visita al lugar. Si daba otro paso la esperaba una larga caída. El problema era que Parks y su compañero estaban justo detrás de ella.
Comprobó el cartucho; tenía cinco balas y llevaba otro de recambio. Bueno, en unos segundos saldrían de la zona boscosa y podrían dispararle sin problemas a no ser que encontrara algún refugio y los atrapara ella antes. Aun así, aunque lo encontrara, de ese modo delataría su posición y el otro tirador probablemente la abatiría. Echó un vistazo a su alrededor para encontrar otra solución con mayores posibilidades de salvación. Volvió a mirar la caída larga y el río que fluía rápidamente. El plan se le ocurrió en pocos segundos. A algunos les podría parecer insensato, la mayoría lo consideraría suicida. Pero, en fin, siempre le habían gustado los riesgos. Enfundó la pistola, respiró hondo y esperó.
En cuanto oyó que llegaban al claro, soltó un grito y saltó. Había elegido el lugar con cuidado. Unos seis metros más abajo había un pequeño saliente rocoso. Cayó sobre el mismo y se separó para agarrarse a cualquier cosa que tuviera cerca. Estuvo a punto de resbalar y de no ser porque se agarró desesperadamente con los dedos, habría caído al río.
Alzó la vista y vio a Parks y al otro hombre mirando hacia abajo, buscándola. Un trozo de roca saliente situado a su izquierda les impedía ver dónde estaba. Y tenían la luna detrás, cuya luminosidad perfilaba a la perfección la silueta de ambos hombres. Podría haberlos liquidado sin problemas y realmente estaba muy tentada de hacerlo. Pero estaba pensando a largo plazo y tenía otro plan. Situó el zapato contra el pequeño tronco que se había quedado atrapado en el saliente en el que estaba. Eso y la protección natural la habían hecho escoger aquel punto de aterrizaje. Empujó el tronco del árbol hasta que estuvo justo al borde del precipicio. Alzó la vista hacia Parks. Estaban moviendo las linternas, buscándola y enfocando. En cuanto los dos se pusieron a mirar hacia otro lado, le dio un buen empujón al tronco y se desplomó hacia abajo. Al mismo tiempo profirió el grito más fuerte de que fue capaz.
Observó mientras el tronco golpeaba la superficie del río y entonces miró rápidamente a los hombres mientras enfocaban con las linternas aquel lugar. Michelle contuvo el aliento, rezando para que creyeran que se había muerto al caer al río. A medida que transcurrían los segundos y no se marchaban, Michelle empezó a pensar que tendría que intentar dispararles a los dos. Sin embargo, al cabo de unos momentos, parecieron convencerse de que había muerto, se volvieron y se internaron de nuevo en el bosque.
Michelle esperó unos diez minutos para asegurarse de que realmente se habían marchado. Entonces se agarró a una roca que sobresalía por el lado del terraplén y empezó a escalar. Si Parks y el otro hombre hubieran visto la expresión del rostro de la mujer mientras se alzaba del olvido, a pesar de todas sus armas y de superarla en número, habrían temido realmente por sus vidas.