Michelle acababa de tomar el largo camino que conducía a la casa de Sean cuando la explosión iluminó el cielo. Pisó a fondo el acelerador y arrojó gravilla y tierra por todas partes. Detuvo el todoterreno en un punto en el que los tablones, los cristales y otras partes de la casa destruida le impedían el paso. Salió de un salto, marcó el número de la policía, le gritó a la operadora todo lo que había pasado y le pidió que enviara todos los refuerzos que pudiera.
Michelle corrió por entre los escombros, evitando las llamas y el humo, y llamó a Sean a gritos.
Regresó al todoterreno, tomó una manta para cubrirse y entró corriendo por la puerta principal, o por donde antes había estado la puerta principal. Se topó con una muralla de humo tan densa que tuvo que salir tambaleándose, tras lo cual se arrodilló con arcadas. Respiró aire fresco y esta vez entró por un agujero enorme en lo que quedaba de la estructura. Una vez en el interior, avanzó arrastrándose, llamándole constantemente. Pensó que estaría en el dormitorio e intentó subir, pero las escaleras habían desaparecido. Los pulmones le ardían, por lo que tuvo que salir para respirar aire puro.
Otra explosión sacudió la estructura y salió corriendo del porche delantero unos segundos antes de que todo se desplomase sobre ella. La deflagración la arrojó por los aires y aterrizó como un peso muerto, sin aire en los pulmones. Sintió que toda suerte de objetos pesados caían a su alrededor, como si fueran morteros. Se quedó inmóvil, con la cabeza herida, los pulmones repletos de gases letales, las piernas y los brazos amoratados y magullados. Lo siguiente de lo que fue consciente fue del sonido de las sirenas por todas partes y de un equipo pesado. Un hombre ataviado con una vestimenta abultada se arrodilló junto a ella, le administró oxígeno y le preguntó si se encontraba bien.
No pudo replicar nada mientras llegaban más coches y camiones y los equipos de bomberos voluntarios luchaban contra el infierno en llamas. Mientras estaba tumbada en el suelo vio desplomarse lo que quedaba de la casa de Sean King. Lo único que quedó en pie fue la chimenea. Con esa terrible imagen, Michelle perdió el conocimiento.
Al despertarse, tardó unos minutos en comprender que estaba en una cama de hospital. Un hombre apareció junto a ella, con una taza de café y una expresión de alivio.
–Maldita sea, hemos estado a punto de perderte -dijo Jefferson Parks-. Los bomberos dijeron que una viga de acero de media tonelada de peso cayó a quince centímetros de tu cabeza.
Michelle intentó erguirse, pero Parks le colocó una mano en el hombro y la retuvo.
–Tómatelo con calma. Has recibido una buena. No puedes levantarte e irte como si tal cosa después de lo que te ha pasado.
Michelle miró a su alrededor desesperadamente.
–¿Sean, dónde está Sean? – Parks no contestó de inmediato y Michelle sintió que los ojos se le humedecían-. Por favor, Jefferson, no me digas… -Se le quebró la voz.
–No puedo decirte nada porque no sé nada. Nadie sabe nada. No han encontrado ningún cadáver, Michelle. Tampoco indicios de que Sean estuviera allí, aunque siguen buscando. Fue un incendio terrible y se produjeron explosiones de gas. Es decir, es posible que no haya mucho que buscar.
–Llamé a su casa anoche, pero no respondió. A lo mejor no estaba en casa.
–O quizá ya había saltado por los aires.
–No, oí la explosión cuando me dirigía a su casa.
Parks colocó una silla junto a la cama y se sentó.
–Vale, cuéntame exactamente qué ocurrió.
Michelle lo hizo e intentó referirle todos los detalles que recordaba. Entonces recordó qué más había sucedido, un hecho que había apartado de sus pensamientos debido a lo que había pasado en casa de Sean.
–Anoche alguien intentó matarme en el hostal, justo antes de que fuera a ver a Sean. Dispararon contra la cama desde la ventana. Por suerte, me había quedado dormida en el sofá.
El rostro de Parks se tornó rojo.
–¿Por qué coño no me llamaste anoche? No, en vez de llamarme te vas corriendo a una casa que está saltando por los aires. ¿Es que tanto te atrae la muerte?
Michelle se recostó y tiró de los extremos de la sábana. Le dolía la cabeza y se percató de que tenía los brazos vendados.
–¿He sufrido quemaduras? – preguntó cansada.
–No, sólo cortes y magulladuras, nada que no cicatrice. En cuanto a tu cabeza, no lo sé. Seguramente seguirás haciendo tonterías hasta que se te acabe la suerte.
–Sólo quería asegurarme de que Sean se encontraba bien. Pensé que si iban a por mí, también irían a por él. Y estaba en lo cierto. La explosión no fue fortuita, ¿no?
–No. Encontraron el artefacto que emplearon. Dijeron que era bastante sofisticado. Lo colocaron junto a las tuberías del gas, en el sótano. Todo saltó por los aires.
–Pero ¿por qué, sobre todo si Sean no estaba en la casa?
–Ojalá pudiera responder, pero no tengo ni idea.
–¿Lo están buscando?
–Todo el mundo y por todas partes. El FBI, los marshals, el Servicio Secreto, la policía de Virginia, los locales; pero todavía no han encontrado nada de nada.
–¿Alguna novedad? ¿Se sabe algo de Joan? ¿Alguna pista?
–No -replicó Parks, desanimado-. Nada.
–Bueno, saldré de aquí y me pondré manos a la obra. – Comenzó a incorporarse de nuevo.
–No, te quedarás aquí quietecita y descansarás, que buena falta te hace.
–¡Me estás pidiendo lo imposible! – exclamó enojada.
–No, te estoy pidiendo lo razonable. Si sales de aquí en tu estado, hecha polvo y desorientada, es posible que pierdas el conocimiento en el coche, te mates tú y de paso mates también a alguien más, y no me parece que sea algo muy positivo que digamos. Y recuerda que es la segunda vez que estás en el hospital en apenas unos días. La tercera vez podría ser el depósito de cadáveres.
Michelle parecía a punto de gritarle de nuevo, pero se contuvo.
–De acuerdo, esta vez ganas. Pero llámame en cuanto sepas algo. Si no lo haces, daré contigo y no te gustará.
Parks sostuvo la mano en alto fingiendo que protestaba.
–Vale, vale, no quiero buscarme más enemigos, ya tengo suficientes. – Se dirigió hacia la puerta y se volvió-. No quisiera crearte falsas expectativas. Las posibilidades de que encontremos a Sean King son escasas. Pero mientras haya la más mínima oportunidad, no descansaré.
Michelle logró esbozar una sonrisa.
–Vale, gracias.
Cinco minutos después de que Parks se marchara, Michelle se vistió apresuradamente, eludió a las enfermeras de guardia y se escapó por una salida trasera.