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Eran las dos de la madrugada y la persona al otro lado de la ventana alzó el arma, apuntó a la figura que yacía en la cama y disparó. El cristal tintineó al romperse. Las balas atravesaron la cama y arrojaron al aire plumas del edredón.

Los disparos despertaron a Michelle, que se cayó al suelo desde el sofá. Se había dormido repasando las notas de Joan, pero en ese momento se encontraba completamente alerta. Tras darse cuenta de que alguien había intentado matarla, extrajo el arma y disparó hacia la ventana. Oyó pasos alejándose y se arrastró hasta la ventana, donde escuchó atentamente. Con sumo cuidado se asomó y miró por encima del alféizar. Todavía oía las zancadas de la persona que corría resollando. A juzgar por el sonido, las zancadas eran raras, como si la persona estuviera herida. En cualquier caso, no eran normales. Parecían embestidas inconexas y pensó que había herido al aspirante a asesino o que, cuando había venido a matarla, ya estaba malherido. ¿Sería el mismo hombre al que había disparado en el todoterreno, el que había intentado matarla? ¿El hombre que hacía llamarse Simmons?

Oyó que un vehículo arrancaba, pero ni siquiera hizo ademán de correr hacia el todoterreno para seguirlo. No sabía si habría alguien más esperándole. King y ella ya habían caído en esa trampa en una ocasión. No tenía intención de repetir el error.

Se dirigió hacia la cama y observó el destrozo. Había echado una cabezadita un poco antes y el edredón y las almohadas habían formado una especie de ovillo. El atacante habría pensado que se trataba de ella durmiendo. Pero, ¿por qué intentaban matarla ahora? ¿Se estaban acercando demasiado a la verdad? Tampoco es que ella hubiera avanzado mucho. Sin duda, Sean había averiguado mucho más que…

Se quedó paralizada. ¡King! Descolgó el teléfono y le llamó. Sonó y sonó, pero nadie contestó. ¿Debería avisar a la policía? ¿A Parks? A lo mejor King estaba profundamente dormido. No, el instinto le decía que no. Corrió hacia el todoterreno.

La alarma despertó a King. Aunque aturdido durante unos instantes, no tardó en despabilarse del todo y enseguida se incorporó. Había humo por todas partes. Se levantó de un salto y luego se arrojó al suelo para intentar respirar. Llegó al baño, empapó una toalla y se cubrió la cara con el paño húmedo. Retrocedió arrastrándose, apoyó la espalda contra la pared y, con las piernas, apartó la cómoda de la puerta. Tocó la puerta con cuidado para comprobar que no estaba caliente y luego la abrió con cautela.

El pasillo se había llenado de humo y la alarma seguía sonando. Por desgracia, no estaba conectada a una estación central de control y el único cuartel de bomberos voluntarios que cubría la zona estaba a varios kilómetros de distancia. Su casa se encontraba en un lugar tan apartado que era posible que nadie viera el incendio. Regresó arrastrándose al dormitorio con la idea de llamar por teléfono, pero había tanto humo en la habitación que se desorientó y desistió de seguir avanzando. Se deslizó de nuevo hacia el pasillo. Vio chispas y llamas rojas abajo y rezó para que las escaleras estuvieran intactas. De lo contrario tendría que saltar, posiblemente hacia un infierno en llamas, y lo cierto era que la idea no le atraía demasiado.

Oyó ruidos en la parte baja. Tosía a causa del humo y quería salir de la casa a cualquier precio, pero era consciente de que podía tratarse de una trampa. Agarró el arma.

–¿Quién anda ahí? – gritó-. Voy armado y dispararé.

No hubo respuesta, lo que aumentó sus sospechas hasta que miró por la ventana principal y vio el destello de las luces rojas en el patio delantero y escuchó el sonido de las sirenas de los coches de bomberos que se aproximaban a la casa. Bien, la ayuda había llegado después de todo. Se dirigió a las escaleras y miró hacia abajo. Por entre el humo distinguió a varios bomberos ataviados con cascos y vestimenta abultada, bombonas sujetas a la espalda y máscaras en la cara.

–Estoy aquí arriba -gritó-. ¡Aquí arriba!

–¿Puede bajar? – preguntó uno de los bomberos.

–No creo, hay demasiado humo.

–Bien, no se mueva. Iremos a buscarle. ¡Quédese quieto y no se levante! Traeremos las mangueras ahora mismo. Toda la casa está ardiendo.

Escuchó el rugido de los extintores mientras los hombres subían por la escalera. King sentía náuseas y el humo le había nublado la vista casi por completo. Sintió que lo levantaban en vilo y lo llevaban rápidamente escaleras abajo. Al poco, estaba fuera y notó que varias personas se cernían sobre él.

–¿Se encuentra bien? – le preguntó una de ellas.

–Dale un poco de oxígeno -dijo otra-. Habrá respirado una tonelada de monóxido de carbono.

King sintió que le colocaban la máscara de oxígeno en la cara y luego tuvo la impresión de que le levantaban para llevarle a la ambulancia. Durante unos instantes creyó que Michelle le llamaba. Y entonces quedó sumido en la oscuridad.

Las sirenas, el destello de las luces, las voces entrecortadas de la radio y otros «efectos sonoros» cesaron de inmediato en cuanto el bombero desplazó la palanca principal de la caja de control con una mano y le quitó la pistola a King con la otra. Todo volvió a la normalidad. Se volvió y regresó rápidamente a la casa, donde el humo había comenzado a desaparecer. Había sido un «incendio» controlado hasta el último detalle. Entró en el sótano, oprimió el interruptor de encendido del pequeño artefacto situado junto a las tuberías del gas y salió de la casa rápidamente. Subió a la furgoneta por la parte posterior y ésta se alejó de inmediato de la casa. Llegó a la carretera principal y aceleró, hacia el sur. Al cabo de dos minutos el pequeño artefacto explosivo se accionó y la explosión destrozó la casa de Sean por completo.

El bombero se quitó el casco y la máscara y se secó la cara.

El hombre del Buick observó a King, todavía inconsciente. El «oxígeno» que le habían suministrado también tenía un sedante.

–Me alegro de verte finalmente, agente King. Llevo muchísimo tiempo esperando este día.

La furgoneta desapareció en la oscuridad.