51

Se reunieron con Kate Ramsey en la cafetería Greenberry del centro comercial de Barracks Road, en Charlottesville. Los tres pidieron una taza de café grande y se sentaron en la parte posterior del establecimiento, en el que apenas había clientes a esa hora de la noche.

Kate tenía los ojos hinchados, estaba apagada, casi deferente. Toqueteaba la taza de café nerviosamente, con la mirada baja. Sin embargo, levantó la vista, sorprendida, cuando King le ofreció dos pajitas.

–Adelante, ponlas en ángulo recto y te tranquilizarás -dijo esbozando una sonrisa.

Kate suavizó la expresión y aceptó las pajitas.

–Lo he hecho desde que era niña; supongo que es mejor que encender un cigarrillo.

–Tenías que contarnos algo importante, ¿verdad? – dijo Michelle.

Kate miró a su alrededor. La persona más cercana estaba leyendo un libro y tomando notas, sin duda un estudiante trabajando a contrarreloj para entregar un trabajo a tiempo.

–Es sobre la visita que recibió mi padre aquella noche -dijo en voz baja-. Lo que le conté a Michelle -explicó, mirando a King.

–Ya me ha puesto al día -replicó King-. Sigue.

–Pues bien, dijo otra cosa que también oí. Supongo que debería habéroslo comentado antes, pero llegué a convencerme de que lo había entendido mal. Ahora pienso que quizá no fue así.

–¿De qué se trata? – preguntó King con impaciencia.

–De un nombre. Un nombre que me sonaba.

King y Michelle se miraron.

–¿Por qué no nos lo habías dicho antes? – inquirió Michelle.

–Por eso, porque creía que lo había entendido mal.

–Pero ahora ya no lo crees -dijo King-. ¿Por qué?

–Después de que vinierais a verme empecé a pensar en muchas cosas, cosas del pasado. Pero sigo sin creer que él estuviera involucrado.

–¿«Él»? – dijo King-. Bien, ¿cómo se llama?

–Oí mencionar el nombre de Thornton Jorst.

–¿Estás segura? – preguntó Michelle.

–No del todo, pero ¿cómo equivocarse? No es precisamente un nombre como John Smith. No, el nombre que oí era Thornton Jorst.

–¿Cómo reaccionó tu padre al oír ese nombre?

–No lo oí con claridad, pero dijo que era peligroso, muy peligroso. Para los dos.

King caviló al respecto.

–O sea, que el otro hombre no era Thornton Jorst, eso parece obvio, porque hablaban sobre él. – Tocó a Kate en el hombro-. Cuéntanos un poco cómo era la relación entre Jorst y tu padre.

–Eran amigos y compañeros de trabajo.

–¿Se conocieron antes de comenzar a trabajar en Atticus? – inquirió Michelle.

Kate negó con la cabeza.

–No, creo que no. En todo caso, nunca lo mencionaron. Pero los dos estudiaban en la universidad en los sesenta. La gente recorría el país cometiendo locuras. De todos modos, resulta curioso.

–¿El qué? -preguntó King.

–Bueno, a veces daba la impresión de que Thornton conocía a mi madre mejor que mi padre. Como si ya se conocieran de antes.

–¿Tu madre te mencionó alguna vez que se conocieran?

–No. Thornton llegó a Atticus después que mis padres. Era soltero, nunca le vi salir con ninguna mujer. Mis padres se mostraban muy atentos con él. Creo que mi madre se compadecía de él. Le hacía pastelitos y se los llevaba. Eran buenos amigos,

–Kate, ¿crees que tu madre…? – preguntó Michelle lentamente.

–No, no tenían un lío -le interrumpió Kate-. Sé que entonces yo era muy jovencita, pero me habría dado cuenta.

King no parecía muy convencido.

–¿El hombre que se reunió con tu padre mencionó a tu madre, Regina?

–Sí. Supongo que conocía a uno de ellos o a los dos. De todos modos, no creo que Thornton esté metido en todo esto. No es la clase de persona que va por ahí con armas planeando asesinatos. No tenía el talento ni el historial académico de mi padre, pero es buen profesor.

King asintió.

–Vale, no tenía el cerebro de tu padre ni un doctorado en Berkeley y, sin embargo, acabaron en la misma universidad. ¿Sabes por qué?

–¿Por qué qué? – preguntó Kate en un tono defensivo.

–¿Por qué tu padre no enseñaba en Harvard o Yale? – inquirió Michelle-. Aparte de estudiar en Berkeley, escribió cuatro libros que, según he oído, eran de los mejores en su campo. Era un erudito en toda regla, un verdadero peso pesado.

–Tal vez prefirió trabajar en una universidad menos importante -dijo Kate.

–O quizás hubiera algo de su pasado que le impidiera enseñar en las mejores universidades -comentó King.

–No lo creo -replicó Kate-. De haber sido así, todo el mundo lo habría sabido.

–No necesariamente. No si se hubiera eliminado de los documentos oficiales, aunque ciertas personas del más que exclusivista mundo académico estuvieran al corriente de ello. Y es posible que se lo reprocharan. Así que acabó en Atticus, que probablemente se enorgulleció de contar con él, a pesar de todos los defectos.

–¿Tienes idea de cuáles podrían ser esos defectos? – preguntó Michelle.

Kate no replicó.

–Mira, lo que menos nos apetece es sacar los trapos sucios de tu padre. Que descanse en paz -dijo King-. Pero si el hombre que habló con tu padre era responsable del asesinato de Ritter, no entiendo por qué no habría de recibir su merecido. Y comprender el pasado de tu padre tal vez nos ayude a encontrar a su cómplice. Si no me equivoco, ese tipo conocía a tu padre de los viejos tiempos y, si así fuera, entonces sabría qué incidente había deshonrado tanto a tu padre como para impedirle el acceso a las mejores universidades, si es que realmente eso fue lo sucedido.

–Kate, eres nuestra única esperanza -intervino Michelle-. Si no nos cuentas lo que sabes, nos costará mucho averiguar la verdad. Y creo que quieres que se sepa la verdad; de lo contrario, no nos habrías llamado.

Finalmente, Kate suspiró.

–Vale, vale, mi madre me contó varias cosas antes de suicidarse.

–¿Como qué? – instó Michelle con tacto.

–Dijo que detuvieron a mi padre durante una manifestación. Creo que fue contra la guerra de Vietnam.

–¿Por alteración del orden público o algo así? – preguntó King.

–No, por matar a alguien.

King se inclinó hacia ella.

–¿Quién y cómo, Kate? – dijo-. Todo lo que recuerdes.

–Lo que sé me lo contó mi madre, y no estaba muy segura. Por aquel entonces bebía mucho. – Kate extrajo un pañuelo y se secó los ojos.

–Sé que esto es muy duro para ti, Kate, pero tal vez el hecho de que salga a la luz te sirva de ayuda -dijo King.

–Por lo que entendí, se trataba de un policía o algún agente. Murió asesinado durante esa manifestación contra la guerra que se les escapó de las manos. Creo que dijo que fue en Los Ángeles. A mi padre le arrestaron por eso. Lo tenía muy negro, pero entonces pasó algo. Mi madre dijo que varios abogados defendieron a mi padre y se retiraron los cargos. Mamá dijo que, de todos modos, la policía había hecho acusaciones falsas, que buscaban un chivo expiatorio y que le había tocado a mi padre. Estaba segura de que papá no había hecho nada.

–Pero seguramente se publicaron artículos en los periódicos o hubo rumores -comentó Michelle.

–No sé si salió en los periódicos, pero supongo que había un informe al respecto en alguna parte porque, obviamente, perjudicó la carrera de mi padre. Investigué lo que me había contado mi madre. Confirmé que en Berkeley dejaron que mi padre se doctorase, pero con reticencia. Supongo que no les quedaba más remedio; ya había hecho todos los cursos y la tesis. Sin embargo, la noticia se propagó por los círculos académicos y le cerraron las puertas en todos los lugares en los que solicitó una plaza de profesor. Mamá dijo que papá fue de aquí para allá y que se las apañó como pudo antes de conseguir la plaza en Atticus. Por supuesto, durante esos años escribió los libros que tanto renombre le dieron en la comunidad académica. Ahora que lo pienso, creo que mi padre estaba tan resentido por el hecho de que le hubieran impedido enseñar en las mejores universidades, que si alguna de ellas le hubiera llamado se habría quedado en Atticus. Era una persona muy leal y Atticus le había dado una oportunidad.

–¿Sabes cómo se las arreglaron tus padres durante esos años de vacas flacas? – preguntó King-. ¿Tu madre trabajaba?

–Un poco aquí y allá, pero nada fijo. Ayudaba a mi padre a escribir los libros, investigaba y esas cosas. No sé muy bien cómo salieron adelante. – Se frotó los ojos-. ¿Por qué, qué intentas deducir?

–Sólo me preguntaba quiénes eran esos abogados que representaron a tu padre. ¿Tu padre venía de buena familia? – preguntó King.

Kate parecía perpleja.

–No, mi padre se crió en una granja lechera, en Wisconsin, y mi madre era de Florida. Los dos procedían de familias bastante humildes.

–Pues entonces aún resulta más desconcertante. ¿Por qué acudieron al rescate esos abogados? Me pregunto si tus padres recibirían dinero de una fuente desconocida durante las épocas más duras.

–Supongo que es posible -replicó Kate-, pero no tengo ni idea de dónde.

Michelle miró a King.

–¿Crees que la persona que habló con Ramsey en su estudio aquella noche podría estar relacionada con el incidente de Los Ángeles?

–Míralo de este modo. Ocurre eso en Los Ángeles y detienen a Arnold Ramsey. Pero ¿y si no había sido él solo? ¿Y si alguna persona con muy buenos contactos también fuese culpable? Eso explicaría la intervención de los abogados de primera. Conozco a los abogados, no suelen trabajar gratis.

Michelle asentía.

–Eso también explicaría por qué el hombre mencionó a Regina Ramsey. Tal vez recordase los enfrentamientos del pasado contra las autoridades e incitase a Ramsey a tomar un arma y reincorporarse a la lucha.

–Por Dios, esto es demasiado -dijo Kate. Parecía estar a punto de romper a llorar en cualquier momento-. Mi padre era brillante. Debería haber enseñado en Harvard, Yale o Berkeley. Entonces la policía miente y su vida se va al garete. No es de extrañar que se rebelara contra las autoridades. ¿Dónde está la justicia?

–No existe -replicó King.

–Todavía recuerdo vívidamente el momento en que oí la noticia.

–Dijiste que estabas en clase de álgebra -dijo Michelle.

Kate asintió.

–Salí al pasillo y allí estaban Thornton y mi madre. Sabía que había ocurrido algo terrible.

King estaba desconcertado.

–¿Thornton Jorst estaba con tu madre? ¿Por qué?

–Fue quien se lo comunicó a mi madre. ¿No os lo contó?

–No, no nos lo dijo -respondió Michelle con firmeza.

–¿Por qué habría de saberlo antes que tu madre? – inquirió King con socarronería.

Kate le miró, perpleja.

–Ni idea. Supongo que lo vería por la tele.

–¿A qué hora vinieron a buscarte a clase? – preguntó King.

–¿A qué hora…? No lo sé. Fue hace muchos años.

–Piénsalo bien, Kate, es muy importante.

Kate permaneció en silencio durante un minuto.

–Bueno, fue por la mañana, antes del almuerzo, de eso estoy segura. A eso de las once, más o menos.

–Asesinaron a Ritter a las 10.32. Es imposible que los canales de televisión emitieran la noticia incluyendo todos los detalles, hasta la identidad del asesino, en menos de treinta minutos.

–¿Jorst también tuvo tiempo de ir a recoger a tu madre? – preguntó Michelle.

–Bueno, ella no vivía muy lejos de la universidad. Atticus queda cerca de Bowlington, a una media hora en coche. Y mi madre vivía de camino.

Michelle y King se miraron, consternados.

–No es posible, ¿no? – dijo Michelle.

–¿El qué? ¿A qué te refieres? – preguntó Kate.

King se incorporó sin mediar palabra.

–¿Adónde vais? -inquirió Kate.

–A ver al doctor Jorst -respondió King-. Creo que se ha callado muchas cosas.

–Pues si no os dijo que fue a verme a la universidad ese día, es posible que tampoco os contara lo de mi madre y él.

King le dirigió una mirada penetrante.

–¿El qué?

–Antes de suicidarse, Thornton y ella salían juntos.

–¿Salían juntos? – preguntó King-. Pero dijiste que tu madre quería a tu padre.

–Arnold había muerto hacía ya siete años. La amistad entre Thornton y mi madre había perdurado y se había convertido en otra cosa.

–¿Otra cosa? ¿Como qué? – preguntó King.

–Pues que pensaban casarse.