47

A la mañana siguiente el grupo se separó. Joan se fue al bufete de abogados de Filadelfia donde había trabajado Bruno y también a entrevistar al personal que había participado en su carrera política. Parks también se marchó, aunque no les dijo a los demás que iba a informar al equipo operativo de Washington.

Antes de que se separaran, Michelle se llevó a Joan a un lado.

–Tú formabas parte de la unidad de protección de Ritter. ¿Qué recuerdas de Scott?

–No mucho. Me habían trasladado hacía poco a su unidad. No le conocía demasiado bien. Y después del asesinato nos reasignaron a todos casi de inmediato.

–¿Hacía poco que te habían trasladado? ¿Pediste el traslado? – Observó a la mujer de forma harto significativa.

–En esta vida, la mayoría de las cosas que valen la pena no son fáciles. Tienes que ir a por ellas. – Michelle miró de forma involuntaria a King, que hablaba con Parks. Joan sonrió-. Ya veo que sigues mi lógica perfectamente. Un consejo para cuando estés por ahí haciendo de detective con Sean: tiene un olfato increíble para la investigación, pero a veces es un tanto impulsivo. Sigue sus pistas, pero cuida de él.

–No te preocupes -dijo Michelle y se dispuso a alejarse.

–Oh, y Michelle, hablaba muy en serio cuando insinué que a los tipos que buscamos no les importa si vives o mueres. Así que mientras le cubres las espaldas a Sean, no te olvides de cubrirte las tuyas. No me gustaría que te pasara nada. Ya veo que a Sean le gusta tu compañía.

Michelle se volvió.

–Bueno, algunas tenemos suerte, ¿no?

Mientras Joan se marchaba en el coche, llamó al personal de su oficina.

–Necesito toda la información posible sobre Robert C. Scott, incluido su paradero actual, ex agente del Servicio Secreto y jefe de la unidad de protección de Clyde Ritter en 1996, y también sobre un hombre llamado Doug Denby, que era el jefe de organización de Ritter. Y lo necesito ya.

King y Maxwell fueron en coche a Richmond a ver a Kate Ramsey, que había regresado a la Virginia Commonwealth University y aceptado reunirse con ellos. El Centro de Asuntos Públicos estaba en Franklin Street, en el corazón del campus universitario, situado en el centro de la ciudad. El Centro se encontraba en un edificio de piedra rojiza renovado con mucho gusto. La calle estaba llena de casas como aquélla, que representaban la vieja riqueza de una época ya pasada para la capital de Virginia.

Kate Ramsey se citó con ellos en la recepción y los condujo a un despacho privado repleto de libros y papeles, pósteres relativos a varias protestas y otras actividades, así como carteles musicales y material deportivo variado acorde con una joven estudiante.

Al ver el desorden, King le susurró a Michelle que debía de sentirse como en casa y se llevó un codazo en las costillas.

Kate Ramsey era de mediana estatura y tenía una complexión atlética, con los músculos marcados y fibrosos. Los cuatro pares distintos de zapatillas para correr en la esquina del despacho confirmaron esa observación. Llevaba el pelo rubio recogido en una cola de caballo. Vestía la ropa típica de los universitarios: vaqueros descoloridos, zapatillas de deporte y una camiseta de manga corta de Abercrombie Fitch. Se la veía muy desenvuelta a pesar de su juventud y los miró a los dos con una expresión muy franca cuando se sentó junto al escritorio.

–Bueno, Thornton ya me ha llamado, así que os podéis ahorrar el rollo sobre el documental de asesinatos políticos.

–Bueno, no nos salió demasiado bien -dijo Michelle-. Y decir la verdad es mucho más sencillo, ¿no? – afirmó sin rodeos.

Kate dirigió la mirada a King, que la miró con cierto nerviosismo. Al fin y al cabo, él había matado al padre de la joven. ¿Qué se suponía que tenía que decir? «¿Lo siento?»

–Has envejecido bastante bien -dijo la joven-. Parece que la vida te ha sonreído.

–No últimamente. Por eso estamos aquí, Kate. Puedo llamarte Kate, ¿verdad?

La joven se recostó en el asiento.

–Es mi nombre, Sean.

–Soy consciente de que esta situación resulta increíblemente incómoda.

–Mi padre eligió lo que quiso -le interrumpió-. Mató al hombre que tú protegías. Tú sí que no tuviste elección. – Hizo una pausa y exhaló un largo suspiro-. Han pasado ocho años. No te mentiré, no voy a decirte que en aquel momento no te odiara. Era una chica de catorce años y me quitaste a mi padre.

–Pero ahora…-terció Michelle.

Kate siguió mirando a King.

–Ahora ya soy mayor y tengo las cosas mucho más claras. Hiciste lo que tenías que hacer. Y yo también.

–Supongo que en ese asunto tampoco tenías mucho donde elegir -comentó King.

Se inclinó hacia delante y empezó a mover los objetos que tenía encima de la mesa. King observó que colocaba las cosas -un lápiz, una regla y otros artículos- en ángulos de noventa grados y luego volvía a empezar. No paraba de mover las manos, aunque tuviera la mirada clavada en King y en Michelle.

–Thornton dijo que había pruebas nuevas que apuntaban a que mi padre no actuó solo. ¿Cuáles son esas pruebas?

–No podemos decírtelo-declaró Michelle.

–Oh, fantástico. No me lo podéis decir pero pretendéis que yo hable con vosotros.

–Si hubo alguien más implicado aquel día, Kate, es importante que sepamos de quién se trata -manifestó King-. Creo que a ti también te gustaría saberlo.

–¿Por qué? Eso no cambiará los hechos. Mi padre disparó a Clyde Ritter. Había cien testigos.

–Es cierto -dijo Michelle- pero ahora creemos que hay algo más.

Kate se reclinó en la silla.

–¿Qué queréis de mí exactamente?

–Todo lo que puedas contarnos sobre los acontecimientos que desembocaron en el asesinato de Clyde Ritter a manos de tu padre -dijo Michelle.

–Pues no se presentó un día y anunció que iba a convertirse en asesino, si es eso lo que imaginas. Por entonces yo era poco más que una niña, pero habría llamado a alguien si hubiera sido así.

–¿Seguro? – preguntó King.

–¿Se puede saber qué significa eso?

King se encogió de hombros.

–Era tu padre. El doctor Jorst dijo que le querías. A lo mejor no habrías llamado a nadie.

–A lo mejor no -replicó Kate con toda tranquilidad antes de empezar a mover el lápiz y la regla otra vez.

–Bueno, supongamos que no anunció sus intenciones, ¿y otra cosa? ¿Tu padre dijo algo que te pareciera sospechoso o fuera de lo normal?

–Mi padre tenía el barniz de un profesor universitario brillante, pero bajo esa capa estaba el radical sin reformar que seguía viviendo en los años sesenta.

–¿A qué te refieres exactamente?

–Pues que era propenso a decir cosas escandalosas que podían resultar sospechosas.

–Bueno, pasemos a algo más tangible. ¿Alguna idea de dónde sacó la pistola que utilizó para disparar a Ritter? Nunca se llegó a saber.

–Me preguntaron todo esto hace años. Entonces no lo sabía y ahora tampoco.

–Muy bien -dijo Michelle-. ¿Recuerdas si hubo alguien que os visitara con frecuencia las semanas anteriores al asesinato de Ritter? ¿Alguien que no conocieras?

–Arnold tenía pocos amigos.

King ladeó la cabeza hacia ella.

–¿Ahora le llamas Arnold?

–Creo que tengo derecho a llamarle como me dé la gana.

–Así que tenía pocos amigos. ¿Algún asesino en potencia merodeando por ahí? – preguntó Michelle.

–Es difícil de decir, puesto que yo no sabía que Arnold lo fuera. Los asesinos no suelen anunciar sus intenciones, ¿no?

–A veces, sí -respondió King-. El doctor Jorst dijo que tu padre se dedicaba a despotricar contra Clyde Ritter y a decir que estaba destruyendo el país. ¿Lo hizo alguna vez estando tú delante?

A modo de respuesta, Kate se levantó y se acercó a la ventana que daba a Franklin Street, por donde circulaban coches y bicicletas y los estudiantes se sentaban en las escaleras del edificio.

–¿Qué importa ahora todo eso? ¡Un asesino, dos, tres, cien! ¿A quién le importa? – Se volvió y los miró fijamente con los brazos cruzados sobre el pecho en actitud obstinada.

–A lo mejor tienes razón -dijo King-. Pero también podría explicar por qué tu padre hizo lo que hizo.

–Hizo lo que hizo porque odiaba a Clyde Ritter y todo lo que representaba -dijo con vehemencia-. Nunca llegó a perder el impulso de sacudir el establishment.

Michelle observó algunos de los carteles políticos que decoraban las paredes.

–El profesor Jorst nos dijo que sigues los pasos de tu padre con respeto a lo de «sacudir el establishment».

–Muchas de las acciones que emprendió mi padre eran buenas y encomiables. ¿Y qué persona en su sano juicio no detestaría a un hombre como Clyde Ritter?

–Desgraciadamente, te sorprenderías -afirmó King.

–Leí todos los informes y artículos que aparecieron a partir de aquel momento. Me sorprende que nadie rodara un telefilme sobre el tema. Supongo que no era lo suficientemente importante.

–Un hombre puede odiar a alguien y no matarlo -apuntó King-. A decir de todos, tu padre era un hombre apasionado que creía firmemente en ciertas causas, sin embargo nunca antes había cometido actos violentos. – Al oír eso, Kate Ramsey tembló ligeramente. King se dio cuenta pero continuó desarrollando su idea-. Incluso durante la guerra del Vietnam, cuando era joven y airado y podría haber agarrado un arma y matado a alguien, Arnold Ramsey decidió no hacerlo. Así que dados esos antecedentes, tu padre, profesor titular de mediana edad con una hija a la que amaba, bien podría haber tomado la decisión de no actuar de forma violenta para mostrar su odio hacia Ritter. Pero quizá sí decidiera hacerlo, si había otros factores.

–¿Como qué? –preguntó Kate con acritud.

–Como otra persona, alguien a quien respetara, que le pidiera que lo hiciera. Que le pidiera que participara en el asesinato de Ritter, de hecho.

–Eso es imposible. Mi padre fue el único que disparó a Ritter.

–¿Y si la otra persona se echó atrás y no disparó?

Kate se sentó a la mesa y volvió a ponerse a jugar con dedos hábiles a los juegos de geometría con el lápiz y la regla.

–¿Tenéis pruebas de eso? – preguntó sin alzar la vista.

–¿Y si las tuviéramos? ¿Te refrescarían la memoria? ¿Te acuerdas de alguien?

Kate empezó a decir algo pero se calló y negó con la cabeza.

King vio una foto en la estantería, se acercó y la tomó. Era de Regina Ramsey y Kate. Debía de ser una foto más reciente de la que habían visto en el despacho de Jorst, puesto que Kate aparentaba diecinueve o veinte años. Regina seguía siendo una mujer hermosa, pero había algo en su mirada, cierto hastío, que probablemente reflejara las circunstancias trágicas de su vida.

–Supongo que echas de menos a tu madre.

–Por supuesto que sí. ¿Qué tipo de pregunta es ésa? – Kate extendió la mano y le quitó la foto para colocarla de nuevo en la estantería.

–¿Ya estaban separados cuando él murió?

–Sí, ¿y qué? Hay muchos matrimonios que se separan.

–¿Alguna idea de por qué se separaron tus padres? –inquirió Michelle.

–Quizá se habían distanciado. Mi padre estaba próximo al socialismo. Mi madre era republicana. Tal vez fuera eso.

–Pero eso no era nada nuevo, ¿no? –intervino King.

–¿Quién sabe? No hablaban mucho del tema. En su juventud, se supone que mi madre era una especie de actriz fabulosa con un futuro brillante. Dejó ése sueño para casarse con mi padre y ayudarle en su carrera. A lo mejor acabó arrepintiéndose de esa decisión. Tal vez pensara que había desperdiciado su vida. La verdad es que no lo sé y, a estas alturas, ya no me importa.

–Bueno, supongo que estaba deprimida por la muerte de Arnold. Tal vez se suicidara por eso.

–Pues si ése fue el motivo, esperó unos cuantos años para decidirse.

–¿Entonces crees que fue por otra razón? –preguntó King.

–¡La verdad es que no lo he pensado demasiado! ¿Entendido?

–No me lo creo. Seguro que piensas en eso muchas veces, Kate.

Se llevó una mano a los ojos.

–La entrevista se ha acabado. ¡Fuera de aquí!

Mientras bajaban por Franklin Street hacia el todoterreno de Michelle, King dijo:

–Sabe algo.

–Sí, no hay duda -convino Michelle-. La cuestión está en cómo sonsacárselo.

–Es bastante madura para su edad. Pero también tiene algo guardado en esa cabecita.

–Me pregunto hasta qué punto están unidos Jorst y Kate… Él la avisó de nuestras intenciones rápidamente.

–Yo también me lo preguntaba, y no estoy pensando en una relación amorosa.

–¿Algo más parecido a un padre adoptivo? –sugirió ella.

–Quizás. Y los padres son capaces de mucho por proteger a sus hijas.

–Entonces, ¿qué sabemos? -inquirió Michelle.

–Está claro que hemos dejado a Kate Ramsey alterada. Veamos adonde nos conduce.