Dispusieron los cables con la longitud precisa y luego los conectaron a los explosivos, todos ellos ubicados en puntos de carga. Trabajaban lenta y metódicamente porque en aquel momento los errores no tenían cabida.
–Los detonadores inalámbricos son mucho más fáciles de manejar -dijo el «agente Simmons» al otro hombre-. Y no tendríamos que cargar todo este dichoso cable.
El hombre del Buick dejó de hacer lo que tenía entre manos y se volvió para mirarlo. Ambos llevaban linternas alimentadas por baterías sujetas a cascos de plástico, dado que la oscuridad era tan absoluta que era perfectamente concebible que se encontraran bajo tierra, donde nunca llega la luz solar.
–E igual que los teléfonos móviles con respecto a las líneas fijas, son poco fiables, sobre todo porque las señales tendrían que atravesar miles de toneladas de hormigón. Haz lo que te digo.
–Sólo estaba dando una opinión -dijo Simmons.
–No necesito más opiniones, sobre todo tuyas. Ya has causado suficientes problemas. Pensaba que eras un profesional.
–Soy un profesional.
–¡Pues a ver si te comportas como tal! Ya estoy harto de los aficionados que no siguen mis instrucciones.
–Bueno, Mildred Martin ya no volverá a correr. Tú te encargaste de ello.
–Sí, y que te sirva de lección.
El generador portátil de gran potencia estaba situado en el rincón y el hombre del Buick empezó a inspeccionar los mandos, los cables y los depósitos de combustible.
–¿Estás seguro de que nos dará toda la potencia que necesitamos? – preguntó Simmons-. Me refiero a todo lo que está planeado. Eso consume un montón.
El hombre del Buick no se molestó siquiera en mirarlo.
–Más que suficiente. Yo sé exactamente lo que estoy haciendo, no como tú. – Señaló con una llave inglesa una bobina grande de cable eléctrico-. Asegúrate de que los cables están bien tendidos, a todas las ubicaciones que te indiqué.
–Y, por supuesto, volverás a verificar mi trabajo.
–Por supuesto -repuso de forma lacónica.
Simmons observó el complejo panel de control situado en el extremo más alejado de la sala.
–Está muy bien. De lo mejorcito, de hecho.
–Conéctalo como te he dicho -ordenó el hombre del Buick en tono cortante.
–¿Qué es una fiesta sin luces y sonido? ¿No?
Empezaron a traer las cajas pesadas en carretillas, vaciaron esos contenedores y apilaron cuidadosamente el contenido en otro rincón del espacio cavernoso.
El hombre joven miró uno de los objetos de las cajas.
–Con esto hiciste un buen trabajo.
–Tenían que ser lo más precisos posible. No me gustan las imprecisiones.
–Ya, como si no lo supiera.
Mientras levantaba un contenedor, Simmons hizo una mueca y se llevó la mano al costado.
El hombre del Buick se dio cuenta de ello.
–Eso te pasa por intentar estrangular a Maxwell en vez de limitarte a dispararle -dijo-. ¿No se te pasó por la cabeza que una agente del Servicio Secreto fuera armada?
–Me gusta que mis víctimas sepan de mi presencia. Es mi estilo.
–Mientras trabajes para mí, deja tus métodos y utiliza los míos. Tuviste suerte de que la bala sólo te rozara.
–Supongo que me habrías dejado morir si la bala me hubiera causado una herida grave, ¿no?
–No. Te habría disparado y habría acabado con tu sufrimiento.
Simmons se quedó mirando a su compañero un buen rato.
–No lo dudo.
–No lo dudes.
–Bueno, devolvimos la pistola, eso es lo importante.
El hombre del Buick dejó de trabajar y lo miró a los ojos.
–Maxwell te da miedo, ¿verdad?
–No le tengo miedo a ningún hombre, y mucho menos a una mujer.
–Estuvo a punto de matarte. De hecho, te libraste por pura suerte.
–La próxima vez no fallaré.
–Más te vale. Porque si fallas, yo no te echaré de menos.