Joan y King estaban alojados en un hotel de Washington cuando Joan recibió la noticia del asesinato de Mildred Martin. Llamó a la habitación de King y se lo contó.
–Maldita sea -exclamó-. Nos hemos quedado sin otro testigo potencial.
–Y ya sabes lo que significa eso, Sean.
–Sí, Loretta Baldwin y Mildred Martin murieron a manos de la misma persona. – Entonces añadió con sarcasmo-: A no ser que te creas que dos asesinos distintos matarían a sus víctimas exactamente igual.
–O sea que está confirmado. Mentía. Ella fue quien llamó a Bruno. Envenenó a su esposo y se inventó lo de Lizzie Borden. Entonces, ¿por qué matarla?
Ninguno de los dos sabía la respuesta a la pregunta.
A última hora de la mañana se marcharon y regresaron en coche a Wrightsburg. Habían convenido de antemano reunirse con Parks y Michelle en casa de King para almorzar.
Michelle y Parks trajeron comida china y se reunieron en la terraza trasera para comer y hablar del caso.
–Me he imaginado que tendríais hambre después de hacer de detectives -dijo Parks mientras se introducía un pedazo de pollo agridulce en la boca-. Me han dicho los del FBI que habéis agotado todos los puntos del programa de viajeros frecuentes con lo de Bruno.
–Muchos puntos y pocos resultados -respondió King.
Joan dedicó unos minutos a ponerles al corriente sobre sus investigaciones y entrevistas con Mildred Martin y Catherine Bruno, aparte de la «no entrevista» con Sidney Morse.
–Parece que Peter Morse hizo su agosto -afirmó Michelle-. Me pregunto dónde estará…
–Yo no apostaría por Ohio -dijo King-. Me inclino más por una pequeña isla bajo el sol.
–Suena de maravilla -intervino Joan-. Me encantaría probarlo.
Parks miró unas notas.
–Veamos -dijo-, Michelle me ha informado de vuestra charla con el colega de Ramsey en Atticus College, ¿Horst, no?
–Jorst -le corrigió Michelle.
–Eso. Y no parece que aclarara demasiado la situación, ¿no?
–Es evidente que Ramsey tenía un problema con Clyde Ritter -declaró King.
–¿Sólo político -preguntó Parks-, o había algo más?
King se encogió de hombros.
–Ramsey se manifestó contra la guerra del Vietnam, era un radical intransigente educado en Berkeley, al menos en su juventud. Ritter había sido predicador televisivo y tan conservador como Ramsey liberal. Cielos, si Ritter hubiera tenido un arma, ¡probablemente habría matado él a Ramsey!
–Creo que Thornton Jorst se merece otro repaso -dijo Michelle-. Todo lo que nos contó tiene sentido, demasiado sentido, como si nos hubiera dicho justo lo que pensaba que queríamos oír. Y había algo en su comportamiento que no acababa de encajar.
–Una teoría interesante -opinó Joan y le dio un sorbo al té.
–Y vamos a investigar a Kate Ramsey en cuanto vuelva a Richmond -añadió Michelle.
–¿Qué ha pasado con tu vuelta al Servicio? – preguntó King.
–Se ha convertido en unas vacaciones.
–Vaya, no recuerdo que el Servicio fuera tan complaciente -dijo Joan.
–Parece que el buen marshal aquí presente ha tenido algo que ver.
Todos se quedaron mirando a Parks, que adoptó una expresión de incomodidad. Dejó los palillos y tomó un sorbo de vino.
–Está bueno.
–Debería estarlo -dijo King.
–¿Es caro?
–El precio muchas veces no tiene que ver con la calidad del vino. Esta botella debe de valer unos veinticinco dólares, pero no te será fácil encontrar un burdeos que fuera mejor aunque cueste el triple.
–Tienes que enseñarme de vinos, Sean, estoy impresionada -dijo Joan antes de quedarse mirando a Parks-. Entonces, Jefferson, hablando del rescate de la agente Maxwell que tú has tramado, ¿a qué debemos tamaño gesto de magnanimidad?
Parks carraspeó.
–Bueno, os lo explicaré. A mí no me va mucho eso de las tapaderas.
–Suena bien -dijo ella-. Soy toda oídos.
–Joan, ya basta -dijo King-. Continúa -instó a Parks.
–Han formado un equipo operativo con miembros del FBI, el Servicio Secreto y los U.S. Marshals. El objetivo es esclarecer qué coño pasa con la desaparición de Bruno, el asesinato de Howard Jennings, Susan Whitehead, Loretta Baldwin y, por último, Mildred Martin. Sabemos que la misma persona o personas mataron a Baldwin y a Martin.
–Cierto, es de una lógica aplastante. Baldwin va con Ritter y Martin va con Bruno. Por tanto, si las muertes de Baldwin y de Martin guardan alguna relación, entonces Ritter y Bruno también están relacionados.
–Quizá -dijo Parks con cautela-. Ahora mismo no voy a sacar conclusiones precipitadas.
King salió un momento. Cuando volvió, le tendió a Parks un trozo de papel. Era la copia del mensaje que había encontrado clavado en el cuerpo de Susan Whitehead. King lanzó una mirada a Joan, que se estremeció e inmediatamente se levantó y se dispuso a leer la nota por encima del hombro de Parks.
Parks terminó y alzó la mirada.
–He oído hablar de esta nota a los del FBI. ¿Tú qué opinas?
–Que quizás esté en el centro de todo esto por algún motivo.
–¿Pisando un puesto y dando apoyo? – inquirió Parks.
–La jerga del Servicio Secreto -dijo Michelle.
–A mí me parece una nota vengativa -concluyó Parks.
–Y está relacionada con el asesinato de Ritter -afirmó Joan.
–Ramsey mató a su objetivo. Y Sean mató a Arnold Ramsey -dijo Parks-. Así que ¿quién queda para vengarse? – añadió con recelo.
–Ten en cuenta el arma del patio de Loretta -dijo King-. A lo mejor allí había dos asesinos aquel día. Yo maté a uno y el otro escapó, hasta que Loretta empezó a chantajearlo. Si no me equivoco leyendo la buenaventura en los posos del té, el tipo ha entrado en escena y Loretta pagó el precio más caro posible por su plan. Igual que Mildred Martin cuando se metió en el tema de Bruno.
Parks negó con la cabeza.
–¿Entonces ese tipo va a por ti? ¿Por qué ahora? ¿Y por qué implicar a Bruno y a los Martin? Eso es tomarse muchas molestias. No té lo tomes a mal pero si este psicópata quisiera vengarse te habría matado la otra noche cuando a Michelle casi le rompen el cuello.
–No creo que quisieran que Sean muriera aquella noche -manifestó Joan. Miró a Michelle-. Está claro que no sentían lo mismo por ti.
Michelle se llevó una mano al cuello.
–Es un consuelo.
–No tengo la costumbre de consolar a la gente -dijo Joan-. Normalmente es una pérdida de tiempo.
Parks se recostó en el asiento.
–Bueno, imaginemos que Bruno y Ritter están relacionados de algún modo. Eso explica la muerte de los Martin y de Loretta Baldwin. Y a Susan Whitehead quizá sólo la mataron porque el asesino la vio conmigo, quizá la mañana que descubrí el cadáver de Jennings. Quería dejarme esa nota y decidió incluir un cadáver para que quedara clara su macabra intención.
–Me lo creería si Jennings no fuera más que un vecino. Pero era un WITSEC.
–Vale ¿y qué me dices de esto? – propuso King-. Jennings va a mi despacho esa noche por algún motivo, para adelantar algo de trabajo, y se tropieza con ese maníaco que está registrando el despacho. Y se lo cargan por molestar.
Parks se frotó la barbilla porque no estaba demasiado convencido mientras Joan asentía pensativa.
–Es verosímil -dijo ella-. Pero volvamos al enfoque de la venganza. Venganza contra Sean, ¿por qué? ¿Por permitir que Ritter muriera?
–¿Podría ser que nuestro asesino fuera algún loco del partido político de Ritter? – sugirió Michelle.
–En ese caso se ha guardado el rencor durante mucho tiempo -declaró King.
–Piensa, Sean, debe de haber alguien -le instó Joan.
–En realidad no conocía demasiado a la gente de Ritter. Sólo a Sidney Morse, Doug Denby y tal vez a un par más.
–Morse está internado -dijo Joan-. Lo vimos con nuestros propios ojos. Recoge pelotas de tenis, no podría ser el cerebro de un plan como éste.
–Y además -dijo King-, si la persona que buscamos es el mismo tipo que escondió la pistola en el cuartillo y luego fue chantajeado por Loretta y la mató, esa persona no podría ser alguien que apoyara la candidatura de Ritter.
–¿Quieres decir que habría sido como matar a su gallina de los huevos de oro? – preguntó Parks.
–Tal cual. Por eso podemos descartar a Sidney Morse aunque no fuera un vegetal, y a Doug Denby también. No tendrían ningún motivo.
De repente, Michelle se entusiasmó.
–¿Y Bob Scott, el jefe de la unidad de protección?
–Pero eso tampoco tiene mucho sentido -objetó King-. Bob Scott no tenía por qué ocultar un arma. Nadie le habría registrado. Y si le hubieran registrado, lo raro habría sido que no fuera armado.
Michelle negó con la cabeza.
–No, me refiero a que su carrera, igual que la tuya, se fue al garete cuando Ritter murió. Podría ser un motivo de venganza. ¿Alguien sabe dónde está?
–Podemos averiguarlo -dijo Joan.
King frunció el ceño.
–Pero eso no explica la pistola que encontré y por qué mataron a Loretta. La mataron porque estaba chantajeando a alguien. Y ese alguien no podía ser Bobby Scott porque no tenía ningún motivo para ocultar un arma.
–Vale, Scott quedaría descartado. Pero volvamos a Denby. ¿Quién era? – dijo Parks.
–El jefe de organización de Clyde Ritter.
–¿Alguna idea de dónde está ahora? – inquirió Parks.
–No -respondió Joan. Miró a King-. ¿Y tú?
–No he visto a Denby desde que Ritter murió. La verdad es que se lo tragó la tierra. Ningún partido importante iba a contratarlo. Me imagino que se convirtió en una especie de paria después de asociarse con Ritter.
–Sé que parece bastante improbable dadas sus ideologías respectivas, pero ¿es posible que Denby y Arnold Ramsey se conocieran? – se preguntó Michelle.
–Bueno, es algo que podríamos comprobar -manifestó Parks.
–Nuestra lista de sospechosos está creciendo de manera exponencial -comentó Joan-. Y ni siquiera estamos seguros de si estas distintas líneas de investigación están siquiera relacionadas.
King asintió.
–Hay muchas posibilidades. Si queremos resolver este enigma tenemos que colaborar. Creo poder hablar en nombre del marshal y de Michelle, pero ¿estás con nosotros? – preguntó a Joan.
Ella sonrió con recato.
–Por supuesto. Siempre y cuando todos comprendan claramente que mi participación es un encargo pagado.