Cuando Michelle se presentó en la oficina de campo del Servicio Secreto en Washington, le dijeron que se pasaría el mes siguiente encadenada a un escritorio.
–Me deben un par de semanas de vacaciones. Quiero tomármelas ahora, por favor -le dijo a su superior. Él negó con la cabeza-. ¿Por qué? – protestó Michelle-. Me da la impresión de que no voy a tener nada que hacer en el despacho.
–Lo siento, Mick, son órdenes de arriba.
–¿Walter Bishop?
–Lo siento, no puedo decírtelo.
Se fue directa al despacho de Bishop para hacerle frente. ¿Qué podía perder?
Sus primeras palabras no fueron demasiado alentadoras.
–¡Lárgate!-le gritó.
–Dos semanas de vacaciones, Walter. Me las deben y las quiero.
–Ni hablar. Te quiero aquí para tenerte vigilada.
–No soy una niña. No necesito que me vigilen.
–Considérate afortunada. Y un consejo: aléjate de Sean King.
–Vaya, ¿ahora vas a escoger tú a mis amistades?
–¿Amistades? Los que se relacionan con él mueren como moscas. Han estado a punto de matarte.
–¡Y a él también!
–¿Ah, sí? No es eso lo que me han dicho. A él le dieron un golpe en la cabeza. A ti casi te retuercen el pescuezo.
–Estás muy equivocado, Walter.
–¿Sabes? Cuando asesinaron a Ritter se rumoreó que habían untado a King para que mirara hacia otro lado.
–Y para que luego matara al asesino. ¿Cómo se come eso?
–Vete a saber. Pero lo cierto es que ya has visto la vida que lleva ahora. Vive en una casa grande y gana un montón de dinero.
–Oh, sí. Qué plan tan magnífico el suyo para arruinarse la vida.
–A lo mejor fastidió a alguien. Alguien con quien hizo un trato hace ocho años y ahora esa personaje exige el pago.
–Es una locura.
–¿Ah, sí? Me parece que has dejado que la cabeza se te enturbie por un tipo guapo al que le pasan un montón de cosas malas. Empieza a pensar como una profesional y a lo mejor se te aclara la vista. Mientras tanto, lo único que sé es que te va a doler el culo de estar sentada.
Sonó el teléfono y Bishop descolgó el auricular.
–¿Sí? ¿Qué? ¿Quién…? – Bishop se sonrojó sobremanera. Colgó el teléfono enfadado y ni siquiera miró a Michelle-. Vete de vacaciones -dijo con voz queda.
–¿Qué? No lo entiendo.
–Que te unas al club. Y puedes recoger las credenciales y el arma al salir. ¡Y ahora lárgate de mi despacho!
Michelle se marchó rápidamente antes de que los de arriba cambiaran de opinión.
En el mismo edificio del que una sorprendida Michelle salía con la pistola y la placa, varios hombres con expresión adusta estaban reunidos en una sala. En conjunto representaban al Servicio Secreto, el FBI y los U.S. Marshals. El hombre que presidía la mesa estaba colgando el teléfono.
–Bueno, Maxwell está oficialmente de vacaciones.
–¿Le dejan hacer lo que quiera para que así cave su propia tumba? – preguntó un hombre del FBI.
–Tal vez sí, tal vez no. – Miró hacia el otro extremo de la mesa-. ¿Tú qué opinas?
Jefferson Parks dejó el refresco que estaba tomando y reflexionó sobre la pregunta.
–Bueno, veamos lo que tenemos. Loretta Baldwin quizás esté relacionada con el asesinato de Clyde Ritter. Según la declaración de King a la policía, la pistola que encontró en su patio podría pertenecer a alguien que la escondió en el cuartillo de suministros del Fairmount y a quien Loretta descubrió. La mujer chantajeaba a esa persona y al final la mató.
El hombre que presidía la mesa era el director del Servicio Secreto y esa teoría no parecía convencerle.
–Eso podría significar que Arnold Ramsey no actuó solo en el asesinato de Ritter.
–¿Y si Sean King fue quien mató a Loretta? – sugirió el agente del FBI-. Quizás ella lo estuviera chantajeando. Él descubre quién es a través de Maxwell y se la carga. Desentierra la pistola y la pierde en el momento adecuado.
Parks negó con la cabeza.
–King tiene una coartada para el momento en que mataron a Loretta. ¿Y por qué iba a tener que esconder una pistola en el cuarto de la limpieza? Mató a Arnold Ramsey. Y cuando le dejaron sin arma, igual que a Maxwell, resultó herido. A Maxwell casi la matan. Y a King se le ha complicado la vida bastante con todo esto.
–¿Entonces crees que es inocente?
Parks se enderezó en el asiento. Había perdido su actitud relajada y campechana y habló con sequedad.
–No, no exactamente. Llevo el tiempo suficiente en este trabajo como para saber cuándo alguien no es sincero. Oculta algo, pero no sé qué. Tengo una teoría. A lo mejor estaba implicado de algún modo en el asesinato de Ritter y se encargó de no dejar rastro matando a Ramsey.
En ese momento el director negó con la cabeza.
–¿Qué sentido tiene eso? ¿Qué podía ofrecer Ramsey como pago? Era profesor en una universidad de segunda. Y doy por supuesto que King no se habría vuelto traidor a cambio de nada o por algún principio político.
–Bueno, en realidad no conocemos las ideas políticas de King, ¿no? Y todos vosotros habéis visto el vídeo del hotel. Ni siquiera estaba mirando a Ritter.
–Dijo que se desconcentró.
Parks no parecía muy convencido.
–Eso es lo que él dice. Pero ¿y si le distrajeron a propósito?
–Si ése fuera el caso, nos lo habría dicho.
–No, si estuviera encubriendo a alguien, y no si estuvo implicado desde el comienzo. Y si hablamos de pagos, vale, ¿cuántos enemigos creéis que tenía Clyde Ritter? ¿A cuánta gente poderosa de otros partidos le habría encantado verlo apartado de la carrera? ¿Creéis que no habrían pagado unos cuantos millones para que King mirara hacia otro lado? Se lleva las culpas durante un tiempo por estar «distraído» y luego se larga con sus millones y se dedica a la buena vida.
–Vale, pero ¿dónde están todos esos millones?
–Vive en una casa grande, conduce un buen coche, lleva una vida cómoda y agradable -replicó Parks.
–Ganó una demanda por difamación -afirmó el director-. Y se llevó una buena tajada. Y la verdad es que no le culpo, porque hay que ver toda la mierda que dijeron sobre él. Y no es que fuera un inútil. Había conseguido prácticamente todas las condecoraciones que concede el Servicio Secreto. Resultó herido un par de veces en la línea de fuego.
–Sí, era buen agente. A veces los buenos agentes se convierten en malos. Pero, con respecto a lo del dinero, mezcla el dinero del juicio con el que le pagaron y ¿quién va a notar la diferencia? ¿Habéis auditado su situación financiera?
El director se recostó en el asiento sin parecer muy convencido.
–¿Y cómo encaja todo esto con el secuestro de Bruno? – preguntó el agente del FBI-. ¿No decís que está relacionado?
–Bueno, ya puestos -terció Parks-, ¿cómo encaja esto con mi hombre, Howard Jennings?
–No compliquemos más las cosas, quizá no haya ninguna relación -declaró el agente del FBI-. Quizá tengamos tres casos separados: Ritter, Bruno y el asesinato de tu WITSEC.
–Lo único que sé es que King y Maxwell aparecen en medio de los tres -dijo él director-. Miradlo bajo esta óptica: hace ocho años o King la cagó o se volvió traidor y perdimos a un candidato presidencial. Ahora Maxwell la caga y se produce exactamente el mismo resultado.
–No exactamente -señaló Parks-. A Ritter lo mataron en el sitio y a Bruno lo secuestraron.
El director se inclinó hacia delante en la silla.
–Bueno, el objetivo de este equipo operativo que se ha formado a toda prisa es entender este galimatías lo antes posible y esperar y rezar para que no se convierta en un escándalo enorme. Y tú, Parks, realmente estás metido en esto igual que ellos, así que sigue haciendo lo que estás haciendo.
–La otra variable es Joan Dillinger -apuntó Parks-. No sé cómo interpretar a esta mujer.
El director sonrió.
–No eres el primero en decirlo.
–No, es que es más que eso. Hace poco tuve una conversación con ella y me dijo cosas raras. Como que estaba en deuda con Sean King. Pero no me dijo por qué. Pero hizo todo lo posible por convencerme de que él era inocente.
–Bueno, no es tan raro: eran colegas.
–Sí, y a lo mejor algo más. Y los dos estaban en la unidad de protección de Clyde Ritter, ¿no? – dijo Parks, dejando la pregunta en el aire.
El director tenía el ceño completamente fruncido.
–Joan Dillinger es una de las mejores agentes que hemos tenido.
–Cierto, y ahora trabaja en una empresa privada de las grandes. Y está investigando el secuestro de John Bruno y, si lo encuentra, estoy seguro de que la señora se lleva una buena tajada. Y me he enterado de que le ha pedido a King que la ayude en la investigación, y dudo que él lo haga por amor al arte. – Hizo una pausa antes de añadir-: Por supuesto, es fácil encontrar a alguien si ya sabes dónde está.
–Insinúas -preguntó el director con dureza- que dos ex agentes del Servicio Secreto secuestraron a un candidato presidencial y ahora esperan cobrar una fortuna para recuperarlo?
–Ni más ni menos -respondió Parks sin rodeos-. Supongo que no estoy aquí para doraros la píldora y deciros lo que queréis oír. Eso no se me da bien. Puedo enviaros a otro marshal que sí lo haga.
–¿Y crees que King mató a Howard Jennings? – preguntó el director enfadado.
–La verdad es que no lo sé. Lo que sí sé es que su pistola coincidía y que estaba en las inmediaciones sin coartada.
–Una estupidez para un hombre que planea un asesinato.
–O muy listo porque quizás un juez y el jurado opinen lo mismo y consideren que le tendieron una trampa.
–¿Y el móvil para matar a Jennings?
–Bueno, si King y Dillinger planearon secuestrar a Bruno, y Jennings se enteró del plan mientras trabajaba para King, creo que eso podría ser motivo de asesinato.
Los hombres permanecieron callados durante unos minutos hasta que el director rompió el silencio con un largo suspiro.
–Bueno, ahora los tenemos a todos bajo el radar. King, Maxwell y Dillinger, un triunvirato de lo más insólito. Poneos manos a la obra y mantenednos informados.
Parks recorrió a los hombres con una mirada.
–Muy bien, pero no esperes resultados inmediatos. Y no esperes sólo los resultados que te convengan.
–Ahora mismo -respondió el director-, creo que estamos esperando a que caiga algo del cielo. – Mientras Parks se volvía para marcharse, el director añadió-: Marshal, cuando ese algo caiga del cielo, según lo que sea, asegúrate de no estar debajo.
En el aparcamiento, Parks vio a la mujer entrando en su vehículo.
–Agente Maxwell -dijo. Michelle bajó del coche-. Me han dicho que te tomas unas merecidas vacaciones.
Ella lo miró con expresión extrañada y luego pareció darse cuenta de algo.
–¿Has tenido algo que ver con la decisión?
–¿Adónde te diriges? ¿A Wrightsburg?
–¿Por qué quieres saberlo?
–¿Qué tal el cuello?
–Bien. Enseguida podré gritar. No has respondido a mi pregunta. ¿Me han dejado marchar por ti?
–A lo mejor, aunque me siento más como un títere que como un hombre hecho y derecho. Si vas a Wrightsburg, te agradecería que me llevaras.
–¿Por qué?
–Eres una mujer lista, me parece que sabes la respuesta.
Mientras se subían al todoterreno, Parks dijo:
–Parece que Sean King y tú os habéis hecho muy amigos.
–Me cae bien y le respeto.
–Pero casi hizo que te mataran.
–No fue precisamente culpa suya.
–Ya, supongo que no.
La forma de decirlo hizo que Michelle lo mirara con dureza, pero el agente del orden ya estaba mirando por la ventanilla.