El avión privado que Joan había contratado era como un club de lujo con alas y reactores. El interior estaba recubierto de paneles de caoba, tenía asientos de cuero, televisión, cocina completa, bar y azafata de vuelo e incluso un pequeño dormitorio. Joan había ido a dormir una siesta mientras King permanecía en su asiento, echando alguna que otra cabezadita. El avión los conducía a Washington D.C., Joan había querido repasar algunas cosas en su despacho antes de volver a partir.
Cuando el avión iniciaba las maniobras de aproximación, Joan salió como un rayo del dormitorio.
–Señora, ahora tiene que tomar asiento -le indicó la azafata.
Joan la fulminó con la mirada y siguió corriendo por el pasillo.
Llegó a donde estaba King y lo zarandeó.
–Sean, despierta. ¡Escúchame!
Ni se movió. Joan se sentó a horcajadas encima de él cara a cara y empezó a abofetearle.
–¡Despierta, maldita sea!
Al final King reaccionó, un poco aturdido. Cuando se dio cuenta de que estaba sentada encima de él, con la falda subida y las piernas abiertas, espetó:
–Joder, Joan, quítate de encima. No quiero entrar a formar parte del club de folladores de altos vuelos.
–Eres un idiota. Se trata de Mildred Martin.
Sean se enderezó en el asiento y ella se sentó al lado y se ajustó el cinturón.
–¡Qué pasa! – exclamó él.
–¿Verdad que Mildred dijo que Bruno había llamado hacía poco para contarle a Bill Martin que se presentaba a las elecciones presidenciales? ¿Y que también había hablado con él?
–Sí, ¿y qué?
–Ya oíste su voz, tan cascada. Entonces, si Bruno había oído su voz hacía poco, ¿cómo es posible que alguien lo llamara imitando la voz de la mujer, y que él se lo creyera?
King le dio una palmada al reposabrazos.
–¡Es verdad! ¿Cómo es posible imitar esa voz si no se ha fumado y bebido durante cincuenta años?
–Y si no tienes unas vegetaciones del tamaño de una pelota de golf.
–O sea que nos mintió. Fue ella la que llamó a Bruno y le dijo que fuera a verla a la funeraria.
Joan asintió.
–Y eso no es todo. He telefoneado al agente Reynolds del FBI. No fue lo que se dice muy sincero con nosotros. Desde el principio desconfiaron de la historia de Mildred. Están comprobando algo que sin duda nos revelará si está implicada en esto o no. Por ejemplo, a los Martin no les sobraba el dinero: ¿cómo podían pagar a una enfermera?
–Pues no lo sé, a lo mejor sí que podían.
–De acuerdo, quizá sí, pero en ese caso, debido a su edad tendrían derecho a una subvención parcial de Medicare.
King lo entendió enseguida.
–Entonces en Medicare tendrían constancia de ello. Pero si Mildred no presentó una solicitud para ese tipo de ayuda, si dijo que pagó a la mujer de su bolsillo…
Joan terminó de expresar el pensamiento de Sean.
–Entonces aparecerá en los movimientos de su cuenta corriente. Eso es lo que Reynolds está comprobando. Cuando le preguntó por los pagos realizados a la mujer para intentar identificarla, Mildred no supo qué contestar. No dijo nada porque no quería levantar sospechas. Ha puesto a unos agentes a vigilar la calle, lo suficientemente lejos para que ella no se dé cuenta. Reynolds no quiere que salga huyendo.
–Entonces, si todo esto es cierto, quizá sepa quién tiene a Bruno.
El teléfono de Joan sonó en cuanto el avión aterrizó.
–Sí. – Permaneció a la escucha durante un minuto, dio las gracias, colgó y se volvió hacia King con una sonrisa-. Cielos, a veces el FBI hace milagros. No hay solicitud de Medicare, ningún cheque a la enfermera y ningún reintegro en efectivo. Y aquí viene lo bueno: Bill Martin tenía un seguro de vida de medio millón de dólares. Y Mildred es la única beneficiaría. El FBI ya lo sabía, pero dado que Bill Martin era enfermo terminal y hacía años que había contratado la póliza, no consideraron que fuera un motivo legítimo para matarlo. Van a detener a Mildred. Ella fue quien llamó a Bruno, probablemente desde una cabina.
–No puedo creer que matara a su marido por dinero, parecía entregada a él.
–Sean, a pesar de lo inteligente y sutil que eres, querido, no tienes ni puta idea de lo que piensan las mujeres.