37

El ruido atronador del claxon finalmente llamó la atención de un ayudante del sheriff que pasaba por allí y que encontró a Michelle y a King, todavía inconsciente. Los llevó al hospital de la Universidad de Virginia en Charlottesville. King fue el primero en recuperarse. Había perdido sangre debido a la herida de la cabeza, pero tenía el cráneo bastante duro y no sufría ningún daño grave. Michelle tardaría más en recuperarse y la sedaron mientras le curaban las heridas. Cuando se despertó, King estaba sentado a su lado, con la cabeza vendada.

—Dios mío, qué mal aspecto tienes —dijo Michelle con voz débil.

—¿Ese es el premio que recibo después de haberme pasado horas sentado esperando a que se despertara la princesa? ¿«Dios mío, qué mal aspecto tienes»?

—Lo siento. Me alegro de verte. No estaba segura de que estuvieras vivo.

King observó las marcas que Michelle tenía en el cuello hinchado.

—Fuera quien fuera, te la hizo buena. ¿Viste a alguien?

—No. Era un hombre, eso es todo. —Añadió—: Le disparé.

—¿Cómo?

—Le disparé a través del asiento.

—¿Dónde le diste?

—En el costado, creo.

—La policía está esperando para tomarte declaración. Yo ya lo he hecho. El FBI y Parks también están aquí. Les conté todo sobre el arma que encontramos y la teoría de que Loretta estaba chantajeando a alguien.

—Me temo que no podré contarles gran cosa.

—Debían de ser al menos dos; uno para hacernos salir de la casa y el otro esperando en tu coche. Contaban con que llevaría la pistola, así se ahorraban tener que buscarla. Estaba todo preparado.

—Entonces eran tres, porque en el coche había dos personas. —Se calló y luego añadió—: Se llevaron la pistola, ¿no?

—Sí. Si lo piensas, fuimos estúpidos. Deberíamos habérsela llevado al FBI de inmediato, pero no lo hicimos y ahora ya no tiene remedio. —Suspiró y le colocó una mano en el hombro—. Faltó poco, Michelle, pero que muy poco.

—Luché con todas mis fuerzas.

—Lo sé. Estoy vivo gracias a ti. Te debo una.

Antes de que Michelle replicara, la puerta se abrió y entró un joven.

—¿Agente Maxwell? —Sostuvo en alto la credencial que demostraba que era del Servicio Secreto—. En cuanto le den el alta y haya prestado declaración tendrá que acompañarme de vuelta a Washington.

—¿Por qué? —inquirió King.

El joven no le hizo caso.

—Los médicos dicen que tiene suerte de estar viva.

—No creo que sea una cuestión de suerte —señaló King.

—¿Por qué tengo que regresar a Washington? —preguntó Michelle.

—De momento se le reasigna a un despacho en la Oficina de Campo de Washington.

—Ha sido idea de Walter Bishop —dedujo King.

—No puedo decirlo.

—Lo sé, por eso lo he dicho yo.

—Estaré aquí cuando esté preparada para marcharse. —El joven saludó con frialdad a King y se retiró.

—Bueno, fue divertido mientras duró —dijo King.

Michelle le tomó la mano y se la apretó.

—Eh, volveré. No pienso dejar que te diviertas solo.

—Ahora descansa, ¿vale?

Michelle asintió.

—¿Sean? —King la miró—. Lo de anoche, cuando nadamos y todo eso, me lo pasé bien. Creo que los dos lo necesitábamos. A lo mejor podríamos repetirlo otro día.

—Pues claro, me divertí mucho tirándote al agua.

King avanzaba por el pasillo tras haber dejado a Michelle descansando cuando una mujer le salió al paso. Joan parecía inquieta y disgustada.

—Acabo de enterarme. ¿Estás bien? —le preguntó Joan, mirándole la cabeza vendada.

—Sí.

—¿Y la agente Maxwell?

—Bien. Gracias por preguntar.

—¿Seguro que estás bien?

—¡Estoy bien, Joan!

—Vale, vale, tranquilo. —Señaló unas sillas que había en una sala vacía, junto al pasillo principal. Se sentaron y Joan le miró con expresión seria.

—He oído que encontraste una pistola en la casa de la mujer.

—¿Cómo coño te has enterado? Acabo de decírselo a los polis.

—Trabajo en el sector privado, pero no me deshice de mis aptitudes investigadoras cuando dejé el Servicio. ¿Es verdad?

King titubeó.

—Sí, encontré una pistola.

—¿De dónde crees que salió?

—Tengo varias teorías al respecto, pero ahora no estoy de humor para contarlas.

—Bueno, pues ya te cuento yo la mía: la mujer trabajaba de camarera de pisos en el hotel Fairmount, tenía una pistola escondida en el jardín y muere de manera violenta, con la boca llena de dinero. Estaba chantajeando al dueño de la pistola. Y esa persona quizás estuviera implicada en el asesinato de Ritter.

King miró a Joan, asombrado.

—¿De dónde has sacado toda esa información?,

—Lo siento, tampoco estoy de humor para contar eso. O sea, que encuentras la pistola y luego están a punto de matarte para quitártela.

—Michelle se llevó la peor parte. A mí sólo me golpearon. Al parecer, a ella intentaron matarla.

Joan le miró de manera extraña.

—¿Crees que está relacionado con la desaparición de Bruno? —inquirió con brusquedad.

King pareció sorprenderse.

—¿En qué sentido? ¿Sólo porque Ritter y Bruno eran candidatos presidenciales? ¿Después de tanto tiempo?

—Tal vez. Pero lo que parece complicado suele tener una explicación sencilla.

—Gracias por la lección detectivesca. Estoy seguro de que no la olvidaré.

—Quizá necesites algunas lecciones básicas. Eres tú el que se paseó por ahí con la mujer que dejó que secuestraran a Bruno.

—Eso es como decir que yo dejé que dispararan a Clyde Ritter.

—Lo cierto es que investigo la desaparición de Bruno y en este momento no puedo descartar a nadie, ni siquiera a tu amiguita Michelle.

—Genial, y no es mi «amiguita».

—Vale, entonces, ¿qué es exactamente?

—Investigo un asunto y ella me ayuda.

—Maravilloso, me alegro de que trabajes con alguien, porque parece que prescindes de mí por completo. ¿Maxwell también te ofrece una paga millonaria si resuelves el caso, o sólo una aventura a lo grande entre las sábanas?

King la miró a los ojos.

—No me digas que estás celosa.

—Es posible, Sean. Pero, al margen de eso, creo que al menos me merezco una respuesta a mi oferta.

King miró hacia la sala en la que se encontraba Michelle, pero Joan le colocó la mano en el brazo y volvió a mirarla.

—Tengo que avanzar en este asunto. Además, nunca se sabe, tal vez averigüemos la verdad sobre Clyde Ritter.

King la fulminó con la mirada.

—Sí, tal vez —replicó.

—Entonces, ¿cuento contigo? Tengo que saberlo. Ahora mismo.

Al cabo de unos instantes, King asintió.

—Cuenta conmigo.