King y Michelle se habían detenido en una pequeña cafetería para comer un bocado rápido después de dejar al pobre Tony mudo de asombro en el jardín de su madre.
—Estoy oficialmente impresionada por tu destreza como detective y jardinero.
—Por suerte el hierro es un componente del acero; de no serlo nunca habríamos encontrado la pistola.
—Entiendo la parte del arma y el chantaje y por qué asesinaron a Loretta. Lo que sigo sin comprender es por qué le metieron el dinero en la boca.
King toqueteó la taza de café.
—Una vez un grupo operativo especial del que formaba parte cooperó con el FBI en Los Ángeles. Los mafiosos rusos extorsionaban a todos los negocios en un kilómetro y medio cuadrado a la redonda y también hacían chanchullos financieros, y por esto estábamos involucrados. Teníamos a varios soplones infiltrados; parte del dinero les llegaba a través de nosotros, hay que pagar con la misma moneda, ¿no? Pues bien, encontramos a los soplones en el maletero de un coche, muertos, con la boca grapada. El mensaje estaba bien claro: si hablas, mueres y te comes el dinero de la traición que te ha causado la muerte.
—O sea, que el dinero que había en la boca de Loretta era simbólico, ¿no?
—Eso me pareció.
—Un momento, su hijo dijo que dejó de recibir dinero hará cosa de un año. Pero si la persona seguía con vida para matar a Loretta, ¿por qué dejó de pagarle? ¿Y por qué lo aceptó Loretta? Es decir, ¿por qué no acudió a la policía llegados a ese punto?
—Bueno, habían transcurrido unos siete años. ¿Qué iba a decirle a los polis? ¿Que había sufrido amnesia y acababa de recordarlo todo y, oh, por cierto, aquí está el arma?
—Es posible que el chantajeado se lo imaginara y por eso dejara de pagarle. Quizá pensara que el testimonio de Loretta ya no representaba un peligro.
—O podrían ser dos personas distintas, la chantajeada y la que mató a Loretta. Sea como fuere, al parecer alguien averiguó hace poco que Loretta era la chantajista y acabó con ella.
Michelle empalideció de repente y le sujetó el brazo con fuerza a King.
—Cuando hablé con Loretta mencionó que estaba en el cuarto de los suministros, aunque nunca dijo que hubiera visto a alguien. ¿Qué te parece?
King comprendió el alcance de la preocupación de Michelle.
—Es posible que alguien, por casualidad, le oyera decírtelo o quizás ella se lo contara a alguien.
—No, la mataron al poco de que hablara con ella. Debe de haber sido a causa de nuestra conversación. Alguien tuvo que haberla oído. Por Dios, es probable que esté muerta por mi culpa.
King le agarró la mano con fuerza.
—No, no es cierto. La persona que la ahogó en la bañera es la verdadera culpable.
Michelle cerró los ojos y negó con la cabeza.
—Escúchame bien —prosiguió King—, siento lo de Loretta, pero si chantajeaba a la persona que la mató, estaba jugando con fuego. Podría haber acudido a la policía y entregado el arma hace años.
—Eso es lo que deberíamos hacer nosotros.
—Lo haremos, aunque el número de serie se ha desdibujado y está en mal estado. Quizá los forenses del FBI saquen algo en claro. Hay una oficina en Charlottesville. La dejaremos allí cuando volvamos a casa.
—¿Y ahora qué?
—¿Qué te hace pensar que alguien escondiera el arma en el cuarto del hotel Fairmount el día que asesinaron a Clyde Ritter?
De repente, Michelle lo vio con claridad.
—Que quizás Arnold Ramsey no actuó solo.
—Exacto. Y por eso iremos allí ahora mismo.
—¿Adónde?
—A Atticus College, donde Arnold Ramsey fue profesor.