30

Una hora después, King se sentó en la escalera mientras los equipos de investigación terminaban su trabajo y se llevaban el cadáver de Susan Whitehead. El jefe de policía Williams se acercó a él.

—Ya hemos terminado, Sean. Parece que murió a eso de las cinco de la madrugada. Me han dicho que solía salir a pasear a esa hora y suponemos que la secuestraron entonces y la asesinaron acto seguido. Por eso no había ni rastro de sangre en el suelo del baño. Se desangró en otra parte. ¿Tienes algo que contarme?

—No estaba aquí. Acababa de regresar de Carolina del Norte.

—No me refiero a eso. No estoy dando a entender que mataras a la señora Whitehead.

Williams había enfatizado «mataras» lo suficiente como para que King alzara la vista.

—Y tampoco hice que la mataran, si eso es lo que insinúas de manera sutil.

—Sólo cumplo con mi trabajo, Sean. Se ha producido una cadena de crímenes y no tenemos a ningún sospechoso. Espero que lo entiendas. Sé que la señora Whitehead es tu clienta.

—Era mi clienta. Me ocupé de su último divorcio, eso es todo.

—Bien, ahora te preguntaré algo que se ha comentado por ahí. —King le miró fijamente, con expectación—. Corren rumores de que la señora Whitehead y tú salíais juntos, ¿es eso cierto?

—No. Es posible que ella quisiera mantener conmigo ese tipo de relación, pero yo no.

Williams frunció el ceño.

—¿Te supuso un problema? Quiero decir, sé que podía llegar a ser un poco cargante.

—Quería que hubiera algo entre nosotros, pero yo no. Así de sencillo.

—Y eso es todo, ¿estás seguro?

—¿Qué es lo que intentas demostrar? ¿Que hice que la mataran porque no quería salir con ella? ¡Venga ya!

—Sé que parece una locura, pero, bueno, la gente habla.

—Sobre todo por aquí.

—Y la señora Whitehead era muy importante. Tenía muchos amigos.

—Muchos amigos «pagados».

—Yo no andaría por ahí diciendo eso, Sean, de verdad que no. —Sostuvo en alto la nota que habían dejado clavada en el pecho de Whitehead. La habían guardado en una bolsita de plástico para pruebas.

—¿Te suena de algo?

King miró la nota y se encogió de hombros.

—Sólo que es de alguien que estuvo presente durante el asesinato de Ritter o sabe mucho sobre el mismo. Yo en tu lugar, se la daría al FBI.

—Gracias por el consejo.

Mientras Williams se alejaba, King se frotó la sien y pensó en darse un baño en bourbon puro y beberse la mitad. Sonó el teléfono. Era su socio del bufete, Phil Baxter.

—Sí, es cierto, Phil. Está muerta, justo aquí en mi casa. Lo sé, me asusté mucho. Mira, necesitaría que te ocuparas de unos asuntos míos en el despacho. Yo… ¿cómo? —King ensombreció la expresión—. ¿De qué estás hablando, Phil? ¿Quieres trabajar por tu cuenta…? ¿Puedo saber por qué? Entiendo. Claro, si eso es lo que quieres. Haz lo que tengas que hacer. —Colgó.

Apenas unos instantes después, volvió a sonar el teléfono. Era su secretaria, Mona Hall, para presentar su dimisión. Le daba miedo seguir trabajando para él, gimoteó. No dejaban de aparecer cadáveres. Y la gente sugería que King estaba involucrado, no es que ella les creyera, pero cuando el río suena…

Nada más colgar, una mano le tocó el hombro. Era Joan.

—¿Más problemas?

—Mi compañero de bufete se larga a toda pastilla y mi secretaria se bate en retirada con él. Aparte de eso, todo marcha sobre ruedas.

—Lo siento, Sean.

—¿Qué podía esperar? Estoy rodeado de cadáveres por todas partes. Qué coño, yo también me largaría.

—Yo no pienso desaparecer. De hecho, necesito tu ayuda más que nunca.

—Me alegro de que alguien me necesite.

—Me quedaré en la zona un par de días mientras preparo las entrevistas e investigo un poco los antecedentes. Llámame, pero no tardes. Si no piensas cooperar conmigo, tendré que seguir adelante. Dispongo de un avión privado. Quiero ayudarte a salir de todo esto y creo que el mejor método para lograrlo es trabajando.

—¿Por qué, Joan? ¿Por qué quieres ayudarme?

—Digamos que es el pago de una deuda más que atrasada.

—No me debes nada.

—Te debo más de lo que te crees. Ahora lo veo con claridad.

Le besó en la mejilla, se dio la vuelta y se marchó.

Volvió a sonar el teléfono. King lo descolgó.

—¿Sí? —preguntó, irritado.

Era Michelle.

—Acabo de enterarme. Llegaré en media hora. —King no replicó—. Sean, ¿estás bien?

Miró por la ventana mientras Joan se alejaba en coche.

—Estoy bien.

King se dio una ducha rápida en el baño de los invitados y se sentó junto al escritorio del estudio. Frunció el ceño mientras anotaba, de memoria, las palabras de la nota que habían encontrado en el cuerpo de Whitehead.

«Déjà vu, señor Kingman. Intente recordar dónde estaba el día más importante de su vida. Sé qué es un tipo listo, pero como ya ha perdido la práctica, seguramente querrá una pista. Ahí va: 1032AM9261996. Eso sí que es pisar un puesto. Eso sí que es dar apoyo. Espero verle pronto.»

El 26 de septiembre de 1996, a las 10.32, la hora exacta en que habían asesinado a Clyde Ritter. ¿Qué podría significar? Estaba tan concentrado que no la oyó entrar.

—Sean, ¿estás bien?

King se levantó de un salto y soltó un gritó. Michelle también gritó y retrocedió.

—Por Dios, me has asustado —le dijo ella.

—¿Te he asustado? Joder, ¿es que no sabes que hay que llamar a la puerta antes de entrar?

—He llamado durante más de cinco minutos y nadie ha contestado. —Miró el trozo de papel—. ¿Y eso?

—Una nota de alguien de mi pasado —replicó más calmado.

—¿Cuán lejos en el pasado?

—¿Te suena de algo el 26 de septiembre de 1996?

Sin duda alguna. Tras un breve titubeo, le tendió la nota.

Michelle la leyó y luego le miró.

—¿Quién puede haberla dejado?

—La persona que trajo el cadáver de Susan Whitehead y lo colocó en el baño. Todo venía junto en el mismo paquete. Supongo que esa persona no quería que pasara por alto la nota.

—¿La mataron aquí?

—No. La policía cree que la secuestraron por la mañana, la asesinaron y luego trajeron el cadáver hasta aquí.

Ella observó el trozo de papel.

—¿Lo ha visto la policía?

King asintió.

—Tienen el original. He hecho esa copia.

—¿Tienes idea de quién la escribió?

—Sí, pero ninguna de las posibilidades me resulta convincente.

—¿Joan estaba aquí cuando sucedió?

—Sí, pero no tuvo nada que ver.

—Lo sé, Sean. No estaba insinuándolo. ¿Cómo has quedado con ella?

—La llamaré, le diré que me estoy pensando lo de la oferta de Bruno y que ya me pondré en contacto con ella.

—¿Y ahora qué?

—Volvemos a Bowlington.

Michelle pareció sorprenderse.

—Creía que ya habías acabado con el hotel Fairmount.

—Y es verdad, pero quiero saber cómo se ganaba la vida una camarera sin trabajo y quién le puso el dinero en la boca.

—Pero no sabes si eso guarda relación con el asesinato de Ritter.

—Oh, claro que lo sé. Y esta es la gran pregunta. —Ella le miró con expectación—: ¿A quién vio Loretta Baldwin en el cuarto de los suministros?