27

Se acercaron al hotel desde atrás, procurando permanecer cerca de la frondosa hilera de árboles. Los dos iban vestidos exactamente igual y también se movían sincronizados. Aguardaron unos instantes al borde de los árboles, escudriñando la zona para ver si había señales de vida. Satisfechos, avanzaron y enseguida cubrieron el terreno que separaba el bosque de la alambrada que rodeaba el hotel. No sin dificultad cruzaron al otro lado. Uno de ellos extrajo una pistola y luego se abrieron paso hasta la fachada trasera del hotel. Encontraron una puerta lateral y la forzaron. Al cabo de unos instantes, desaparecieron en el interior oscuro.

King y Michelle aparcaron bastante lejos del hotel Fairmount y recorrieron el resto del trayecto a pie. Mientras se acercaban al edificio, se ocultaron de nuevo en el bosque, ya que el helicóptero, con el reflector que iluminaba el suelo, sobrevoló por encima de ellos.

—La verdad es que resulta emocionante —dijo Michelle mientras surgían de entre los árboles y se abrían paso hacia el hotel—. ¿Sabes? Es como estar al otro lado de la placa, para variar.

—Sí, es emocionante al principio. Piensa que ahora mismo podría estar en mi casa con una deliciosa copa de Viognier frente a la chimenea leyendo a Proust, en vez de ir dando saltitos alegremente por los alrededores de Bowlington, Carolina del Norte, mientras esquivamos helicópteros de la policía.

—Por favor, dime que no es verdad que lees a Proust mientras bebes vino —murmuró ella.

—Bueno, sólo si no hay nada bueno en la tele.

Mientras se acercaban al hotel, King repasó la extraña fachada.

—Siempre me ha parecido que Frank Lloyd Wright podría haber diseñado este lugar si fuera adicto a la heroína —comentó el exagente.

—Es bastante feo —convino Michelle.

—Para que te hagas una idea del sentido estético de Clyde Ritter, a él el Fairmount le parecía bonito.

El hueco de la alambrada por el que Michelle había entrado en su anterior visita estaba cerrado. Así que se vieron obligados a saltarla. King miró con cierta envidia a Michelle mientras se encaramaba por la valla con mucha más facilidad que la que él mostraría. Así era. Casi se cayó de narices al pasar al otro lado porque el pie se le atoró en un eslabón. Ella lo ayudó sin hacer ningún comentario y lo guio hacia el lateral del edificio. Entraron por el mismo sitio que ella durante su primera incursión.

En el interior, Michelle extrajo una linterna pero King levantó la mano en señal de advertencia.

—Espera. Dijiste que había un guarda.

—Sí. Pero no le he visto cuando entramos.

King la miró extrañado.

—Recuerdo que comentaste que la segunda vez te encontraste con un guarda pero que la primera vez no viste a nadie.

—Quizás estuviera haciendo la ronda por el otro lado. Probablemente sólo patrullen por el perímetro.

—Sí, puede ser —convino King. Asintió para que encendiera la linterna y se dirigieron al vestíbulo.

—El salón Stonewall Jackson está al final del pasillo —informó.

—¿Ah, sí? No lo sabía.

—Lo siento, Sean. Hace tanto tiempo… y yo acabo de estar aquí.

—Olvídalo —dijo él—. He sido un estúpido.

—¿Quieres entrar ahora?

—Quizá más tarde. Antes voy a comprobar una cosa.

—El cuarto en el que se escondió Loretta Baldwin.

—Las mentes privilegiadas piensan de modo similar. Antes de que te des cuenta estarás bebiendo un buen vino y leyendo literatura de altos vuelos. Y quizá, sólo quizás, eso te lleve a limpiar el coche, si resulta que tienes un año o dos libres.

Fueron al cuarto y abrieron la puerta. Linterna en mano, King entró y echó un vistazo. Apuntó directamente a un pequeño hueco del fondo y luego se volvió hacia Michelle.

—¿Loretta era pequeñita?

—Casi esquelética.

—Así que podría haberse colocado ahí sin problema. ¿Te dijo dónde se escondió exactamente?

—No, pero tal vez entró aquí y se quedó en el medio.

King negó con la cabeza.

—Si yo fuera una persona aterrorizada en medio de una escena de asesinato, caos y gritos, gente que se deja llevar por el pánico y corriera a un cuarto a esconderme, creo que escarbaría hasta lo más hondo posible. Es algo instintivo, como taparse la cabeza con la manta. En aquel momento no debía de saber qué demonios estaba sucediendo. Existía la posibilidad de que un tipo armado entrara aquí corriendo también para esconderse y… —Se calló y observó el lugar en que Loretta pudo haberse escondido.

—¿Qué ocurre, Sean?

Se limitó a negar con la cabeza.

—No estoy seguro. —Salió del cuarto y cerró la puerta.

—Bueno, ¿y ahora dónde? —preguntó Michelle.

Exhaló un largo suspiro.

—Al salón Stonewall Jackson.

Cuando llegaron allí Michelle observó en silencio y fue iluminando el camino de King mientras él recorría todos los rincones de la sala cuidadosamente con la mirada. Entonces miró el lugar en el que había estado hacía ocho años. Exhalando otro suspiro profundo, King se dirigió a aquel punto y pareció ocupar su antiguo puesto, su mano se acercaba sigilosamente a la espalda imaginaria de un Clyde Ritter sudoroso y en mangas de camisa.

Entonces King regresó a ese día de septiembre de 1996 mientras dirigía la mirada a la gente imaginaria, los posibles alborotadores, los bebés que recibían besos, los empujones desde atrás y la respuesta de Ritter a los mismos. Incluso se encontró murmurando por el micro, pasando información. Lanzó una mirada al reloj que había detrás, aunque no hubiera ninguno y, de todos modos, no habría podido verlo en la oscuridad. Sólo cinco minutos más y los saludos y recibimientos habrían terminado. Cuando lo pensaba le parecía increíble. Si Ramsey hubiera llegado tarde o Ritter hubiera acabado la reunión antes, no habría ocurrido nada de todo aquello. Qué distinta habría sido la vida de King.

Casi no era consciente de ello, pero tenía la vista fija en los ascensores. Oyó el tintineo una y otra vez. En su mente las puertas se abrían de forma incesante. Era como si estuviera absorto en ese vacío.

La detonación lo sobresaltó en extremo, pero se llevó la mano rápidamente a la funda, extrajo la pistola imaginaria y bajó la vista al suelo, donde yacía el cadáver de Ritter. Entonces miró hacia donde se encontraba Michelle con la linterna, que acababa de dar un portazo.

—Lo siento —se disculpó—. Sólo quería ver tu reacción. Supongo que no he debido hacerlo.

—No, no has debido hacerlo —declaró él tajante.

Michelle se situó a su lado.

—¿En qué estabas pensando ahora mismo?

—¿Te sorprendería si te digo que ni siquiera lo sé con seguridad?

—Cuéntamelo. Podría ser importante.

Caviló unos instantes.

—Bueno, recuerdo haber mirado a Arnold Ramsey. En su rostro había una expresión que no se correspondía con la de un hombre que acaba de asesinar al candidato presidencial. No parecía asustado, ni desafiante, ni enfadado, ni loco.

—Entonces ¿qué expresión tenía?

King la miró fijamente.

—Parecía sorprendido, Michelle, como si no hubiera esperado matar a Ritter.

—Bueno, la verdad es que no tiene mucho sentido, teniendo en cuenta que acababa de disparar al hombre. ¿Te acuerdas de algo más?

—Después de que se llevaran el cadáver de Ritter, recuerdo que Bobby Scott se acercó a mí para ver la herida.

—Dadas las circunstancias, es un gesto extraordinario.

—Bueno, no sabía qué había sucedido. Sólo sabía que tenía un agente herido. Lo de la cagada lo supo después.

—¿Algo más?

King clavó la vista en el suelo.

—Cuando me sacaron de allí más tarde, Bobby y Sidney Morse andaban a la greña en el pasillo. Había otro tipo con ellos, alguien que no reconocí. Morse medía un metro ochenta y pesaba más de cien kilos de grasa, y justo delante tenía a Bobby Scott, exmarine y fuerte como un roble, y estaban dale que te pego. Era todo un espectáculo. En otro momento me habría entrado la risa.

—¿Por qué discutían?

—Ritter estaba muerto y era culpa de Scott… estoy seguro de que eso es lo que Morse le decía a Bobby.

—¿Viste a alguno de ellos después de eso?

—Sólo vi a Bobby en algunas vistas oficiales que se celebraron con posterioridad. Nunca hablamos en privado. Siempre pensé en llamarle, decirle que sentía lo sucedido. Pero no llegué a hacerlo.

—Leí que habían ingresado a Sidney Morse en un psiquiátrico.

—Sí. Creo que en realidad no le importaba la política de Ritter. Para Morse todo era teatro, una gran producción. En aquella época estaba metido en el mundo del espectáculo o algo así. Y le oí diciéndole a alguien que si era capaz de lanzar a la fama nacional a un tipo como Ritter, eso lo convertiría en un icono.

Michelle echó un vistazo a su alrededor y se estremeció.

—Qué silencioso está esto. Me recuerda a una tumba.

—Bueno, en cierto modo lo es. Aquí murieron dos hombres.

—Me alegro de que no fueran tres.

«¿No lo fueron?», pensó King.

Trazó una línea en el suelo con el haz de luz de la linterna.

—El cordón que contenía a la muchedumbre estaba justo aquí, ¿no? —King asintió y Michelle continuó hablando—: Por tanto, debía de ir desde esa pared hasta más o menos treinta centímetros detrás del borde de la pared que separaba los ascensores. Y en el vídeo recuerdo que iba muy esquinado. ¿Recuerdas quién colocó aquí el cordón?

—Debió de ser el Servicio.

—¿El jefe de la unidad de protección, Bob Scott?

—Dudo que Bobby se encargara de ese tipo de detalles.

—Entonces ¿cómo estás tan seguro de que fue el Servicio?

King se encogió de hombros.

—Supongo que no lo sé. Yo sólo sabía que Ritter y yo estaríamos detrás de ese cordón.

—Exacto. —Le tendió la linterna a King, se colocó donde había estado él y miró en dirección a los ascensores—. De acuerdo. Con el cordón ahí y tú aquí, serías la única persona de la sala que vería los ascensores. Eso parece convenido. Y, por cierto, el ascensor ha vuelto a llamarte la atención.

—Olvídate del ascensor —le espetó—. ¿Por qué coño estoy aquí? Ritter era un capullo. Joder, me alegro de que esté muerto.

—De todos modos era un candidato presidencial, Sean. A mí no me caía bien John Bruno, pero protegí al hombre como si fuera el presidente de la nación.

—No hace falta que me sermonees sobre los criterios de la agencia —la interrumpió, ofendido—. Yo estaba protegiendo presidentes mientras tú te dedicabas a remar en un bote por una plaquita de metal.

—¿Pasarse toda la noche follando con otra agente cuando tienes una misión al día siguiente forma parte del criterio de protección del Servicio Secreto? Vaya, eso me lo perdí en el manual.

—Sí, está junto al que dice que nunca hay que dejar solo al protegido en una sala, me parece que ese también se te pasó —replicó.

—Espero que Joan mereciera la pena.

—Loretta Baldwin te contó lo de las bragas en la lámpara, saca tus propias conclusiones.

—Fue un paso mal dado. No me habría acostado contigo antes de un turno por muy tentada que hubiera estado, y tampoco creo que lo estuviera.

—Gracias. Está bien saberlo… Mick.

—De hecho —Michelle siguió pinchándolo—, me siento mucho más predispuesta a aceptar que te distrajeras a que te dedicaras a acostarte con una cualquiera antes de empezar a trabajar.

—Muy interesante. ¿Ahora quieres examinar este sitio, o prefieres seguir analizando las decisiones de mi vida?

—Oye, ¿por qué no nos vamos? —dijo ella de repente—. Aquí el ambiente está muy enrarecido.

Se marchó dando grandes zancadas y King la siguió despacio, negando con la cabeza cansinamente.

Cuando King salió ya no la vio. La llamó y apuntó con la linterna hasta que al final la localizó entre las sombras.

—Michelle, espera, te vas a matar si sales de aquí sin linterna.

Ella se paró, se cruzó de brazos y lo miró con el ceño fruncido. Acto seguido, se puso tensa y volvió la cabeza en otra dirección. King vio una mancha borrosa que surgía de la oscuridad y Michelle gritó. Se abalanzó hacia delante mientras los dos hombres entraban en el campo de visión de la linterna y se abatían sobre Michelle.

—¡Cuidado! —gritó King mientras echaba a correr.

Antes de alcanzarlos, una de las pistolas que blandía uno de los hombres salió disparada como consecuencia de una patada de Michelle muy bien dada. Acto seguido, le aplastó la cara al otro tipo con el pie izquierdo y cayó desplomado junto a la pared. Como una bailarina practicando una coreografía perfectamente ensayada, se dio la vuelta e hizo caer al otro hombre con un puntapié rápido en el riñón. Los dos hombres intentaron levantarse, pero ella dejó fuera de combate a uno de ellos con un codazo en la nuca, mientras King noqueaba al otro con la linterna antes de que lograra ponerse en pie.

Jadeando, Sean miró a Michelle mientras esta rebuscaba en el bolso. Extrajo un par de medias y, con gran ingenio, ató juntos a los dos hombres inconscientes. La mujer ni siquiera sudaba. Alzó la vista hacia King y se encontró con su mirada interrogante.

—Cinturón negro. Cuarto dan —explicó.

—Claro —dijo King. Enfocó con la linterna a la pareja que seguía llevando el mono azul típico de los presos—. Parece que son nuestros amigos los presos huidos. Supongo que no encontraron otro modelito que ponerse.

—Llamaré a la policía, les haremos un favor a los agentes locales. De forma anónima, por supuesto. —Extrajo su teléfono.

—Oye, Michelle.

—Sí.

—Quiero que sepas que me siento muy seguro al lado de una mujer tan fuerte y grande que me protege.

Después de que ella llamara a la policía, Michelle y King se dirigieron rápidamente al Land Cruiser y entraron en el coche justo cuando el helicóptero pasaba sobre sus cabezas camino del hotel. Michelle siguió el recorrido del aparato y luego la franja de luz que atravesaba el bosque. Cuando lo vio, se quedó pasmada.

Había un vehículo grande en una carretera secundaria. Y un hombre sentado en él, claramente a la vista gracias a la luz. En un momento la luz desapareció y el hombre con ella. Michelle oyó que el coche arrancaba y salía a toda velocidad.

Michelle entró en el todoterreno de un salto y le gritó a King que le siguiera.

—¿Qué pasa? —inquirió él a voz en grito, al tiempo que cerraba la puerta tras de él mientras ella intentaba introducir las llaves en el contacto.

—Había un hombre en un coche, ¿no lo has visto?

—No.

—¿No has oído el coche al arrancar?

—¿Con el ruido del helicóptero?

—Estaba cambiado, porque debía de llevar un disfraz cuando lo vi por primera vez, pero le he visto los ojos claramente. Juraría que era él.

—¿Quién?

—El agente Simmons, el falso policía de la funeraria, el hombre que secuestró a Bruno y mató a Neal Richards.

King la miró asombrado.

—¿Estás segura?

Puso en marcha el vehículo y pisó a fondo el acelerador.

—Lo suficiente. —Giró el coche y estaba a punto de dirigirse a la carretera secundaria para seguir al otro vehículo cuando aparecieron varios coches policiales y les bloquearon el paso.

Michelle golpeó el volante con los puños.

—Maldita sea, el mejor momento para que se presente la policía local.

Cuando se abrió la puerta de uno de los coches y salió un hombre, King negó con la cabeza y dijo:

—No es la policía local, Michelle.

El hombre se acercó al lado del conductor e hizo una seña a Michelle para que bajara la ventanilla. Ella obedeció y el hombre se inclinó hacia el interior; miró primero a Michelle y luego a King.

—¿Os importaría salir del vehículo? —dijo Jefferson Parks.