Al día siguiente King salió de Wrightsburg temprano, se enfrentó a los atascos matutinos del norte de Virginia y llegó a Reston, Virginia, alrededor de las diez. El edificio de oficinas de diez plantas era relativamente nuevo, y la mitad estaba arrendada. Una empresa puntocom había alquilado el edificio entero hacía varios años y, a pesar de no tener productos ni beneficios, lo decoró fastuosamente y luego, por sorprendente que parezca, quebró. Era una zona muy agradable, con tiendas y restaurantes en el cercano Reston Town Center. Clientes bien vestidos entraban y salían de tiendas caras. La gente pasaba apuros para llegar a su destino por las congestionadas vías. Todo daba la sensación de ser selecto, vibrante. No obstante, King sólo quería conseguir su propósito y luego retirarse al entorno bucólico del Blue Ridge.
La última planta del edificio estaba ocupada por una empresa llamada sencillamente La Agencia, término que había patentado como marca registrada para un uso comercial, lo cual sin duda había disgustado a la CIA. La Agencia era una de las empresas de investigación y seguridad más importantes del país. King subió en el ascensor privado, saludó a la cámara de vigilancia y en una pequeña sala de espera del vestíbulo principal le recibió una persona que parecía ir armada y dispuesta a utilizar el arma. Cachearon a King y tuvo que pasar por el detector de metales antes de que se le permitiera continuar hasta la zona del vestíbulo oficial. La estancia estaba decorada con gusto y en todo aquel espacio sólo había una mujer muy atenta en la recepción que anotó su nombre y marcó un número de teléfono.
Lo acompañó un joven elegantemente vestido y ancho de espaldas, con el pelo rizado y oscuro y actitud arrogante. Abrió la puerta y le indicó a King que entrara, acto seguido se marchó cerrando la puerta tras de sí. King echó un vistazo al despacho. Era esquinado y acristalado, los cristales estaban tintados y eran reflectantes desde el exterior, aunque en la ultima planta los únicos que podían mirar desde fuera eran los pájaros o los pasajeros de un avión que volara peligrosamente bajo. El lugar transmitía una sensación innegable de prosperidad, aunque resultara discreto y comedido.
Cuando se abrió una puerta lateral y apareció Joan, King no supo si saludarla o tirarla encima del escritorio y estrangularla.
—Me conmueve pensar que te has enfrentado al tráfico para venir a verme —dijo Joan. Llevaba un traje pantalón oscuro que la favorecía, lo cual tampoco es que sorprendiera. El corte elegante del traje y los tacones de aguja de ocho centímetros la hacían parecer más alta de lo que era.
—Gracias por recibirme.
—Era justo, teniendo en cuenta lo mucho que tú me has visto recientemente. Pero la verdad es que me ha sorprendido mucho saber de ti.
—Bueno, ahora estamos empatados. Porque no sabes la conmoción que me ha causado saber que ya no trabajas en el Servicio.
—¿No te lo comenté cuando vine a tu casa?
—No, Joan, parece ser que se te olvidó decírmelo.
Ella ocupó el pequeño sofá que estaba junto a una pared y le hizo una seña para que se sentara junto a ella. En la mesa que tenían delante había un servicio de café. Mientras King se sentaba, ella lo sirvió.
—Puedes quedarte con los huevos y el rosco tostado. Y las bragas de encaje —añadió. Le sorprendió mucho que la mujer se sonrojara al oír su comentario.
—Estoy intentando con todas mis fuerzas olvidar ese episodio —dijo con voz queda.
Él tomó un sorbo de café y miró a su alrededor.
—Vaya, menudo sitio. ¿En el Servicio teníamos siquiera escritorio?
—No, porque no los necesitábamos. Estábamos conduciendo coches a toda velocidad o…
—O pisando un puesto hasta tener los pies agotados —él acabó la frase por ella—. «Pisar» era el término abreviado que usaban en el Servicio Secreto para el hecho de estar de servicio, normalmente de pie en un puesto para protegerlo.
Ella se recostó en el asiento y echó un vistazo al despacho.
—Es bonito, pero la verdad es que no paso aquí demasiado tiempo. Suelo estar en un avión, de camino a algún sitio.
—Por lo menos puedes tomar vuelos comerciales, o privados. El transporte militar supone un auténtico castigo para la espalda, el trasero y el estómago. Ya tomamos suficientes de esos.
—¿Te acuerdas de cuando fuimos en el Air Force One? —preguntó ella.
—Eso nunca se olvida.
—Lo echo de menos.
—Pero ganas mucho más dinero.
—Supongo que tú también.
Cambió de postura y mantuvo la taza en equilibrio sobre la palma de la mano.
—Sé que estás muy ocupada, así que iré al grano. Un adjunto de los U. S. Marshals llamado Jefferson Parks vino a verme. Dirige las investigaciones sobre el asesinato de Howard Jennings. Es el que vino a buscar mi pistola mientras tú estabas allí.
Joan se mostró interesada.
—¿Jefferson Parks?
—¿Lo conoces?
—El nombre me suena. Así que se llevaron tu pistola. ¿Y la prueba de balística te absolvió?
—La verdad es que no: coincidía con la mía. Howard Jennings murió por un disparo efectuado con mi pistola.
King había pensado mucho en la forma de expresar aquello mientras conducía, porque quería ver la reacción de la mujer. Casi se echó el café por encima. O había mejorado mucho sus dotes teatrales, o era una reacción sincera.
—No puede ser —dijo ella.
—Eso mismo he dicho yo. Pero, por suerte, al menos el marshal y yo estuvimos de acuerdo en la posibilidad de que alguien convirtiera mi pistola en el arma homicida mientras yo pensaba que la tenía conmigo.
—¿Cómo?
King explicó brevemente su teoría sobre el cambiazo. Había pensado no contársela, pero al final decidió que en realidad no importaba. Además, también quería saber cómo reaccionaría ella, sobre todo después de la hipótesis subsiguiente que realizaría.
Joan meditó la cuestión durante un rato, más de lo que King consideraba necesario.
—Para eso se necesitaría mucha planificación y habilidad —dijo al final.
—Y acceso a mi casa. Tendrían que haber dejado la pistola en su sitio antes de que apareciera el destacamento para llevársela, ya sabes, la mañana que tú estabas allí.
Se terminó el café y se sirvió otra taza mientras ella se ponía nerviosa con sus comentarios. Se ofreció a servirle otra, pero ella declinó la oferta.
—¿Entonces qué has venido a decirme? ¿Que te tendí una trampa? —preguntó Joan con frialdad.
—Sólo digo que eso es lo que alguien ha hecho, y sólo te estoy explicando cómo creo que lo hicieron.
—Podrías habérmelo dicho por teléfono.
—Sí, es verdad, pero tú me visitaste y quería devolverte la gentileza. Al menos yo me molesté en llamar antes de venir.
—No te tendí una trampa, Sean.
—Entonces se han acabado todos mis problemas. Llamaré a Parks y le daré la buena noticia.
—¿Sabes? A veces eres insoportable.
Dejó la taza de café y se acercó mucho a ella.
—Permíteme que te explique bien la situación: un hombre murió en mi despacho debido a un disparo efectuado con mi arma. No tengo coartada y sí a un agente muy listo que, aunque a lo mejor acepte mi teoría sobre la trampa que me han tendido, no está ni mucho menos convencido de mi inocencia. Y este hombre no derramaría ni una sola lágrima si me encerraran el resto de mi vida o me administraran algún veneno para enviarme al otro mundo. En esas estamos cuando de repente, se te ocurre visitarme y resulta que no te acuerdas de comentarme que ya no trabajas en el Servicio Secreto. En cambio me ofreces un montón de disculpas, más amable que nunca, y resulta que accedo a que pases la noche en mi casa. Haces todo lo posible por seducirme en la mesa de la cocina por algún motivo que todavía desconozco, pero no me creo que se deba sólo a que necesites superar la crisis de los ocho años. Estás sola en mi casa mientras salgo al lago y por algún extraño misterio resulta que mi pistola es el arma homicida. Bueno, Joan, a lo mejor ocurre que soy más desconfiado que los demás, pero tendría que estar conectado a una máquina en el hospital y respirando a través de un puto tubo para no estar un poco paranoico con esta sucesión de acontecimientos.
Ella lo observó con una tranquilidad pasmosa.
—No me llevé tu arma. No sé nada de quién pudo hacerlo. No puedo demostrártelo. Tendrás que creértelo.
—Vaya, es todo un alivio.
—Nunca te dije que siguiera estando en el Servicio. Tú lo diste por sentado.
—¡No dijiste que lo hubieras dejado! —exclamó él.
—¡Tampoco me lo preguntaste! —Y añadió—: No hice todo lo posible.
King se quedó confundido.
—¿Qué?
—Dices que hice todo lo posible por seducirte. Para tu información, eso no es todo lo posible.
Los dos se recostaron en el sofá. Parecían haberse quedado sin palabras, sin respiración, o sin ninguna de las dos cosas.
—De acuerdo —dijo él—, sea cual sea el juego al que estés jugando conmigo, sigue adelante y mueve ficha. No voy a pagar por la muerte de Jennings, porque yo no lo maté.
—Ni yo tampoco y no he intentado tenderte una trampa. ¿Por qué iba a hacerlo?
—Si lo supiera, no estaría aquí, ¿verdad? —Se puso en pie—. Gracias por el café. La siguiente vez guárdate el cianuro, me produce gases.
—Ya te dije que fui a verte por un motivo muy concreto. —Él la observó—. Pero al final no me atreví. Supongo que el hecho de verte después de tantos años me afectó más de lo que había imaginado.
—¿Y cuál era el motivo?
—Hacerte una proposición. —Y añadió rápidamente—: Una proposición de negocios.
—¿Relacionada con?
—Con John Bruno —respondió ella.
Él entrecerró los ojos.
—¿Qué tienes tú que ver con un candidato presidencial desaparecido?
—Gracias a mi intervención, mi empresa fue contratada por el partido de Bruno para descubrir lo que le pasó. En vez de nuestros honorarios habituales, negocié otro contrato. Nuestros desembolsos varios están cubiertos, pero aceptamos una tarifa diaria muy inferior. Sin embargo, va acompañada de una bonificación potencialmente lucrativa.
—¿Como una comisión o algo así?
—Una comisión de varios millones de dólares, para ser exactos. Y como yo conseguí el cliente, de acuerdo con la política de la empresa de comer lo que cada uno mata, me quedo con el sesenta por ciento.
—¿Cómo lo conseguiste exactamente?
—Bueno, como ya sabes he tenido una carrera muy buena en el Servicio. Y desde que estoy aquí he llevado a buen puerto varios casos prominentes, incluida la liberación de un ejecutivo de una de las empresas más importantes del mundo que había sido víctima de un secuestro.
—Felicidades. Qué curioso que no me haya enterado.
—Bueno, nos gusta ser discretos, de cara al público, claro. Sin embargo, para los que están en el mundillo, somos una de las principales empresas.
—Millones, ¿eh? No sabía que los candidatos del tercer partido disponían de ese tipo de fondos especiales.
—Gran parte del capital es un seguro de responsabilidad especial, y la familia de la esposa de Bruno tiene mucho dinero. Su campaña también recibió muchos fondos. Y dado que no tienen ningún candidato en el que gastar el dinero, están dispuestos a pagarme, y no voy a ser yo quien se lo impida.
—Pero el caso de Bruno es una investigación federal que está en marcha.
—¿Y qué? El FBI no tiene el monopolio de la resolución de crímenes. Y es evidente que la gente de Bruno no se fía del Gobierno. Por si no has leído los periódicos, algunos piensan que el Servicio le tendió una trampa a su candidato.
—Dijeron lo mismo de mí y Ritter, y es una locura ahora igual que lo fue entonces —replicó King.
—En cualquier caso, supone una oportunidad de oro para nosotros.
—¿Nosotros? ¿Y qué pinto yo en todo esto exactamente?
—Si me ayudas a encontrar a Bruno, te pagaré el cuarenta por ciento de lo que consiga. Eso representa una cantidad de siete cifras.
—No soy rico, pero la verdad es que no necesito el dinero, Joan.
—Pues yo sí. Dejé el Servicio antes de pasar en el mismo veinticinco años, así que tendré una mierda de pensión. Llevo aquí un año, he ganado mucho más dinero, y lo he ahorrado casi todo, pero no estoy disfrutando. En los años que pasé en el Servicio trabajé el equivalente a una carrera de cuarenta años. Veo el futuro en playas blancas, con un catamarán y cócteles exóticos, y este trabajito me lo permitirá. Es posible que no necesites el dinero, pero lo que sí necesitas es que te pase algo bueno. Que los periódicos te presenten como un héroe, y no como cabeza de turco.
—¿O sea que ahora eres mi relaciones públicas?
—Me parece que lo necesitas, Sean.
—¿Por qué yo? Tienes todos los recursos de este lugar.
—A la mayoría de la gente experimentada le fastidia que haya conseguido este trabajo y no quieren colaborar conmigo. Los que quedan son jóvenes, tienen demasiados estudios y les falta garra. En tu cuarto año en el Servicio desarticulaste a la mayor banda de falsificadores del hemisferio norte trabajando solo desde la oficina de Louisville, Kentucky, nada más y nada menos. Ese es el tipo de talento investigador que necesito. Por otra parte también resulta útil que vivas a dos horas de donde secuestraron a Bruno.
Él miró a su alrededor.
—Ni siquiera trabajo en este sitio.
—Puedo emplear a quien quiera para la investigación.
Negó con la cabeza.
—Hace años que no me dedico a esto.
—Es como montar en bicicleta. —Se inclinó hacia delante y lo observó atentamente—. Como montar una bicicleta, Sean. Y no creo que te hiciera esta propuesta si te hubiera querido cargar un muerto. Te necesito a mi lado si quiero la compensación. Y la quiero.
—Ahora me dedico a la abogacía.
—Pues tómate un año sabático. Si hemos de encontrar a Bruno, será más temprano que tarde. Míralo así. Es emocionante. Es distinto. Quizá no sea como en los viejos tiempos. Pero tal vez sea una nueva época. —Le tocó suavemente la mano. En cierto modo fue un gesto mucho más seductor que el numerito hortera que había montado en la mesa de su cocina—. Y a lo mejor puedes enseñarme a navegar en el catamarán, porque no tengo ni idea —añadió Joan con voz queda.