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—Marshal adjunto Parks, ¿qué puedo hacer hoy por usted? ¿Qué le parece si me atribuyo un par de delitos menores, hago trabajo comunitario y zanjamos el asunto? —King estaba sentado en el porche delantero observando al agente mientras salía del coche y se dirigía a las escaleras. El hombretón llevaba vaqueros y un cortavientos azul en el que, irónicamente, ponía FBI, y una gorra de béisbol con las iniciales de la Agencia Antidrogas, la DEA.

—Empecé a dedicarme a esto cuando era policía en Washington D. C., allá por los años setenta —explicó Parks, como respuesta a la mirada de King—. Tengo estas prendas de todas las agencias que hay. Una de las pocas ventajas de trabajar en los cuerpos de seguridad. En mi opinión, los uniformes de la DEA son los mejores. —Se sentó en una mecedora al lado de King y se frotó las rodillas—. De joven estaba muy bien ser tan grandote, fui una estrella del baloncesto y el fútbol americano en el instituto, y tenía la agradable misión de ligarme a todas las animadoras. Gracias a mi habilidad en el fútbol pude pagarme la universidad.

—¿Dónde fue eso?

—Notre Dame. Nunca empecé, pero participé en prácticamente todos los puestos. Extremo defensivo. Era mejor bloqueador que receptor, sólo conseguí un tanto en toda la carrera, pero estuvo bien.

—Impresionante.

Parks se encogió de hombros.

—Ahora que ya no soy tan joven, la cosa ya no tiene tanta gracia. Es un quebradero de cabeza. O de rodilla, o de cadera, o de clavícula; elija el punto de la anatomía que más le guste.

—¿Y qué le parece ser poli en la capital de nuestro país?

—Me gusta mucho más ser marshal. Fue una época extraña. Había mucha mierda por ahí.

King levantó la botella de cerveza.

—¿Está lo suficientemente fuera de servicio para tomarse una?

—No, pero un puro no estaría mal. Tengo que compensar de alguna manera este aire de montaña tan fresco y tonificante. Es de lo peor. No sé cómo lo aguantan.

Parks extrajo un habano del bolsillo de la camisa y lo encendió con un mechero de nácar, tras lo cual cerró la tapa produciendo un chasquido.

—Bonito sitio.

—Gracias. —King lo observó atentamente. Si Parks dirigía la investigación sobre la muerte de Howard Jennings junto con el resto de obligaciones, había de estar bastante ocupado, y su presencia allí debía obedecer a algún motivo.

—Bonita práctica legal, bonita casa y bonito pueblo. Un buen tipo que trabaja duro y presta un servicio a la comunidad.

—Por favor, me voy a sonrojar.

Parks asintió.

—Por supuesto, la gente buena y triunfadora mata a otras personas constantemente en este país, así que para mí eso no significa una mierda. Personalmente no me gustan demasiado los buenos tipos. Los considero unos gallinas.

—No siempre he sido tan bueno. Y no me costaría demasiado esfuerzo volver a mi época de cabrón. De hecho, noto que se avecina una tormenta.

—Es muy alentador, pero no intente tocarme la fibra.

—¿Y hasta qué punto puedo ser bueno? Mi pistola fue el arma homicida.

—Eso es.

—¿Quiere escuchar mi teoría al respecto?

Parks echó un vistazo al reloj.

—Claro, si puede esperar un minuto e irme a buscar una cervecita. Qué casualidad, ahora ya no estoy de servicio.

King le hizo caso y le tendió la botella. El marshal se recostó en el asiento, apoyó sus descomunales pies en la barandilla y echó un trago entre calada y calada.

—¿Su teoría sobre el arma? —le instó mientras contemplaba el atardecer.

—La llevaba cuando mataron a Jennings. Y según usted, es la misma pistola con la que mataron a Jennings.

—Me parece bastante claro —afirmó Parks—. De hecho, podría detenerle ahora mismo si quisiera.

—Bueno, dado que no maté a Jennings, parece bastante claro que en realidad no llevaba el arma encima.

Parks lo fulminó con la mirada.

—¿Ahora cambia su versión?

—No. Los seis días que no la uso, guardo la pistola en una caja fuerte. Vivo solo, así que no siempre la cierro con llave.

—Qué estupidez.

—Le aseguro que después de esto, la guardaré en una cámara acorazada subterránea.

—Continúe.

—Teoría número uno: alguien se apodera de mi pistola y la cambia por otra, que es la que yo me llevo esa noche. Esa misma persona utiliza mi arma para matar a Jennings, la deja de nuevo en mi caja fuerte y se lleva la del cambiazo. Teoría número dos: utilizan una pistola para matar a Jennings; esa es la que dejan en mi caja fuerte y pasa a ser la que someten a las pruebas de balística.

—El número de serie de la pistola coincide con la que está registrada a su nombre.

—Entonces ha de ser la hipótesis número uno.

—En resumen, está diciendo que alguien le quitó la pistola, porque eso es lo que tenían que hacer para conseguir una réplica exacta, y que luego le pegaron el cambiazo para fingir que su pistola mató a Jennings.

—Ni más ni menos.

—¿Me está diciendo que un exagente del orden no conoce su propia arma?

—Es una nueve milímetros que se fabrica en serie, jefe. No es una pieza de museo con incrustaciones de diamantes. Conseguí la pistola cuando me hice ayudante. La llevo una vez por semana, nunca la saco de la funda, y luego me olvido del tema. Quien la copió sabía lo que estaba haciendo, porque a mí me pareció que era la mía, la distribución del peso, el tacto de la empuñadura.

—¿Y por qué iba a tomarse tantas molestias para atribuirle un crimen?

—Bueno, los asesinos siempre intentan que se las cargue otro, ¿no? Me refiero a que se trata de eso. Jennings trabajaba para mí. Quizá pensaran que los demás creerían lo que ha dicho antes, que maté a Jennings porque lo pillé robando o porque él me pilló robando a mí. Móvil, coincidencia de armas y sin coartada. La inyección letal me está esperando.

Parks bajó los pies al suelo y se inclinó hacia delante.

—Muy interesante. Ahora permítame que le cuente mi teoría. Había un montón de tipos que iban detrás de él para matarlo, por eso estaba en el programa de protección de testigos. Así que quizás usted supiera que estaba en el WITSEC y lo sobornó para sacarle dinero. Entonces quienquiera que le contratara a usted, le pagó utilizando su arma y cargándole con el muerto. ¿Qué le parece? —Parks lo miró de hito en hito.

—De hecho, esa hipótesis también funciona —reconoció King.

—Ajá. —Park apuró su cerveza, apagó el puro y se levantó—. ¿Qué tal los sabuesos de los medios de comunicación?

—No tan mal como me temía. La mayoría todavía no ha descubierto dónde vivo. Cuando lo descubran, pondré cadenas en la carretera que hay al pie de la colina, plantaré carteles y empezaré a disparar a los intrusos.

—Así me gusta, un tipo decidido.

—Ya le advertí que no era tan buena persona como parecía.

Parks bajó la escalera para dirigirse al coche. King le llamó.

—¿Por qué no me ha arrestado?

Parks abrió la puerta del coche.

—Bueno, básicamente porque considero que su teoría número uno tiene cierta validez. Quizá llevara el arma de sustitución mientras utilizaban la suya para matar a Jennings.

—De hecho, no pensaba que aceptara mi teoría con tanta facilidad.

—Oh, también es posible que hiciera matar a Jennings y pegara el cambiazo usted mismo. Aunque mi versión preferida es que usted lo sobornó y el que apretó el gatillo le tendió una trampa por ello. —Bajó la mirada al suelo unos segundos—. En toda la historia del WITSEC, nunca se han cargado a ningún testigo que haya cumplido las normas del programa. Siempre ha sido un punto a nuestro favor para los posibles colaboradores. Ahora ya no podemos jactarnos de ello. Y ocurrió cuando yo estaba al mando. Yo coloqué a Jennings aquí y me siento responsable de su muerte. Así que para que lo sepa, si fue usted quien le tendió la trampa, elegiré personalmente la cárcel a la que irá a parar y será una en la que al cabo de tres horas ya estará deseando la pena de muerte, por muy buena persona o por muy cabrón que sea. —Parks abrió la puerta del coche y se tocó el ala de la gorra de béisbol de la DEA— Que pase una buena noche.